El silencio dentro del auto de Gabriel era sofocante. Apenas unos minutos antes, sus bocas se habían devorado con una desesperación que amenazaba con consumirlos, pero ahora, él tenía las manos firmes en el volante, la mandíbula apretada y la mirada fija en la calle.Oriana, aún respirando agitadamente, miraba la silueta tensa de Gabriel bajo la luz tenue de las farolas. Su mente era un caos. El deseo aún ardía en su piel, en sus labios, en la forma en que su cuerpo temblaba con la necesidad insatisfecha.Cuando el auto se detuvo frente a su departamento, ella no pudo contenerse más.—¿Te arrepientes? —preguntó en voz baja, sus dedos jugueteando con el borde de su falda.Gabriel cerró los ojos por un segundo, como si necesitara recomponerse. Luego giró el rostro hacia ella, y lo que Oriana vio en su mirada la dejó sin aliento.No era arrepentimiento. Era hambre.—No —su voz salió grave, cargada de emoción contenida—. No tienes idea de cuánto te deseo.El corazón de Oriana se aceleró.
Oriana se dejó caer en su cama, el pecho subiendo y bajando rápidamente mientras intentaba recuperar el aliento. No podía borrar la sensación de los labios de Gabriel sobre los suyos, la forma en que sus manos la habían sujetado con desesperación, como si estuviera a punto de perderla de nuevo.Se llevó los dedos a los labios, sintiendo aún la presión de su boca.La risa de la señora Matilde todavía resonaba en su cabeza, pero no podía opacar lo que realmente importaba.Gabriel la había besado. Y no de cualquier manera. No había sido un beso dulce ni contenido. Había sido una declaración de necesidad, de hambre contenida por demasiado tiempo.Un escalofrío la recorrió cuando recordó la forma en que él se había tensado al detenerse, como si estuviera luchando contra algo más fuerte que su deseo.Algo más profundo.Algo peligroso.Se mordió el labio, sintiendo un cosquilleo de anticipación recorrer su cuerpo. Si eso había sido solo el principio, ¿qué pasaría cuando él dejara de contener
La mañana en la oficina se sentía distinta. El aire estaba cargado de una tensión espesa, casi sofocante. Algunos empleados lo notaban, murmurando en los pasillos sobre el humor de Gabriel Blackwood, pero solo unos pocos se atreverían a especular sobre la razón.Gabriel había llegado temprano, como siempre, pero su expresión era más sombría de lo habitual. Sus movimientos eran precisos, fríos, y cualquiera que se cruzara con su mirada sentía un escalofrío recorrerle la espalda. No dirigió más de un par de palabras a nadie antes de convocar a Stephanie a su despacho.Ella entró con el mentón en alto, fingiendo una seguridad que no sentía del todo. Cerró la puerta tras de sí y esperó.—Siéntate —ordenó Gabriel sin mirarla, sus ojos clavados en unos documentos que parecían de suma importancia. Stephanie obedeció, cruzando las piernas con elegancia.—¿Puedo saber de qué se trata esto, señor Blackwood?Gabriel alzó la mirada y sus ojos gélidos perforaron los de ella.—Sabes perfectamente d
Al inicio de ese día,Oriana despertó con la respiración entrecortada, su piel ardiendo bajo las sábanas. El sueño aún vibraba en su mente, superponiéndose con la realidad como si su alma estuviera reviviendo algo que nunca olvidó. Había sentido sus labios, la calidez de su cuerpo contra el suyo, pero no era solo el Gabriel que conocía ahora… era él en otra época, otro tiempo. Un recuerdo que no podía haber vivido, pero que ardía en su sangre como si fuera suyo.En su sueño, Oriana veía los campos dorados de trigo ondeando al viento, la brisa fresca de la tarde envolviéndola mientras observaba a lo lejos la figura de Gabriel, desmontando de su caballo. Su regreso al campo no había pasado desapercibido; sus padres ya la habían advertido la última vez.—Ese hombre solo te busca para saciar sus deseos —le había dicho su madre con severidad, mientras amasaba el pan. Su padre solo gruñó, sin mirarla, pero su silencio fue aún más lapidario.Pero Oriana no podía creerlo. Gabriel no era así.
