5. Un rostro familiar

Sintió el paso de las horas como si fueran siglos mientras en su cabeza se reproducían imágenes y sonidos de un pasado que ya daba por perdido, voces de un niño corriendo por un hermoso jardín lleno de flores, bajo un cielo pintado de puntos blancos, brillantes estrellas que viajaban por el vacío oscuro, pero no tan brillantes como la sonrisa de esa inocente criatura de ojos color miel dulce y tierno.

« No corras tanto que no te alcanzo...» el grito de una niña de cabello largo y mejillas coloradas, ahogado entre una respiración agitada y un berrinche.

« Está bien...» los pasos sobre ese césped húmedo, retrocediendo para detenerse al lado de la pequeña. « No voy a dejarte...»

« ¿Lo prometes?...» sollozaba en su berrinche.

« Soy tu protector...»

La misma escena repetida un millón de veces en su mente, torturando y dando a entender que de verdad la gente crecía, cambiaba, se perdía y moría en vida sin siquiera querer, a veces queriendo y otras, sin poder comprender.

La luz se filtró por unos huecos en la pared, no se podría decir que era una ventana, pero sí ayudaba a distinguir el momento del día, a eso se le sumaba la oscuridad del cuarto. Hacía frío, pero ella no lo sentía, en los últimos meses había hecho tantas cosas por sobrevivir y vivido tantas experiencias que un simple cuarto lúgubre no se merecía ni su miedo ni sus lágrimas, mucho menos sus delirios.

Centrada en la nada escuchó el ruido de la puerta, seguido de unos pasos que se acercaban, no se molestó en mirar de quién se trataba, no le importaba, sabía que todavía no saldría de ahí y prefería ahorrar fuerzas. Los pasos se acercaron a ella, deteniéndose a unos cuantos centímetros, demasiado cerca, pero igual ignoró a esa persona.

— Desearía que hubieras huido...— esa voz tan familiar la obligó a elevar la mirada, quedando ante el único rostro que en ese momento le alegró ver. Gabriel la sonrió apenado, agachándose a su altura para dejar en el piso el plato de comida y el agua que traía.

— Gabi...— le sonrió de vuelta, sintiendo el dolor en sus palabras, pues fue él quien la había dejado huir en su momento.

— Lo lamento tanto...— con un pañuelo se atrevió a limpiarle la cara, pues entre las lágrimas secas y el lodo se veía distinta.

— Da igual mi aspecto...— quiso negarse pero él prosiguió.

— Créeme si te digo que hice lo posible para que no te encontrara...— susurró acabando de limpiar el lodo.

— Ojalá no lo hubiera hecho...— dejó salir el dolor que le generaba saber que era Ronal y no otra persona quien la tenía.

— Han pasado muchas cosas...— dejó el pañuelo caer tomando la cuchara de la sopa que había traído para acercárselo a la boca.

— Siempre pasan cosas...— susurró dejándose alimentar, no podía negarse, no solo por el hambre, también porque él en todo este tiempo había mantenido contacto de alguna u otra manera con ella, tratando de ayudarla en todo lo que necesitase para despistar a quienes la buscaban, aunque nunca dijo que era Ronal.

— No sé ni cómo interceder por él, tú lo conoces, sabes que nunca te haría vivir ésto y menos después de saber todo lo que viviste...

— Lo único que me importa saber en este momento es si Kim está bien...— susurró fijando sus ojos destrozados en los de su amigo. Éste sin poder decir la verdad solo guardó silencio para luego mirar a otro lado, pues no estaba del todo asegurado, pero sí sabía que le habían disparado tres veces antes de verla caer por el río desde un precipicio.

— No sé nada de ella, apenas me enteré que llegaste...— mintió acercando el vaso de agua.

— E incumples las órdenes de tu jefe...— se rió para no sentirse aún más mal.

— No creo que pueda cumplir órdenes cuando se trate de ti, porque si él lo ha olvidado...— acarició su mejilla llenando a la chica de todo lo que no había sentido en mucho tiempo, de un sentimiento que ya ni sabía reconocer, que ya había olvidado, la calidez familiar. — Yo todavía sé quién eres y qué lugar tienes en nuestra historia...

Era loco sentirse así en esa ocasión, pero Gabriel venía a ser la única persona de su pasado que la había mostrado ese afecto que había quedado enterrado con su verdadera ella. No podía juzgarle por no poder soltarla, se conocía perfectamente las reglas, sabía que él no podía ayudarla a escapar, pero eso no impedía que pudiera seguir ejerciendo el papel de protector que en un pasado ejerció, aunque ahora no lo necesitase del todo.

— Debes irte, tal vez alguno de esos idiotas decida volver y dar un vistazo...

— Seguramente... — recogió sus pertenencias. — Espero que se vayan pronto para poder soltarte...

— La persona que debe hacerlo ojalá no venga, prefiero estar aquí...— era cierto, resultaría menos dolorosos estar ahí que verlo a cada momento.

Gabriel no dijo nada al respecto solo comenzó a caminar hacia la salida tomando la puerta y quedando en un largo pasillo. Cerró la puerta, no sin antes ver de nuevo a la chica, sintiendo amargura y coraje, dos cosas que se intensificaron al oír la voz sombría de Ronal.

— Dije sin comer ni beber...— se dejó ver saliendo de la oscuridad desde la que los había observado. Gabriel observó al pelinegro como pocas veces lo hacía, mostrando un aura aún más siniestra.

— Puedes ayunar solo...— comentó antes de pasar por su lado para abandonar esa zona de la casa.

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