VIII Inmóvil

Eris se atrevió a mirar cuando, al grito de sorpresa de la multitud, le siguió uno más embravecido aún. En la arena, el Asko seguía de pie pese al golpe que a otro hombre habría mandado a volar luego de romperle varios huesos.

Alter, colérico, puso en movimiento la bola una vez más y le asestó un golpe en la pierna izquierda, cerca de la corva de la rodilla. Debió partirla en dos, pero sólo lo desestabilizó un poco.

—¿De dónde has sacado a semejante prisionero? —preguntó Darón, muy asombrado por la resistencia del Asko.

—De Balardia —mintió el rey—. Si así son nuestros esclavos, imagina cómo son nuestros soldados.

—La fuerza y resistencia son meras galanuras si la voluntad se ha perdido —repuso Darón—, y ese hombre parece anhelar morir. No hay goce en una batalla así. No es batalla, es masacre.

El rey apretó la mandíbula. Justo ahora el Asko no quería pelear, pero bien que había matado antes a su mejor peleador.

Alter se posicionó a un costado del Asko, hizo girar tres veces la bo
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