Gabriel se quedó en su despacho mucho después de que Oriana se fuera. La visita de "ella" había removido capas de recuerdos que había intentado enterrar. Caminó lentamente hacia la ventana, donde las luces de la ciudad brillaban como diminutas estrellas, pero no le ofrecían consuelo. Su mente estaba atrapada en el pasado.
La había conocido en un baile, presentado por las familias que buscaban alianzas provechosas. Gabriel, el único heredero del ducado más poderoso de la región, era un objetivo codiciado para las jóvenes nobles. "Ella" era la hija de una familia adinerada, con un linaje impecable y una reputación intachable, al menos de puertas para afuera.
Gabriel no le prestó mucha atención. Era unos años más joven que él, con ojos llenos de ensoñación que lo seguían a donde fuera, pero nunca dijo mucho en su presencia. Para Gabriel, "ella" era una figura periférica, alguien que estaba allí porque debía estarlo. Recordaba sus conversaciones superficiales, sus intentos torpes de agradarle y cómo él siempre encontraba una excusa para apartarse.
—Gabriel, esa joven parece estar interesada en ti —le había dicho su madre una vez durante un baile. Él apenas alzó la vista hacia la figura que lo observaba desde el otro lado del salón.
—No estoy interesado —respondió, con un tono que cerró cualquier posibilidad de discusión.
La verdad era que Gabriel nunca había visto en "ella" nada más que una sombra en los eventos sociales. Mientras otras familias alababan su belleza y sus modales impecables, Gabriel percibía algo más: una fragilidad inquietante, un deseo desesperado de ser vista, de ser necesaria. Había algo en su forma de mirar que lo hacía sentir incómodo, como si tratara de atraparlo con la mirada y nunca soltarlo.
Sin embargo, lo que él no sabía era lo que se escondía detrás de esa fachada. La vida de "ella" no era el cuento de hadas que su familia pretendía mostrar. Su madre era una figura imponente, obsesionada con la perfección y con mantener el estatus familiar a cualquier costo. Cada error, cada imperfección, era castigado con una dureza que la dejó marcada. Su único refugio, su única esperanza, se convirtió en Gabriel, el joven duque cuya atención parecía ser la llave para escapar de su prisión.
Pero Gabriel no era consciente de esto. Para él, "ella" era una de tantas jóvenes que intentaban ganar su favor, y no le interesaba en absoluto. Su corazón, incluso entonces, pertenecía a otra. Oriana. La campesina que había cambiado su mundo, que había hecho que todas las galas y los compromisos sociales le parecieran triviales.
Cuando Gabriel cerró los ojos, pudo verla como la recordaba: Oriana, con su cabello castaño iluminado por el sol, su risa tímida pero sincera. Recordó los días en el campo, los encuentros fugaces, y cómo poco a poco ella había bajado la guardia, permitiéndole entrar en su vida.
Sin embargo, "ella" lo había estado observando desde las sombras, cada interacción, cada mirada compartida entre él y Oriana. Y un día, el equilibrio frágil se rompió.
Gabriel nunca entendió cómo había ocurrido todo. Había estado planeando declararle su amor a Oriana, prometiéndole que no importaban las barreras sociales. Pero una noche, todo se desmoronó. Cuando por fin le confeso su amor, y sus cuerpos se unieron en uno, Oriana enfermó repentinamente, su cuerpo consumido por un veneno que ningún médico pudo identificar. Gabriel se quedó a su lado, rogando, suplicando, hasta que su último aliento se escapó entre sus dedos.
Después vino "ella". Su confesión, su risa rota, el odio y el amor mezclados en su rostro. Le habló de cómo había hecho todo por él, cómo lo había salvado de cometer un error al amar a alguien tan insignificante. Y cuando él intentó apartarse, lo maldijo.
—Si no puedes ser mío, entonces nunca serás de nadie más. Vivirás, Gabriel, vivirás con el peso de lo que has perdido, con el dolor de lo que no podrás recuperar, hasta que finalmente veas que soy la única que puede entenderte.
Gabriel no había entendido del todo las implicaciones en ese momento, pero con los años, con las décadas, la inmortalidad se convirtió en su prisión. Ella aparecía en intervalos, a veces para atormentarlo, a veces para recordarle que estaba atrapado por su obsesión.
