Adrián.Sobre la mesa, mi padre había colocado el mapa de la región que mostraba la ubicación de todas las haciendas cercanas y lejanas; en casi todas había marcado con una cruz la ubicación de una propiedad, el ruido de la pluma contra el papel tatuando aquella cruz me atormentaba, en aquel momento me parecía la letra más triste y fea de todas, porque era la que me recordaba que en ninguna de esas propiedades se tenía noticias de ella. El dolor y el recuerdo de Estefanía, conmigo, me devolvieron a mi miseria; cerré los puños para controlar mi desesperación, entonces el rostro de aquel conde apareció en mi mente. Guillermo seguía siendo fiel a la búsqueda, en su cara ya se podían ver las marcas del desespero y miedo, también la de largas noches de insomnio. Mi historia no era muy diferente, yo seguía sumido en la desesperación por ella y en la terrible tarea de tener que callar la verdad por órdenes de los centinelas; los recuerdos de aquella noche estaban borrados para siempre en
—Los Álamos dispone de su propia capilla, la cual ordené construir hace poco. —¡Me encantaría conocerla! —manifestó con entusiasmo, ignorando mi comentario amargo. —En ese caso, prosiga - en ese momento el padre giró hacia mí. —Disculpe, joven, ¿podría mostrarme el lugar? Claro, si no está demasiado ocupado. Me he dado cuenta de que llegué en medio de una reunión. —Faltaba más —se anticipó mi padre a responder—. A mi hijo le vendría bien distraerse un poco —no dije nada en respuesta al comentario y, en silencio, guíe al nuevo padre hacia la capilla de la hacienda, pero antes de salir él me dijo su nombre, que era Gabriel. Nos habíamos alejado ya de la casa grande; los dos permanecíamos callados, sintiendo el viento en nuestras caras y contemplando el cielo gris, que parecía haber desterrado el sol. Desde que Arturo Palacios había llegado, el sol no salía mucho, y no solo había traído consigo su presencia el exilio del sol, sino que había logrado en mí una obsesión morta
Estefanía. Los días y las horas transcurrían como si nada, pero la angustia en mi alma seguía intacta, me atrevería a decir que incluso peor. Una vez que me reuní con el conde, me concentré en lograr la invisibilidad, que era lo que realmente quería. ¿Cómo había llegado hasta este punto? ¿Cómo se había convertido mi existencia en una maldita odisea? De pronto, tuve la imperiosa necesidad de abandonar aquella sofocante hacienda, donde la servidumbre siempre estaba en completa sumisión. También anhelaba eludir a aquel conde, no pude impedirme rememorar cómo había sido nuestro encuentro, su asombrosa hermosura era inversamente proporcional a su glacialidad y arrogancia. El recuerdo de la frialdad de Arturo hizo que la calidez de Adrián llegara a mí, dos polos opuestos; cerré los ojos y evoqué la mirada de Adrián, anhelando aquella alma que me embalsamaba con su amor. El recuerdo acabó por destruirme y la tristeza se hizo presente. Me dirigí hacia la ventana, con el pecho comprimido,
—Dime ¿Dónde estás por favor? ¡Se acaba el tiempo! —volvió a preguntar. Mientras tanto, todo aquello se transformaba en una fiesta sangrienta. Cuando iba a gritarle que estaba en el Renacer, mi voz se apagó; por más que gritaba no salía sonido de mi garganta, ahora un chillido estridente se sumaba. Adrián y yo, ya separados, nos dirigimos hacia lo que parecía ser una escalera que surgía de la nada, donde desde lo más alto de la gradería blanca se veía la sangre. Pude contemplar el cuadro de aquel hombre que tanto me había impresionado, pero cuando vi que la pintura cobraba vida, experimenté un miedo atroz. La figura dentro del cuadro comenzó a salir como si fuera una ventana a ese mundo; él la atravesaba sin ningún problema y tras de él venía el inmenso lobo que lo acompañaba. El hombre sujetaba su elegante bastón, bajaba los escalones con una sonrisa desafiante. El lobo lo seguía de cerca, aumentando de tamaño ante la mirada de Adrián y la mía. Aquel animal no paraba de crecer y el
