Horas más tarde. Me sentía atrapado en la cúspide de mi dolor, estar atado de manos y caminar a ciegas era una sensación que no se le deseaba a nadie. Alyan me observaba sin parpadear, quizá descifrando los misterios de mi mente; un grito ahogado retumbaba dentro de mí como el invierno más potente e infinito. Otra vez, la mirada de Nahethis me recordaba lo mortal de la situación. No dejaba de pensar en mi madre y Estefanía. Su recuerdo era una llama y el fuego se estaba extendiendo para luego convertirme en cenizas, ya lo estaba experimentando. —¡Tengo que encontrarla! ¡Tengo que salvarla! ¡Salvar su sangre del toque impuro de ese demonio! —Manifesté en voz alta, dejando salir nuevamente mi desesperación; entonces decidí salir de aquel encierro, tenía que hacer algo; Alyan me detuvo. —Todos hemos sacrificado el alma en esta batalla, pues nuestros ojos se han llenado de lágrimas. —Me siento muy perdido en esta guerra, Alyan… ¡La estoy perdiendo a ella! —Al pronunciar esas pa
Estefanía. Dime muchacha, ¿Te gustan las orquídeas? —me preguntó Mariana mientras subía los escalones hacia la recámara. —¡Me fascinan! —exclamé con entusiasmo. —Entonces mandaré a traer varias para que las cultives en el invernadero; no quiero que escatimes en gastos. Me gustaría que volvieras a los jardines de esta propiedad, los más hermosos de toda la región, y que no tuvieran nada que envidiar a los jardines de las mansiones de otros países —sonrío dándome emoción; sin embargo, aquellos destellos de adrenalina duraban muy poco. Se derrumbaban furiosamente en mi corazón cuando recordaba a Adrián. El invierno luchaba con fuerza por mantenerse en mi interior. —En resumen, es hora de que me vaya, tengo que cumplir con mi deber. Te dejé un libro muy interesante en la mesa de noche, léelo a ver si es de tu agrado y así podrás alejar un poco esos pensamientos fatalistas de tu cabeza —volvió a sonreír y, frente a la puerta, dio la vuelta y se marchó. Al cerrar la puerta, la
—Ven conmigo, por favor —me extendió su mano y yo la tomé. Arturo se dirigió hacia el magnífico piano de cola negro, apartó el banco del instrumento y me invitó a sentarme.—A ver, muéstreme cómo lo hace —me pidió, sentí que el corazón se me saldría por la boca; al principio sentía los dedos entumidos debido a los nervios, respiré profundamente y comencé a tocar. Dejé que los dedos se amoldaran, expresando mis sentimientos de manera abiertamente, hasta que estos se ajustaron perfectamente a la música. Cerré los ojos y permití que mis sentimientos se manifestaran; me dejé llevar por la música, que me hablaba de amor y dolor. No me había percatado de que el tiempo había transcurrido de manera bastante acelerada en el momento en que, tras interpretar una pieza, mis manos ansiosas se aquietaron y la música dejó de sonar. La voz del conde no tardó en hacerse presente. —Estefanía, su toque es encantador, no tiene nada que envidiar a ninguna dama de sangre noble —su voz sonó llena de emoc
—Al parecer sabe mucho por lo que me ha expuesto, pero dígame ¿Ha visto con sus propios ojos los paisajes descritos en los libros de historia? ¿Alguna vez viajó con su abuela fuera de este continente? —No, jamás he viajado. —Entiendo —murmuró—. Déjame decirle que las Escrituras no le hacen justicia completamente a los escenarios. Tiene ha sido ilustrada e instruida en ciencias y letras, sabe la teoría, pero aún no ha ido a la práctica. Debería ver por sus propios ojos lo que había hecho. —Creo que es más que obvio que nunca tendré la oportunidad de practicar, en primer lugar debido a mi posición y en segundo lugar, porque ahora estoy sola. —¿Cómo puede estar tan segura? El mundo es muy cambiante, nunca para de girar —no dije nada en respuesta al comentario—. He tenido el privilegio de viajar mucho por el mundo desde mi infancia, tanto que no he podido calentar ni un año un hogar. Realmente no sé qué es eso y usted ha sido bendecida por esa parte, ya que ha sentido el calor
