—¿Acaso no estabas enfadado conmigo, Damián?— quiso saber mientras amohinaba los labios y fruncía el entrecejo.
Él la observó en silencio un momento, sin dejar de sonreír. Aunque esa sonrisa tenía más de burla que de complicidad. Pero, tampoco era burla lo que sentía. Por el contrario, solo le divertía ver las grandes ironías que ella le mostraba.«¿Tan poco tiempo que nos conocemos y ya se ha dado cuenta cómo soy? En todo caso ¿Por qué no me ofende que así sea?»Observó para luego encogerse de hombros y dejarse caer sobre la cama con la cabeza apoyada sobre sus brazos. Se dio la vuelta y estiró la mano para acariciarle la mejilla con la yema de su pulgar sintiendo la suavidad de su piel. Tan suave que ya comenzaba a antojar.De vuelta, hasta él mismo se sorprendía cuánto lo podía provocar esa hermosa fragilidad. Tanto así que debía reconocer que los enfados, con ella, no le durarían más que unos escasos segundos.—¿Le cuento«Realmente ¿Estoy segura a su lado? Realmente ¿Él podría ser alguien de confianza? En serio… ¿Él está esperando a que yo le crea todos sus cuentos?¿Lo hace porque es lo que cree correcto o tiene otra intención?¡Dios Santo!¿En dónde me han metido?»Pensó Alba casi al borde de las lágrimas sin poder evitar observar a Damián con la sincera expresión de terror. Decir que se encontraba devastada ante esa situación, era quedarse corto y subestimar su capacidad de frustración. A lo mejor Damián se había dado cuenta de todo lo que ocurría en su mente. Alba no estaba segura de eso, pues todo ocurrió tan de repente que no tuvo tiempo de pararse a pensar. Él la tomó por la barbilla, sin dejar de observarla con preocupación. Sus ojos azul cielo parecían preguntar por lo que le ocurría. Y eso, a ella, la preocupaba aun más ¿Cómo podía ser, él, un hombre tan atento y, a su vez, tener malas intenciones? Confundida, se echó a llorar. —¿Alba
—De modo que dices que se lo ha visto desesperado ¿No es así, hija mía?— inquirió Asmodeus mientras cargaba su pipa.Su hija, Marguy, no respondió en el momento. En cambio, prefirió observar de costado como él seguía con ese ritual de cargar la pipa de tabaco, llevársela a la boca y encenderla con un cerillo. Contó las bocanadas que su padre dio. Sabía que, al igual que a ella, la noticia lo había afectado. Por esa razón, esperaría a que terminara con su ritual. Para que, al menos, estuviera un poco más relajado cuando le diera los pocos detalles que ella sabía. Mientras tanto, afuera, la lluvia seguía cayendo junto con la tarde. —¿Y bien?— insistió Asmodeus sin poder ocultar su impaciencia. Marguy suspiró y volteó a verlo, sonriendo de lado como siempre lo hacía. Se encogió de hombros y esa fue toda la respuesta que se limitó a dar. Asmodeus rodó los ojos, su hija natural era un maldito calco a ese hombre que había sido en su juventud. —Lastima que no fueras un hombre, Marguy…
En un deprimente y gris día otoñal, Alba, se encontraba mirando la vieja puerta de roble con remaches y ornamenta de oro de una casona de corte imperial. Hacía frío en aquella mañana, motivo más que suficiente para que la joven se decidiera a entrar. Aun así, no lo hacía.«¡Vamos! Solo golpea esa puerta y pide que te lleven ante Madame Lamere para darle esa nota. No es tan difícil, Alba.»Se alentó, sintiendo su corazón aletear con demasiada fuerza en su pecho. Inspiró hondo y se obligó a subir las escaleras del zaguán que la acercaban a la gran puerta de roble con ornamentas de oro. Adentro, en aquella vieja casona, ubicada en la esquina de una diagonal céntrica de la gran ciudad, a la que ella se dirigía con su modesta carta de recomendación, parecía bullir de gente que iba y venía azarosa. La joven apretó, indecisa, contra su pequeño pecho la carta que llevaba en su mano. Tenía miedo, a decir verdad, tenía mucho miedo de lo que fuera a ocurrir allí adentro. Pero, no nos apresure
—¡Vamos, niña, no tengo todo el día!— apremió aquel apestoso borracho con prepotencia.— ¡Muévete!¿Quieres?Al oírlo, Alba se sobresaltó. Conteniendo el aliento, dio la vuelta para observar a aquel extraño con ojos llenos de espanto. Notó como se tambaleaba aun agarrado a la baranda de las escaleras del viejo pórtico de la gran casona. Era solo un borracho de mediana edad. Pero, ella en su corta vida nunca había visto uno. Se recordó a sí misma que no tenía nada que temer y que ese hombre no le haría daño alguno. Aunque, de eso último no estaba tan segura. —Oh, disculpe…—respondió con una sonrisa tensa, avergonzada de si misma por ser tan miedosa.Dicho esto, con una pequeña reverencia de cortesía le dio la espalda para volver la vista a la puerta ante la permanente mirada de enojo del hombre. Por alguna extraña razón, sentía que entre menos contacto hiciera con ese hombre, mejor para ella. Así pues, con una nueva y real determinación e ignorando las quejas de ese molesto borrach
