2: Es un misterio.

Lauren.

—He terminado, Lauren.

Apenas escuché el grito del señor Sinclair en el baño, me levanté de la cama rápidamente. Sin embargo, antes de que pudiera abrir la puerta, su nieto apareció, inundando mis fosas nasales con su encantador perfume. Me dejó sorprendida su rapidez y la forma en que me vio, para decir:

—De ahora en adelante yo me encargo de atenderlo en el baño, y cambiarlo.

Quise abrir la boca para refutar, pero el moreno simplemente se adentró, dejándome paralizada. Luego escuché al señor Sinclair preguntar por mí, y respiré profundo.

No iba a dejar que me dominara.

Él no había cumplido un jodido día en la mansión y quería quitarme mi empleo. Mi sangre hervía cada que lo veía por allí, cazándome como una presa, receloso, como si yo quisiera hacerle algún daño a su abuelo.

¿Acaso era idiota? Tenía muchas cosas para decirle.

Me había dado cuenta que frente a su abuelo, era cortes, amable, conmigo, pero cuando no, en tan solo pocas horas, me hablaba con ese tono demandante, un poco lleno de celos.

¿Qué le había hecho yo? Exacto, nada.

Esperé justo a un lado de la cama, sin tener la intención de obedecer su orden sin la aprobación del señor Sinclair, pues después de todo, mi jefe era el señor, no su nieto.

Unos minutos después vi cómo el hombre sacaba en la silla de ruedas a su abuelo, ya seco y con algo de talco.

—Si no necesita mi ayuda por ahora, jefe, ¿puedo retirarme para ayudar a Maira a preparar la cena? —cuestioné, recalcando el “jefe”.

El hombre de ojos mieles me miró fijamente, erizándome, pero mi vista se enfocó en el señor.

—No, Lauren, quédate… —respondió haciendo un pequeño ademán—. Ken, por favor. Déjame a solas con la señorita Lauren. Déjala hacer su trabajo. Para algo la contraté, ¿no?

—Pero abuelo…

Oculté mi sonrisa triunfante cuando el moreno volvió a verme, retante, y tras unos tensos segundos, se fue. Incluso pude soltar el aire con su partida. Me sofocaba su presencia.

—Ya puedes reír, cariño.

Solté la risa con confianza, sacudiendo la cabeza a la vez. Luego me acerqué al hombre mayor para comenzar a ayudarlo a vestirse, por lo que él también rio.

El señor William y yo teníamos muy buena conexión; se podría decir, que más allá de su cuidadora, yo era como… ¿una amiga? Solía escuchar sus charlas acerca de su juventud. Yo era adicta a la forma tan inteligente de su hablar, sus experiencias. Me gustaba aprender del mundo desde sus ojos, sus conocimientos. Él me daba todas las libertades en la mansión, como si fuese una integrante más de su familia, y aunque no lo complacía porque me gustaba ser profesional, pues él nunca dejaba de recordármelo.

“Puedes traer amigas, amigos”

“Podrías hacer una fiesta aquí si gustas”

“Puedes tomar mi tarjeta si quieres comprarte algo de ropa o lo que gustes”

Jamás. Nunca había sido capaz de acceder a nada de eso, pese a que algunas veces tuviera la necesidad de hacerlo, pues al gastar todo el dinero en mi madre y mis ahorros, me quedaba en ocasiones sin un buen par de zapatillas. Él notaba eso, pero yo no quería que su familia o él pensara que yo era una caza fortunas o algo parecido. Había sido criada para ganarme la vida honradamente, así de simple.

—¿Por cuánto tiempo se va a quedar su nieto? —cuestioné justo cuando lo dejé bien acomodado en su cama, dándole sus pastillas.

—No lo sé. Espero que no por mucho. Si te soy sincero, creo que está aquí por castigo.

Reí un poco.

—¿Castigo? No lo creo. Parece muy empeñado en cuidar de usted. Hasta parece que quiere quitarme el empleo.

El señor Sinclair soltó una pequeña risa.

—Primero, no va a quitarte el empleo. Ni él ni nadie. Solo tú puedes decidir cuándo irte, cariño. Te lo he dicho… —expresó, y asentí, era una de las reglas—. Segundo, dudo que Kenneth Sinclair quiera estar aquí por voluntad propia en lugar de invertir su tiempo en uno de esos clubes de la perdición.

—Entonces es un misterio —comenté, agradeciendo que fuese tan honesto conmigo. Él no debía contarme aquello, pero lo hacía—. Creo que podría agradarme si dejara de mirarme como si me odiara.

Entonces mordí mi lengua. No quería que le llamara la atención, y que luego el moreno pensara que yo no podía defenderme sola.

