Adrián. Alyan no abandonaba mi mente, me mortificaba no saber cómo le estaba yendo en aquella hacienda, si pudo salir ileso, si habría descubierto que mis sospechas no eran infundadas, pero sobre todo si ya había podido dar con ella; los pensamientos se diluyeron al llegar al otro santuario donde cohabitaban los otros centinelas. Los rostros de Bacco, Yahadet y Nahe se abocaron a mí, mientras otros dos desconocidos seguían mirándome de espaldas, soltando luz que rodeaba una especie de jaula grande, cuyo interior no podía ver. —¡Vaya caballero! ¿Todavía te mareas al viajar entre dimensiones? Tu cara se ha vuelto más pálida que la de un hijo de la noche —bromeó Bacco en torno a mi aspecto. En realidad, esos viajes me dejaban exhausto, con mareos y un dolor de cabeza terrible; aunque si soy honesto contigo, el no saber el paradero de Estefanía agravaba aquella situación. —Poco a poco lo irás controlando —aseguró mi padre. Yahadet me saludó con un «Bienvenido, muchacho», y lueg
—Explícate mejor, ya que no veo nada extraño en mí. —A simple vista y en reposo, es normal —la carcajada que soltó después de esa oración hizo temblar la estancia. Traté de acercarme nuevamente, pero una vez más, Nahe me lo impidió. Los ojos de mi madre se volvieron negros por completo, como dos carbones, y al mirarme frente a frente no pude reprimir las náuseas y el dolor de cabeza; sin embargo, ese malestar no era nada comparado con el dolor que experimentaba al verla de esa manera. —La situación cambia cuando estás íntimo —continuó luego de dejar de reírse—. Al estar dentro, la situación se modifica, adopta una forma, digamos diferente, se expande y requiere amoldarse, y eso solo lo ofrece la cavidad que solo las marcadas poseen. ¡Y te da un maravilloso placer! ¿O me equivoco? —dijo con ironía—. ¡No, por supuesto que no! Lo sabes, ¿cómo puedes negar lo que predico? ¡Ya lo experimentaste con Estefanía y eso te perturbó los sentidos! Habías estado con otras mujeres, naturalment
Horas más tarde. Me sentía atrapado en la cúspide de mi dolor, estar atado de manos y caminar a ciegas era una sensación que no se le deseaba a nadie. Alyan me observaba sin parpadear, quizá descifrando los misterios de mi mente; un grito ahogado retumbaba dentro de mí como el invierno más potente e infinito. Otra vez, la mirada de Nahethis me recordaba lo mortal de la situación. No dejaba de pensar en mi madre y Estefanía. Su recuerdo era una llama y el fuego se estaba extendiendo para luego convertirme en cenizas, ya lo estaba experimentando. —¡Tengo que encontrarla! ¡Tengo que salvarla! ¡Salvar su sangre del toque impuro de ese demonio! —Manifesté en voz alta, dejando salir nuevamente mi desesperación; entonces decidí salir de aquel encierro, tenía que hacer algo; Alyan me detuvo. —Todos hemos sacrificado el alma en esta batalla, pues nuestros ojos se han llenado de lágrimas. —Me siento muy perdido en esta guerra, Alyan… ¡La estoy perdiendo a ella! —Al pronunciar esas pa
Estefanía. Dime muchacha, ¿Te gustan las orquídeas? —me preguntó Mariana mientras subía los escalones hacia la recámara. —¡Me fascinan! —exclamé con entusiasmo. —Entonces mandaré a traer varias para que las cultives en el invernadero; no quiero que escatimes en gastos. Me gustaría que volvieras a los jardines de esta propiedad, los más hermosos de toda la región, y que no tuvieran nada que envidiar a los jardines de las mansiones de otros países —sonrío dándome emoción; sin embargo, aquellos destellos de adrenalina duraban muy poco. Se derrumbaban furiosamente en mi corazón cuando recordaba a Adrián. El invierno luchaba con fuerza por mantenerse en mi interior. —En resumen, es hora de que me vaya, tengo que cumplir con mi deber. Te dejé un libro muy interesante en la mesa de noche, léelo a ver si es de tu agrado y así podrás alejar un poco esos pensamientos fatalistas de tu cabeza —volvió a sonreír y, frente a la puerta, dio la vuelta y se marchó. Al cerrar la puerta, la
