Gabriel sirvió dos vasos de whisky, colocando uno frente a Oscar, quien aceptó el gesto con una inclinación de cabeza. La habitación estaba sumida en penumbra, iluminada apenas por las luces distantes de la ciudad que se filtraban a través de las ventanas. Los momentos junto a Oscar siempre habían sido un refugio en medio del caos, pero esta noche, la tensión en el aire se palpaba con fuerza.—No luces bien, viejo amigo —comentó Oscar, llevándose el vaso a los labios con una expresión grave.Gabriel dejó escapar un suspiro profundo y se dejó caer en el sillón frente a él.—No lo estoy, Oscar. No esta vez —respondió, con la voz cargada de resignación.Oscar lo observó fijamente, su semblante endurecido por la preocupación.—Oriana... ¿Qué tan lejos está de recordar?Gabriel apretó la mandíbula, dejando que su mirada se perdiera en algún punto indefinido de la habitación.—No lo sé con certeza. Siento que algo está sucediendo en ella, puedo percibirlo en cada gesto, pero se resiste a lo
Oriana despertó con el corazón latiendo con fuerza. Otra vez había soñado con él. Con Gabriel. Pero no el hombre que conocía hoy, sino aquel de sus sueños, el de otra vida, el que la miraba con adoración en un establo iluminado por la luz parpadeante de las velas. En su sueño, había sentido el toque suave de sus manos sobre su piel, el calor de su aliento acariciando su cuello y el estremecimiento que recorría todo su cuerpo al escuchar su nombre susurrado con ternura. Esa imagen se le grababa en la mente con una intensidad que parecía trascender el tiempo.Aún en la penumbra de su habitación, Oriana se sentó en la cama y apretó el collar que colgaba de su cuello, un pequeño amuleto que siempre la había conectado con lo inexplicable. ¿Por qué, cada vez, ese sueño se sentía tan real? ¿Por qué Gabriel invadía sus noches con su presencia, como si fuese un eco de otra vida? Se preguntaba si su subconsciente jugaba con ella, mezclando deseos y recuerdos, o si había algo más profundo en esa
Oriana y Gabriel estaban sentados frente a frente en la espaciosa sala de reuniones de la oficina. La atmósfera era densa, casi tangible, mientras repasaban los avances del proyecto en el que ambos estaban trabajando. Las luces tenues del ambiente y el murmullo lejano del tráfico se convertían en el telón de fondo de una tensión que parecía crecer con cada minuto transcurrido.—Este ajuste en la programación se encuentra dentro del cronograma de la semana siguiente —comentó Oriana, tratando de mantener la concentración mientras repasaba los números en su tablet. Cada movimiento, cada roce accidental al pasarle un documento y cada mirada sostenida más de lo normal hacía que el aire se volviera casi insoportable.—Bien, sigamos con el repaso del informe que debemos presentar —respondió Gabriel, aunque su voz se veía interrumpida por una evidente distracción. Mientras hablaba de cifras y estrategias, su mirada se perdía en la forma en que Oriana mordía distraídamente la tapa de su bolígr
El silencio dentro del auto de Gabriel era sofocante. Apenas unos minutos antes, sus bocas se habían devorado con una desesperación que amenazaba con consumirlos, pero ahora, él tenía las manos firmes en el volante, la mandíbula apretada y la mirada fija en la calle.Oriana, aún respirando agitadamente, miraba la silueta tensa de Gabriel bajo la luz tenue de las farolas. Su mente era un caos. El deseo aún ardía en su piel, en sus labios, en la forma en que su cuerpo temblaba con la necesidad insatisfecha.Cuando el auto se detuvo frente a su departamento, ella no pudo contenerse más.—¿Te arrepientes? —preguntó en voz baja, sus dedos jugueteando con el borde de su falda.Gabriel cerró los ojos por un segundo, como si necesitara recomponerse. Luego giró el rostro hacia ella, y lo que Oriana vio en su mirada la dejó sin aliento.No era arrepentimiento. Era hambre.—No —su voz salió grave, cargada de emoción contenida—. No tienes idea de cuánto te deseo.El corazón de Oriana se aceleró.
