En el sueño…
El campo estaba bañado por la luz dorada del sol. La brisa suave hacía que el trigo bailara al compás del viento, mientras Oriana, con sus manos ásperas y marcadas por el trabajo, ajustaba el pañuelo que protegía su cabeza. Sus ojos verdes recorrían el horizonte, buscando distraerse de la monotonía de la cosecha.
Fue entonces cuando lo vio.
A caballo, con una postura regia y elegante, un hombre inspeccionaba las tierras acompañado por dos soldados que mantenían la distancia detrás de él. Su cabello rubio y corto brillaba al sol, y su semblante era serio, pero había algo en su forma de observar todo a su alrededor que lo hacía parecer diferente a otros nobles que Oriana había visto antes.
Ella sintió su corazón acelerarse. Era consciente de que no debía mirarlo directamente; los hombres como él no se mezclaban con personas como ella. Sin embargo, cuando intentó apartar la vista, fue incapaz. Algo en su interior le rogaba que lo siguiera observando, aunque fuera por un segundo más. Gabriel sintió su mirada incluso antes de verla. Cuando sus ojos se posaron en ella, algo se detuvo dentro de él.No era solo su rostro, delicado pero lleno de vida, ni la forma en que su cabello castaño, largo hasta la cintura, parecía reflejar la luz del sol. Había algo más: una chispa, una fuerza inexplicable que lo hizo detener su caballo.
—¿Quién es ella? —preguntó en voz baja al soldado más cercano, sin apartar la vista de Oriana.
—Una campesina, mi señor. Trabaja en estas tierras desde que era niña.
Gabriel asintió, pero no dijo nada más. Durante unos instantes que parecieron eternos, ambos se quedaron mirándose, separados por la distancia, hasta que Oriana, consciente de que su familia podría regañarla por detenerse, desvió la mirada y continuó trabajando.
Pero desde ese momento, Gabriel supo que tenía que volver.
Oriana despertó sobresaltada, el pecho aún acelerado como si acabara de correr una maratón. La claridad del sueño la perseguía: los trigales, el sol, aquella figura del hombre. Sin embargo, su rostro se le escapaba, como si el sueño se burlara de ella entregándole solo fragmentos de una historia más grande.
Se levantó tambaleante, apoyándose en el marco de la cama, mientras se llevaba la mano a la frente intentando recomponer sus pensamientos. "¿Por qué estos sueños?", se preguntó en silencio. Mientras se vestía para su segundo día en Blackwood Enterprises, dudó brevemente sobre su elección de ropa, insegura de qué imagen debía proyectar en un entorno tan cargado de enigmas. Finalmente, optó por un atuendo profesional pero cómodo, complementado con su simple pero hermoso collar antiguo en forma de medialuna, un objeto que parecía resonar con un eco del pasado.
Ya en la oficina, la tensión del día anterior aún se respiraba en el ambiente. Los murmullos en los pasillos se silenciaban a su paso y las miradas furtivas de algunos empleados confirmaban lo que Anita le había mencionado: Oriana era el centro de conversación.
No tardó en encontrar a Stephanie, quien la interceptó con tono cortante:
—Señorita Hart, el señor Blackwood la espera en la sala de reuniones.
"¿Ya? Apenas llegué", pensó Oriana, pero solo pudo asentir mientras se dirigía al lugar indicado.
Al entrar en la sala, sus ojos se posaron en Gabriel, quien se encontraba junto a una pantalla holográfica revisando datos. Su presencia llenaba el espacio: una figura imponente y, a la vez, enigmática. Aunque su rostro permanecía inexpresivo, Oriana notó el sutil giro de su cabeza al percatarse de su entrada, como si hubiera estado aguardando ese preciso instante.
—Buenos días, señor Blackwood —saludó ella, manteniendo un tono respetuoso.
Gabriel la observó fijamente durante unos segundos, y luego esbozó una leve sonrisa mientras respondía:
—Buenos días, señorita Hart. Por favor, siéntese.
Durante la reunión, mientras Gabriel delineaba las estrategias y objetivos del proyecto, Oriana se sintió hipnotizada por la cadencia de su voz y la precisión de cada palabra. Sin embargo, lo que más la desconcertaba era la persistente sensación de familiaridad, como si lo hubiera conocido de algún lugar lejano en el tiempo.
"Esos ojos..." pensó, luchando por ignorar el eco del sueño. Cada vez que sus miradas se cruzaban, el tiempo parecía detenerse, y la imagen dorada del campo volvía a inundar su mente, dejándola inquieta y, a la vez, anhelante.
