La luz de la luna se filtraba suavemente por las ventanas del viejo granero, iluminando las vigas de madera desgastada y los sacos de grano apilados en un rincón. Oriana escuchaba su propia respiración entrecortada, mientras las cálidas manos de Gabriel recorrían su rostro con una devoción que le erizaba la piel. Cada gesto era pausado y reverente, como si en cada caricia él quisiera grabar su imagen en la memoria del tiempo.
—Te amo —murmuró él, su voz ronca, cargada de una emoción que parecía contener siglos.
Ella no pudo articular respuesta. Su garganta se había contraído en un nudo de emociones y su cuerpo temblaba bajo el peso de un amor que parecía salido de un sueño largamente anhelado. Con una mezcla de urgencia y ternura, Gabriel bajó sus labios hasta el cuello de Oriana, dejando un rastro ardiente que provocó un gemido en lo más profundo de su ser. Sus dedos, hábiles y pacientes, exploraron cada centímetro de su piel, exceptuando el delicado collar que siempre la acompañaba y que, irónicamente, parecía ser un testigo silencioso de su pasión.
Cuando sus manos se aventuraron a descubrir lo prohibido, Oriana sintió que el mundo iba a explotar de placer. Gabriel trazó lentos círculos sobre su clítoris, despertando sensaciones desconocidas, y cuando insertó un dedo entre sus húmedas paredes, ella se rindió a un torrente de gemidos que llenó el silencio del granero.
En el instante en que sus labios se volvieron a encontrar, el tiempo pareció detenerse. Gabriel la besaba con la intensidad de quien teme que el instante se esfume, y sus manos dibujaban rutas invisibles sobre su piel. Los cuerpos se movían al unísono, en una danza tan antigua como el destino, donde cada caricia y susurro prometía un amor eterno. Oriana se entregó por completo, dejándose envolver por un deseo que trascendía límites.
Los dedos de Gabriel continuaron deslizándose, hasta encontrar aquella calidez que ambos buscaban con desesperación. Un jadeo se escapó de sus labios al sentir que él se convertía en su complemento, su miembro encontrando su lugar natural entre sus piernas. La sinfonía del placer se intensificaba con cada roce, mientras sus labios se posaban en los pechos de Oriana con una devoción que parecía redimir viejas penas. Sus gemidos resonaban por todo el granero, fusionándose con el susurro del viento entre las hojas.
—No hay vuelta atrás después de esta noche —susurró Gabriel, su aliento cálido rozando el oído de ella.
—No quiero volver atrás —respondió Oriana con una convicción nueva, aferrándose a él mientras sus uñas dibujaban una sutil marca en su piel. En ese instante, la pasión y el amor se fundían en un torbellino que desafiaba al tiempo.
Pero cuando el clímax parecía inminente, una extraña frialdad recorrió su cuerpo. Primero fue un escalofrío imperceptible, luego se intensificó, invadiendo cada fibra de su ser. Su respiración se volvió errática, y la visión se le nubló.
—Gabriel… algo… algo no está bien —balbuceó con dificultad.
Él se detuvo de inmediato, el pánico surcando su rostro.
—¿Qué sucede? ¿Te hice daño?
Oriana intentó responder, pero las palabras se ahogaron en su garganta. Un dolor punzante se apoderó de su pecho, como si una fuerza invisible lo comprimiera, mientras un amargo sabor invadía su boca.
—No… no, Oriana, quédate conmigo —suplicó Gabriel, sosteniéndola con delicadeza mientras trataba de arroparla contra su pecho.
El frío se intensificó, y aunque ella trató de aferrarse a su rostro, a sus ojos llenos de lágrimas, la certeza de la inminente pérdida la invadió.
—No… te… olvides… de mí —murmuró con un hilo de voz, antes de que la luz se desvaneciera en su interior.
El grito desesperado de Gabriel llenó el granero mientras el amor de su vida se desvanecía en sus brazos, llevándose consigo la calidez de la existencia.
Días después, la verdad emergió de las sombras. “ELLA”, con una risa amarga y perturbadora, confesó el veneno que había inyectado en Oriana; un veneno mortal que se activaba con las emociones intensas, diseñado para destruir lo que Gabriel más amaba y condenarlo a un dolor sin fin.
Desde aquel fatídico instante, Gabriel juró buscarla sin importar el tiempo ni el costo.