Oriana se dejó caer en su cama, el pecho subiendo y bajando rápidamente mientras intentaba recuperar el aliento. No podía borrar la sensación de los labios de Gabriel sobre los suyos, la forma en que sus manos la habían sujetado con desesperación, como si estuviera a punto de perderla de nuevo.Se llevó los dedos a los labios, sintiendo aún la presión de su boca.La risa de la señora Matilde todavía resonaba en su cabeza, pero no podía opacar lo que realmente importaba.Gabriel la había besado. Y no de cualquier manera. No había sido un beso dulce ni contenido. Había sido una declaración de necesidad, de hambre contenida por demasiado tiempo.Un escalofrío la recorrió cuando recordó la forma en que él se había tensado al detenerse, como si estuviera luchando contra algo más fuerte que su deseo.Algo más profundo.Algo peligroso.Se mordió el labio, sintiendo un cosquilleo de anticipación recorrer su cuerpo. Si eso había sido solo el principio, ¿qué pasaría cuando él dejara de contener
La mañana en la oficina se sentía distinta. El aire estaba cargado de una tensión espesa, casi sofocante. Algunos empleados lo notaban, murmurando en los pasillos sobre el humor de Gabriel Blackwood, pero solo unos pocos se atreverían a especular sobre la razón.Gabriel había llegado temprano, como siempre, pero su expresión era más sombría de lo habitual. Sus movimientos eran precisos, fríos, y cualquiera que se cruzara con su mirada sentía un escalofrío recorrerle la espalda. No dirigió más de un par de palabras a nadie antes de convocar a Stephanie a su despacho.Ella entró con el mentón en alto, fingiendo una seguridad que no sentía del todo. Cerró la puerta tras de sí y esperó.—Siéntate —ordenó Gabriel sin mirarla, sus ojos clavados en unos documentos que parecían de suma importancia. Stephanie obedeció, cruzando las piernas con elegancia.—¿Puedo saber de qué se trata esto, señor Blackwood?Gabriel alzó la mirada y sus ojos gélidos perforaron los de ella.—Sabes perfectamente d
Al inicio de ese día,Oriana despertó con la respiración entrecortada, su piel ardiendo bajo las sábanas. El sueño aún vibraba en su mente, superponiéndose con la realidad como si su alma estuviera reviviendo algo que nunca olvidó. Había sentido sus labios, la calidez de su cuerpo contra el suyo, pero no era solo el Gabriel que conocía ahora… era él en otra época, otro tiempo. Un recuerdo que no podía haber vivido, pero que ardía en su sangre como si fuera suyo.En su sueño, Oriana veía los campos dorados de trigo ondeando al viento, la brisa fresca de la tarde envolviéndola mientras observaba a lo lejos la figura de Gabriel, desmontando de su caballo. Su regreso al campo no había pasado desapercibido; sus padres ya la habían advertido la última vez.—Ese hombre solo te busca para saciar sus deseos —le había dicho su madre con severidad, mientras amasaba el pan. Su padre solo gruñó, sin mirarla, pero su silencio fue aún más lapidario.Pero Oriana no podía creerlo. Gabriel no era así.
Oriana llegó a la oficina con el corazón latiendo con fuerza. Aún sentía el calor del sueño en su piel, la sensación de los labios de Gabriel sobre los suyos, tanto en su vida actual como en aquella que apenas comenzaba a recordar. Pero en cuanto puso un pie dentro del edificio, la frialdad del ambiente la golpeó como un muro de hielo.Las miradas de sus compañeros no eran amables. Había susurros a su paso, conversaciones que se detenían abruptamente cuando ella pasaba junto a los escritorios. Había trabajado allí el tiempo suficiente como para notar la diferencia. No era una paranoia suya, el aire estaba cargado de hostilidad.—Buenos días, Oriana —saludó Anita con su usual calidez, pero la tensión en su mandíbula la delataba. También lo notaba.Oriana suspiró y le devolvió la sonrisa, pero antes de que pudiera decir nada, Stephanie apareció con una expresión gélida en el rostro. Su presencia parecía oscurecer el ambiente, como si la luz misma se replegara ante ella.—Vaya, mira quié