CAPÍTULO 4

Ese día Milena regresaba a casa de la universidad, sin saber qué hacer. Tina tenía tantas asignaciones atrasadas y horas antes un profesor la regañó al final de una clase.

— No es justo, no sabía del trabajo — dijo Milena. — ¡Te cobraré más, cada vez que me regañen por ti, Tina! —, espetó con enojo.

Estaba molesta con su prima y consigo misma. Si no se hubiera dejado convencer, Blas, no la hubiera reconocido, ya no estuviera asistiendo a la universidad por Tina y ahora su ingreso a facultad dependía ciegamente de excompañero del instituto.

Para relajarse después de un pesado día de estudios, decidió darse un baño y después se recostó en su cama.

— Hoy no lo vi — dijo Milena, recordando todo lo sucedido el día anterior y sonrojándose al pensar que esto volvería a pasar. Tocó sus labios y su cuello, evocando los besos de Blas y esas sensaciones que había experimentado por primera vez. Cerró los ojos, rememorando sus caricias en la piel de su cuerpo. — ¿Por qué me gustó tanto? — se preguntó.

En ese instante, Milena cerró los párpados ligeramente ante la presencia de otro fuerte dolor de cabeza. Creyó que era por el estrés debido a las tantas asignaciones pendientes que debía hacer para Tina y el trabajo que Blas le había dado el día anterior. Encogió los hombros en una clara señal de cansancio, recordando que su prima no le había proporcionado ningún libro ni apuntes de los deberes que debía realizar. Después la llamaría para pedirle sus libros, pero ahora solo deseaba descansar.

A la mañana siguiente, Milena se levantó tarde y corrió hacia la ducha. Al salir, pensó en la ropa que debía ponerse. 

— Definitivamente, no me pondré falda — se dijo, porque sabía que ese día lo volvería a ver. Buscó unos jeans y una blusa sin botones; ella no se iba a arriesgar a pasar por lo mismo nuevamente.

Milena se hizo una cola de caballo, tomó sus cosas y salió a toda prisa. Mientras caminaba, revisaba su cuenta bancaria y se dio cuenta de que no le quedaba mucho dinero. Buscó su teléfono móvil y le envió un mensaje a Tina solicitando que le enviara la mitad del dinero que habían pactado. 

— No contemplé que gastaría en pasaje y comida — se dijo, esperando la respuesta de su prima.

En el salón de clases, Milena se encontraba muy distraída. Su mente divagaba entre los numerosos trabajos que debía completar durante el fin de semana. Mientras observaba a Blas explicar otro problema matemático, solo podía pensar en sus besos y caricias. Un rubor se apoderó de sus mejillas. No podía negar que Blas había madurado y ahora era mucho más atractivo.

“Supongo que muchas estudiantes desearían estar en mi lugar”, pensó mientras miraba de reojo a unas alumnas que tomaban una foto a su apuesto profesor.

— ¡Señorita Montes! — la llamó Blas al verla con intenciones de escabullirse como un ratón escurridizo cuando él había culminado su clase. — ¿Tiene alguna pregunta sobre la asignación adicional que le asigné? — preguntó con una pizca de sospecha en su voz.

— ¡No puedo desarrollarlos sin problema! — mintió ella un poco exaltada, tratando de sonar segura de sí misma, aunque su corazón latía con fuerza en su pecho.

— Si los resolvió, ¿por qué no me entrega el trabajo, señorita Montes? — preguntó Blas con severidad.

— No estoy segura de si están correctos y quería revisarlos antes de entregarlos — respondió ella en voz baja, con la cabeza gacha.

— En ese caso, debe entregármelo y yo le indicaré qué problemas necesitan corrección. ¡Entendido! — sentenció Blas con firmeza.

— Sí... — respondió ella con temor, mientras buscaba en su bolso el trabajo sin resolver. Observó cómo los otros estudiantes, que tenían las mismas asignaciones, se lo entregaban a Blas y se marchaban, dejándolos solos.

— Te veo en 15 minutos — dijo él, agarrando los papeles que ella tenía en sus manos y colocándolos junto a los demás antes de retirarse.

— ¿No temes que te descubran, que te aproveches de una alumna? — se preguntó Milena, sola en el gran salón de clases. Su corazón se aceleró, sintiendo el temblor en sus manos al recordar lo que le esperaba.

Antes de dirigirse a su oficina, ella pasó por el comedor y compró unas galletas con un pequeño refresco, lo único que su ajustado presupuesto le permitía. No había desayunado y tenía mucha hambre. Miró su reloj y vio que ya habían pasado los 15 minutos, así que se levantó y corrió hasta la oficina.

Al llegar frente a la puerta, recordó la última vez que estuvo allí, y su rostro se ruborizó al solo pensar en lo que le esperaba. Llena de temor, estuvo a punto de darse la vuelta y retirarse.

