—¡Ah, maldito seas, Damián!¿Qué jodidos crees que haces viniendo de esta forma sin avisar?— gritó histérica una joven rubicunda de cabello rubio y labios pintados.
Damián no respondió, estaba más preocupado por ayudar a Alba a entrar por la ventana que de calmar a Marguy por el susto que le había dado al entrar en el balcón de esa forma tan fortuita. Además ¿Cuándo había sido que él hubiera avisado antes de llegar? Que su memoria no le fallaba, desde que Marguy se había independizado e ido a vivir allí, que él jamás había hecho tal cosa. La miró de soslayo, quizás, Martha tenía razón y, fuera de sus problemas, entre ellos, había mucho por hablar.—Digamos que… estaba caminando por la calle con la señorita Bernal, la nueva empleada en las cocinas de la casona, y, de pronto me pareció buena idea venir a visitar a mi vieja y querida amiga de la infancia, Marguy. A la que, dicho sea, considero como a la hermana mayor que nunca tuve…— explicó con una so—¿Eres consciente de que esas palabras me hieren, dulzura?—quiso saber Damián con frialdad en la voz y en los ojos.Intuyendo algo, Alba intentó echarse hacía atrás. Pero él parecía reacio a dejarla ir. No entendía lo que ocurría ¿Por qué él actuaba así tan de repente? Daba miedo y, lo que era aun peor, sabía que, en caso de que algo ocurriera, nadie podría ayudarla. Damián notó todo eso. Sabía que estaba siendo demasiado duro con ella. Pero, lo cierto era que, después de todo lo que él estaba arriesgando por ella, sus palabras lo habían herido. No obstante, no pensaba detenerse. Sonrió irónico.—¿Ahora sí te causo rechazo, dulzura?— volvió a preguntar por lo bajo para luego reír entre dientes y agregar — Por desgracia, en la situación en la que estás, deberías sentirte agradecida porque sea una mano en tu cintura lo que te incomode y no cosas peores. Estaba siendo un canalla sin escrúpulos. Se daba cuenta, no era ciego, podía verlo en los ojos atemorizados de Alba. La pobre, tenía
—¿La señorita, se encuentra bien, doctor?— preguntó Marguy a penas el médico hubo terminado de examinar a Alba.—Efectivamente, señorita Petit — respondió él mientras se limpiaba las gafas para luego agregar en lo que se calzaba el sombrero —Tal parece, solo ha sido un disgusto. Nada grave. Le recomiendo que descanse y, si es necesario, con media copa de láudano o un té de valeriana, será suficiente. Damián se encontraba a buena distancia de ellos, dándoles la espalda de cara a la lluvia que se dibujaba por el ventanal. Hacía como si no estuviera interesado en lo que ese viejo calvo con gafas enormes de oro tuviera por decir. Pero, lo cierto era que las manos le temblaban y la mandíbula la tenía tan tensa que comenzaba a doler. Mientras tanto, tenía la vaga impresión de que, si él hubiera sido un conejo, sus orejas lo habrían delatado con mucha facilidad. Aunque Marguy no necesitaba ni siquiera mirarlo para darse cuenta de todo lo que pasaba por su mente. De hecho, esos mismos pens
Cuando Alba despertó, un tanto desorientada, ya era mediodía y, afuera, seguía lloviendo a cántaros. Ella abrió los ojos y se sobresaltó al ver el oscuro dosel de terciopelo verde. Atemorizada, miró a todos lados, en búsqueda del más mínimo detalle que la hiciera reconocer con certeza el lugar dónde se encontraba. Pero, fue en vano, ni siquiera vio a Damián. «Por ti, estoy arriesgando lo único que tengo, mi vida. No pido nada de tu parte, solo que seas un poco agradecida conmigo…» Resonó en su mente la voz de Damián que le recordó los últimos acontecimientos antes de haber perdido la consciencia. Sentada en la cama con la mirada gacha y pensativa no pudo evitar sentir cierta incomodidad al respecto. Enterarse de lo cerca que había estado de formar parte de las mujeres que habitaban la primer planta, era un shock demasiado fuerte para ella. Pero, si lo pensaba mejor no era tan incómodo como el hecho de saber que él había sido la persona que le había evitado aquel infortunio. «Y y
