Capítulo 7

~ M E L I S S A P A R K E R ~

🍂

Después de dos días en el hospital, por fin estaba en casa. Pero la sensación de encierro persistía. Pasaba las horas leyendo, intentando distraerme, cuando alguien llamó a la puerta.

—Está abierto —dije, sin levantar la vista del libro.

Dylan entró con pasos tranquilos y se tumbó en la cama junto a mí. Desde que salí del hospital, había estado extraño. Callado. Distante.

—¿Estás bien? —pregunté mientras lo abrazaba—. Dylan, actúas raro. Sé que todo esto fue extraño, pero estamos bien.

Él cerró los ojos y apoyó la frente contra la mía.

—Melissa... pudimos perderte.

No supe qué decir. Lo dejé descansar mientras yo seguía leyendo, escuchando su respiración acompasada mientras se quedaba dormido.

Los días pasaban entre libros y salidas al hospital con Kate. Alex no me dejaba salir sola bajo ninguna circunstancia. Desconfiaba de todos, incluso de Andrew y Dylan.

Una mañana, bajé al jardín donde la familia desayunaba en silencio. Tomé asiento y los observé.

—Alex, lamento mucho lo que pasó. Pero no fue culpa de nadie. Necesito que todo vuelva a ser como antes... por favor.

Alex dejó el cubierto en la mesa y se levantó. Caminó hasta mi lado y colocó una mano en mi hombro.

—Melissa, tienes razón. Lo siento. Necesito tiempo... casi te pierdo. Y no fue culpa de ninguno de ellos. Ni siquiera de mí. Solo... sucedió.

Luego me abrazó con fuerza, y sentí su respiración temblorosa contra mi cabello. Kate también se acercó y nos abrazó.

—¡Muy bien, abrazo familiar! —dijo Andrew, uniéndose también. Dylan lo siguió con una sonrisa, y pronto estábamos todos riendo entre lágrimas.

🍂

Una semana después, aún seguía atrapada en casa. Cada día se acercaba más la partida de Dylan, y mi única distracción era cocinar con él o leer en la biblioteca.

—¿Crees que Alex me deje salir algún día? —pregunté mientras leía las instrucciones para la salsa de pasta.

Dylan apagó la parrilla, sorprendido por mi pregunta. Se acercó y me ayudó a bajar de la barra.

—Melissa Parker, deja de hablar como si fueras prisionera —me abrazó y apoyé la cabeza en su pecho—. Te amo.

—Y yo a ti, Dylan Adler.

🍂

Corrí por la entrada, intentando alcanzar a Alex antes de que saliera al trabajo.

—¡Por favor, Alex! —grité.

Pero fue inútil. Ya se había ido.

—¿Volvió a ignorarte? —preguntó Kate, saliendo de la cocina con una mirada apenada.

—Sí... parece que ahora solo vive para eso.

Kate me abrazó con fuerza.

—Cuando Andrew llamó diciendo que iban al hospital... Alex entró en crisis. No paraba de llorar. Tú eres su lugar seguro, Melissa.

Mi corazón se encogió. Sabía que tenía razón.

—Lo siento tanto, Kate.

—Solo dale tiempo.

Le sonreí y me fui a la biblioteca. Mientras leía, Andrew entró y se tumbó junto a mí.

—¿Qué haces, Parker?

—Leer. Llevo tres libros hoy.

—Eso es aburrido. Vámonos.

—No saldré sin permiso.

Andrew suspiró, resignado, y se quedó una hora más conmigo en la alfombra, compartiendo el silencio.

—¿Alex todavía sigue con esa idea de mantenerte en una burbuja de cristal? —preguntó Andrew tras un largo rato de silencio.

Desvié la mirada de mi libro y lo cerré lentamente, dejando que el sonido suave de las páginas al cerrarse llenara el espacio entre nosotros.

—Tu hermana dice que debo darle tiempo —respondí con un suspiro—. Soy su única familia. Bueno, no... su familia ahora es Kate.

Andrew me observó con una mezcla de compasión y algo más profundo, como si estuviera calculando sus palabras antes de soltarlas.

—Eres más que eso, Mel. Eres su hermana. Alexander lo perdió todo en ese accidente. Pero tú... tú llegaste a su vida a volverla un caos. Y por eso se aferra tanto a ti. Porque fuiste lo único que le dio una razón para seguir en pie.

El aire se volvió más denso al escuchar sus palabras. Me froté las manos en un gesto inconsciente, tratando de disipar el nudo en mi pecho.

—¿Conociste a sus padres? —pregunté tras unos segundos de vacilación.

Andrew esbozó una sonrisa triste, sus ojos brillando con un reflejo de añoranza.

—Sí... ellos eran fantásticos. Amaban a Alex con todo su ser. Eran el tipo de personas que te hacían ver la vida de otra manera. No se rendían nunca, ni siquiera en los peores momentos.

La nostalgia en su voz me atravesó como un cuchillo, y antes de poder evitarlo, formulé la pregunta que llevaba días rondando en mi cabeza:

—¿Por qué las personas buenas mueren?

Andrew cerró los ojos brevemente, como si buscara en algún rincón remoto una respuesta. Al final, solo negó con la cabeza y se levantó con un movimiento lento.

—Eso es algo que no puedo responderte, Melissa.

Lo observé mientras se acercaba a la ventana, donde los rayos de sol se filtraban a través de las cortinas, creando patrones dorados en el suelo.

—Vamos —dijo al cabo de un momento, girándose hacia mí—. Es hora de ir al jardín.

Fruncí el ceño.

—No me gusta tomar el sol. Odio el sol —me quejé, abrazando el libro contra mi pecho como si fuera un escudo.

Andrew soltó una carcajada suave y cruzó los brazos.

—Vamos a ver a Dylan. Creo que lo vi en el jardín.

Lo miré con escepticismo y me crucé de brazos.

—No, él no está en el jardín. También odia el sol.

Andrew me lanzó una mirada resignada y luego levantó las manos en señal de rendición.

—Está bien... has ganado.

Sin más opciones, se dejó caer nuevamente sobre la alfombra. Nos quedamos ahí, rodeados del murmullo de las páginas y el silencio compartido. Ninguno de los dos habló. No hacía falta.

El sol seguía brillando allá afuera, indiferente a nuestras pequeñas batallas internas. Mientras tanto, la biblioteca seguía siendo nuestro refugio, lejos de la realidad, al menos por un rato más.

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