263Isabel estaba nerviosa, tamborileando los dedos contra la mesa mientras esperaba que su abogado terminara de revisar los documentos. Finalmente, él levantó la mirada y habló con calma:—Tengo buenas noticias, señorita Isabel. El señor Callum Rutland no va a presentar cargos en su contra —le cuenta el abogado. Su trabajo fue corto y preciso e igual cobraría.La tensión acumulada en su pecho pareció desvanecerse de golpe. Isabel soltó un suspiro de alivio, aunque su expresión seguía siendo de incredulidad.—¿En serio? ¿No habrá cargos? —preguntó, casi sin creerlo.El abogado asintió con una leve sonrisa.—Así es. El señor Rutland tomó esta decisión y eso simplifica todo el proceso. Ahora solo queda completar unos trámites menores, pero usted está libre de cualquier acusación —dijo el abogado, con su porte serio.Isabel respiró profundamente, como si por fin pudiera llenarse los pulmones de aire. Durante días había temido este momento, y ahora el peso que cargaba en sus hombros
264Arabella miraba con gran deseo a Callum queriendo tenerlo de nuevo encima de él, moviéndose dentro él… todos esos años había aguantado al viejo asqueroso con el recuerdo de Callum y ahora él… él no quería ni verla a los ojos.—Espero no interrumpir, Callum —dijo Arabella con voz suave, casi melosa, mientras caminaba hacia él con la confianza de quien siempre consigue lo que quiere.Callum se tensó al instante. Arabella no era alguien que frecuentara esa parte de la casa, y mucho menos a esas horas.—Arabella —respondió él, dejando el libro sobre la mesa y poniéndose de pie—. ¿Qué haces aquí?Ella sonrió, ignorando por completo su tono frío, y se acercó más.—Me preocupas, Callum. Te he visto tan… estresado últimamente. Pensé que tal vez podría ayudarte a relajarte —ofreció con coquetería, queriendo poner las manos encima de él.Callum arqueó una ceja, retrocediendo un paso.—Estoy bien, gracias —descartó son pestañear.Pero Arabella no se detuvo. Levantó una mano y la desl
265Julieta entró corriendo al hospital, con el corazón latiendo a mil por hora y las manos temblorosas. Apenas cruzó las puertas de la sala de emergencias, su mirada recorrió frenéticamente cada rincón, buscando a Marcelo.—¿Marcelo Davis? —preguntó, casi sin aliento, al acercarse al mostrador de recepción.La enfermera asintió y señaló una puerta al fondo.—Está en la sala de recuperación, pero por favor, mantenga la calma.Julieta apenas escuchó el resto de las palabras. Caminó con pasos rápidos, casi tropezándose en su prisa, hasta que llegó a la habitación indicada. Al abrir la puerta, lo vio.Marcelo estaba recostado en una camilla, con la espalda vendada y el rostro pálido, pero despierto. Tenía ojeras profundas y una expresión de agotamiento, pero al verla entrar, esbozó una leve sonrisa.—¿Qué haces aquí? —preguntó con voz ronca, claramente sorprendido.Julieta soltó un suspiro de alivio al verlo consciente. Sus piernas temblaron y apenas pudo sostenerse en pie. Las lá
266Cuando Julieta despertó, su respiración era errática y su corazón latía con fuerza. El desconocido techo blanco del hospital le hizo sentir una punzada de pánico.—Señora Beaumont, tranquilícese, está a salvo —le dijo una enfermera con voz suave mientras ajustaba los monitores junto a su cama.Julieta intentó sentarse, pero un mareo la obligó a detenerse.—¿Qué pasó? —preguntó con voz temblorosa—. ¿Dónde está Marcelo?—Él está bien, no se preocupe. —La enfermera le dio una sonrisa tranquilizadora—. Está en una habitación cercana.Julieta cerró los ojos y respiró hondo, dejando que las palabras de la enfermera calmaran su mente. No sabía en qué momento Marcelo había pasado de ser solo su guardaespaldas a alguien tan importante, casi como un hermano. Siempre estaba ahí, cuidando su espalda, y el pensamiento de perderlo era más aterrador de lo que podía admitir.Cuando finalmente reunió fuerzas, pidió ver a Marcelo. La enfermera la ayudó a levantarse y caminar hasta su habitaci
