1. Te encontré

Sus ojos llorosos observaron el cuerpo sin vida de Héctor sin poder entender la rapidez con la que se moría la vida. Ese sentimiento de alivio y libertad que se había apoderado de ella al verlo morir se fue con rapidez, no podía alegrarle la muerte de otra persona, ella no era un monstruo, eso quería creer.

— Debemos irnos...— le dijo Kim agarrando su brazo. Regina miró a la chica sin ninguna expresión en el rostro.

— ¿ Acaso hay dónde escapar...? — preguntó respirando entre la calidez del amanecer.

— Todo ha terminado...— respondió con seguridad. — Puedes volver a tu vida...

— Yo ya morí, Kim... Regina ya murió...— agarró la bolsa con el dinero y el arma. — He vivido en un año todo lo que nunca creí vivir, he perdido a toda mi familia, a mis amigos, me he pedido a mí, he odiado con tanta intensidad que ha llegado a doler, he tratado de acabar con mi vida, he acabado con la vida de otra persona... ¿ Crees que puedo mirar hacia delante ignorando que todo lo que me hacía ser yo murió en este maldito infierno?...

— Eres libre, solo debes huir... Huye.

Deseaba hacerle caso, tal vez hubiera cambiado algo, pero tenía las alas rotas. ¿ A dónde iría?.

— Solo quiero morir...— confesó agarrando bien el arma.

— Todos queremos morir en algún momento, Regina... Pero no podemos morir dos veces.

****

Desde aquello habían pasado seis meses, seis largos meses en los que los días se volvían una batalla por sobrevivir, por huir de esa gente que no se resignaba a lo que había pasado, que quería su cabeza y la de Kim por todo lo ocurrido. Seis meses en los que ella comenzó a notar las consecuencias de todo lo sufrido y el dolor que aún muerto Héctor le provocaba. Porque él no se había ido del todo, él había dejado algo que haría que siempre le tuviera presente.

Ella caminaba por un puente de madera, que se balanceaba con cada paso que daba. Su largo cabello, ahora castaño, era golpeado por el viento haciendo de ese momento uno de los más especiales del día. El atardecer desde ese punto se veía hermoso, tan hermoso que a veces se quedaba ahí hasta que se perdiera el último rayo de Sol a pesar de las negativas de Kim. Siempre que quería olvidarse de todo huía a ese punto de esa hermosa montaña y ahí sin ser cuestionada por su protectora, lloraba, gritaba y dejaba salir el dolor que con tanto coraje se obligaba a guardar, porque tal vez vivía en paz estando escondida, pero igual esa paz le había costado una vida inocente.

— Lo siento...— susurró secando sus lágrimas. — Nunca creí poder hacerlo...— con esas palabras se despidió del día y continúo su camino hacia la cabaña en la que habían estado los últimos tres meses, aunque pronto la abandonarían, pues Kim decía que no debían estar en un mismo lugar por mucho tiempo, eso creaba el riesgo de que las cogieran.

La cabaña no era grande, no pretendían llamar la atención, y estaba a diez kilómetros del pueblo más cercano, toda precaución era poca. Se componía de una sala y un cuarto con dos camas. El baño se encontraba a unos pasos y usaban parte de la sala como la cocina. No era lo que había soñado pero era un lugar seguro, su lugar seguro.

La oscuridad envolvía el bosque pero tras tanto tiempo caminando por él podía orientarse. Vio la cabaña a poca distancia, oscura, Kim no había prendido las velas o ya estaba dormida, aunque lo dudaba. Se acercó con un ligero ardor, como si algo la incomodara , tal vez una mirada, pero estaba sola, no veía a nadie a su alrededor. Suspiró, tal vez era la constante paranoia de ser atrapadas y devueltas al infierno.

— Has tardado...— la voz de Kim la recibió nada más llegar, se notaba molesta y aún más cuando hicieron contacto visual. — ¿ Estuviste llorando...?— se acercó tomando su barbilla con algo de fuerza.

— Llorar es de humanos... — se hizo soltar. Su voz ya había perdido la emoción, la vida, era como el susurro de un cuerpo en agonía. — Las lágrimas acompañan al arrepentimiento que llevo por dentro...

Kim suspiró cansada, se removió el cabello e ignorando lo dicho tomó asiento en la pequeña mesa de comedor.

— Siéntate, debemos cenar y descansar... Saldremos a primera hora. — la menor asintió y cenaron en un completo silencio, ya no tenían esa relación tan cálida que tanto las definía, no por la mayor sino por Regina, ella era un alma atormentada que vagaba, no sentía la necesidad de intentar ser feliz, no buscaba acostumbrarse a esto. Además, estaba el acto atroz que Kim la había obligado a hacer, lo que acabó de matarla del todo, porque como si no fuera suficiente haber matado una vez tuvo que hacerlo de nuevo.

« ¡Escúchame!» esa voz fría inundaba el vacío en el que caía.

