La oficina de Gabriel era un santuario de silencio y orden, pero aquella tarde, el ambiente estaba impregnado de tensión. En su correo personal había un mensaje que había ignorado hasta ahora,de una presencia que, implacable, siempre encontraba la forma de colarse en su vida. "Ella" había regresado.
Gabriel cerró los ojos, permitiendo que su mente se sumergiera en recuerdos que había deseado olvidar. La imagen de "ella" era imborrable: su cabello oscuro como la noche, ojos penetrantes llenos de secretos y una sonrisa que prometía todo y, a la vez, lo negaba. "Ella" no había sido siempre así; en otro tiempo, algo más inocente se había atisbado en su mirada, pero el poder oscuro que la había reclamado la había transformado, alimentando una obsesión que lo perseguía desde hacía siglos.
—Gabriel, mi único amor. Nadie más puede tenerte. El destino lo ha decidido, y no puedes escapar de mí —había resonado en su memoria la última vez que se enfrentaron, en un tono que oscilaba entre súplica y amenaza.
El ruido de unos nudillos golpeando la puerta interrumpió sus pensamientos. Stephanie entró, con su habitual expresión fría; sin embargo, esta vez sus ojos no brillaban con la curiosidad de siempre, sino que se mostraban nublados, cargados de una inquietud silenciosa.
—Señor Blackwood, hay alguien aquí para verlo. Dice que tiene una cita con usted, aunque no figura en la agenda.
Gabriel sintió cómo el aire se le escapaba del pecho. Enderezándose lentamente, se ajustó la chaqueta y adoptó la calma que, a lo largo de los siglos, había aprendido a perfeccionar.
—Hazla pasar —dijo con un tono firme que no admitía réplica.
Cuando "ella" entró, la atmósfera pareció encogerse. Su presencia era magnética y peligrosa, irradiando un aura que absorbía la luz del entorno. Vestida con un impecable traje negro, su mirada recorrió a Gabriel como si grabara cada detalle en la memoria.
—Gabriel —pronunció con voz suave, casi seductora, pero cargada de intenciones ambiguas.
—Creí que habíamos cerrado este capítulo —respondió él, manteniendo la distancia.
—¿Cerrar? —rió, aunque su risa carecía de verdadera alegría—. ¿Cómo se puede cerrar algo que nunca terminó? Tú y yo estamos unidos por un lazo más fuerte que el tiempo.
—Ese lazo murió hace siglos. Tú lo destruiste —afirmó Gabriel con firmeza.
A pesar de la contundencia de sus palabras, "ella" no pareció inmutarse. Dio un paso hacia él y, en ese instante, Gabriel sintió de nuevo la extraña mezcla de atracción y repulsión que siempre le provocaba su presencia.
—Tal vez creas eso, pero he visto los hilos del destino, Gabriel. El ciclo está a punto de repetirse, y esta vez no pienso perder —dejó la frase suspendida en el aire antes de girarse hacia la puerta—. Pero por ahora, solo quería verte. Quería asegurarme de que sigues tan... maravilloso como siempre.
Cuando se retiró, Gabriel se permitió exhalar, sintiendo el peso de una culpa y una melancolía que lo hundían en un abismo que creía olvidado.
Esa misma tarde, Oriana ascendía en el ascensor con una carpeta bajo el brazo, conteniendo las propuestas que Gabriel le había encargado revisar. Una presión indefinible se apoderaba de su pecho, como si presintiera un cambio inminente. Desde que comenzó a trabajar en Blackwood Enterprises, su vida había estado plagada de señales y emociones difíciles de descifrar, pero ese día se sentía diferente.
Al llegar a la oficina, notó a una mujer alta y elegante saliendo del despacho de Gabriel. Sus miradas se cruzaron brevemente, y Oriana sintió un escalofrío recorrer su espalda. "Ella" sonrió de forma sutil, con una curva estudiada que parecía deslizarse bajo la piel, pero que, extrañamente, no alcanzó a iluminar sus ojos.
—Oh, tú debes ser Oriana —dijo la mujer, con un tono de interés superficial que no disimulaba una intención oculta—. Eres más interesante de lo que esperaba.
—Perdón, ¿nos conocemos? —preguntó Oriana, mientras una sensación de peligro latente le hacía retroceder instintivamente.
—Aún no, pero seguramente lo haremos —respondió la mujer antes de alejarse, dejando tras de sí un rastro de perfume dulce y opresivo.