— Vamos, señor Rupert…— amonestó con cansancio la voz de un hombre joven que se encontraba a espaldas de Alba.«¡Deo gratias!»Exclamó la joven al escuchar la voz de aquel desconocido que llegaba en su rescate. De haber juzgado oportuno, se le habría abalanzado encima para poder besarlo y de esa forma demostrar todo su agradecimiento. Pero sabía que ese tipo de comportamiento no era digno de una jovencita de bien como ella. De modo que prefirió quedarse al margen con una sonrisa tensa adherida a la cara. — Haga el bendito favor de soltar a la pobre muchacha, que culpa no ha de tener con eso de que usted haya perdido otra vez las llaves por andar de jarana por allí.— insistió el recién llegado, esta vez, demostrando que no estaba para bromas. Alba observó en su dirección, encontrándose con la mirada triste y azul de un hombre joven de piel clara. Este por su parte, parecía que no estaba realmente enterado de su presencia.Además, al juzgar por la mueca que llevaba puesta en sus labi
—¡Oh! Mira nada más, Martha, que niña tan bonita ha llegado…— exclamó con burla una de esas mujeres de vida licenciosa cuando ellos hubieron llegado al rellano— ¿Es tu chica Damián? ¡Ah! Si yo sabía que todo esos poemas que me recitabas en las noches eran meras mentiras ¡Mentiroso! Al oír aquellas bromas, Alba sintió como a su corazón se le olvidaba un par de latidos. Muda de asombro, levantó la vista para observar con timidez la nuca de Damián.Le hubiera gustado preguntarle qué ocurría. Pero él , simplemente se mantenía en un silencio taciturno, como si no escuchara las risas chillonas de aquellas mujeres de vida ligera.—Ya, Clara ¿No ves que asustas a la pequeña? — intervino otra mujer, una que a la vista, parecía ser más grande que la tal Clara— además, déjame decirte que es evidente que todo lo que has dicho es verdad… pero, déjame admitirte, amiga mía, que, esa chiquilla tan bonita, dudo mucho que sea su querida…Alba vio con gran horror como aquellas palabras generaban un sil
De pie frente al hermoso escritorio de palo de rosa, Damián observaba con mirada ausente a la supuesta dueña de la gran casona. Quien en ese momento leía la carta con aire de profundo aburrimiento. Quizás lo fuera. Bastaba con verle la cara para intuirlo. Su rictus caprichoso daba a entender estuviera pensando en que toda esa diplomacia era una verdadera perdida de tiempo que le estorbaba. En opinión de Damián, lo era. A fin de cuentas, todo eso terminaba en el mismo lugar. Pero, ese no era asunto suyo. Por eso se guardaba muy bien de mantenerse a distancia.Sin embargo, para su desgracia, por mucho que se esforzase en aparentar un completo desinterés ante aquel tema, nada de aquello le era indiferente. Por la fuerza de convivir con aquella mujer frívola, él podía darse cuenta de todo lo que estaba pensando.Paseó distraído su mirada por el lugar buscando un mínimo detalle que sirviera para ocupar la mente y no pensar en esas cosas. Pero, no le fue tan fácil hacerlo. Ya se conocía
«¡No te metas en esto, Damián! Que tú sabes muy bien que no te conviene. No lo hagas…» Intentó recomendarse mientras levantaba la cara para observar a la Madame. No le cabía ninguna duda de que ahí estaba la trampa que ella le tendía. Ella no era tan estúpida como para no darse cuenta que esos temas no le eran indiferentes a él. Por eso le había pedido su opinión. Para tener una excusa de echarlo a la calle. Si hablaba de más, tendría consecuencias. «O para meterme en este asunto… no sería la primera vez que lo hace…» Analizó sintiendo como comenzaba a sudar frío. De solo recordar aquellas veces en las que se vio obligado a participar de esos negocios turbios hacia que se sintiera descompuesto y con ganas de vomitar. Pero tenía que disimular todo eso. De modo que se obligó a sonreír con la actitud de quien no entendía absolutamente nada de lo que ocurría. —¿Qué es lo que quiere que le diga exactamente, Madame?— preguntó como quien no quiere la cosa mientras se hacía a la