—Aquí hay algo malévolo, ese cuadro en el que aparece ese hombre con el lobo lo vi salir de ahí, ¡Él es el demonio! —Mariana me volvió a mirar con seriedad, luego sonrió.—¿Te refiere a Efraín Palacios? ¡Por todos los cielos! Efraín era un hombre fuerte que luchó durante toda su vida, pero no es un demonio que salga de los cuadros; esta mansión te ha impresionado mucho, te aseguro que tus juicios están equivocados. Creo que sería conveniente que te dieras un baño y tomaras esta infusión que te traje. —¿De qué está compuesta? —mi voz fue inadecuada haciéndole ver mi incredulidad. En aquel punto no confiaba ni en mi sombra.—No se trata de un alucinógeno, ni siquiera de plantas para dormir. Mira, jovencita, he estado despierto toda la noche contigo por orden de Arturo. Hoy te mostraré lo que harás en tu nuevo trabajo, pero si no quieres trabajar, ni tomar el té para curarte, no hay problema. Las puertas están abiertas y puede marcharse cuando lo desee, ya que aparentemente eso es lo
Arturo. — ¿Cómo la has dejado? —le pregunté a Mariana, apenas llegó a mis aposentos. —No te voy a mentir, está muy alterada. —No debía haberme excedido, pero ¿cómo demonios entró esa alma aquí? ¡Cuando ya se habían sellado todas las puertas espirituales…! No comprendo cómo pudo colarse. —El alma de esa mujer se ofreció a voluntad a sacrificarse y a exponerse a vagar eternamente en la oscuridad por salvar a Estefanía. Un centinela poderoso la bendijo con luz para que pudiera acceder a lugares a los que ellos no podían. Lamentablemente, habíamos ignorado eso, pero ya lo resolví y tu padre también; por otro lado, tuve que comunicarle a la muchacha que las marcas de su muñeca eran producto de sus delirios y que ella misma sufrió daño… —El cuadro de mi padre debe ser cambiado; pude intuir que los centinelas lo vieron, ¡Maldita sea! No me agradó sentir cómo ese centinela la ama y, lo que es peor, que sea correspondido; a ella no le importaría que él realmente sea su hermano, es
—Espero que sea de su agrado —. Al abrir la puerta él me demostró que sí existía el paraíso en la tierra. Se trataba de un invernadero majestuoso; la visión terminó de sacar las lágrimas que yo luchaba por no dejar caer. Arturo se volvió a mirarme, yo bajé la mirada, me sentía insegura y avergonzada, no quería que él me viera de esa forma y mucho menos sabiendo lo autoritario y frío que era. —Me doy cuenta de que el invernadero le ha agradado —susurró suavemente; sin embargo, permanecí con la mirada baja sin querer mirarlo. Arturo colocó su mano debajo de mi rostro y lo levantó hasta que sus ojos pudieron encontrarse con los míos, pero, aun así, mantuve los míos cerrados; entonces sentí cómo con su otra mano secaba mis lágrimas, ese gesto logró que mis párpados se abrieran. Nos quedamos en silencio durante un tiempo, yo dejé que secara mis lágrimas; los rayos de sol chocaban contra los cristales del techo del invernadero, embalsamando el rostro de aquel hombre que me consolaba en s
Quise atacar, pero era imposible, Alyan no había atentado en contra de mí, todo lo contrario, se mostraba amable. Lamentablemente, si ambos clanes, tanto de luz como de tinieblas, no ofendían a las partes, se creaba una especie de escudo invisible que protegía. Escudo que se resquebrajaba con la ira y no era el momento oportuno de sacar la mía, eso solo hubiera sucedido si Adrián regresara. Yo podía amar a Estefanía como se me pegara la gana. El dios Luthzer, que odiaba la debilidad, había sucumbido a la oscuridad debido a su amor por las hijas del hombre; seducido por el amor pecador. Al igual que Eva fue seducida por la serpiente antigua llamada diablo, llevando a Adán a pecar; en mi caso, yo era la serpiente y la manzana que quería seducir a Estefanía. Ya sentados uno frente al otro, empezó la parodia; la guerra por mantener la calma y la lucha de poder mental. Alyan comenzó a tomar sorbos de su café muy calmadamente y mientras más calma poseía, más indetectable se sentía su aro