Oriana Hart despertó de golpe, el corazón latiendo con fuerza mientras el sudor perlaba su frente. La luz del sol se filtraba por las cortinas de su pequeña habitación. Al llevarse las manos al pecho, sintió el eco de la angustia que había vivido en su sueño, una pesadilla recurrente que había marcado su existencia durante años. Esa escena, aquel hombre y aquella tragedia parecían ser parte de un pasado del que nunca podía desprenderse por completo.
Miró el reloj de su celular en la mesita de noche. Era su primer día en la nueva oficina y no podía permitirse llegar tarde. Sacudiendo la cabeza para despejar los restos de la pesadilla, se convenció de que ese era su presente: un nuevo comienzo, una oportunidad para dejar atrás las sombras del pasado.
Sin imaginarla, el hombre de sus sueños —y de su pasado— la esperaba, a la vera de un destino del que ella aún no era consciente.
La entrada principal de Blackwood Enterprises era un monumento a la modernidad y la opulencia. Las puertas automáticas se abrían con un suave zumbido, revelando un vestíbulo amplio cuyos muros de vidrio dispersaban la luz del sol en destellos caleidoscópicos. Con techos altos, lámparas colgantes de diseño minimalista y una recepción de mármol blanco, Oriana se sintió diminuta y, por momentos, fuera de lugar.El murmullo de teclados, las conversaciones en voz baja y el sonido de pasos sobre el piso pulido se entrelazaban en una sinfonía corporativa casi hipnotizante.Ajustándose el bolso al hombro, Oriana se dirigió al mostrador de recepción, donde una joven de gafas y sonrisa profesional le indicó el camino hacia la sala de espera. Allí, la esperaba Anita Lane, responsable de Recursos Humanos y su contacto desde el inicio del proceso.—¡Señorita Hart! —exclamó Anita, levantándose para estrecharle la mano con firmeza.—Por favor, llámame Oriana —respondió ella, devolviendo la sonrisa c
En el sueño…El campo estaba bañado por la luz dorada del sol. La brisa suave hacía que el trigo bailara al compás del viento, mientras Oriana, con sus manos ásperas y marcadas por el trabajo, ajustaba el pañuelo que protegía su cabeza. Sus ojos verdes recorrían el horizonte, buscando distraerse de la monotonía de la cosecha.Fue entonces cuando lo vio.A caballo, con una postura regia y elegante, un hombre inspeccionaba las tierras acompañado por dos soldados que mantenían la distancia detrás de él. Su cabello rubio y corto brillaba al sol, y su semblante era serio, pero había algo en su forma de observar todo a su alrededor que lo hacía parecer diferente a otros nobles que Oriana había visto antes.Ella sintió su corazón acelerarse. Era consciente de que no debía mirarlo directamente; los hombres como él no se mezclaban con personas como ella. Sin embargo, cuando intentó apartar la vista, fue incapaz. Algo en su interior le rogaba que lo siguiera observando, aunque fuera por un segu
El bullicio de la oficina se fue disipando a medida que el reloj avanzaba hacia el mediodía. Oriana estaba sentada frente a su computadora, afinando los últimos detalles de la presentación destinada a un importante cliente internacional. Mientras tanto, Gabriel permanecía en su oficina, aunque en esta ocasión había insistido en trabajar junto a ella, revisando cada punto con una atención casi obsesiva.—Asegúrate de que las proyecciones se alineen con las expectativas de los inversores —indicó Gabriel, inclinándose sobre su escritorio con voz firme. Su presencia imponente siempre lograba intimidarla, aunque también despertaba en ella sentimientos difíciles de explicar.Oriana asintió y se dedicó a ajustar algunos gráficos en su laptop. Pero a medida que revisaba los datos, una sensación extraña comenzó a recorrerla, como si algo en su interior gritara una advertencia inconfundible.—Espera —murmuró, deteniéndose frente a una diapositiva en particular.Gabriel alzó una ceja, intrigado.