Y ahora, en el presente, había vuelto. Gabriel podía sentirlo. La forma en que Oriana había reaccionado a su presencia no había pasado desapercibida. Cuando "ella" se había marchado, Oriana había llevado una mano a su pecho, como si intentara calmar un dolor interno.
Gabriel apretó los puños, su mirada fija en la ciudad iluminada. Debía proteger a Oriana. Esta vez, no podía fallarle. Pero, ¿cómo enfrentarse a alguien que había desafiado el tiempo y la muerte misma para mantenerlos separados?
Por primera vez en siglos, Gabriel sintió que la desesperanza daba paso a algo más: determinación. No sabía cómo, pero iba a encontrar una manera de romper la maldición, incluso si eso significaba enfrentarse a "ella" una última vez.
El viento gélido azotaba la ventana de su imponente habitación, una estancia que, a pesar de los lujos acumulados durante siglos, seguía sintiéndose vacía. Ella estaba allí, sentada frente a un espejo de marco dorado que alguna vez perteneció a una reina olvidada, acariciando un anillo antiguo que destellaba con una luz inquietante. No era solo un objeto; era su ancla al poder que la definía.La herencia de su madre.Su madre, una mujer que había irrumpido en la nobleza con una ferocidad que nadie pudo desafiar, había sido su primera lección en lo que el poder podía otorgar y también arrebatar. Llegó con papeles, palabras dulces y un carisma que enmascaraba la oscuridad que realmente portaba. Con hechizos susurrados al oído de hombres influyentes, consiguió que su apellido fuera aceptado en círculos que jamás les hubieran abierto las puertas. Pero lo que los demás no sabían, y que ella entendió con el tiempo, era que cada gesto, cada caricia y cada mirada de su madre estaban impregnad
La noche envolvía la ciudad en un manto de luces intermitentes y sombras alargadas. En un bar elegante del distrito financiero, Gabriel se hallaba sentado en una mesa apartada, con un trago apenas probado en la mano. Aunque sus acompañantes intentaban entablar una conversación de negocios, su mente vagaba lejos, centrada en Oriana: en su risa tímida, en la intensidad de sus ojos, en cómo su sola presencia parecía disipar la oscuridad que habitaba en él.Ella había vuelto, reavivando la chispa de una vida que durante siglos creyó extinguida. Sin embargo, esa chispa venía acompañada de un temor profundo: el miedo a que el destino cruel volviera a interponerse entre ellos.Fue en ese preciso instante cuando la vio entrar.La figura de la mujer resultó inmediatamente llamativa. Vestida con un elegante atuendo que parecía diseñado para captar todas las miradas, su presencia contrastaba con la sobriedad del lugar. Sus pasos eran deliberados, su sonrisa, cuidadosamente ensayada. Gabriel no a
Gabriel cerró la puerta de su penthouse y se dejó caer en el sillón más cercano, exhausto no tanto por el largo día, sino por el peso de sus pensamientos. La mujer del bar... algo en ella había encendido todas las alarmas de su instinto. Su mirada, sus gestos, incluso su voz tenían un matiz inquietante, como si la sombra de un recuerdo perdido se escondiera detrás de cada palabra.Sabía que no era coincidencia. No podía serlo. Había algo oscuro y familiar en esa presencia, una conexión invisible que lo llevó a pensar en ella, la bruja que le había robado su vida siglos atrás y que ahora volvia a estar tan presente como siglos atras.Cerró los ojos e inhaló profundamente, intentando calmar la tormenta en su mente. En su interior, un presentimiento ardía con fuerza: esa mujer estaba vinculada a ella. Pero ¿cómo? ¿Era un truco más, otra de las manipulaciones de su magia? ¿O simplemente un peón en un juego más grande que no lograba comprender?No confiaba en las mujeres, no después de tan
Oriana se encontraba en su pequeño apartamento, rodeada por una mezcla de silencio y el sonido de la lluvia que golpeaba suavemente contra la ventana. Había intentado concentrarse en los informes del trabajo, pero su mente, como tantas veces desde que había conocido a Gabriel, había tomado un rumbo propio. Cerró el archivo en su laptop, se dejó caer en el sofá y permitió que sus pensamientos divagarana lo que habian sid estas ultimas semanas.Desde que él había entrado en su vida, algo en ella había cambiado. Había una conexión profunda, inexplicable, que no podía ignorar. Cuando lo miraba a los ojos, sentía que su alma reconocía algo que su mente aún no comprendía del todo. Y en la soledad de la noche, su imaginación la llevaba a un lugar donde todo lo que sentía podía tomar forma.Lo veía allí, frente a ella, exactamente como lo había visto horas atrás, con su porte elegante y esos ojos oscuros llenos de misterio. En su mente, el aire entre ellos se cargaba de tensión. No importaban
