Lauren Mitchell.
Una vida tranquila, un empleo con buena paga, apoyar a mi madre, ahorrar para pagar mi carrera universitaria… Eso era todo lo que deseaba; pero hay cosas en la vida que pasan sin planearlas.
Como un fuerte huracán que arrasa con la más estable de las estructuras, así era él para mí. Destruyendo cada línea que jamás le hubiese permitido si quiera ver a otros hombres; pisando mis terrenos sombríos, y apropiándose de ellos, para plantar fuertes árboles coloridos; con raíces que ni siquiera su mismo huracán tenía la fuerza de arrancar.
—Lauren, dime la hora.
Tomé el teléfono en mi bolsillo, y al verificar, suspiré.
—Solo diez minutos para que su familia llegue, señor Sinclair —avisé, subiéndolo con cautela a su silla de ruedas—. ¿Qué va a pensar su familia cuando vea que es medio día y ni siquiera ha desayunado?
El señor Sinclair soltó una áspera risa mientras lo llevaba hacia el ascensor de su mansión para bajar a la primera planta.
—No te echarán la culpa a ti, cariño. Cada uno de ellos sabe que siempre hago lo que quiero… Incluso a mi edad.
Yo simplemente sonreí. El señor William Sinclair, un hombre millonario por sus empresas de textiles, de ochenta años, había sido diagnosticado con osteoartritis diez años antes. Mi madre, quien solía ser su ama de llaves, me recomendó para atenderlo después de que este se volviera insoportable para sus enfermeras. Por algún motivo, tuve química con el señor, y para ese momento, ya tenía cuatro años siendo su cuidadora.
El señor Sinclair, vivía sin ningún integrante de su familia en su lujosa mansión, ubicada en Miami; debido a su retiro como presidente de la empresa, toda su familia había tenido que mudarse a Carolina del Sur para dirigir la misma y sus sedes.
Hasta ese momento, solo había tenido la oportunidad de conocer a su hijo mayor, Will, quien tenía una hija de mi edad llamada Kasey, la cual ya también conocía. Ellos siempre iban a visitarlo, al menos una vez al mes.
—¿Y cómo va a tomar su medicina si no tiene nada en el estómago? No se confíe de su protector gástrico, señor Sinclair. Debe cuidar su estómago muy bien.
—Bien, bien, Lauren. Dame el jodido batido, niña. Ya no puedo hacer mi ayuno tranquilo.
Reí un poco por su obstinación fingida. Lo dejé en el comedor, luego fui con la cocinera que de inmediato preparó el batido, y se lo entregué junto a sus pastillas. El hombre mayor, con una expresión de derrota, bebió todo, incluso las pastillas, y yo sonríe satisfecha.
—¿Ya te he dicho que te pareces mucho a tu madre, Lauren?
Justo cuando estaba a punto de responder que sí, un perfume muy varonil llegó a mis fosas nasales. Mi mirada buscó al proveedor, y mi piel se erizó de inmediato al ver caminar hacia nosotros al hombre más atractivo que jamás hubiese visto en mi vida.
De aparentemente unos treinta años, piel morena, cabello rizado castaño, ojos color miel, casi inhumano de ver. Alto, con un porte tan… salvaje, pero al mismo tiempo elegante. Vestido casualmente sin dejar de ser formal. Una perfecta obra de arte masculina, de esas que no hace falta investigar su origen para saber que guarda muchos secretos, y muuucha historia.
—¿Estás coqueteando con tu sirvienta, abuelo? No pierdes el toque eh.
Yo esperaba que con ese porte su voz saliera como locutor de radio, pero tenía una voz más suave, un poco romántica, de esas que al recitarte una poesía te puede hacer ver las estrellas.
Pese a su insinuación, él no tenía la mirada en mí, hasta que tomé el vaso del batido para llevarlo a la cocina y así darles privacidad.
—No, espera, Lauren… Conoce a mi nieto mayor, Kenneth Sinclair.
Tragué hondo sintiéndome de repente sofocada ante la mirada del hombre, el cual no se tardó en intentar sonreír, mientras que yo estiraba mi mano como un gesto de cortesía.
