2. Voces

Sus ojos se negaban a abrirse mientras esa luz parpadeante del techo los lastimara. No podía decir con exactitud cuánto tiempo había pasado en ese cuarto, ni asegurar que todavía sentía el dolor del amarre en sus muñecas, pues esas cadenas lastimaban su piel, era como volver al cuarto de castigo, a sentir la desesperación y el miedo, el miedo a que Héctor abriera la puerta y la golpeara descargando toda su rabia en ella.

Las lágrimas se habían secado en su rostro, no por la situación en si, sino por los recuerdos que ésta le traían.

«¡ Ahhhhh...!»

Sentía que su piel se abría con cada golpe, golpes que solo recibía en su memoria, porque en la realidad seguía sola en ese cuarto, callada y esperando la entrada de quién fuera su raptor.

La puerta se abrió tras un largo rato de intriga. Unos pasos firmes y calmados se escucharon distorsionados. Ella trató de abrir los ojos, necesitaba ver a la persona que la tenía, necesitaba saber si Ronal estaba bien y si Kim había logrado escapar, porque si la tenían todo debía acabar ahí, no debía arrastrar a otros a ese lugar.

— Regina...— una voz grave se escuchó al detenerse los pasos. La oscuridad que esta desprendía en algún otro momento de su vida la habría asustado, pero ella mantenía la calma, incluso agradecía no estar encerrada con sus monstruos. El ruido molesto que hacía el metal al ser arrastrado por ese suelo la obligó a cerrar sus ojos con fuerza, seguramente él estaba preparándose para golpearla, solo esperaba que no fuera aún más doloroso. — Es cierto lo que dicen de la belleza pura...— esa voz se sintió cercana, trató de hacer un esfuerzo por abrir los ojos pero era imposible, seguía sin poder hacerlo. — Atrae las desgracias...

— ¿ Dónde está...?— trató de hablar pero fue callada con una bofetada. Su rostro ardió al instante, haciéndola colapsar, no recordaba la última vez que había sido golpeada, no pudo evitar pensar en su demonio.

— Siempre has desobedecido las reglas de este lugar...— le gritó el desconocido agarrando su barbilla y mirándola de cerca. — Primera regla, nunca hables si no te lo piden...

« Nunca me cuestiones » Héctor, él volvía a su mente como una punzada que mataba su ser.

— Héctor fue muy blando contigo...— le dijo el tipo acariciando su mejilla. Ella apartó el rostro aumentando el enojo del hombre quien volvió a golpearla. El sabor metálico se sintió amargo en su boca aunque no emitió ningún sonido, era como pegarle a un ser inanimado. — Segunda regla, solo le perteneces a tu dueño...— le gritó agarrando con fuerza su vestido para comenzar a romperlo. Ese momento le llevó a su primera vez con Héctor, a sus súplicas e intentos por huir, al dolor de una mancha eterna que seguía portando sin modo de olvidar.

El miedo a revivir ese momento se apoderó de ella y aunque no emitiera sonidos, trató de evitar que él la tocará, no podía permitir que las manos de otra persona la tocaran y volver a sentir la impureza de su cuerpo. En un desespero golpeó con fuerza al hombre para tratar de alejarse, pero las cadenas se lo impedían. No había escapatoria.

— ¡ Niña estúpida!...— se levantó el tipo acercándose a ella dispuesto a pegarle de nuevo y a mostrarla para qué estaba hecha y para que serviría el resto de su vida. Elevó la mano para golpear de nuevo ese rostro pero antes de alcanzar a hacerlo, la puerta provocó un estruendo al ser plateada con fuerza.

Ante el hombre, quien de inmediato bajó la mano y retrocedió unos pasos, apareció la imagen de quien llevaba tiempo imponiendo un reinado de terror, quien venía a sustituir a Héctor en todos los sentidos, incluyendo a la chica, su nueva posesión.

— Tendrás una buena explicación.¿ Verdad?...

Al oír esa voz su dañado corazón dió un brinco sintiendo una dulce calidez, nadie podía decirle que se confundía, era él, estaba ahí. Luchó por abrir esos ojos y contra todo pronóstico lo hizo, alcanzó a ver a quien tenía enfrente. Esos ojos miel la recibieron con frialdad e indiferencia, como si no se dieran cuenta de su estado, como si no vieran la situación o no fueran conscientes de lo que hubiera ocurrido si él no llegara. Sin poder entender la imagen ante ella trató de hablar pero él se adelantó.

— Regina...— se acercó a la menor quien aún aturdida notó el odio en esa mirada, la oscuridad que corrompía el corazón inocente de ese chico inocente.

— Señor, ella...— quiso defenderse pero él le calló.

Regina bajó la cabeza sin poder sostener su mirada, era igual a la del río, era igual a la de él, un cruel asesino. Pero él la obligó a verlo — Mírame...— le susurró en un tono vacío y amenazante. Había querido tocar su cuerpo desde hacía meses, la había buscado por cada rincón que se imaginó, incluso pensó en la idea de haberla perdido para siempre, de nunca más poder verla , de dejar morir como si nada todo lo que por dentro le quemaba, lo que le frenaba. Sonrió con suficiencia, su sonrisa era tan vacía que ella se negó a creer en la idea que aparecía en su mente. « Él no...» — Sabía que volverías a mí...

— Ronal...— le miró con miedo a la versión que veían sus ojos, a esa versión que ni se había inmutado con la situación, que la veía golpeada, herida y casi desnuda como si eso fuera parte de una monotonía.

— No...— respondió el chico agarrando su barbilla con fuerza, ella no se quejó, solo le miró sin saber qué sentir por dentro, no podía ser él, se repetía. — Tu nuevo amo...

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