Adrián. Alyan no abandonaba mi mente, me mortificaba no saber cómo le estaba yendo en aquella hacienda, si pudo salir ileso, si habría descubierto que mis sospechas no eran infundadas, pero sobre todo si ya había podido dar con ella; los pensamientos se diluyeron al llegar al otro santuario donde cohabitaban los otros centinelas. Los rostros de Bacco, Yahadet y Nahe se abocaron a mí, mientras otros dos desconocidos seguían mirándome de espaldas, soltando luz que rodeaba una especie de jaula grande, cuyo interior no podía ver. —¡Vaya caballero! ¿Todavía te mareas al viajar entre dimensiones? Tu cara se ha vuelto más pálida que la de un hijo de la noche —bromeó Bacco en torno a mi aspecto. En realidad, esos viajes me dejaban exhausto, con mareos y un dolor de cabeza terrible; aunque si soy honesto contigo, el no saber el paradero de Estefanía agravaba aquella situación. —Poco a poco lo irás controlando —aseguró mi padre. Yahadet me saludó con un «Bienvenido, muchacho», y lueg
—Explícate mejor, ya que no veo nada extraño en mí. —A simple vista y en reposo, es normal —la carcajada que soltó después de esa oración hizo temblar la estancia. Traté de acercarme nuevamente, pero una vez más, Nahe me lo impidió. Los ojos de mi madre se volvieron negros por completo, como dos carbones, y al mirarme frente a frente no pude reprimir las náuseas y el dolor de cabeza; sin embargo, ese malestar no era nada comparado con el dolor que experimentaba al verla de esa manera. —La situación cambia cuando estás íntimo —continuó luego de dejar de reírse—. Al estar dentro, la situación se modifica, adopta una forma, digamos diferente, se expande y requiere amoldarse, y eso solo lo ofrece la cavidad que solo las marcadas poseen. ¡Y te da un maravilloso placer! ¿O me equivoco? —dijo con ironía—. ¡No, por supuesto que no! Lo sabes, ¿cómo puedes negar lo que predico? ¡Ya lo experimentaste con Estefanía y eso te perturbó los sentidos! Habías estado con otras mujeres, naturalment
Horas más tarde. Me sentía atrapado en la cúspide de mi dolor, estar atado de manos y caminar a ciegas era una sensación que no se le deseaba a nadie. Alyan me observaba sin parpadear, quizá descifrando los misterios de mi mente; un grito ahogado retumbaba dentro de mí como el invierno más potente e infinito. Otra vez, la mirada de Nahethis me recordaba lo mortal de la situación. No dejaba de pensar en mi madre y Estefanía. Su recuerdo era una llama y el fuego se estaba extendiendo para luego convertirme en cenizas, ya lo estaba experimentando. —¡Tengo que encontrarla! ¡Tengo que salvarla! ¡Salvar su sangre del toque impuro de ese demonio! —Manifesté en voz alta, dejando salir nuevamente mi desesperación; entonces decidí salir de aquel encierro, tenía que hacer algo; Alyan me detuvo. —Todos hemos sacrificado el alma en esta batalla, pues nuestros ojos se han llenado de lágrimas. —Me siento muy perdido en esta guerra, Alyan… ¡La estoy perdiendo a ella! —Al pronunciar esas pa
Estefanía. Dime muchacha, ¿Te gustan las orquídeas? —me preguntó Mariana mientras subía los escalones hacia la recámara. —¡Me fascinan! —exclamé con entusiasmo. —Entonces mandaré a traer varias para que las cultives en el invernadero; no quiero que escatimes en gastos. Me gustaría que volvieras a los jardines de esta propiedad, los más hermosos de toda la región, y que no tuvieran nada que envidiar a los jardines de las mansiones de otros países —sonrío dándome emoción; sin embargo, aquellos destellos de adrenalina duraban muy poco. Se derrumbaban furiosamente en mi corazón cuando recordaba a Adrián. El invierno luchaba con fuerza por mantenerse en mi interior. —En resumen, es hora de que me vaya, tengo que cumplir con mi deber. Te dejé un libro muy interesante en la mesa de noche, léelo a ver si es de tu agrado y así podrás alejar un poco esos pensamientos fatalistas de tu cabeza —volvió a sonreír y, frente a la puerta, dio la vuelta y se marchó. Al cerrar la puerta, la