267Marcelo observó a Julieta dormida en la cama del hospital, aún bajo los efectos del calmante que el doctor le había administrado a petición suya. Sabía que ella estaba demasiado alterada para seguir con la búsqueda de Maximiliano. La última noticia había sido devastadora: la televisión afirmaba que Maximiliano Hawks había muerto en los escombros de la cárcel. Pero Marcelo no lo creía, no podía. Con Max nunca nada era tan sencillo.Tomando aire, salió del hospital para seguir investigando. Tenía contactos, y si alguien podía averiguar quién había difundido ese rumor, era él. Sin embargo, las llamadas de Anthony Hawks no dejaban de llegar. Marcelo había ignorado las primeras, sabiendo que no tenía respuestas para el anciano, pero al final no tuvo más opción.—¿Muchacho? —la voz de Anthony sonaba firme, con un deje de impaciencia—. Dime qué sabes de mi nieto. No soy de cristal, fui a la guerra, ¿sabes? Sé cómo es este mundo de jodido.Marcelo suspiró, llevando una mano a su frente
268Marcelo estaba decidido a encontrar respuestas. La cárcel, ahora un esqueleto humeante y lleno de escombros, ya no ofrecía pistas visibles. Sabía que quedarse allí sería una pérdida de tiempo, así que ajustó su abrigo y decidió tomar un enfoque más directo. Si Maximiliano no estaba entre los escombros, alguien tenía que saber algo.Con esa determinación, condujo hasta la instalación temporal donde habían reubicado a los reclusos sobrevivientes. Al llegar, su sola presencia imponía respeto. Marcelo era conocido en ciertos círculos, y aunque muchos de esos hombres jamás habían tratado con él directamente, su reputación lo precedía.—Quiero hablar con los que estaban en el ala este el día del accidente —ordenó al oficial encargado con voz firme. —Señor, necesitaré autorización para… —comentó el hombre.Marcelo le lanzó una mirada helada que detuvo cualquier excusa. —¿Necesitas mi autorización para conservar tu trabajo? Porque puedo gestionar eso en minutos —las palabras de M
269Anthony entró con su habitual porte imponente, apoyándose ligeramente en su bastón, pero con la mirada tan firme como siempre. Julieta, al verlo, se irguió de inmediato, aún con los ojos enrojecidos, pero llena de una determinación feroz.—Hija —dijo Anthony con una voz grave pero cargada de ternura—. Marcelo me dijo que estabas aquí, así que vine a verte.—¡Él no está muerto! —exclamó Julieta antes de que él pudiera decir algo más, como si repitiera un mantra para convencerse a sí misma tanto como a los demás—. ¡No lo está!Anthony asintió con calma, su rostro sin rastro de duda.—Lo sabemos, Julieta. Lo sabemos —la tranquiliza el anciano.Ella parpadeó, sorprendida por su respuesta.—¿Entonces…? —estaba confundida.—Necesitamos enfocarnos en esto de la manera correcta. Darle otro enfoque —dijo Anthony, su mirada adquiriendo un brillo astuto, casi siniestro.—¿Qué enfoque? —preguntó Julieta, su ceño fruncido por la confusión.—Hacerle creer al antagonista que ganó —respo
270Los flashes se intensificaron, capturando su rostro lleno de lágrimas, el temblor en sus labios. Esa imagen era perfecta para la narrativa de una mujer destruida, incapaz de sobrellevar la pérdida de su esposo.Anthony, notando el estado de Julieta, intervino rápidamente.—Les pido que respeten la privacidad de Julieta en este momento tan delicado. Maximiliano no solo era su esposo, era su roca, su compañero. Nuestra familia necesita tiempo para sanar, y les agradecemos que nos den ese espacio —dijo Anthony firmemente.Un periodista levantó la mano rápidamente, sin intención de ceder.—Señor Hawks, ¿cómo planean honrar la memoria de Maximiliano? —pregunta un periodista.Anthony suspiró profundamente, dejando que la pausa dramática llenara la sala.—Maximiliano será recordado como un hombre excepcional. Planeamos una ceremonia privada, solo para la familia, donde honraremos su legado. Les pedimos que entiendan nuestra decisión de mantener esto fuera del ojo público —una lágr