El impacto de aquel encuentro hizo que Oriana sintiera un dolor agudo en el pecho, una punzada que la obligó a apoyarse contra la pared para recuperar el aliento. No entendía del todo por qué, pero estaba segura de que aquella mujer representaba algo peligroso.
Poco después, al ingresar al despacho, encontró a Gabriel de pie junto a la ventana, con una expresión que nunca había visto en él: el miedo, una vulnerabilidad oculta tras su fachada inquebrantable.
—¿Estás bien? —preguntó suavemente, al verlo, tratando de no alterar su ánimo.
—Sí, solo... recibí una visita inesperada —respondió Gabriel, recordando la inquietud que "ella" le provocaba.
Oriana no insistió, pero la forma en que él la miraba, como si quisiera protegerla de un mal que aún no podía definir, aumentaba la sensación de que el peligro estaba más cerca de lo que jamás habría imaginado.
Gabriel se quedó en su despacho mucho después de que Oriana se fuera. La visita de "ella" había removido capas de recuerdos que había intentado enterrar. Caminó lentamente hacia la ventana, donde las luces de la ciudad brillaban como diminutas estrellas, pero no le ofrecían consuelo. Su mente estaba atrapada en el pasado.La había conocido en un baile, presentado por las familias que buscaban alianzas provechosas. Gabriel, el único heredero del ducado más poderoso de la región, era un objetivo codiciado para las jóvenes nobles. "Ella" era la hija de una familia adinerada, con un linaje impecable y una reputación intachable, al menos de puertas para afuera.Gabriel no le prestó mucha atención. Era unos años más joven que él, con ojos llenos de ensoñación que lo seguían a donde fuera, pero nunca dijo mucho en su presencia. Para Gabriel, "ella" era una figura periférica, alguien que estaba allí porque debía estarlo. Recordaba sus conversaciones superficiales, sus intentos torpes de agrad
El viento gélido azotaba la ventana de su imponente habitación, una estancia que, a pesar de los lujos acumulados durante siglos, seguía sintiéndose vacía. Ella estaba allí, sentada frente a un espejo de marco dorado que alguna vez perteneció a una reina olvidada, acariciando un anillo antiguo que destellaba con una luz inquietante. No era solo un objeto; era su ancla al poder que la definía.La herencia de su madre.Su madre, una mujer que había irrumpido en la nobleza con una ferocidad que nadie pudo desafiar, había sido su primera lección en lo que el poder podía otorgar y también arrebatar. Llegó con papeles, palabras dulces y un carisma que enmascaraba la oscuridad que realmente portaba. Con hechizos susurrados al oído de hombres influyentes, consiguió que su apellido fuera aceptado en círculos que jamás les hubieran abierto las puertas. Pero lo que los demás no sabían, y que ella entendió con el tiempo, era que cada gesto, cada caricia y cada mirada de su madre estaban impregnad
La noche envolvía la ciudad en un manto de luces intermitentes y sombras alargadas. En un bar elegante del distrito financiero, Gabriel se hallaba sentado en una mesa apartada, con un trago apenas probado en la mano. Aunque sus acompañantes intentaban entablar una conversación de negocios, su mente vagaba lejos, centrada en Oriana: en su risa tímida, en la intensidad de sus ojos, en cómo su sola presencia parecía disipar la oscuridad que habitaba en él.Ella había vuelto, reavivando la chispa de una vida que durante siglos creyó extinguida. Sin embargo, esa chispa venía acompañada de un temor profundo: el miedo a que el destino cruel volviera a interponerse entre ellos.Fue en ese preciso instante cuando la vio entrar.La figura de la mujer resultó inmediatamente llamativa. Vestida con un elegante atuendo que parecía diseñado para captar todas las miradas, su presencia contrastaba con la sobriedad del lugar. Sus pasos eran deliberados, su sonrisa, cuidadosamente ensayada. Gabriel no a
Gabriel cerró la puerta de su penthouse y se dejó caer en el sillón más cercano, exhausto no tanto por el largo día, sino por el peso de sus pensamientos. La mujer del bar... algo en ella había encendido todas las alarmas de su instinto. Su mirada, sus gestos, incluso su voz tenían un matiz inquietante, como si la sombra de un recuerdo perdido se escondiera detrás de cada palabra.Sabía que no era coincidencia. No podía serlo. Había algo oscuro y familiar en esa presencia, una conexión invisible que lo llevó a pensar en ella, la bruja que le había robado su vida siglos atrás y que ahora volvia a estar tan presente como siglos atras.Cerró los ojos e inhaló profundamente, intentando calmar la tormenta en su mente. En su interior, un presentimiento ardía con fuerza: esa mujer estaba vinculada a ella. Pero ¿cómo? ¿Era un truco más, otra de las manipulaciones de su magia? ¿O simplemente un peón en un juego más grande que no lograba comprender?No confiaba en las mujeres, no después de tan
