3. Éramos luz

Sentir esa mirada fría sobre ella, esa voz y esa confesión la acabó destrozando. Debía ser mentira, se repitió mil veces mientras se negaba a aceptar que él ahora formaba parte de esa gente a la que odiaba, por la que sentía repulsión, a la que quería ver muerta, porque sí, ellos habían acabado con esa niña inocente y habían dejado la oscuridad que tanto amaban.

— Es mentira...— gritó zafándose de su agarre. — Por favor, dime que es mentira...— suplicó entre lágrimas.

Ronal no vio en su mirada ese sentimiento de culpa que la dominaba, ni la esperanza que ella mantenía en que eso fuera un sueño, solo su negación. Él sintió esa súplica como una burla, como si ella creyera que él no fuera lo suficiente para tenerla, para ser su dueño. Eso le enojó aún más, algo estúpido pero que en este momento sintió lógico.

— ¿ Te gustaría seguir con él?...— cuestionó sin esconder el enojo en su voz. Regina bajó la mirada pensando en esa pregunta. ¿ La gustaría seguir con él? ¿ Con Héctor?. En este momento si hubiera una posibilidad de regresar a siete meses atrás ¿ La tomaría?. No era la primera vez que se cuestionaba eso, lo había hecho cada día de su supuesta libertad, pues la libertad le había costado más que el encierro, la libertad le había costado su humanidad, y ahora estaba viendo las consecuencias, tenía ante ella a la única persona por la que aún mantenía las esperanzas siendo en estos momentos el monstruo que ella tanto deseó matar. Tal vez si Héctor estuviera vivo Ronal no habría ingresado a esa organización, no se habrían vuelto a ver y así ella no habría tenido que verlo en este lugar siendo su prisión.

— ¡ Dios...!— suspiró mostrando una pequeña sonrisa, algo que molestó aún más a Ronal, pues era como si se estuviera riendo de él, y es que le miraba con un brillo extraño, oscuro. — Hubiera preferido a otra persona como dueño ...— soltó en un tono frío e indiferente, diciendo lo primero que se le pasó a la mente, pues ¿ Para qué ocultarlo?.

Esas palabras provocaron en Ronal una rabia difícil de controlar, tanto era su enojo por oírlas que su primera reacción fue querer simplemente golpearla, pero no podía, no cuando no había acabado de matar toda la moral blanca que en él existía, no cuando se había pasado una vida protegiéndola, amándola y cuidándola, no mientras seguía sin poder echarle tierra al pasado, porque eso eran, pasado, ninguno era el mismo. Respiró haciéndole una señal al otro hombre para que se fuera, éste obedeció de inmediato, pues la mirada del pelinegro mostraba la rabia que trataba de ocultar y no quería meterse en más problemas. Además, pensó en que él querría castigarla por tremendo comentario, ¿ Cómo se atrevía a decirle tal cosa? Merecía ser golpeada, maltratada, incluso debería desquitarse con ella y hacerla suya para que supiera de quién era propiedad. Pensamientos de otro asqueroso que formaba parte de ese mundo cruel y despiadado.

 

— Sabes cómo va ésto ¿ Verdad? — habló la chica sin perder su sonrisa. Ronal dio un paso más hacia ella.

— Yo creo que eres tú quien no sabe como va...— respondió arreglándose las mangas del traje, ese acto la hizo pensar en Héctor, en la sala de castigo, en sus gritos, en el frío, la sangre y las lágrimas; sin embargo, no tuvo miedo, era difícil explicar la falta de miedo que la acompañó en todo este tiempo, pues solo le temía a su pasado y a quien ya estaba enterrado. Tal vez no se preocupó al saber que era él, él no tenía esa sangre fría y se convencía de que solo era apariencia, incluso pensó en que le habían obligado aunque su mirada decía todo lo contrario.

— Lo sé, Ronal...— trató de mover su muñeca pero solo se lastimó aún más. — Llevo en esto un año... ¿ Cuánto llevas tú?...— cuestionó observando el tic nervioso del chico, siempre que no sabía cómo manejar una situación le temblaban los dedos de la mano izquierda. Se rió por eso.

— Cállate...— demandó escondiendo esa mano.

— Deberías callarme con un golpe...— le respondió sosteniendo la mirada fría e indiferente. — Cállame a golpes porque es lo único que hace la gente con la que estás... ¿ Sabes que le hacen a las mujeres en esta sucia organización?... ¿ Sabes siquiera para qué sirven estos cuartos?...— sin saberlo había comenzado a gritarle mientras dejaba las lágrimas salir. —  Mírame, Ronal...— movió las cadenas sin importar sus heridas — ¿ Crees que le tengo miedo a este lugar? ¿ A estar de vuelta? ¿ A este maldito cuarto de castigo?...— su voz tembló pero ella seguía firme. — Mira mi cuerpo y verás que ya pasé por esto, ya sé todo lo que debo y no debo hacer, conozco las consecuencias de mis actos, así como sé que por ésto deberías golpearme y dejarme aquí un par de días o tal vez semanas, sin comida, sin agua y con el frío...— volvió a reírse, esta vez de forma amarga al notar el silencio de su amigo. —  No estás preparado para esta vida, Ronal...— volvió con su tono tierno aunque quebrado — Nosotros éramos luz...

— Éramos...— se dignó a hablar. Su rostro no había cambiado con nada de lo que le había dicho, seguía serio y su mirada mostraba el odio que en ese momento la tenía. — Eso fue en el pasado, Regina... El pasado se entierra, así como tú me enterraste para asumir tu realidad, entierra los recuerdos o quémalos porque ya no somos luz, pequeña...— elevó la mano acariciando su cuello. — somos oscuridad...— lo sostuvo con fuerza haciendo contacto visual. — Y eso seremos hasta el fin de nuestros días...

— Pues mátame...— no era una broma, ni un simple decir, lo había pedido sin siquiera pestañear, con una voz firme y una mirada determinada.

¿ Por qué quería morir en este momento? Se cuestionó el castaño. Tuvo mucho tiempo para hacerlo y no lo hizo ¿ Tanto lo aborrecía? ¿ Tanto le molestaba su presencia?... No le importaban sus motivos pero no la dejaría ir, no en este momento porque ahora era su turno de ser su única elección, su única salida, así como Héctor lo fue en su momento.

— Nos queda mucho por delante...— le susurró soltando su cuello. Ella respiró con fuerza, pues sin querer él había hecho demasiada presión en su agarre.

Quiso reaccionar al verla toser y respirar con fuerza pero algo era más importante que su bienestar, su misión y su objetivo, y es que él iba a hacer pagar a todos los que participaron en su desgracia, todos, sin importar quienes o cómo fue que participaron, tendrían el mismo final.

Le dio la espalda en completo silencio y con pasos lentos caminó hasta la salida, cerrando así las puertas y dejándola tal y como ella había descrito, a oscuras, encerrada, encadenada, sin comida ni agua y siendo abrazada por el frío.

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