Oriana llegó a la oficina con el corazón latiendo con fuerza. Aún sentía el calor del sueño en su piel, la sensación de los labios de Gabriel sobre los suyos, tanto en su vida actual como en aquella que apenas comenzaba a recordar. Pero en cuanto puso un pie dentro del edificio, la frialdad del ambiente la golpeó como un muro de hielo.Las miradas de sus compañeros no eran amables. Había susurros a su paso, conversaciones que se detenían abruptamente cuando ella pasaba junto a los escritorios. Había trabajado allí el tiempo suficiente como para notar la diferencia. No era una paranoia suya, el aire estaba cargado de hostilidad.—Buenos días, Oriana —saludó Anita con su usual calidez, pero la tensión en su mandíbula la delataba. También lo notaba.Oriana suspiró y le devolvió la sonrisa, pero antes de que pudiera decir nada, Stephanie apareció con una expresión gélida en el rostro. Su presencia parecía oscurecer el ambiente, como si la luz misma se replegara ante ella.—Vaya, mira quié
El día comenzó con una tensión palpable entre Oriana y Gabriel. Desde que había llegado a la oficina, él se había mostrado más distante de lo habitual. Apenas la miraba y se limitaba a darle instrucciones sobre un proyecto en curso sin mencionar lo ocurrido el día anterior.Finalmente, al final de la mañana, Gabriel llamó a Oriana a su oficina. Ella entró con el corazón latiendo con fuerza, esperando alguna explicación.—Tengo que viajar unos días —dijo él, con el rostro impenetrable.Oriana sintió un nudo en el estómago. No esperaba que se alejara después de lo que había pasado entre ellos.—Oh... —murmuró, sin saber qué decir.Gabriel se pasó una mano por el cabello, frustrado. Estaba luchando consigo mismo, buscando las palabras correctas.—Sobre lo de ayer.. Me arrepiento —soltó, y las palabras golpearon a Oriana como un balde de agua fría.Ella sintió que el corazón se le encogía.—¿Por qué? —preguntó en voz baja, sin poder evitar que la herida se filtrara en su tono.Gabriel cer
Oriana aún sentía los efectos del alcohol cuando despertó en su cama. No recordaba cómo había llegado exactamente, pero por lo menos no tenía resaca. Sus pensamientos la llevaron de inmediato a la noche anterior, al inesperado encuentro con Ethan Crawford. Había pasado tanto tiempo desde la última vez que lo vio que casi no lo reconoció. Pero él la reconoció de inmediato, con su sonrisa confiada y su mirada penetrante.Se levantó con lentitud, sintiendo una punzada de nostalgia al recordar cómo se habían conocido. Todo había comenzado en la universidad. Ella, una estudiante aplicada de seguridad informática, y él, un carismático futuro abogado con ambiciones desmedidas. Se habían cruzado en la biblioteca cuando Oriana buscaba un libro de ciberseguridad. Ethan, con su don de la palabra, le había recomendado uno diferente y así comenzó su historia. Durante meses salieron juntos, compartieron risas, debates acalorados y momentos de dulzura. Sin embargo, sus caminos tomaron rumbos distint
Oriana intentó concentrarse en su trabajo, pero su mente volvía una y otra vez a la conversación con Anita. Ethan había reaparecido en su vida de la nada y, para su sorpresa, su presencia la afectaba más de lo que esperaba. Justo cuando se acomodaba en su silla con un café en mano, su celular vibró sobre el escritorio.Ethan Crawford: “Voy a estar cerca de tu oficina en un rato. ¿Te gustaría almorzar juntos?”Leyó el mensaje varias veces. No estaba segura de si era una buena idea, pero antes de poder analizarlo demasiado, sus dedos ya estaban respondiendo.Oriana Hart: “Está bien, te veo a las 13:00 en la entrada.”Apenas envió el mensaje, sintió un nudo en el estómago. ¿Qué estaba haciendo? Su relación con Gabriel era un enigma, pero eso no significaba que debía buscar distracción en el pasado. No obstante, una parte de ella quería entender por qué Ethan había vuelto.Cuando llegó la hora del almuerzo, caminó hacia la recepción con cierta inquietud. Apenas cruzó la puerta, sintió las