EL INVERNADERO DEL RENACER.

—Espero que sea de su agrado —. Al abrir la puerta él me demostró que sí existía el paraíso en la tierra. Se trataba de un invernadero majestuoso; la visión terminó de sacar las lágrimas que yo luchaba por no dejar caer. Arturo se volvió a mirarme, yo bajé la mirada, me sentía insegura y avergonzada, no quería que él me viera de esa forma y mucho menos sabiendo lo autoritario y frío que era.

—Me doy cuenta de que el invernadero le ha agradado —susurró suavemente; sin embargo, permanecí con la mirada baja sin querer mirarlo. Arturo colocó su mano debajo de mi rostro y lo levantó hasta que sus ojos pudieron encontrarse con los míos, pero, aun así, mantuve los míos cerrados; entonces sentí cómo con su otra mano secaba mis lágrimas, ese gesto logró que mis párpados se abrieran. Nos quedamos en silencio durante un tiempo, yo dejé que secara mis lágrimas; los rayos de sol chocaban contra los cristales del techo del invernadero, embalsamando el rostro de aquel hombre que me consolaba en s
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