— ¡Milena! — Ella se sobresaltó al escuchar su nombre por el pasillo y entró, cerrando la puerta tras de sí. 

— ¡No me llames por mi nombre! — dijo con temor que hubieran escuchado que no era Tina. 

— Te dije que estuvieras aquí en 15 minutos. Tienes que ser puntual. ¡No tengo mucho tiempo libre! — le recrimina, molesto.

"No tendremos mucho tiempo para lo que tú quieres", pensó ella, un poco molesta, pero tratando de analizar si el uso de su nombre era una señal de advertencia.

— Siéntate — le indicó Blas. Ella lo vio caminar y tomar asiento, parpadeando con dudas mientras se sentaba lentamente frente a él.

— ¿Y qué es esto? — preguntó Milena al verlo entregarle un sobre amarillo.

— Estoy al tanto de que ayer debías entregar un trabajo en la asignatura de Cálculos — dijo él. 

— Sí, debía entregar una investigación, pero Tina no me informó — mencionó ella, recordando el regaño del día anterior. 

— En ese sobre está el trabajo completo, también están los deberes de esta y la próxima semana para que vayas adelantando — añadió él.

— ¿Cómo conseguiste todo esto? — preguntó ella. 

— Tengo mis métodos — respondió él, hablando mientras tecleaba rápidamente en su computadora. 

— Gracias — dijo ella con un enorme suspiro. Blas le había quitado un gran peso de encima.

— No trato con mis alumnos, pero supongo que tu prima no te dejó nada — dijo él. Ella asintió y respondió: 

— Es como dices, no me dejó libros ni sus apuntes, y no me informó de sus bajas calificaciones —. 

— Los parciales no están desarrollados por completo, pero tienen el suficiente puntaje para obtener una C; solo debes memorizarlos — le informó.

— ¿Una C? ¿Por qué es tan bajo? — preguntó, sorprendida de que él hubiera conseguido las pruebas también. 

— Si obtienes una A, pensarán que estás haciendo trampa. Tina está casi reprobada, pero se puede salvar, y estoy manteniendo las notas con el puntaje necesario para que no repruebe — explicó él.

— Comprendo, tiene sentido — respondió ella.

— Hay algo más que no sabes. Hay una gira este sábado a las instalaciones de Prever — informó él. 

— ¿Este sábado? — preguntó ella, sorprendida al desconocer esa información también. 

— Sí, debes llevar un suéter. Yo te conseguiré uno. ¿Qué talla eres? — preguntó él. 

— Mediano está bien — respondió ella.

— Mañana, al terminar tu segunda hora, vienes a buscarlo — dijo él. 

— De acuerdo — respondió Milena, bajando la cabeza. 

— No tienes que bajar la cabeza conmigo — agregó él. 

— ¡Está bien! — dijo ella, levantando la cabeza nuevamente. 

— Ya puedes irte, tengo trabajo que hacer — concluyó él.

"¿Puedo irme?" Pensó ella, quedándose unos segundos sentada, creyendo que era una broma. Pero al verlo trabajar, se levantó para marcharse antes de que él cambiara de opinión.

— Te recomiendo que abras el sobre en casa — le indicó Blas mientras ella desaparecía por la puerta.

— Entiendo, me retiro — respondió Milena, cerrando la puerta.

Luego de quedarse solo, Blas dejó de teclear. Los pensamientos de Milena eran ciertos: él estaba por cambiar de opinión y aprovecharse nuevamente de ella. Sin embargo, tenía mucho trabajo pendiente que realizar.

Mientras caminaba por el pasillo, Milena reflexionaba sobre cómo él había podido conseguir todos esos trabajos. Ciertamente, le estaba ayudando a hacer su carga más liviana, pero ¿era parte de su chantaje?

Suspiró con menos estrés. La actitud de Blas le recordaba un suceso del instituto. “Él siempre estaba apartado de todos, era muy atlético, le gustaba jugar al baloncesto y no le interesaba tener novia; las rechazaba, diciendo que era una pérdida de tiempo. Luego recordó cuando él rompió en dos su invitación a la fiesta de su cumpleaños”.

Estos recuerdos fueron reemplazados al instante por un ligero dolor de cabeza. Ella atribuyó este dolor a la falta de alimentos de ese día y al temor constante que sentía por estar haciéndose pasar por su prima.

Al día siguiente, Milena se dirige a su oficina como habían acordado. 

"Esta vez seguro que no me salvo", pensó.

— Puedes pasar — mencionó Blas al escucharla tocar su puerta. Milena asomó su cabeza y lo vio sentado trabajando. Él señaló el costado de la puerta donde había una bolsa de papel. — Ahí está, y no llegues tarde — le advirtió.

— ¡Seguro! ¿A qué hora debo estar aquí? — preguntó ella. 

— Antes de las 10 — respondió él. Ella solo asintió, tomó la bolsa y se retiró inmediatamente.

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