Oriana llegó temprano a la oficina, aún sumida en la confusión de sus pensamientos. Los sueños de la noche anterior la habían dejado desvelada, con la mente atrapada entre imágenes de Gabriel y la figura de un hombre, tan familiar como desconocido. En sus sueños, todo había sido tan vívido, tan real, que ahora, bajo la fría luz de la mañana, se preguntaba si había confundido la imagen de Gabriel con otro recuerdo perdido en el tiempo.El ascensor se abrió y, al llegar a la recepción, se encontró con Stephanie. La secretaria estaba de pie junto a la cafetera, sosteniendo una taza, con una expresión que no dejaba dudas sobre su desagrado.—Buenos días, Stephanie —saludó Oriana, esforzándose por sonar cortés.—Ah, tú. Buenos días —respondió Stephanie, con un tono seco que apenas intentó disimular.Oriana decidió no prestar demasiada atención. Con el tiempo había aprendido a lidiar con las actitudes hostiles; sabía bien que Stephanie no veía con buenos ojos su presencia en la empresa.—¿E
Gabriel permaneció sentado tras su escritorio, con los ojos oscuros fijos en la puerta por la que Oriana acababa de salir. La tensión en la habitación parecía haberse disipado con su partida, pero solo de forma superficial. En su interior, las preguntas seguían ardiendo: lo que había presenciado momentos antes, cuando Oriana casi inconscientemente parecía controlar su entorno, era un recordatorio inquietante de un pasado del que él no podía desprenderse.Sin embargo, no era únicamente el hecho de lo que Oriana había hecho, sino la manera en que lo había hecho: con una mezcla de desconcierto y miedo, como si ella misma no comprendiera del todo lo que sucedía. Ese matiz la diferenciaba de otras experiencias que Gabriel había vivido en épocas remotas y le ofrecía una pizca de esperanza inesperada.Incapaz de quedarse inmóvil, se levantó y caminó hacia la ventana, donde la ciudad se extendía bajo un manto de luces titilantes. El peso de los siglos recaía sobre él con fuerza, y en su mente
Gabriel sirvió dos vasos de whisky, colocando uno frente a Oscar, quien aceptó el gesto con una inclinación de cabeza. La habitación estaba sumida en penumbra, iluminada apenas por las luces distantes de la ciudad que se filtraban a través de las ventanas. Los momentos junto a Oscar siempre habían sido un refugio en medio del caos, pero esta noche, la tensión en el aire se palpaba con fuerza.—No luces bien, viejo amigo —comentó Oscar, llevándose el vaso a los labios con una expresión grave.Gabriel dejó escapar un suspiro profundo y se dejó caer en el sillón frente a él.—No lo estoy, Oscar. No esta vez —respondió, con la voz cargada de resignación.Oscar lo observó fijamente, su semblante endurecido por la preocupación.—Oriana... ¿Qué tan lejos está de recordar?Gabriel apretó la mandíbula, dejando que su mirada se perdiera en algún punto indefinido de la habitación.—No lo sé con certeza. Siento que algo está sucediendo en ella, puedo percibirlo en cada gesto, pero se resiste a lo
Oriana despertó con el corazón latiendo con fuerza. Otra vez había soñado con él. Con Gabriel. Pero no el hombre que conocía hoy, sino aquel de sus sueños, el de otra vida, el que la miraba con adoración en un establo iluminado por la luz parpadeante de las velas. En su sueño, había sentido el toque suave de sus manos sobre su piel, el calor de su aliento acariciando su cuello y el estremecimiento que recorría todo su cuerpo al escuchar su nombre susurrado con ternura. Esa imagen se le grababa en la mente con una intensidad que parecía trascender el tiempo.Aún en la penumbra de su habitación, Oriana se sentó en la cama y apretó el collar que colgaba de su cuello, un pequeño amuleto que siempre la había conectado con lo inexplicable. ¿Por qué, cada vez, ese sueño se sentía tan real? ¿Por qué Gabriel invadía sus noches con su presencia, como si fuese un eco de otra vida? Se preguntaba si su subconsciente jugaba con ella, mezclando deseos y recuerdos, o si había algo más profundo en esa