Lauren.
—He terminado, Lauren.
Apenas escuché el grito del señor Sinclair en el baño, me levanté de la cama rápidamente. Sin embargo, antes de que pudiera abrir la puerta, su nieto apareció, inundando mis fosas nasales con su encantador perfume. Me dejó sorprendida su rapidez y la forma en que me vio, para decir:
—De ahora en adelante yo me encargo de atenderlo en el baño, y cambiarlo.
Quise abrir la boca para refutar, pero el moreno simplemente se adentró, dejándome paralizada. Luego escuché al señor Sinclair preguntar por mí, y respiré profundo.
No iba a dejar que me dominara.
Él no había cumplido un jodido día en la mansión y quería quitarme mi empleo. Mi sangre hervía cada que lo veía por allí, cazándome como una presa, receloso, como si yo quisiera hacerle algún daño a su abuelo.
¿Acaso era idiota? Tenía muchas cosas para decirle.
Me había dado cuenta que frente a su abuelo, era cortes, amable, conmigo, pero cuando no, en tan solo pocas horas, me hablaba con ese tono demandante, un poco lleno de celos.
¿Qué le había hecho yo? Exacto, nada.
Esperé justo a un lado de la cama, sin tener la intención de obedecer su orden sin la aprobación del señor Sinclair, pues después de todo, mi jefe era el señor, no su nieto.
Unos minutos después vi cómo el hombre sacaba en la silla de ruedas a su abuelo, ya seco y con algo de talco.
—Si no necesita mi ayuda por ahora, jefe, ¿puedo retirarme para ayudar a Maira a preparar la cena? —cuestioné, recalcando el “jefe”.
El hombre de ojos mieles me miró fijamente, erizándome, pero mi vista se enfocó en el señor.
—No, Lauren, quédate… —respondió haciendo un pequeño ademán—. Ken, por favor. Déjame a solas con la señorita Lauren. Déjala hacer su trabajo. Para algo la contraté, ¿no?
—Pero abuelo…
Oculté mi sonrisa triunfante cuando el moreno volvió a verme, retante, y tras unos tensos segundos, se fue. Incluso pude soltar el aire con su partida. Me sofocaba su presencia.
—Ya puedes reír, cariño.
Solté la risa con confianza, sacudiendo la cabeza a la vez. Luego me acerqué al hombre mayor para comenzar a ayudarlo a vestirse, por lo que él también rio.
El señor William y yo teníamos muy buena conexión; se podría decir, que más allá de su cuidadora, yo era como… ¿una amiga? Solía escuchar sus charlas acerca de su juventud. Yo era adicta a la forma tan inteligente de su hablar, sus experiencias. Me gustaba aprender del mundo desde sus ojos, sus conocimientos. Él me daba todas las libertades en la mansión, como si fuese una integrante más de su familia, y aunque no lo complacía porque me gustaba ser profesional, pues él nunca dejaba de recordármelo.
“Puedes traer amigas, amigos”
“Podrías hacer una fiesta aquí si gustas”
“Puedes tomar mi tarjeta si quieres comprarte algo de ropa o lo que gustes”
Jamás. Nunca había sido capaz de acceder a nada de eso, pese a que algunas veces tuviera la necesidad de hacerlo, pues al gastar todo el dinero en mi madre y mis ahorros, me quedaba en ocasiones sin un buen par de zapatillas. Él notaba eso, pero yo no quería que su familia o él pensara que yo era una caza fortunas o algo parecido. Había sido criada para ganarme la vida honradamente, así de simple.
—¿Por cuánto tiempo se va a quedar su nieto? —cuestioné justo cuando lo dejé bien acomodado en su cama, dándole sus pastillas.
—No lo sé. Espero que no por mucho. Si te soy sincero, creo que está aquí por castigo.
Reí un poco.
—¿Castigo? No lo creo. Parece muy empeñado en cuidar de usted. Hasta parece que quiere quitarme el empleo.
El señor Sinclair soltó una pequeña risa.
—Primero, no va a quitarte el empleo. Ni él ni nadie. Solo tú puedes decidir cuándo irte, cariño. Te lo he dicho… —expresó, y asentí, era una de las reglas—. Segundo, dudo que Kenneth Sinclair quiera estar aquí por voluntad propia en lugar de invertir su tiempo en uno de esos clubes de la perdición.
—Entonces es un misterio —comenté, agradeciendo que fuese tan honesto conmigo. Él no debía contarme aquello, pero lo hacía—. Creo que podría agradarme si dejara de mirarme como si me odiara.
