CAPÍTULO LXXX

Fira despertó en su cuarto, recostada en su cama, con una vía introducida en su antebrazo que bombeaba un líquido rojo que conocía muy bien.

―Ya despertaste, qué bueno.

Se giró hacía el umbral de la puerta y vio a Aden Kraft de pie, observándola con evidente alivio.

Su voz era bastante familiar, pero carecía de cierta rudeza como la voz que recordaba del vagón.

―¿Quién me puso la vía? ¿Tú? ―preguntó con curiosidad.

Aden negó e hizo un ademan con la cabeza señalando una esquina de la habitación. Había un androide de color gris brillante, de más o menos, un metro setenta de alto, que permanecía de pie y en silencio, con los ojos de un apagado color morado.

―¡Mierda! ―masculló―, esa cosa se activó. Es algo muy malo.

Él asintió con semblante serio.

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