—Mucho gusto, señor Sinclair…
El ambiente que durante años se había convertido en mi segunda casa, comenzó a sentirse como una prisión, porque el hombre miró mi mano, y luego subió lentamente hasta mis ojos. Sentí que moría por alguna razón. No quería avergonzarme porque era evidente que él no iba a tomarla, por lo que tuve la intención de bajar mi brazo.
—Un placer conocerte también, señorita Mitchell —respondió tomando mi mano en el aire.
Sabía quién era yo.
Mi palma comenzó a picar, como si la sangre se hubiese ido con su toque a alguna otra parte, seguramente a mis orejas o mejillas. Lo confirmé cuando sentí calor en ellas, y por primera vez maldije mi color de piel tan pálida, fácil de delatar.
Antes de que el hombre pudiera seguir notando mi sonrojo, bajé la cabeza en señal de respeto y me fui casi corriendo de allí, con el corazón hecho un vuelco.
—¿Qué pasó señorita, Lauren? ¿Se encuentra bien?
Asentí hacia la cocinera, como si hubiera corrido un maratón. Luego tomé un vaso de agua bajo su mirada curiosa, hasta que no pude soportarlo más.
—Maira, ¿desde hace cuánto no venía el nieto del señor Sinclair?
Era notorio que era hermano de Kasey, la chica con la que me la llevaba muy bien, ¿pero por qué visitar a su abuelo hasta ese entonces? ¿Cuatro años sin ver a su abuelo? Es decir, en esos cuatro años siendo su cuidadora, el señor Sinclair me llevaba a todos lados, y nunca había visto a su nieto, ni siquiera en una fotografía.
—Ohhh, otra que ha caído.
Me llevé la mano al pecho, haciendo una mueca de “asco” cuando evidentemente el hombre había movido mi mundo.
—¿Yo? ¡No, qué va! Solo es curiosidad. Trabajo para el señor Sinclair tanto tiempo… Nunca lo había visto.
—Tal vez es porque la familia lo mantiene un poco “oculto” —soltó ella, llamando mi atención—. Es un mujeriego, Lau… Ha hecho muchas cosas de las que la familia Sinclair está avergonzada. Lo último que supe fue que lo habían enviado como CEO a una sede en Canadá… Con el frío que hace allá, no me sorprende que haya sido por castigo.
Hice una mueca al escuchar eso. Era una pena que un hombre tan guapo, con tanto a su disposición, tomara la elección de avergonzar a su familia. Yo no era la mejor hija pero, habría hecho cualquier cosa por mi madre, inclusive no ceder ante mis impulsos con Kenneth Sinclair si ella me lo hubiese pedido, si tan solo lo hubiera sabido a tiempo.
—¡Lauren ven!
El llamado del señor Sinclair me alertó. Le di una mirada nerviosa a Maira antes de irme, como si me hubiese expuesto ante ella.
Al llegar de nuevo al comedor, la voz del guapo hombre me habló.
—Dile a las demás sirvientas que preparen una de las habitaciones —me ordenó, por lo que asentí, sintiéndome un tanto confusa, ¿se iba a quedar…? Pues obtuve mi respuesta mientras me alejaba—. Seguro que podré cuidarte mejor todo este tiempo, abuelo. Ella es una mujer. Nada más mírala, ¿cómo alguien como ella puede encargarse de ti? Necesitas un hombre que tenga fuerza, y además que sea divertido.
—Y tú necesitas a alguien que te enseñe modales… Lauren es una señorita muy capaz.
—No más que yo, abuelo, ya lo verás…
Sentí un nudo en la garganta por la conversación. Y no, no era solo por saber que el estúpido hombre me consideraba “incapaz”, era porque además de eso, iba a tener que convivir con él, quién sabe por cuánto tiempo. Y yo no era la persona más tolerante del mundo; sabía que su actitud machista no la iba a dejar pasar por mucho.
Sin embargo, había mucho en juego. Yo solo era la jodida cuidadora de su abuelo, y él un hombre buscando seguramente la aprobación del mismo antes de su muerte por un trozo de herencia. Nadie debía explicarme nada; podía ver cuáles era sus intenciones. Pero Kenneth Sinclair no iba a perturbar mi tranquilidad, me aseguraría de eso.