Entonces mordí mi lengua. No quería que le llamara la atención, y que luego el moreno pensara que yo no podía defenderme sola.
—Bueno, Kenneth odia a mucha gente…
Preferí no cuestionar al respecto, pero me llenó de dudas. Después de esa interacción nos quedamos conversando sobre la posibilidad de ir el día siguiente a almorzar con sus viejos amigos, pues había estado ignorándolos por un tiempo. Le hice saber que era buena idea dejar de posponerlo, él estuvo de acuerdo.
Entonces la puerta se abrió, y nos dejó ver a Kenneth con la cena. Rápidamente coloqué la mesa plegable en la cama, luego tomé la servilleta justo antes de que el moreno la tomara, y la acomodé en el cuello del señor.
El señor Sinclair podía comer sin problemas, despacio. A veces se cansaba, y yo tenía que alimentarlo.
—Lauren, ahora puedes retirarte. Conversaré un rato con mi nieto y me iré a dormir. Nos vemos mañana temprano.
Asentí con una sonrisa.
—De acuerdo señor Sinclair, que tenga buena noche —deseé, y luego miré al moreno—. Para usted igual.
El hombre asintió una vez, con el rostro neutro. Y salí de allí, casi suspirando. Tuve que darme una ducha al llegar a mi habitación, y por primera vez en todo el tiempo en la mansión comencé a dudar qué debía ponerme. Pues usualmente cenaba con Maira y las otras dos trabajadoras después de ducharme.
Me encontré preguntándome por qué rayos no podía usar mi pijama, la usaba todas las noches. Exhalé la extraña tensión en mi cuerpo y me vestí. Luego bajé a la cocina junto a las demás empleadas. Ellas estaban esperándome.
Maira, la cocinera, Nailen y Anika las chicas del servicio de limpieza. Todas nos quedábamos en la mansión porque se nos hacía imposible ir a nuestros hogares y regresar al trabajo temprano. Al menos yo, mi madre estaba en un pequeño pueblo de Tennessee, y la verdad era que no podía quedarme allí todos los días.
Comenzamos a hablar sobre el nieto del señor Sinclair en baja voz, más allá de su belleza física, todas llegamos al acuerdo de que era un patán; pero yo no dejaba de pensar en qué podría estar haciendo en la mansión exactamente.
Me encontraba sacando más jugo de la nevera cuando las demás dejaron de hablar. Sentí cómo el ambiente pesaba. Olía su perfume. Era él. Mi corazón se aceleró.
—¿Entonces hacen reunión de chicas todas las noches? ¿Todas viven aquí?
Terminé de servir mi jugo, y bebí un sorbo intentando alejar el nudo en mi garganta. El hombre moreno se había quitado el traje de oficina casual que había traído, ahora llevaba puesto un pantalón de dormir, con una simple camiseta de mangas cortas, pegada a su cuerpo. Podía ver sus marcados pectorales. Él no era demasiado corpulento, como esos hombres con testosterona a mil, pero tenía lo suyo, y era realmente digno de ver.
Aparté la mirada al sentir que mis mejillas estaban comenzando a calentarse. Joder. Debía controlarme.
Las demás respondieron su pregunta, y cuando este se cruzó de brazos y me miró tuve que beber de mi jugo. Me ahogué sin más, de la forma más estúpida.
—¿Todo bien, Lau? —cuestionó Maira.
—Sí, sí. Todo bien. Me iré a dormir… —anuncié, y luego bebí rápido el jugo.
Fui al regadero, lavé lo que había ensuciado, y simplemente me fui de allí, sintiendo la mirada sobre mí. La de él. ¿De quién más?
Tardé demasiado tiempo en encontrar el sueño. Mi mente estaba por alguna razón bastante activa, pensando en mi madre, en mis primeros días allí, y luego repitiéndose la imagen de Kenneth Sinclair llegando al comedor esa mañana.
Estaba por cerrar los ojos cuando escuché un sonido extraño. Quería dejarlo pasar pero cuando el sonido se repitió dos veces más, no pude resistirme a buscar el origen. Las habitaciones tenían balcón, yo estaba en medio de la habitación de Anika y Maira, así que salí al balcón, sabiendo que venía de una de las habitaciones.
El frío viento de la noche alborotó mi cabello, dejándome sin vista unos segundos, pero tapé mi boca rápidamente antes de soltar un jadeo de impresión al ver que el balcón de la habitación de Anika, se encontraba ella, gimiendo como si tuviera altavoz.
Retrocedí dos pasos para que no pudieran verme.