—Uno de los mejores lugares es en Groenlandia —mientras Arturo me narraba los colores de las luces del norte y los lugares donde se admiraban, una sensación extraña comenzó a recorrerme el cuerpo. Repentinamente, me hundí en extrañas imágenes que me llevaba a la hacienda los Álamos. Veía las luces de colores y el verde mezclado con el rojo incandescente que cubrían todo el cielo oscuro sobre la finca, acompañadas de brillantes ráfagas de luces azules, violetas y de un dorado brillante, tal como lo había descrito el conde y la voz de Adrián, pronunciando mi nombre, hizo que me levantara del banco. —Me siento mal —le comuniqué a Arturo, pero aparentemente él ya lo había intuido. —No te levantes —me ordenó y dando tumbos volví a sentarme ostentada por sus brazos. —Esto va a pasar —me prometió. Sentí mareos y lágrimas que descendieron por mi mejilla sin que pudiera impedirlo. —No debí haberte ofrecido la absenta, fue muy fuerte para ti —no dije nada, solo quedé tranquila bajo sus
Abracé a Arturo y me acurruqué en su pecho, enseguida noté su sorpresa, sus manos seguían en el aire sin saber qué hacer, hasta que lentamente se relajaron hasta colocarlas en mi espalda. La energía y el calor que me transmitía su cuerpo no me eran desconocidos, y aunque en mi cabeza solo hubiera sombras, podría jurar que le había visto; entonces otras imágenes fueron surgiendo mientras permanecía acurrucada en su pecho; de a pedazos llegaban las escenas formadas en la casa de Libia Aristimundo, mi dolor y aquel sueño ¡Sí! Había visto esta mansión acompañada de un hombre que yacía oculto en la oscuridad. Lo que más recordaba era algo que brillaba en su cuello, se trataba del mismo lunar que yo poseía; sus efluvios eran muy similares a los que sentía por Arturo; entonces experimenté miedo por aquellos recuerdos y deseé no recordar más, como él me lo había sugerido. —Siento que estoy caminando en un sendero muy estrecho; dime si esto es realidad ¿Por qué la oscuridad ha mantenido la
La charla amena continuó rumbo a la mansión; entre pláticas, Arturo me había contado cómo había conocido a los agradables amigos que nos habían interpretado una canción y de las veces que Ébano le ocasiono fracturas a Daniel. Continuó con las narraciones de sus viajes, mientras yo permanecía en silencio; prefería mil veces oír su voz que la mía, que sonaba a agonía. Sin darnos cuenta ya estábamos en la mansión; antes de entrar me di nuevamente valor para preguntarle por el relicario, debía hacerlo. Arturo contempló que me había rezagado un poco. —¿Sucede algo? —En realidad no… Bien, deseo hacerle una consulta —mi voz sonó torpe. —Entonces, hazla —las facciones de su rostro me permitían ver que se ponía a la defensiva. —¿La noche en la que me encontró, no llevaba un relicario conmigo? —su rostro cambió de forma veloz y, ante mí, el brillo que lo acompañaba se apagó, aflorando la frialdad característica de él—. —¿Era esa joya muy valiosa para usted? —Sí, tenía y tiene
Estefanía. Mis manos estaban cubiertas de la tierra que extra de los tiestos, ya podía sentir el cansancio de la faena; salí del invernadero por la puerta que daba a los jardines secretos que me había mostrado el conde; no me había percatado de esa conexión del invernadero con los jardines hasta que detallé el lugar con más tranquilidad. No había sabido nada de Arturo en casi una semana, y tampoco me atrevía a preguntarle a Mariana. Por otro lado, extrañaba sus charlas. En una noche me había enamorado de sus historias. Me senté a descansar y a contemplar el espacio, la zona ajardinada se veía más extensa bajo la luz del sol, rodeada de un bosque espontáneo, en su mayoría frondosas pinedas que acentuaban el aislamiento del jardín, dándole un entorno muy natural. Los jardines estaban llenos de detalles, de esculturas, jarrones de terracota, pérgolas y juegos de agua. —¿Contemplando el jardín? —la voz familiar de Mariana me sacó del escrutinio. —Sí, realmente son muy hermosos, p