Promesas Rotas, Destinos Cruzados
Promesas Rotas, Destinos Cruzados
Por: Sarahí
Prólogo

—Dylan, ¡ten cuidado! —grité, viendo cómo mi novio se lanzaba al lago con un salto despreocupado.

El agua brillaba bajo el sol de la tarde, pero el viento era fresco, y solo imaginarme sumergiéndome en ese frío me ponía la piel de gallina.

—Ven a nadar conmigo —me llamó desde el agua, su voz temblorosa, probablemente más por la temperatura que por cualquier otra cosa.

Me quedé inmóvil en la orilla, sintiendo el césped húmedo bajo mis pies descalzos. El sentido común me gritaba que era una mala idea. Sin embargo, su sonrisa era irresistible. Sin pensarlo más, empecé a deshacerme de la ropa. Las prendas cayeron al suelo una por una, hasta que quedé solo en mi ropa interior.

Respiré hondo y di un salto. El impacto fue un choque brutal. El agua helada me envolvió, y una sensación de ardor recorrió mi piel. Cuando saqué la cabeza, el aire frío golpeó mi rostro y me hizo castañear los dientes.

—¡El agua está demasiado fría! —logré decir, temblando de pies a cabeza.

Dylan nadó hacia mí, sus movimientos fluidos y seguros, como si estuviera hecho para el agua. Cuando llegó a mi lado, me envolvió con sus brazos, su cuerpo cálido contrastando con la frialdad del lago.

—Lo sé, pero ahora que estás aquí, no importa. —Sus manos subieron a mi cuello, acariciando con suavidad. Sus ojos miel brillaban, llenos de una mezcla de emoción y nerviosismo que me dejó sin palabras.

Su voz se tornó seria, pero una sonrisa traviesa jugaba en sus labios.

—Alex va a matarme en cuanto sepa que le propuse matrimonio a su hermanita.

Me quedé helada, pero esta vez no por el agua. Mi corazón latía con fuerza mientras lo miraba, tratando de procesar lo que acababa de decir.

—¿Estás seguro de esto? —pregunté, mi voz apenas un susurro. El frío ya no importaba.

—Más seguro que nunca. Melissa Parker, te amo.

No había más palabras. Solo nos quedamos mirándonos, y luego nuestros labios se encontraron. Fue un beso que selló no solo nuestras promesas, sino también las esperanzas y sueños que compartíamos. Todos siempre habían dicho que era nuestro destino. “Terminarán casados, con hijos guapísimos”, decían. Pero en ese momento, no importaban los futuros que otros imaginaban, sino lo que sentíamos en el presente.

Mis recuerdos se desvanecieron de golpe cuando escuché el llamado a la puerta. Parpadeé, volviendo al presente, mientras me enjugué las lágrimas apresuradamente con el dorso de la mano. El peso en mi pecho era abrumador, pero intenté recomponerme antes de abrir.

Ahí estaba Alex, mi hermano, con su figura alta y su expresión llena de preocupación. Últimamente, su mirada hacia mí siempre reflejaba una mezcla de pena y culpa, como si llevara parte de mi sufrimiento consigo.

—¿Otra vez estás llorando, Mel? —preguntó con suavidad mientras daba un paso adelante, cerrando la distancia para envolverme en un abrazo cálido.

Me hundí en sus brazos, incapaz de contener el torrente de emociones que había estado reprimiendo.

—Ya no puedo más, Alex —confesé con la voz rota—. Siento que voy a morirme. Cada día que pasa siento que él también está dando su último respiro. Me cuesta tanto… tanto respirar.

Alex apretó su abrazo, como si pudiera transferirme su fortaleza.

—Melissa, tienes que confiar. Todo va a estar bien.

Me aparté de él lo suficiente para mirarlo a los ojos, con lágrimas deslizándose por mis mejillas.

—No, Alex. No va a estar bien. Para ti y para los demás es fácil decirlo porque no están en mi lugar. Pero yo soy quien lo visita cada día, quien lo ve ahí acostado, sin moverse, conectado a esas máquinas. Soy yo quien lleva un mes suplicando que despierte.

Alex se inclinó hacia mí, sosteniéndome por los hombros con firmeza, su expresión seria pero llena de cariño.

—Melissa… escucha. Todo va a estar bien. Porque… —hizo una pausa, como si las palabras le costaran salir—. Porque él despertó.

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