CAPÍTULO XXXIX

Aston se despertó a las cuatro de la mañana sintiendo que alguien lo observaba. Un destello felino de ojos pareció venir desde una de las esquinas cerca de la puerta de su habitación; una familiar fragancia de manzanas verdes inundó sus fosas nasales, de inmediato su cabeza se puso en alerta, su piel se erizó por completo y una vigorosa erección se despertó entre sus muslos.

Fira, acechándolo en la oscuridad, era una jodida y muy caliente escena erótica.

―¿Fira? ―llamó con voz ronca.

―Sí, Aston.

Su voz era suave y sensual, los músculos de él se tensaron, su cuerpo se preparó para el asalto; casi podía, anhelaba con desesperación, sentir los colmillos de ella sobre su cuello.

―¿Está todo bien? ―preguntó.

―No, Aston ―contestó ella―, no está nada bien… ―Soltó un suspiro. P

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