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Capítulo 3: Primer encuentro

En el sueño…

El campo estaba bañado por la luz dorada del sol. La brisa suave hacía que el trigo bailara al compás del viento, mientras Oriana, con sus manos ásperas y marcadas por el trabajo, ajustaba el pañuelo que protegía su cabeza. Sus ojos verdes recorrían el horizonte, buscando distraerse de la monotonía de la cosecha.

Fue entonces cuando lo vio.

A caballo, con una postura regia y elegante, un hombre inspeccionaba las tierras acompañado por dos soldados que mantenían la distancia detrás de él. Su cabello rubio y corto brillaba al sol, y su semblante era serio, pero había algo en su forma de observar todo a su alrededor que lo hacía parecer diferente a otros nobles que Oriana había visto antes.

Ella sintió su corazón acelerarse. Era consciente de que no debía mirarlo directamente; los hombres como él no se mezclaban con personas como ella. Sin embargo, cuando intentó apartar la vista, fue incapaz. Algo en su interior le rogaba que lo siguiera observando, aunque fuera por un segundo más.

Gabriel sintió su mirada incluso antes de verla. Cuando sus ojos se posaron en ella, algo se detuvo dentro de él.

No era solo su rostro, delicado pero lleno de vida, ni la forma en que su cabello castaño, largo hasta la cintura, parecía reflejar la luz del sol. Había algo más: una chispa, una fuerza inexplicable que lo hizo detener su caballo.

—¿Quién es ella? —preguntó en voz baja al soldado más cercano, sin apartar la vista de Oriana.

—Una campesina, mi señor. Trabaja en estas tierras desde que era niña.

Gabriel asintió, pero no dijo nada más. Durante unos instantes que parecieron eternos, ambos se quedaron mirándose, separados por la distancia, hasta que Oriana, consciente de que su familia podría regañarla por detenerse, desvió la mirada y continuó trabajando.

Pero desde ese momento, Gabriel supo que tenía que volver.

Oriana despertó sobresaltada, el pecho aún acelerado como si acabara de correr una maratón. La claridad del sueño la perseguía: los trigales, el sol, aquella figura del hombre. Sin embargo, su rostro se le escapaba, como si el sueño se burlara de ella entregándole solo fragmentos de una historia más grande.

Se levantó tambaleante, apoyándose en el marco de la cama, mientras se llevaba la mano a la frente intentando recomponer sus pensamientos. "¿Por qué estos sueños?", se preguntó en silencio. Mientras se vestía para su segundo día en Blackwood Enterprises, dudó brevemente sobre su elección de ropa, insegura de qué imagen debía proyectar en un entorno tan cargado de enigmas. Finalmente, optó por un atuendo profesional pero cómodo, complementado con su simple pero hermoso collar antiguo en forma de medialuna, un objeto que parecía resonar con un eco del pasado.

Ya en la oficina, la tensión del día anterior aún se respiraba en el ambiente. Los murmullos en los pasillos se silenciaban a su paso y las miradas furtivas de algunos empleados confirmaban lo que Anita le había mencionado: Oriana era el centro de conversación.

No tardó en encontrar a Stephanie, quien la interceptó con tono cortante:

—Señorita Hart, el señor Blackwood la espera en la sala de reuniones.

"¿Ya? Apenas llegué", pensó Oriana, pero solo pudo asentir mientras se dirigía al lugar indicado.

Al entrar en la sala, sus ojos se posaron en Gabriel, quien se encontraba junto a una pantalla holográfica revisando datos. Su presencia llenaba el espacio: una figura imponente y, a la vez, enigmática. Aunque su rostro permanecía inexpresivo, Oriana notó el sutil giro de su cabeza al percatarse de su entrada, como si hubiera estado aguardando ese preciso instante.

—Buenos días, señor Blackwood —saludó ella, manteniendo un tono respetuoso.

Gabriel la observó fijamente durante unos segundos, y luego esbozó una leve sonrisa mientras respondía:

—Buenos días, señorita Hart. Por favor, siéntese.

Durante la reunión, mientras Gabriel delineaba las estrategias y objetivos del proyecto, Oriana se sintió hipnotizada por la cadencia de su voz y la precisión de cada palabra. Sin embargo, lo que más la desconcertaba era la persistente sensación de familiaridad, como si lo hubiera conocido de algún lugar lejano en el tiempo.

"Esos ojos..." pensó, luchando por ignorar el eco del sueño. Cada vez que sus miradas se cruzaban, el tiempo parecía detenerse, y la imagen dorada del campo volvía a inundar su mente, dejándola inquieta y, a la vez, anhelante.

Al concluir la reunión, Gabriel permaneció solo en la sala. Sus dedos tamborileaban sobre la superficie de la mesa mientras su mente vagaba hacia recuerdos de otros tiempos. Había algo en Oriana, en su porte sereno y su mirada inquisitiva, que le resultaba profundamente familiar. La reconocía: era la misma mujer que había amado y perdido a lo largo de tantas vidas.

—Es ella, pero… ¿lo sabe? —se preguntó en silencio, atormentado por la posibilidad de que tras siglos de búsqueda, el destino finalmente le había otorgado una segunda oportunidad. Sin embargo, el miedo de que el pasado volviera a destruir lo poco que quedaba de redención lo mantenía en vilo.

Cerrando los ojos, Gabriel exhaló lentamente. Esta vez, no podía permitirse cometer errores. Debía protegerla, aun si eso significaba mantenerla a cierta distancia hasta estar seguro de que el peso de sus antiguas maldiciones no los alcanzaría de nuevo.

Desde el otro lado de la puerta entreabierta, Oriana observaba a Gabriel sin ser vista. No captaba las palabras que él se repetía en silencio, pero sentía en el ambiente una carga de incertidumbre y añoranza, como si ambos estuvieran a punto de cruzar un umbral que cambiaría sus vidas para siempre. Algo estaba a punto de transformarse, y, sin saberlo, ella era parte del destino que ambos anhelaban y temían.

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