Kenneth la tenía de espaldas, apoyada de la baranda, metiendo sus manos bajo su pijama, desesperado. Lo escuchaba decirle cosas al oído, cosas sucias. La impresión de que algo así pasara me revolvió el estómago, dándome ganas de vomitar.
Mi piel se erizó. Mis mejillas, todo mi cuerpo se sintió caliente, mientras me mantenía estática, sin poder regresar a mi cama y esconderme bajo las sabanas.
Algo en mí me tenía atada allí, a escuchar los gemidos roncos de Kenneth Sinclair mientras se perdía en Anika, a medida que el choque brusco de sus pieles aumentaba.
Kenneth Sinclair.Desperté muy temprano para salir a trotar. Me aseguré de ir por el camino principal, evitando el atajo que de adolescente solía tomar, pues solía vivir en la mansión Sinclair con mis padres.Ya estaba lo suficientemente claro cuando llevaba medio kilómetro recorrido. Mis airpoids reproducían música de Artic Monkeys, que me hacía el camino ligero. Y pronto algunas mujeres que seguramente no tenía tiempo de ir al gimnasio por ser amas de casa, se unieron detrás de mí, por lo que troté hacia atrás para hacer saber que me gustaría ir a su ritmo. Y una vez que me encontré con ellas, las detallé.Pude darme cuenta que tres de ellas eran madres, e incluso había una adolescente de al menos quince años que debería estar preparándose para la escuela.Conocía a una de esas tres mujeres del vecindario, así que no tardé en entablar conversación a medias, intentando descifrar cuál de las tres tenía más problemas con su marido y así poderla llevar a mi cama en el futuro.Debía ser
Lauren.La mirada del moreno no se apartaba de mí mientras íbamos en la limusina. El señor Sinclair estaba conversando de forma amena con su chofer de confianza, Dick, mientras su nieto fingía estar concentrado en su teléfono, pero lo sentía, simplemente me estaba mirando.Podía darme cuenta que no me miraba porque tuviera interés en mí, sino porque intentaba hacerme sentir incomoda. Y estaba frustrada por mantener el control. De no ser el nieto de mi jefe lo habría sacado por la ventana. Aunque sacar su enorme cuerpo sería difícil para mí.Me sentí nerviosa cuando se arrimó un poco al medio del largo asiento y se inclinó para hablar.—Abuelo, ¿de qué amigos hablas? ¿Nuestros socios en Miami o tus amigos de la universidad?—Los de la universidad —respondió, y luego mi jefe giró un poco la cabeza para verme desde su asiento—. Por cierto, cariño. ¿A qué no adivinas quién me dijo Sebastian que iría?Sentí mi estómago revolverse.—No hace falta que me lo diga —respondí para rodar los ojos
Lauren.—¿Estás bien, Lauren?Giré mi rostro hacia Christian para darle un asentimiento con una pequeña sonrisa. Antes se había comportado como un idiota, pero me había defendido, aunque no de la mejor manera posible; me sentía culpable porque Kenneth se hubiese sentido expuesto ante todos después de que lo estuvieran ignorando.Ya había pasado dos horas de lo acontecido. Estábamos viendo algunos informes sobre las carreras de caballos pasadas, comíamos algunos bocadillos, y me aseguraba cada media hora de tomar la tensión del señor Sinclair; porque había notado que le afectó la acción de su nieto y la verdad es que su tensión había subido un poco más de lo normal después de lo sucedido.Christian se mantuvo al margen después de preguntarme si estaba bien. Agradecí eso. Me concentré en conversar con Boris y su esposo Carter. Boris me dijo que realmente tenía mucha ropa de algunas pasarelas en su estudio, que jamás volvería a usar en sus modelos, y que estaría encantado de dármelas, ase
Kenneth.Sasha estaba ocupada con mi polla mientras yo me encargaba de darle placer con la lengua a la pelinegra. Su coño bien afeitado ascendía y descendía por toda mi cara como una demente. Con una mano motivaba a la rubia a seguir en los suyo mientras con la otra sostenía la cadera de la pelinegra. No era mi primer trío y estaba seguro que no sería el último.Cassandra, la pelinegra, era una muy buena conocida mía; bi, soltera, dispuesta a ir a donde yo le indicara siempre que tenía a otra dispuesta a la aventura.Mi mente estaba ocupada, invadida de pensamientos insanos en el sexo. Con la excitación por las nubes al tenerlas a ambas para mí. Jodí a cada una hasta el cansancio, dejando en la cama, el suelo y las paredes, un buen recordatorio de mi capacidad. Podía correrme rápido pero, en menos de un minuto estaba realmente listo para otra ronda y las mujeres siempre amaban eso.Tras despedirme de Sasha, asegurándole que tendríamos una cena, recordé que esa misma noche tendría una