—Aquí hay algo malévolo, ese cuadro en el que aparece ese hombre con el lobo lo vi salir de ahí, ¡Él es el demonio! —Mariana me volvió a mirar con seriedad, luego sonrió.—¿Te refiere a Efraín Palacios? ¡Por todos los cielos! Efraín era un hombre fuerte que luchó durante toda su vida, pero no es un demonio que salga de los cuadros; esta mansión te ha impresionado mucho, te aseguro que tus juicios están equivocados. Creo que sería conveniente que te dieras un baño y tomaras esta infusión que te traje. —¿De qué está compuesta? —mi voz fue inadecuada haciéndole ver mi incredulidad. En aquel punto no confiaba ni en mi sombra.—No se trata de un alucinógeno, ni siquiera de plantas para dormir. Mira, jovencita, he estado despierto toda la noche contigo por orden de Arturo. Hoy te mostraré lo que harás en tu nuevo trabajo, pero si no quieres trabajar, ni tomar el té para curarte, no hay problema. Las puertas están abiertas y puede marcharse cuando lo desee, ya que aparentemente eso es lo
Arturo. — ¿Cómo la has dejado? —le pregunté a Mariana, apenas llegó a mis aposentos. —No te voy a mentir, está muy alterada. —No debía haberme excedido, pero ¿cómo demonios entró esa alma aquí? ¡Cuando ya se habían sellado todas las puertas espirituales…! No comprendo cómo pudo colarse. —El alma de esa mujer se ofreció a voluntad a sacrificarse y a exponerse a vagar eternamente en la oscuridad por salvar a Estefanía. Un centinela poderoso la bendijo con luz para que pudiera acceder a lugares a los que ellos no podían. Lamentablemente, habíamos ignorado eso, pero ya lo resolví y tu padre también; por otro lado, tuve que comunicarle a la muchacha que las marcas de su muñeca eran producto de sus delirios y que ella misma sufrió daño… —El cuadro de mi padre debe ser cambiado; pude intuir que los centinelas lo vieron, ¡Maldita sea! No me agradó sentir cómo ese centinela la ama y, lo que es peor, que sea correspondido; a ella no le importaría que él realmente sea su hermano, es
—Espero que sea de su agrado —. Al abrir la puerta él me demostró que sí existía el paraíso en la tierra. Se trataba de un invernadero majestuoso; la visión terminó de sacar las lágrimas que yo luchaba por no dejar caer. Arturo se volvió a mirarme, yo bajé la mirada, me sentía insegura y avergonzada, no quería que él me viera de esa forma y mucho menos sabiendo lo autoritario y frío que era. —Me doy cuenta de que el invernadero le ha agradado —susurró suavemente; sin embargo, permanecí con la mirada baja sin querer mirarlo. Arturo colocó su mano debajo de mi rostro y lo levantó hasta que sus ojos pudieron encontrarse con los míos, pero, aun así, mantuve los míos cerrados; entonces sentí cómo con su otra mano secaba mis lágrimas, ese gesto logró que mis párpados se abrieran. Nos quedamos en silencio durante un tiempo, yo dejé que secara mis lágrimas; los rayos de sol chocaban contra los cristales del techo del invernadero, embalsamando el rostro de aquel hombre que me consolaba en s
Quise atacar, pero era imposible, Alyan no había atentado en contra de mí, todo lo contrario, se mostraba amable. Lamentablemente, si ambos clanes, tanto de luz como de tinieblas, no ofendían a las partes, se creaba una especie de escudo invisible que protegía. Escudo que se resquebrajaba con la ira y no era el momento oportuno de sacar la mía, eso solo hubiera sucedido si Adrián regresara. Yo podía amar a Estefanía como se me pegara la gana. El dios Luthzer, que odiaba la debilidad, había sucumbido a la oscuridad debido a su amor por las hijas del hombre; seducido por el amor pecador. Al igual que Eva fue seducida por la serpiente antigua llamada diablo, llevando a Adán a pecar; en mi caso, yo era la serpiente y la manzana que quería seducir a Estefanía. Ya sentados uno frente al otro, empezó la parodia; la guerra por mantener la calma y la lucha de poder mental. Alyan comenzó a tomar sorbos de su café muy calmadamente y mientras más calma poseía, más indetectable se sentía su aro