4. Verdugo

Caminaba por ese oscuro jardín, pues la noche había caído con fuerza y el cielo se pintó de un azul tan oscuro que sumado a la falta de estrellas simulaba el vacío. No pretendía llegar a ningún lugar, solo seguía los millones de senderos que formaban ese inmenso paraíso verde, atravesando las flores que en su momento le hicieron sentir en el paraíso pero que en este momento solo las podía ignorar, y es que ya nada tenían de preciosas, salvo la esencia de su ya difunta madre.

A su paso dejaba un rastro de humo, se había vuelto costumbre, y más cuando se enojaba porque aún habiendo atrapado a la chica, él seguía enojado y más con las cosas que le dijo.

« Hubiera preferido a otra persona como dueño... »

Eso le había enojado tanto que tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no levantarle la mano, y es que en ese momento gran parte de los principios que les definía habían muerto, todo lo bueno de ese corazón se había enfriado.

« No estás preparado para ésto... »

Lo estaba, estaba preparada para todo lo que había asumido, la infancia se quedaba tras los muros de esa mansión, porque sin importar cuánto le quería doler verla en esas condiciones, cuanto quiso abrazarla y secar sus lágrimas, no lo hizo y no lo haría, ella ahora era como un objeto más de la casa. Un objeto, su objeto.

— ¡ Ronal!...

Volteó molesto por la invasión de su silencio pero al ver de quién se trataba se calmó, dejó caer el cigarrillo y aplastándolo con su bota le sonrió a su amigo. Gabriel seguía luciendo igual, nada había cambiado en él, a excepción de la barba que ahora se dejaba crecer, su cabello negro continuaba cortándose de forma desaliñada.

— Hermano...— saludó con una media sonrisa. El pelinegro mayor se acercó a él y con ojos de crítica miró el resto de ese cigarro en el piso. Odiaba su manía de fumar, lo había empezado con la crisis depresiva que sufrió hacía un año atrás con la supuesta muerte de Regina, pero aún con todo lo que había pasado él seguía sin poder dejarlo.

— ¿ Frustrado?...— cuestionó observando los ojos cansados del pequeño. Ronal negó frotándose el rostro, no estaba cansado, solo quería que los hombres que daban vueltas por su jardín se fueran, era molesto tener a toda esa rata pisando su césped.

— No... — respondió en seco sacando de su bolsillo otro cigarrillo.

— Ronal...— negó.

— ¿ Sabes cuándo van a abandonar mi jardín? Apestan a muerto...— escupió dando una calada.

— No lo sé...

Con esa respuesta Ronal avanzó un par de pasos hasta quedar al borde de unas escaleras, desde ese punto del jardín se podía ver la ciudad en un buen panorama. Ya casi estaba oscureciendo, amaba cuando el Sol se caí y podía quedarse ahí a contar las estrellas solo o acompañado de sus padres, los echaba de menos, era difícil aceptar la verdad, le destrozaba.

Gabriel notó ese brillo en sus ojos, volvía a recordar el pasado, a pensar en lo que desgraciadamente tuvieron que ver sus inocentes ojos, o solo pensaba en ella, sabía lo duro que había sido para él este tiempo, lo obsesionado que estaba por recuperarla y lo difícil que sería a partir de este momento callar a esa voz en su conciencia.

— ¿ Ya la trajiste?...— se paró a su costado izquierdo. El menor expulsó el humo de sus pulmones, se rascó el cabello con fuerza y suspiró cansado.

— Ya está en casa...— respondió con una sonrisa nada inocente ni pura, era siniestra.

— ¿ En qué casa? ¿ Y con qué versión de ti?...— cuestionó molesto.

— La versión necesaria en este momento...— el cambio en su voz, en su tono, ahora sus palabras salían con rabia.

— No me imagino su reacción al verte...— dejó su mirada caer en la ciudad.

Ronal recordó el rostro de Regina en el río, se veía confundida, se había detenido al verlo y se perdió en su mirada, en el impacto de verse de nuevo, porque ambos habían sentido ese encuentro como un sueño, pues había pocas posibilidades de volver a encontrarse.

— Se va a acostumbrar...— su indiferencia fingida solo le hizo gracia a su acompañante.

— ¿ Acaso tú te vas a acostumbrar?...— miró al muchacho apenado, pensando en que éste no solo sería un infierno para ella, sino para todos. — ¿ Puedes siquiera verla a los ojos...?

— No hace falta, solo debo mantenerla aquí...

— Encerrada...— se molestó.

— Son las reglas...— su respuesta fue tan calmada.

— Las reglas, ¿ Sabes que sufrió ella en manos de Héctor por esas reglas?...

— Y aún así lo eligió...— dió una calada. — Eligió a su verdugo...

— Por supervivencia, Ronal...— añadió el pelinegro.

— No me importa... En este momento está recibiendo el primer castigo de su nuevo verdugo.

Cuánto había cambiado... ¿ Podía alguien cambiar en tan poco tiempo? O simplemente fueron las circunstancias, el deber y la responsabilidad de por vida que lo retenía en ese lugar.

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