—Bueno, Kenneth odia a mucha gente…

Preferí no cuestionar al respecto, pero me llenó de dudas. Después de esa interacción nos quedamos conversando sobre la posibilidad de ir el día siguiente a almorzar con sus viejos amigos, pues había estado ignorándolos por un tiempo. Le hice saber que era buena idea dejar de posponerlo, él estuvo de acuerdo.

Entonces la puerta se abrió, y nos dejó ver a Kenneth con la cena. Rápidamente coloqué la mesa plegable en la cama, luego tomé la servilleta justo antes de que el moreno la tomara, y la acomodé en el cuello del señor.

El señor Sinclair podía comer sin problemas, despacio. A veces se cansaba, y yo tenía que alimentarlo.

—Lauren, ahora puedes retirarte. Conversaré un rato con mi nieto y me iré a dormir. Nos vemos mañana temprano.

Asentí con una sonrisa.

—De acuerdo señor Sinclair, que tenga buena noche —deseé, y luego miré al moreno—. Para usted igual.

El hombre asintió una vez, con el rostro neutro. Y salí de allí, casi suspirando. Tuve que darme una ducha al llegar a mi habitación, y por primera vez en todo el tiempo en la mansión comencé a dudar qué debía ponerme. Pues usualmente cenaba con Maira y las otras dos trabajadoras después de ducharme.

Me encontré preguntándome por qué rayos no podía usar mi pijama, la usaba todas las noches. Exhalé la extraña tensión en mi cuerpo y me vestí. Luego bajé a la cocina junto a las demás empleadas. Ellas estaban esperándome.

Maira, la cocinera, Nailen y Anika las chicas del servicio de limpieza. Todas nos quedábamos en la mansión porque se nos hacía imposible ir a nuestros hogares y regresar al trabajo temprano. Al menos yo, mi madre estaba en un pequeño pueblo de Tennessee, y la verdad era que no podía quedarme allí todos los días.

Comenzamos a hablar sobre el nieto del señor Sinclair en baja voz, más allá de su belleza física, todas llegamos al acuerdo de que era un patán; pero yo no dejaba de pensar en qué podría estar haciendo en la mansión exactamente.

Me encontraba sacando más jugo de la nevera cuando las demás dejaron de hablar. Sentí cómo el ambiente pesaba. Olía su perfume. Era él. Mi corazón se aceleró.

—¿Entonces hacen reunión de chicas todas las noches? ¿Todas viven aquí?

Terminé de servir mi jugo, y bebí un sorbo intentando alejar el nudo en mi garganta. El hombre moreno se había quitado el traje de oficina casual que había traído, ahora llevaba puesto un pantalón de dormir, con una simple camiseta de mangas cortas, pegada a su cuerpo. Podía ver sus marcados pectorales. Él no era demasiado corpulento, como esos hombres con testosterona a mil, pero tenía lo suyo, y era realmente digno de ver.

Aparté la mirada al sentir que mis mejillas estaban comenzando a calentarse. Joder. Debía controlarme.

Las demás respondieron su pregunta, y cuando este se cruzó de brazos y me miró tuve que beber de mi jugo. Me ahogué sin más, de la forma más estúpida.

—¿Todo bien, Lau? —cuestionó Maira.

—Sí, sí. Todo bien. Me iré a dormir… —anuncié, y luego bebí rápido el jugo.

Fui al regadero, lavé lo que había ensuciado, y simplemente me fui de allí, sintiendo la mirada sobre mí. La de él. ¿De quién más?

Tardé demasiado tiempo en encontrar el sueño. Mi mente estaba por alguna razón bastante activa, pensando en mi madre, en mis primeros días allí, y luego repitiéndose la imagen de Kenneth Sinclair llegando al comedor esa mañana.

Estaba por cerrar los ojos cuando escuché un sonido extraño. Quería dejarlo pasar pero cuando el sonido se repitió dos veces más, no pude resistirme a buscar el origen. Las habitaciones tenían balcón, yo estaba en medio de la habitación de Anika y Maira, así que salí al balcón, sabiendo que venía de una de las habitaciones.

El frío viento de la noche alborotó mi cabello, dejándome sin vista unos segundos, pero tapé mi boca rápidamente antes de soltar un jadeo de impresión al ver que el balcón de la habitación de Anika, se encontraba ella, gimiendo como si tuviera altavoz.

Retrocedí dos pasos para que no pudieran verme.

Kenneth la tenía de espaldas, apoyada de la baranda, metiendo sus manos bajo su pijama, desesperado. Lo escuchaba decirle cosas al oído, cosas sucias. La impresión de que algo así pasara me revolvió el estómago, dándome ganas de vomitar.

Mi piel se erizó. Mis mejillas, todo mi cuerpo se sintió caliente, mientras me mantenía estática, sin poder regresar a mi cama y esconderme bajo las sabanas.

Algo en mí me tenía atada allí, a escuchar los gemidos roncos de Kenneth Sinclair mientras se perdía en Anika, a medida que el choque brusco de sus pieles aumentaba.

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