Al concluir la reunión, Gabriel permaneció solo en la sala. Sus dedos tamborileaban sobre la superficie de la mesa mientras su mente vagaba hacia recuerdos de otros tiempos. Había algo en Oriana, en su porte sereno y su mirada inquisitiva, que le resultaba profundamente familiar. La reconocía: era la misma mujer que había amado y perdido a lo largo de tantas vidas.
—Es ella, pero… ¿lo sabe? —se preguntó en silencio, atormentado por la posibilidad de que tras siglos de búsqueda, el destino finalmente le había otorgado una segunda oportunidad. Sin embargo, el miedo de que el pasado volviera a destruir lo poco que quedaba de redención lo mantenía en vilo.
Cerrando los ojos, Gabriel exhaló lentamente. Esta vez, no podía permitirse cometer errores. Debía protegerla, aun si eso significaba mantenerla a cierta distancia hasta estar seguro de que el peso de sus antiguas maldiciones no los alcanzaría de nuevo.
Desde el otro lado de la puerta entreabierta, Oriana observaba a Gabriel sin ser vista. No captaba las palabras que él se repetía en silencio, pero sentía en el ambiente una carga de incertidumbre y añoranza, como si ambos estuvieran a punto de cruzar un umbral que cambiaría sus vidas para siempre. Algo estaba a punto de transformarse, y, sin saberlo, ella era parte del destino que ambos anhelaban y temían.
El bullicio de la oficina se fue disipando a medida que el reloj avanzaba hacia el mediodía. Oriana estaba sentada frente a su computadora, afinando los últimos detalles de la presentación destinada a un importante cliente internacional. Mientras tanto, Gabriel permanecía en su oficina, aunque en esta ocasión había insistido en trabajar junto a ella, revisando cada punto con una atención casi obsesiva.—Asegúrate de que las proyecciones se alineen con las expectativas de los inversores —indicó Gabriel, inclinándose sobre su escritorio con voz firme. Su presencia imponente siempre lograba intimidarla, aunque también despertaba en ella sentimientos difíciles de explicar.Oriana asintió y se dedicó a ajustar algunos gráficos en su laptop. Pero a medida que revisaba los datos, una sensación extraña comenzó a recorrerla, como si algo en su interior gritara una advertencia inconfundible.—Espera —murmuró, deteniéndose frente a una diapositiva en particular.Gabriel alzó una ceja, intrigado.
La oficina de Gabriel era un santuario de silencio y orden, pero aquella tarde, el ambiente estaba impregnado de tensión. En su correo personal había un mensaje que había ignorado hasta ahora,de una presencia que, implacable, siempre encontraba la forma de colarse en su vida. "Ella" había regresado.Gabriel cerró los ojos, permitiendo que su mente se sumergiera en recuerdos que había deseado olvidar. La imagen de "ella" era imborrable: su cabello oscuro como la noche, ojos penetrantes llenos de secretos y una sonrisa que prometía todo y, a la vez, lo negaba. "Ella" no había sido siempre así; en otro tiempo, algo más inocente se había atisbado en su mirada, pero el poder oscuro que la había reclamado la había transformado, alimentando una obsesión que lo perseguía desde hacía siglos.—Gabriel, mi único amor. Nadie más puede tenerte. El destino lo ha decidido, y no puedes escapar de mí —había resonado en su memoria la última vez que se enfrentaron, en un tono que oscilaba entre súplica
Gabriel se quedó en su despacho mucho después de que Oriana se fuera. La visita de "ella" había removido capas de recuerdos que había intentado enterrar. Caminó lentamente hacia la ventana, donde las luces de la ciudad brillaban como diminutas estrellas, pero no le ofrecían consuelo. Su mente estaba atrapada en el pasado.La había conocido en un baile, presentado por las familias que buscaban alianzas provechosas. Gabriel, el único heredero del ducado más poderoso de la región, era un objetivo codiciado para las jóvenes nobles. "Ella" era la hija de una familia adinerada, con un linaje impecable y una reputación intachable, al menos de puertas para afuera.Gabriel no le prestó mucha atención. Era unos años más joven que él, con ojos llenos de ensoñación que lo seguían a donde fuera, pero nunca dijo mucho en su presencia. Para Gabriel, "ella" era una figura periférica, alguien que estaba allí porque debía estarlo. Recordaba sus conversaciones superficiales, sus intentos torpes de agrad