Lauren.Mi pecho subía y bajaba al correr por el pasillo. Apenas entré a mi habitación tuve la sensación de oler un perfume familiar, pero estaba tan enfocada en mi misión que lo descarté. Rápido tomé la mascarilla del nebulizador y salí corriendo de allí hasta la habitación del señor Sinclair.Estaba pasando por una crisis muy prolongada. Una crisis en donde su cuerpo se entumecía de una forma en que cada movimiento era doloroso para él. Se ponía tan tenso que, incluso no podía inyectarle ningún calmante. Habíamos intentado ejercicios de relajación mientras le daba un masaje, pero simplemente empeoró.Era la segunda vez en el año que le pasaba algo como eso, aunque antes no tan grave. Yo había sido instruida tanto por su fisioterapeuta como por su cardiólogo, de lo que podría hacer en caso de que algo como eso ocurriera, pero la primera vez tuve que llamarlos, casi llorando, porque no podía manejarlo. Ahora, seguía causándome terror, pero mantenía el control.Entré a su habitación y
Kenneth.—Hola, ¿abuelo? —dije abriéndome paso a su habitación.—Hola, Kenneth —saludó secamente.Tragué hondo al ver su estado cansado. Me sentía tan furioso con la jodida Lauren. Había pasado una de las peores noches de mi vida, pensando en cosas que no debía pensar. Dejaba a mi abuelo tan cansado, ¿acaso estaba loca? ¡Podía matarlo!La cocinera llegó y me ofrecí a dar su comida. Él no refutó.—Abuelo, anoche hablé con Kasey, te manda saludos.—Kasey es una joven muy excepcional —expresó, sonriendo, viendo a la nada, así que asentí. Pero luego me sentí nervioso cuando me vio—. Dime, Kenneth. ¿Exactamente qué haces aquí? Tu padre sabe que Lauren cuida muy bien de mí… ¿Acaso has sido enviado por tu madre?Evité su mirada. Joder. No se me daba bien mentir con el viejo, nunca.—Ambos están preocupados, además… Estoy castigado —mentí, sabiendo que podría creerme.Mi abuelo sacudió un poco la cabeza mostrando desacuerdo.—Eso imaginé… —suspiró—. Solo espero que Kasey no la esté pasando ta
Kenneth.Pensé que tenía todo bajo control. Lauren se había ido al medio día. Escuché de la boca de Anika que iría hacia Tennessee, memoricé eso. El abuelo no quiso hablar demasiado, pasó toda la tarde en cama, pero me había dado una lista detallada de todas las cosas que debía hacer. Pude ver que la letra no era suya y me preguntaba por qué Lauren no me la había entregado ella misma.Junto a esa lista de horarios, había un pequeño libro, en donde la pelirroja tenía absolutamente todo detallado. Desde los latidos normales de su corazón, hasta los latidos en los días de terapia, o los días después de regresar de la calle. Sus síntomas musculares, su tensión, la comida que le hacía bien o no.Estaba en el balcón de la habitación del abuelo, alrededor de las siete de la noche, leyendo por segunda vez el librito, maravillado por su atención al detalle, cuando el abuelo me llamó.—Kenneth. ¿Podrías ayudarme con algo?Asentí mientras me acercaba a él. Dejé el libro y la lista en la mesita d
Lauren.Tras saludar a la enfermera que se había hecho amiga de mi madre, fui en su búsqueda. Mi hermosa madre estaba sentada en medio de la sala de arte y diseño, elaborando lo que podía ver era un hermoso gorro tejido. Enseguida el sentimiento me invadió.La última vez que fui le había pedido que me hiciera uno, aunque color morado. El que ella hacía era café, su color favorito, y el que de hecho siempre decía que era el color que mejor me quedaba por mi tono de piel, más el hecho de ser pelirroja como ella.Me senté a su lado, tomando la precaución necesaria. Cada que la veía quería abrazarla, pedirle que me consintiera como cuando era adolescente o niña; sin embargo, había aprendido a no dejarme llevar por ese impulso, puesto que en varias ocasiones ella entraba en crisis ya que no me reconocía de inmediato.—Hola, Laura… —saludé con cautela, mirándola con amor.Mi madre dirigió su mirada a mí. Sus pupilas se dilataron y una sonrisa alumbró su rostro.—Yo te conozco —aseguró, sonr