—¿Acaso no estabas enfadado conmigo, Damián?— quiso saber mientras amohinaba los labios y fruncía el entrecejo.Él la observó en silencio un momento, sin dejar de sonreír. Aunque esa sonrisa tenía más de burla que de complicidad. Pero, tampoco era burla lo que sentía. Por el contrario, solo le divertía ver las grandes ironías que ella le mostraba.«¿Tan poco tiempo que nos conocemos y ya se ha dado cuenta cómo soy? En todo caso ¿Por qué no me ofende que así sea?»Observó para luego encogerse de hombros y dejarse caer sobre la cama con la cabeza apoyada sobre sus brazos. Se dio la vuelta y estiró la mano para acariciarle la mejilla con la yema de su pulgar sintiendo la suavidad de su piel. Tan suave que ya comenzaba a antojar.De vuelta, hasta él mismo se sorprendía cuánto lo podía provocar esa hermosa fragilidad. Tanto así que debía reconocer que los enfados, con ella, no le durarían más que unos escasos segundos. —¿Le cuento
«Realmente ¿Estoy segura a su lado? Realmente ¿Él podría ser alguien de confianza? En serio… ¿Él está esperando a que yo le crea todos sus cuentos?¿Lo hace porque es lo que cree correcto o tiene otra intención?¡Dios Santo!¿En dónde me han metido?»Pensó Alba casi al borde de las lágrimas sin poder evitar observar a Damián con la sincera expresión de terror. Decir que se encontraba devastada ante esa situación, era quedarse corto y subestimar su capacidad de frustración. A lo mejor Damián se había dado cuenta de todo lo que ocurría en su mente. Alba no estaba segura de eso, pues todo ocurrió tan de repente que no tuvo tiempo de pararse a pensar. Él la tomó por la barbilla, sin dejar de observarla con preocupación. Sus ojos azul cielo parecían preguntar por lo que le ocurría. Y eso, a ella, la preocupaba aun más ¿Cómo podía ser, él, un hombre tan atento y, a su vez, tener malas intenciones? Confundida, se echó a llorar. —¿Alba
—De modo que dices que se lo ha visto desesperado ¿No es así, hija mía?— inquirió Asmodeus mientras cargaba su pipa.Su hija, Marguy, no respondió en el momento. En cambio, prefirió observar de costado como él seguía con ese ritual de cargar la pipa de tabaco, llevársela a la boca y encenderla con un cerillo. Contó las bocanadas que su padre dio. Sabía que, al igual que a ella, la noticia lo había afectado. Por esa razón, esperaría a que terminara con su ritual. Para que, al menos, estuviera un poco más relajado cuando le diera los pocos detalles que ella sabía. Mientras tanto, afuera, la lluvia seguía cayendo junto con la tarde. —¿Y bien?— insistió Asmodeus sin poder ocultar su impaciencia. Marguy suspiró y volteó a verlo, sonriendo de lado como siempre lo hacía. Se encogió de hombros y esa fue toda la respuesta que se limitó a dar. Asmodeus rodó los ojos, su hija natural era un maldito calco a ese hombre que había sido en su juventud. —Lastima que no fueras un hombre, Marguy…
En un deprimente y gris día otoñal, Alba, se encontraba mirando la vieja puerta de roble con remaches y ornamenta de oro de una casona de corte imperial. Hacía frío en aquella mañana, motivo más que suficiente para que la joven se decidiera a entrar. Aun así, no lo hacía.«¡Vamos! Solo golpea esa puerta y pide que te lleven ante Madame Lamere para darle esa nota. No es tan difícil, Alba.»Se alentó, sintiendo su corazón aletear con demasiada fuerza en su pecho. Inspiró hondo y se obligó a subir las escaleras del zaguán que la acercaban a la gran puerta de roble con ornamentas de oro. Adentro, en aquella vieja casona, ubicada en la esquina de una diagonal céntrica de la gran ciudad, a la que ella se dirigía con su modesta carta de recomendación, parecía bullir de gente que iba y venía azarosa. La joven apretó, indecisa, contra su pequeño pecho la carta que llevaba en su mano. Tenía miedo, a decir verdad, tenía mucho miedo de lo que fuera a ocurrir allí adentro. Pero, no nos apresure
—¡Vamos, niña, no tengo todo el día!— apremió aquel apestoso borracho con prepotencia.— ¡Muévete!¿Quieres?Al oírlo, Alba se sobresaltó. Conteniendo el aliento, dio la vuelta para observar a aquel extraño con ojos llenos de espanto. Notó como se tambaleaba aun agarrado a la baranda de las escaleras del viejo pórtico de la gran casona. Era solo un borracho de mediana edad. Pero, ella en su corta vida nunca había visto uno. Se recordó a sí misma que no tenía nada que temer y que ese hombre no le haría daño alguno. Aunque, de eso último no estaba tan segura. —Oh, disculpe…—respondió con una sonrisa tensa, avergonzada de si misma por ser tan miedosa.Dicho esto, con una pequeña reverencia de cortesía le dio la espalda para volver la vista a la puerta ante la permanente mirada de enojo del hombre. Por alguna extraña razón, sentía que entre menos contacto hiciera con ese hombre, mejor para ella. Así pues, con una nueva y real determinación e ignorando las quejas de ese molesto borrach