Un escalofrío cruzó el aire. Las sombras que solían abrazarla como un manto fiel ahora se deslizaban entre sus dedos como humo disperso. "Ella" abrió los ojos. Algo había cambiado.La torre donde solía refugiarse tembló levemente. Las velas negras que nunca se extinguían parpadearon como si algo más fuerte hubiese soplado sobre ellas. Cerró los ojos por un instante. Sintió el vacío. Su conexión con las fuerzas oscuras se debilitaba.—¿Qué has hecho…? —susurró al aire, con un dejo de desesperación en su voz.No recibió respuesta.Las sombras ya no respondían como antes. No acudían al llamado con la misma devoción. Y por primera vez en siglos, tuvo miedo.Había otro. Y no solo otro… había sido elegido.La rabia le atravesó el pecho como un dardo helado. Su figura tembló, no de poder… sino de ausencia de él.—Ethan… —pronunció el nombre con amargura.No lo conocía, no realmente. Solo lo había utilizado cuando le fue conveniente. Un peón. Alguien fácilmente manipulable.Pero la oscurid
Ethan respiró hondo.O al menos intentó.El aire que ahora llenaba sus pulmones ya no era el mismo. No tenía aroma, ni calor, ni siquiera textura. Era como si hubiera cruzado un umbral invisible y su cuerpo estuviera hecho de algo distinto.Frente a él, el altar había dejado de vibrar. Las sombras que antes lo rodeaban con hambre ahora lo seguían en silencio, obedientes. Casi… reverentes. Era el nuevo elegido. El nuevo heraldo.A su alrededor, el paisaje había cambiado. El bosque en el que se encontraba parecía dormido, congelado en el tiempo. Ningún pájaro cantaba. Ningún insecto se movía. Las hojas estaban suspendidas a medio caer. El mundo había exhalado… y se había quedado en silencio.Ethan alzó la mano, y al hacerlo, una oleada de energía oscura le recorrió el brazo. Era tangible. Viscosa. Viva. Y él no sabía si era dueño de ella… o si era ella la que lo poseía.Recordó a Oriana. Recordó su rostro. La luz que siempre irradiaba, incluso cuando todo se volvía gris.—¿Qué dir
La luz de la luna se filtraba suavemente por las ventanas del viejo granero, iluminando las vigas de madera desgastada y los sacos de grano apilados en un rincón. Oriana escuchaba su propia respiración entrecortada, mientras las cálidas manos de Gabriel recorrían su rostro con una devoción que le erizaba la piel. Cada gesto era pausado y reverente, como si en cada caricia él quisiera grabar su imagen en la memoria del tiempo.—Te amo —murmuró él, su voz ronca, cargada de una emoción que parecía contener siglos.Ella no pudo articular respuesta. Su garganta se había contraído en un nudo de emociones y su cuerpo temblaba bajo el peso de un amor que parecía salido de un sueño largamente anhelado. Con una mezcla de urgencia y ternura, Gabriel bajó sus labios hasta el cuello de Oriana, dejando un rastro ardiente que provocó un gemido en lo más profundo de su ser. Sus dedos, hábiles y pacientes, exploraron cada centímetro de su piel, exceptuando el delicado collar que siempre la acompañaba
La entrada principal de Blackwood Enterprises era un monumento a la modernidad y la opulencia. Las puertas automáticas se abrían con un suave zumbido, revelando un vestíbulo amplio cuyos muros de vidrio dispersaban la luz del sol en destellos caleidoscópicos. Con techos altos, lámparas colgantes de diseño minimalista y una recepción de mármol blanco, Oriana se sintió diminuta y, por momentos, fuera de lugar.El murmullo de teclados, las conversaciones en voz baja y el sonido de pasos sobre el piso pulido se entrelazaban en una sinfonía corporativa casi hipnotizante.Ajustándose el bolso al hombro, Oriana se dirigió al mostrador de recepción, donde una joven de gafas y sonrisa profesional le indicó el camino hacia la sala de espera. Allí, la esperaba Anita Lane, responsable de Recursos Humanos y su contacto desde el inicio del proceso.—¡Señorita Hart! —exclamó Anita, levantándose para estrecharle la mano con firmeza.—Por favor, llámame Oriana —respondió ella, devolviendo la sonrisa c