Lauren.—He terminado, Lauren.Apenas escuché el grito del señor Sinclair en el baño, me levanté de la cama rápidamente. Sin embargo, antes de que pudiera abrir la puerta, su nieto apareció, inundando mis fosas nasales con su encantador perfume. Me dejó sorprendida su rapidez y la forma en que me vio, para decir:—De ahora en adelante yo me encargo de atenderlo en el baño, y cambiarlo.Quise abrir la boca para refutar, pero el moreno simplemente se adentró, dejándome paralizada. Luego escuché al señor Sinclair preguntar por mí, y respiré profundo.No iba a dejar que me dominara.Él no había cumplido un jodido día en la mansión y quería quitarme mi empleo. Mi sangre hervía cada que lo veía por allí, cazándome como una presa, receloso, como si yo quisiera hacerle algún daño a su abuelo.¿Acaso era idiota? Tenía muchas cosas para decirle.Me había dado cuenta que frente a su abuelo, era cortes, amable, conmigo, pero cuando no, en tan solo pocas horas, me hablaba con ese tono demandante, u
Kenneth Sinclair.Desperté muy temprano para salir a trotar. Me aseguré de ir por el camino principal, evitando el atajo que de adolescente solía tomar, pues solía vivir en la mansión Sinclair con mis padres.Ya estaba lo suficientemente claro cuando llevaba medio kilómetro recorrido. Mis airpoids reproducían música de Artic Monkeys, que me hacía el camino ligero. Y pronto algunas mujeres que seguramente no tenía tiempo de ir al gimnasio por ser amas de casa, se unieron detrás de mí, por lo que troté hacia atrás para hacer saber que me gustaría ir a su ritmo. Y una vez que me encontré con ellas, las detallé.Pude darme cuenta que tres de ellas eran madres, e incluso había una adolescente de al menos quince años que debería estar preparándose para la escuela.Conocía a una de esas tres mujeres del vecindario, así que no tardé en entablar conversación a medias, intentando descifrar cuál de las tres tenía más problemas con su marido y así poderla llevar a mi cama en el futuro.Debía ser
Lauren.La mirada del moreno no se apartaba de mí mientras íbamos en la limusina. El señor Sinclair estaba conversando de forma amena con su chofer de confianza, Dick, mientras su nieto fingía estar concentrado en su teléfono, pero lo sentía, simplemente me estaba mirando.Podía darme cuenta que no me miraba porque tuviera interés en mí, sino porque intentaba hacerme sentir incomoda. Y estaba frustrada por mantener el control. De no ser el nieto de mi jefe lo habría sacado por la ventana. Aunque sacar su enorme cuerpo sería difícil para mí.Me sentí nerviosa cuando se arrimó un poco al medio del largo asiento y se inclinó para hablar.—Abuelo, ¿de qué amigos hablas? ¿Nuestros socios en Miami o tus amigos de la universidad?—Los de la universidad —respondió, y luego mi jefe giró un poco la cabeza para verme desde su asiento—. Por cierto, cariño. ¿A qué no adivinas quién me dijo Sebastian que iría?Sentí mi estómago revolverse.—No hace falta que me lo diga —respondí para rodar los ojos
Lauren.—¿Estás bien, Lauren?Giré mi rostro hacia Christian para darle un asentimiento con una pequeña sonrisa. Antes se había comportado como un idiota, pero me había defendido, aunque no de la mejor manera posible; me sentía culpable porque Kenneth se hubiese sentido expuesto ante todos después de que lo estuvieran ignorando.Ya había pasado dos horas de lo acontecido. Estábamos viendo algunos informes sobre las carreras de caballos pasadas, comíamos algunos bocadillos, y me aseguraba cada media hora de tomar la tensión del señor Sinclair; porque había notado que le afectó la acción de su nieto y la verdad es que su tensión había subido un poco más de lo normal después de lo sucedido.Christian se mantuvo al margen después de preguntarme si estaba bien. Agradecí eso. Me concentré en conversar con Boris y su esposo Carter. Boris me dijo que realmente tenía mucha ropa de algunas pasarelas en su estudio, que jamás volvería a usar en sus modelos, y que estaría encantado de dármelas, ase