—Ven conmigo, por favor —me extendió su mano y yo la tomé. Arturo se dirigió hacia el magnífico piano de cola negro, apartó el banco del instrumento y me invitó a sentarme.—A ver, muéstreme cómo lo hace —me pidió, sentí que el corazón se me saldría por la boca; al principio sentía los dedos entumidos debido a los nervios, respiré profundamente y comencé a tocar. Dejé que los dedos se amoldaran, expresando mis sentimientos de manera abiertamente, hasta que estos se ajustaron perfectamente a la música. Cerré los ojos y permití que mis sentimientos se manifestaran; me dejé llevar por la música, que me hablaba de amor y dolor. No me había percatado de que el tiempo había transcurrido de manera bastante acelerada en el momento en que, tras interpretar una pieza, mis manos ansiosas se aquietaron y la música dejó de sonar. La voz del conde no tardó en hacerse presente. —Estefanía, su toque es encantador, no tiene nada que envidiar a ninguna dama de sangre noble —su voz sonó llena de emoc
—Al parecer sabe mucho por lo que me ha expuesto, pero dígame ¿Ha visto con sus propios ojos los paisajes descritos en los libros de historia? ¿Alguna vez viajó con su abuela fuera de este continente? —No, jamás he viajado. —Entiendo —murmuró—. Déjame decirle que las Escrituras no le hacen justicia completamente a los escenarios. Tiene ha sido ilustrada e instruida en ciencias y letras, sabe la teoría, pero aún no ha ido a la práctica. Debería ver por sus propios ojos lo que había hecho. —Creo que es más que obvio que nunca tendré la oportunidad de practicar, en primer lugar debido a mi posición y en segundo lugar, porque ahora estoy sola. —¿Cómo puede estar tan segura? El mundo es muy cambiante, nunca para de girar —no dije nada en respuesta al comentario—. He tenido el privilegio de viajar mucho por el mundo desde mi infancia, tanto que no he podido calentar ni un año un hogar. Realmente no sé qué es eso y usted ha sido bendecida por esa parte, ya que ha sentido el calor
—Uno de los mejores lugares es en Groenlandia —mientras Arturo me narraba los colores de las luces del norte y los lugares donde se admiraban, una sensación extraña comenzó a recorrerme el cuerpo. Repentinamente, me hundí en extrañas imágenes que me llevaba a la hacienda los Álamos. Veía las luces de colores y el verde mezclado con el rojo incandescente que cubrían todo el cielo oscuro sobre la finca, acompañadas de brillantes ráfagas de luces azules, violetas y de un dorado brillante, tal como lo había descrito el conde y la voz de Adrián, pronunciando mi nombre, hizo que me levantara del banco. —Me siento mal —le comuniqué a Arturo, pero aparentemente él ya lo había intuido. —No te levantes —me ordenó y dando tumbos volví a sentarme ostentada por sus brazos. —Esto va a pasar —me prometió. Sentí mareos y lágrimas que descendieron por mi mejilla sin que pudiera impedirlo. —No debí haberte ofrecido la absenta, fue muy fuerte para ti —no dije nada, solo quedé tranquila bajo sus
Abracé a Arturo y me acurruqué en su pecho, enseguida noté su sorpresa, sus manos seguían en el aire sin saber qué hacer, hasta que lentamente se relajaron hasta colocarlas en mi espalda. La energía y el calor que me transmitía su cuerpo no me eran desconocidos, y aunque en mi cabeza solo hubiera sombras, podría jurar que le había visto; entonces otras imágenes fueron surgiendo mientras permanecía acurrucada en su pecho; de a pedazos llegaban las escenas formadas en la casa de Libia Aristimundo, mi dolor y aquel sueño ¡Sí! Había visto esta mansión acompañada de un hombre que yacía oculto en la oscuridad. Lo que más recordaba era algo que brillaba en su cuello, se trataba del mismo lunar que yo poseía; sus efluvios eran muy similares a los que sentía por Arturo; entonces experimenté miedo por aquellos recuerdos y deseé no recordar más, como él me lo había sugerido. —Siento que estoy caminando en un sendero muy estrecho; dime si esto es realidad ¿Por qué la oscuridad ha mantenido la