Oriana se encontraba en su pequeño apartamento, rodeada por una mezcla de silencio y el sonido de la lluvia que golpeaba suavemente contra la ventana. Había intentado concentrarse en los informes del trabajo, pero su mente, como tantas veces desde que había conocido a Gabriel, había tomado un rumbo propio. Cerró el archivo en su laptop, se dejó caer en el sofá y permitió que sus pensamientos divagarana lo que habian sid estas ultimas semanas.Desde que él había entrado en su vida, algo en ella había cambiado. Había una conexión profunda, inexplicable, que no podía ignorar. Cuando lo miraba a los ojos, sentía que su alma reconocía algo que su mente aún no comprendía del todo. Y en la soledad de la noche, su imaginación la llevaba a un lugar donde todo lo que sentía podía tomar forma.Lo veía allí, frente a ella, exactamente como lo había visto horas atrás, con su porte elegante y esos ojos oscuros llenos de misterio. En su mente, el aire entre ellos se cargaba de tensión. No importaban
Oriana llegó temprano a la oficina, aún sumida en la confusión de sus pensamientos. Los sueños de la noche anterior la habían dejado desvelada, con la mente atrapada entre imágenes de Gabriel y la figura de un hombre, tan familiar como desconocido. En sus sueños, todo había sido tan vívido, tan real, que ahora, bajo la fría luz de la mañana, se preguntaba si había confundido la imagen de Gabriel con otro recuerdo perdido en el tiempo.El ascensor se abrió y, al llegar a la recepción, se encontró con Stephanie. La secretaria estaba de pie junto a la cafetera, sosteniendo una taza, con una expresión que no dejaba dudas sobre su desagrado.—Buenos días, Stephanie —saludó Oriana, esforzándose por sonar cortés.—Ah, tú. Buenos días —respondió Stephanie, con un tono seco que apenas intentó disimular.Oriana decidió no prestar demasiada atención. Con el tiempo había aprendido a lidiar con las actitudes hostiles; sabía bien que Stephanie no veía con buenos ojos su presencia en la empresa.—¿E
Gabriel permaneció sentado tras su escritorio, con los ojos oscuros fijos en la puerta por la que Oriana acababa de salir. La tensión en la habitación parecía haberse disipado con su partida, pero solo de forma superficial. En su interior, las preguntas seguían ardiendo: lo que había presenciado momentos antes, cuando Oriana casi inconscientemente parecía controlar su entorno, era un recordatorio inquietante de un pasado del que él no podía desprenderse.Sin embargo, no era únicamente el hecho de lo que Oriana había hecho, sino la manera en que lo había hecho: con una mezcla de desconcierto y miedo, como si ella misma no comprendiera del todo lo que sucedía. Ese matiz la diferenciaba de otras experiencias que Gabriel había vivido en épocas remotas y le ofrecía una pizca de esperanza inesperada.Incapaz de quedarse inmóvil, se levantó y caminó hacia la ventana, donde la ciudad se extendía bajo un manto de luces titilantes. El peso de los siglos recaía sobre él con fuerza, y en su mente
Gabriel sirvió dos vasos de whisky, colocando uno frente a Oscar, quien aceptó el gesto con una inclinación de cabeza. La habitación estaba sumida en penumbra, iluminada apenas por las luces distantes de la ciudad que se filtraban a través de las ventanas. Los momentos junto a Oscar siempre habían sido un refugio en medio del caos, pero esta noche, la tensión en el aire se palpaba con fuerza.—No luces bien, viejo amigo —comentó Oscar, llevándose el vaso a los labios con una expresión grave.Gabriel dejó escapar un suspiro profundo y se dejó caer en el sillón frente a él.—No lo estoy, Oscar. No esta vez —respondió, con la voz cargada de resignación.Oscar lo observó fijamente, su semblante endurecido por la preocupación.—Oriana... ¿Qué tan lejos está de recordar?Gabriel apretó la mandíbula, dejando que su mirada se perdiera en algún punto indefinido de la habitación.—No lo sé con certeza. Siento que algo está sucediendo en ella, puedo percibirlo en cada gesto, pero se resiste a lo