La oficina de Gabriel era un santuario de silencio y orden, pero aquella tarde, el ambiente estaba impregnado de tensión. En su correo personal había un mensaje que había ignorado hasta ahora,de una presencia que, implacable, siempre encontraba la forma de colarse en su vida. "Ella" había regresado.Gabriel cerró los ojos, permitiendo que su mente se sumergiera en recuerdos que había deseado olvidar. La imagen de "ella" era imborrable: su cabello oscuro como la noche, ojos penetrantes llenos de secretos y una sonrisa que prometía todo y, a la vez, lo negaba. "Ella" no había sido siempre así; en otro tiempo, algo más inocente se había atisbado en su mirada, pero el poder oscuro que la había reclamado la había transformado, alimentando una obsesión que lo perseguía desde hacía siglos.—Gabriel, mi único amor. Nadie más puede tenerte. El destino lo ha decidido, y no puedes escapar de mí —había resonado en su memoria la última vez que se enfrentaron, en un tono que oscilaba entre súplica
Gabriel se quedó en su despacho mucho después de que Oriana se fuera. La visita de "ella" había removido capas de recuerdos que había intentado enterrar. Caminó lentamente hacia la ventana, donde las luces de la ciudad brillaban como diminutas estrellas, pero no le ofrecían consuelo. Su mente estaba atrapada en el pasado.La había conocido en un baile, presentado por las familias que buscaban alianzas provechosas. Gabriel, el único heredero del ducado más poderoso de la región, era un objetivo codiciado para las jóvenes nobles. "Ella" era la hija de una familia adinerada, con un linaje impecable y una reputación intachable, al menos de puertas para afuera.Gabriel no le prestó mucha atención. Era unos años más joven que él, con ojos llenos de ensoñación que lo seguían a donde fuera, pero nunca dijo mucho en su presencia. Para Gabriel, "ella" era una figura periférica, alguien que estaba allí porque debía estarlo. Recordaba sus conversaciones superficiales, sus intentos torpes de agrad
El viento gélido azotaba la ventana de su imponente habitación, una estancia que, a pesar de los lujos acumulados durante siglos, seguía sintiéndose vacía. Ella estaba allí, sentada frente a un espejo de marco dorado que alguna vez perteneció a una reina olvidada, acariciando un anillo antiguo que destellaba con una luz inquietante. No era solo un objeto; era su ancla al poder que la definía.La herencia de su madre.Su madre, una mujer que había irrumpido en la nobleza con una ferocidad que nadie pudo desafiar, había sido su primera lección en lo que el poder podía otorgar y también arrebatar. Llegó con papeles, palabras dulces y un carisma que enmascaraba la oscuridad que realmente portaba. Con hechizos susurrados al oído de hombres influyentes, consiguió que su apellido fuera aceptado en círculos que jamás les hubieran abierto las puertas. Pero lo que los demás no sabían, y que ella entendió con el tiempo, era que cada gesto, cada caricia y cada mirada de su madre estaban impregnad
La noche envolvía la ciudad en un manto de luces intermitentes y sombras alargadas. En un bar elegante del distrito financiero, Gabriel se hallaba sentado en una mesa apartada, con un trago apenas probado en la mano. Aunque sus acompañantes intentaban entablar una conversación de negocios, su mente vagaba lejos, centrada en Oriana: en su risa tímida, en la intensidad de sus ojos, en cómo su sola presencia parecía disipar la oscuridad que habitaba en él.Ella había vuelto, reavivando la chispa de una vida que durante siglos creyó extinguida. Sin embargo, esa chispa venía acompañada de un temor profundo: el miedo a que el destino cruel volviera a interponerse entre ellos.Fue en ese preciso instante cuando la vio entrar.La figura de la mujer resultó inmediatamente llamativa. Vestida con un elegante atuendo que parecía diseñado para captar todas las miradas, su presencia contrastaba con la sobriedad del lugar. Sus pasos eran deliberados, su sonrisa, cuidadosamente ensayada. Gabriel no a
Gabriel cerró la puerta de su penthouse y se dejó caer en el sillón más cercano, exhausto no tanto por el largo día, sino por el peso de sus pensamientos. La mujer del bar... algo en ella había encendido todas las alarmas de su instinto. Su mirada, sus gestos, incluso su voz tenían un matiz inquietante, como si la sombra de un recuerdo perdido se escondiera detrás de cada palabra.Sabía que no era coincidencia. No podía serlo. Había algo oscuro y familiar en esa presencia, una conexión invisible que lo llevó a pensar en ella, la bruja que le había robado su vida siglos atrás y que ahora volvia a estar tan presente como siglos atras.Cerró los ojos e inhaló profundamente, intentando calmar la tormenta en su mente. En su interior, un presentimiento ardía con fuerza: esa mujer estaba vinculada a ella. Pero ¿cómo? ¿Era un truco más, otra de las manipulaciones de su magia? ¿O simplemente un peón en un juego más grande que no lograba comprender?No confiaba en las mujeres, no después de tan