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Capítulo 5: La sombra que regresa

La oficina de Gabriel era un santuario de silencio y orden, pero aquella tarde, el ambiente estaba impregnado de tensión. En su correo personal había un mensaje que había ignorado hasta ahora,de una presencia que, implacable, siempre encontraba la forma de colarse en su vida. "Ella" había regresado.

Gabriel cerró los ojos, permitiendo que su mente se sumergiera en recuerdos que había deseado olvidar. La imagen de "ella" era imborrable: su cabello oscuro como la noche, ojos penetrantes llenos de secretos y una sonrisa que prometía todo y, a la vez, lo negaba. "Ella" no había sido siempre así; en otro tiempo, algo más inocente se había atisbado en su mirada, pero el poder oscuro que la había reclamado la había transformado, alimentando una obsesión que lo perseguía desde hacía siglos.

—Gabriel, mi único amor. Nadie más puede tenerte. El destino lo ha decidido, y no puedes escapar de mí —había resonado en su memoria la última vez que se enfrentaron, en un tono que oscilaba entre súplica y amenaza.

El ruido de unos nudillos golpeando la puerta interrumpió sus pensamientos. Stephanie entró, con su habitual expresión fría; sin embargo, esta vez sus ojos no brillaban con la curiosidad de siempre, sino que se mostraban nublados, cargados de una inquietud silenciosa.

—Señor Blackwood, hay alguien aquí para verlo. Dice que tiene una cita con usted, aunque no figura en la agenda.

Gabriel sintió cómo el aire se le escapaba del pecho. Enderezándose lentamente, se ajustó la chaqueta y adoptó la calma que, a lo largo de los siglos, había aprendido a perfeccionar.

—Hazla pasar —dijo con un tono firme que no admitía réplica.

Cuando "ella" entró, la atmósfera pareció encogerse. Su presencia era magnética y peligrosa, irradiando un aura que absorbía la luz del entorno. Vestida con un impecable traje negro, su mirada recorrió a Gabriel como si grabara cada detalle en la memoria.

—Gabriel —pronunció con voz suave, casi seductora, pero cargada de intenciones ambiguas.

—Creí que habíamos cerrado este capítulo —respondió él, manteniendo la distancia.

—¿Cerrar? —rió, aunque su risa carecía de verdadera alegría—. ¿Cómo se puede cerrar algo que nunca terminó? Tú y yo estamos unidos por un lazo más fuerte que el tiempo.

—Ese lazo murió hace siglos. Tú lo destruiste —afirmó Gabriel con firmeza.

A pesar de la contundencia de sus palabras, "ella" no pareció inmutarse. Dio un paso hacia él y, en ese instante, Gabriel sintió de nuevo la extraña mezcla de atracción y repulsión que siempre le provocaba su presencia.

—Tal vez creas eso, pero he visto los hilos del destino, Gabriel. El ciclo está a punto de repetirse, y esta vez no pienso perder —dejó la frase suspendida en el aire antes de girarse hacia la puerta—. Pero por ahora, solo quería verte. Quería asegurarme de que sigues tan... maravilloso como siempre.

Cuando se retiró, Gabriel se permitió exhalar, sintiendo el peso de una culpa y una melancolía que lo hundían en un abismo que creía olvidado.

Esa misma tarde, Oriana ascendía en el ascensor con una carpeta bajo el brazo, conteniendo las propuestas que Gabriel le había encargado revisar. Una presión indefinible se apoderaba de su pecho, como si presintiera un cambio inminente. Desde que comenzó a trabajar en Blackwood Enterprises, su vida había estado plagada de señales y emociones difíciles de descifrar, pero ese día se sentía diferente.

Al llegar a la oficina, notó a una mujer alta y elegante saliendo del despacho de Gabriel. Sus miradas se cruzaron brevemente, y Oriana sintió un escalofrío recorrer su espalda. "Ella" sonrió de forma sutil, con una curva estudiada que parecía deslizarse bajo la piel, pero que, extrañamente, no alcanzó a iluminar sus ojos.

—Oh, tú debes ser Oriana —dijo la mujer, con un tono de interés superficial que no disimulaba una intención oculta—. Eres más interesante de lo que esperaba.

—Perdón, ¿nos conocemos? —preguntó Oriana, mientras una sensación de peligro latente le hacía retroceder instintivamente.

—Aún no, pero seguramente lo haremos —respondió la mujer antes de alejarse, dejando tras de sí un rastro de perfume dulce y opresivo.

El impacto de aquel encuentro hizo que Oriana sintiera un dolor agudo en el pecho, una punzada que la obligó a apoyarse contra la pared para recuperar el aliento. No entendía del todo por qué, pero estaba segura de que aquella mujer representaba algo peligroso.

Poco después, al ingresar al despacho, encontró a Gabriel de pie junto a la ventana, con una expresión que nunca había visto en él: el miedo, una vulnerabilidad oculta tras su fachada inquebrantable.

—¿Estás bien? —preguntó suavemente, al verlo, tratando de no alterar su ánimo.

—Sí, solo... recibí una visita inesperada —respondió Gabriel, recordando la inquietud que "ella" le provocaba.

Oriana no insistió, pero la forma en que él la miraba, como si quisiera protegerla de un mal que aún no podía definir, aumentaba la sensación de que el peligro estaba más cerca de lo que jamás habría imaginado.

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