En el sueño…El campo estaba bañado por la luz dorada del sol. La brisa suave hacía que el trigo bailara al compás del viento, mientras Oriana, con sus manos ásperas y marcadas por el trabajo, ajustaba el pañuelo que protegía su cabeza. Sus ojos verdes recorrían el horizonte, buscando distraerse de la monotonía de la cosecha.Fue entonces cuando lo vio.A caballo, con una postura regia y elegante, un hombre inspeccionaba las tierras acompañado por dos soldados que mantenían la distancia detrás de él. Su cabello rubio y corto brillaba al sol, y su semblante era serio, pero había algo en su forma de observar todo a su alrededor que lo hacía parecer diferente a otros nobles que Oriana había visto antes.Ella sintió su corazón acelerarse. Era consciente de que no debía mirarlo directamente; los hombres como él no se mezclaban con personas como ella. Sin embargo, cuando intentó apartar la vista, fue incapaz. Algo en su interior le rogaba que lo siguiera observando, aunque fuera por un segu
El bullicio de la oficina se fue disipando a medida que el reloj avanzaba hacia el mediodía. Oriana estaba sentada frente a su computadora, afinando los últimos detalles de la presentación destinada a un importante cliente internacional. Mientras tanto, Gabriel permanecía en su oficina, aunque en esta ocasión había insistido en trabajar junto a ella, revisando cada punto con una atención casi obsesiva.—Asegúrate de que las proyecciones se alineen con las expectativas de los inversores —indicó Gabriel, inclinándose sobre su escritorio con voz firme. Su presencia imponente siempre lograba intimidarla, aunque también despertaba en ella sentimientos difíciles de explicar.Oriana asintió y se dedicó a ajustar algunos gráficos en su laptop. Pero a medida que revisaba los datos, una sensación extraña comenzó a recorrerla, como si algo en su interior gritara una advertencia inconfundible.—Espera —murmuró, deteniéndose frente a una diapositiva en particular.Gabriel alzó una ceja, intrigado.
La oficina de Gabriel era un santuario de silencio y orden, pero aquella tarde, el ambiente estaba impregnado de tensión. En su correo personal había un mensaje que había ignorado hasta ahora,de una presencia que, implacable, siempre encontraba la forma de colarse en su vida. "Ella" había regresado.Gabriel cerró los ojos, permitiendo que su mente se sumergiera en recuerdos que había deseado olvidar. La imagen de "ella" era imborrable: su cabello oscuro como la noche, ojos penetrantes llenos de secretos y una sonrisa que prometía todo y, a la vez, lo negaba. "Ella" no había sido siempre así; en otro tiempo, algo más inocente se había atisbado en su mirada, pero el poder oscuro que la había reclamado la había transformado, alimentando una obsesión que lo perseguía desde hacía siglos.—Gabriel, mi único amor. Nadie más puede tenerte. El destino lo ha decidido, y no puedes escapar de mí —había resonado en su memoria la última vez que se enfrentaron, en un tono que oscilaba entre súplica
Gabriel se quedó en su despacho mucho después de que Oriana se fuera. La visita de "ella" había removido capas de recuerdos que había intentado enterrar. Caminó lentamente hacia la ventana, donde las luces de la ciudad brillaban como diminutas estrellas, pero no le ofrecían consuelo. Su mente estaba atrapada en el pasado.La había conocido en un baile, presentado por las familias que buscaban alianzas provechosas. Gabriel, el único heredero del ducado más poderoso de la región, era un objetivo codiciado para las jóvenes nobles. "Ella" era la hija de una familia adinerada, con un linaje impecable y una reputación intachable, al menos de puertas para afuera.Gabriel no le prestó mucha atención. Era unos años más joven que él, con ojos llenos de ensoñación que lo seguían a donde fuera, pero nunca dijo mucho en su presencia. Para Gabriel, "ella" era una figura periférica, alguien que estaba allí porque debía estarlo. Recordaba sus conversaciones superficiales, sus intentos torpes de agrad