Kenneth.Sasha estaba ocupada con mi polla mientras yo me encargaba de darle placer con la lengua a la pelinegra. Su coño bien afeitado ascendía y descendía por toda mi cara como una demente. Con una mano motivaba a la rubia a seguir en los suyo mientras con la otra sostenía la cadera de la pelinegra. No era mi primer trío y estaba seguro que no sería el último.Cassandra, la pelinegra, era una muy buena conocida mía; bi, soltera, dispuesta a ir a donde yo le indicara siempre que tenía a otra dispuesta a la aventura.Mi mente estaba ocupada, invadida de pensamientos insanos en el sexo. Con la excitación por las nubes al tenerlas a ambas para mí. Jodí a cada una hasta el cansancio, dejando en la cama, el suelo y las paredes, un buen recordatorio de mi capacidad. Podía correrme rápido pero, en menos de un minuto estaba realmente listo para otra ronda y las mujeres siempre amaban eso.Tras despedirme de Sasha, asegurándole que tendríamos una cena, recordé que esa misma noche tendría una
Lauren.Mi pecho subía y bajaba al correr por el pasillo. Apenas entré a mi habitación tuve la sensación de oler un perfume familiar, pero estaba tan enfocada en mi misión que lo descarté. Rápido tomé la mascarilla del nebulizador y salí corriendo de allí hasta la habitación del señor Sinclair.Estaba pasando por una crisis muy prolongada. Una crisis en donde su cuerpo se entumecía de una forma en que cada movimiento era doloroso para él. Se ponía tan tenso que, incluso no podía inyectarle ningún calmante. Habíamos intentado ejercicios de relajación mientras le daba un masaje, pero simplemente empeoró.Era la segunda vez en el año que le pasaba algo como eso, aunque antes no tan grave. Yo había sido instruida tanto por su fisioterapeuta como por su cardiólogo, de lo que podría hacer en caso de que algo como eso ocurriera, pero la primera vez tuve que llamarlos, casi llorando, porque no podía manejarlo. Ahora, seguía causándome terror, pero mantenía el control.Entré a su habitación y
Kenneth.—Hola, ¿abuelo? —dije abriéndome paso a su habitación.—Hola, Kenneth —saludó secamente.Tragué hondo al ver su estado cansado. Me sentía tan furioso con la jodida Lauren. Había pasado una de las peores noches de mi vida, pensando en cosas que no debía pensar. Dejaba a mi abuelo tan cansado, ¿acaso estaba loca? ¡Podía matarlo!La cocinera llegó y me ofrecí a dar su comida. Él no refutó.—Abuelo, anoche hablé con Kasey, te manda saludos.—Kasey es una joven muy excepcional —expresó, sonriendo, viendo a la nada, así que asentí. Pero luego me sentí nervioso cuando me vio—. Dime, Kenneth. ¿Exactamente qué haces aquí? Tu padre sabe que Lauren cuida muy bien de mí… ¿Acaso has sido enviado por tu madre?Evité su mirada. Joder. No se me daba bien mentir con el viejo, nunca.—Ambos están preocupados, además… Estoy castigado —mentí, sabiendo que podría creerme.Mi abuelo sacudió un poco la cabeza mostrando desacuerdo.—Eso imaginé… —suspiró—. Solo espero que Kasey no la esté pasando ta
Kenneth.Pensé que tenía todo bajo control. Lauren se había ido al medio día. Escuché de la boca de Anika que iría hacia Tennessee, memoricé eso. El abuelo no quiso hablar demasiado, pasó toda la tarde en cama, pero me había dado una lista detallada de todas las cosas que debía hacer. Pude ver que la letra no era suya y me preguntaba por qué Lauren no me la había entregado ella misma.Junto a esa lista de horarios, había un pequeño libro, en donde la pelirroja tenía absolutamente todo detallado. Desde los latidos normales de su corazón, hasta los latidos en los días de terapia, o los días después de regresar de la calle. Sus síntomas musculares, su tensión, la comida que le hacía bien o no.Estaba en el balcón de la habitación del abuelo, alrededor de las siete de la noche, leyendo por segunda vez el librito, maravillado por su atención al detalle, cuando el abuelo me llamó.—Kenneth. ¿Podrías ayudarme con algo?Asentí mientras me acercaba a él. Dejé el libro y la lista en la mesita d