El viento gélido azotaba la ventana de su imponente habitación, una estancia que, a pesar de los lujos acumulados durante siglos, seguía sintiéndose vacía. Ella estaba allí, sentada frente a un espejo de marco dorado que alguna vez perteneció a una reina olvidada, acariciando un anillo antiguo que destellaba con una luz inquietante. No era solo un objeto; era su ancla al poder que la definía.La herencia de su madre.Su madre, una mujer que había irrumpido en la nobleza con una ferocidad que nadie pudo desafiar, había sido su primera lección en lo que el poder podía otorgar y también arrebatar. Llegó con papeles, palabras dulces y un carisma que enmascaraba la oscuridad que realmente portaba. Con hechizos susurrados al oído de hombres influyentes, consiguió que su apellido fuera aceptado en círculos que jamás les hubieran abierto las puertas. Pero lo que los demás no sabían, y que ella entendió con el tiempo, era que cada gesto, cada caricia y cada mirada de su madre estaban impregnad
La noche envolvía la ciudad en un manto de luces intermitentes y sombras alargadas. En un bar elegante del distrito financiero, Gabriel se hallaba sentado en una mesa apartada, con un trago apenas probado en la mano. Aunque sus acompañantes intentaban entablar una conversación de negocios, su mente vagaba lejos, centrada en Oriana: en su risa tímida, en la intensidad de sus ojos, en cómo su sola presencia parecía disipar la oscuridad que habitaba en él.Ella había vuelto, reavivando la chispa de una vida que durante siglos creyó extinguida. Sin embargo, esa chispa venía acompañada de un temor profundo: el miedo a que el destino cruel volviera a interponerse entre ellos.Fue en ese preciso instante cuando la vio entrar.La figura de la mujer resultó inmediatamente llamativa. Vestida con un elegante atuendo que parecía diseñado para captar todas las miradas, su presencia contrastaba con la sobriedad del lugar. Sus pasos eran deliberados, su sonrisa, cuidadosamente ensayada. Gabriel no a
Gabriel cerró la puerta de su penthouse y se dejó caer en el sillón más cercano, exhausto no tanto por el largo día, sino por el peso de sus pensamientos. La mujer del bar... algo en ella había encendido todas las alarmas de su instinto. Su mirada, sus gestos, incluso su voz tenían un matiz inquietante, como si la sombra de un recuerdo perdido se escondiera detrás de cada palabra.Sabía que no era coincidencia. No podía serlo. Había algo oscuro y familiar en esa presencia, una conexión invisible que lo llevó a pensar en ella, la bruja que le había robado su vida siglos atrás y que ahora volvia a estar tan presente como siglos atras.Cerró los ojos e inhaló profundamente, intentando calmar la tormenta en su mente. En su interior, un presentimiento ardía con fuerza: esa mujer estaba vinculada a ella. Pero ¿cómo? ¿Era un truco más, otra de las manipulaciones de su magia? ¿O simplemente un peón en un juego más grande que no lograba comprender?No confiaba en las mujeres, no después de tan
Oriana se encontraba en su pequeño apartamento, rodeada por una mezcla de silencio y el sonido de la lluvia que golpeaba suavemente contra la ventana. Había intentado concentrarse en los informes del trabajo, pero su mente, como tantas veces desde que había conocido a Gabriel, había tomado un rumbo propio. Cerró el archivo en su laptop, se dejó caer en el sofá y permitió que sus pensamientos divagarana lo que habian sid estas ultimas semanas.Desde que él había entrado en su vida, algo en ella había cambiado. Había una conexión profunda, inexplicable, que no podía ignorar. Cuando lo miraba a los ojos, sentía que su alma reconocía algo que su mente aún no comprendía del todo. Y en la soledad de la noche, su imaginación la llevaba a un lugar donde todo lo que sentía podía tomar forma.Lo veía allí, frente a ella, exactamente como lo había visto horas atrás, con su porte elegante y esos ojos oscuros llenos de misterio. En su mente, el aire entre ellos se cargaba de tensión. No importaban
Oriana llegó temprano a la oficina, aún sumida en la confusión de sus pensamientos. Los sueños de la noche anterior la habían dejado desvelada, con la mente atrapada entre imágenes de Gabriel y la figura de un hombre, tan familiar como desconocido. En sus sueños, todo había sido tan vívido, tan real, que ahora, bajo la fría luz de la mañana, se preguntaba si había confundido la imagen de Gabriel con otro recuerdo perdido en el tiempo.El ascensor se abrió y, al llegar a la recepción, se encontró con Stephanie. La secretaria estaba de pie junto a la cafetera, sosteniendo una taza, con una expresión que no dejaba dudas sobre su desagrado.—Buenos días, Stephanie —saludó Oriana, esforzándose por sonar cortés.—Ah, tú. Buenos días —respondió Stephanie, con un tono seco que apenas intentó disimular.Oriana decidió no prestar demasiada atención. Con el tiempo había aprendido a lidiar con las actitudes hostiles; sabía bien que Stephanie no veía con buenos ojos su presencia en la empresa.—¿E