« ¡ Escúchame!» era él o ella, no podía distinguirlo.

« No podemos huir así, Regina...» era ella, de nuevo esa m*****a conversación, de nuevo lágrimas amargas rodando por sus mejillas.

« Es tu decisión...» mentira, nunca fue así.

« No puedes escapar de esto, solo muriendo...» la mirada de Héctor era un espejo claro a lo que le esperaba si era atrapada.

« Regina » corría en la oscuridad.

« Regina » quería escapar.

« Regina » debía escapar.

« Regina » no se movía de su lugar.

— ¡ Regina! — esa voz se sintió tan real y tan cerca que se obligó a abrir los ojos siendo golpeada por la imagen de una Kim lastimada, quien en ese momento se estaba peleando con dos hombres. — Corre...— le gritó antes de recibir un golpe en la mandíbula.

Ella se quedó paralizada viendo a uno de los hombres acercarse, ya se imaginaba que estaba pasando, sabía que algún día pasaría, pero ¿ Se iba a dejar coger así de fácil?.

« Hay cosas que transforman a personas en monstruos, no podemos fingir no serlos».

El primer disparo que se escuchó en el cuarto acabó con el hombre que se le acercaba atravesando su cabeza y matándolo al instante. Kim aprovechó eso para soltarse y matar a puñaladas al otro. Sin embargo aún viendo ambos cuerpos sin vida sabía que no estaban solas y que tal vez no habría salida para ambas.

Regina miraba el cuerpo tirado en el piso, otra carga más a su conciencia, otro recuerdo para no olvidar, pero había algo distinto esta vez y es que en ningún momento sintió remordimiento ni culpa, solo la necesidad de sobrevivir, de eso iba la vida, de sobrevivir.

— Regina...— agarró su mano y la quitó el arma, ella seguía viendo el cuerpo. — Debes irte... — cerró el cuarto y con cuidado elevó un par de tablas, dando a notar un pequeño túnel subterraneo.

— Vamos a morir...— respondió calmada. — No importa a dónde vayamos...— se levantó acercándose a Kim.

— No, tú todavía no estás tan perdida...— la abrazó y sin esperar a más la echó al hoyo, volviendo a colocar las tablas.

Regina cayó a ese hoyo de casi tres metros lastimándose la rodilla, algo superficial, por lo que de inmediato comenzó a correr hasta el final del túnel, un acantilado que quedaba alejado de la cabaña. Debía huir sin mirar atrás, ese siempre había sido el trato, que en cualquier ocasión ella se fuera de inmediato porque a Kim la matarían pero a ella la regresarían al infierno, y lo segundo era lo peor. Con el tiempo comenzaba a ver una pequeña luz, estaba llegando, sus pulmones ya dolían de tanto correr, necesitaba respirar, además sus piernas se hundían en el lodo y la hacían resbalar constantemente. Ese vestido blanco se había transformado en chocolate con pequeñas manchas de sangre pero no importaba, solo importaba llegar y lo hizo, llegó al final del túnel, observando un grandioso cielo estrellado y la inmensa oscuridad del lugar. A unos pasos más abajo había un río, solo lo debía alcanzar, tomar la barca y marcharse, era fácil.

Con poco cuidado comenzó a descender por las rocas, algunas de ellas puntiagudas, clavándose en su delicada piel, pero no causando dolor, para ese momento ya no sentía dolor solo la necesidad de huir. Al alcanzar el río sonrió comenzando a correr hacia la barca, nada podía detenerla en ese momento, nada excepto él, la imagen que apareció ante sus ojos en el lugar donde debía estar su pase de salida.

Los ojos de ese chico que la miraron eran desconocidos, el rostro igual, se veía mayor, más profundo. Su cabello, antes gris oscuro, ahora era negro, tan negro que se asemejaba a la oscuridad. No llevaba su típica vestimenta, ahora lucía un traje completamente negro. De no ser por la luz de su auto, nunca había podido reconocerlo. Nada podía pararla excepto la única parte buena de su pasado y ahí estaba él por segunda vez, tratando de salvarla, no se había rendido con ella o eso creía.

« Huye... » le gritaba una voz en su cabeza. A su izquierda tenía el río, podía echarse y nadar hasta el otro lado para huir o dejarse llevar hasta un punto accesible, pero no podía evitar mirar esos ojos, no podía apartar la mirada como la última vez.

— Regina...— no era lo mismo, su nombre en la boca de él se sentía malo, venenoso, maldito. Dió un paso al frente y ella se acercó al río, iba a entrar, no quería arrastrarlo a su oscuridad, ella no sabía que él había caído más profundo.

Olvidó la primera regla de supervivencia, nunca bajar la guardia sin importar con quién sea, ella se dejó llevar por la aparición de él e ignoró que no estaba segura, que en ningún lugar lo estaba, y no se aseguró hasta sentir esa aguja atravesar la piel de su cuello haciéndola desvanecerse en el suelo.

— Te encontré...

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