CAPÍTULO XXIX

En el helipuerto de la azotea de la base se encontraba Fira, incluso había llegado antes de que el sol hubiese surgido por el horizonte. Ella disfrutaba de las altas vistas que le permitían observar el cielo limpio, sobre todo, hallaba particularmente relajante ver cómo el firmamento se teñía de colores como si alguien estuviese derramando acuarelas sobre un lienzo.

El piloto estaba comprobando una vez más el jet para la partida pautada a las setecientas horas. Ella lo miraba con evidente deleite, no porque el agente fuese atractivo, que lo era, sino por la manera en que iba acariciando la máquina como si se tratara del amor de su vida.

Había observado las maniobras del piloto cuando se acercó silencioso, atravesando la ciudad en medio de la madrugada. Ella había permanecido oculta entre las sombras, viéndolo durante todo el proceso, deleitándose en la soledad de saberse indetectable. E

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