Kenneth Sinclair.
Desperté muy temprano para salir a trotar. Me aseguré de ir por el camino principal, evitando el atajo que de adolescente solía tomar, pues solía vivir en la mansión Sinclair con mis padres.
Ya estaba lo suficientemente claro cuando llevaba medio kilómetro recorrido. Mis airpoids reproducían música de Artic Monkeys, que me hacía el camino ligero. Y pronto algunas mujeres que seguramente no tenía tiempo de ir al gimnasio por ser amas de casa, se unieron detrás de mí, por lo que troté hacia atrás para hacer saber que me gustaría ir a su ritmo. Y una vez que me encontré con ellas, las detallé.
Pude darme cuenta que tres de ellas eran madres, e incluso había una adolescente de al menos quince años que debería estar preparándose para la escuela.
Conocía a una de esas tres mujeres del vecindario, así que no tardé en entablar conversación a medias, intentando descifrar cuál de las tres tenía más problemas con su marido y así poderla llevar a mi cama en el futuro.
Debía ser cuidadoso. No quería armar un escándalo ni destrozar una familia. Necesitaba mantener siempre al menos unas tres opciones a la mano en cada lugar al que iba, lo cual se me hizo bastante complicado durante mi estadía en Canadá, pues allá las personas son un poco más reservadas que en mi ciudad natal, la calurosa y amable Miami.
—Podemos intercambiar números, así armamos un grupo y nos ponemos de acuerdo para algunas actividades, ¿les parece?
Las cuatro asintieron con una sonrisa que delataba el interés que tenían en mí. Incluso la adolescente no había dejado de apartar su mirada. No la culpaba, yo también me vería.
Tras terminar de trotar, decidí regresar a la mansión por mi auto para ir directamente a comprar algunas cosas que me harían falta, pero antes de que pudiera subir a mi auto, tenía a la sirvienta que me había follado la noche anterior justo a mi frente.
Sonreí aunque no quería hacerlo.
—Hola, Ken…
—Kenneth —corregí—. Me llamo Kenneth.
Quería recordar su nombre, pero por más que le daba vueltas no lo logré.
Me apoyé del auto esperando que ella dijera lo que tenía que decir, pero parecía demasiado nerviosa para hablar. Me preguntaba si se había quedado realmente sin voz después de los gritos escandalosos la noche anterior.
—Es que yo… Ahm… Me preguntaba… ¿Qué vas a hacer esta noche después de que acabe mi horario laboral?
Demonios. ¿Por qué todas las mujeres suelen pensar que hay algún interés amoroso después del sexo? Cuando no se habla o muestra interés más allá de antemano, debería saberse que solo es sexo, ¿no?
Aun así. No quería entrar en conflicto con ella. Había notado que mi abuelo les tenía aprecio a todas las empleadas, y no quería ni podía meterme en grandes problemas con él.
—Ahm… Bueno, hoy tengo que poner en orden algunas cosas del trabajo, pero… Realmente no haré nada después de las nueve, ¿se te ocurre algo?
La sonrisa de la sirvienta se amplió mientras me decía que había un nuevo bar a las afueras de este vecindario, así que quedamos en vernos en el porche de la mansión a las nueve. Y en cuanto se fue, contoneando sus caderas, recordé el por qué no debía dejarla ir tan pronto. Tenía un trasero de infarto.
Sacudí la cabeza tras los pensamientos de lo que podría hacer con ella esa noche y subí al auto. Luego conduje hacia la tienda e hice mis compras. Al volver al auto fui interrumpido pero esta vez por una llamada de mi madre.
—Ken, cariño. ¿Cómo viste todo? Necesito saberlo.
Suspiré mientras ponía los dedos en el puente de la nariz, recordando todo lo que había visto.
—Hay que preocuparse. Parece que el abuelo realmente la quiere. Aún no sé si tienen algo. No he notado algo fuera de lo normal, pero los vigilaré —aseguré.
Mi madre sonaba angustiada con la idea de que no pudiéramos desenmascarar a la mujer, pero le aseguré que me encargaría de ello, así que tras otra suplica sobre que fuese cuidadoso con el tema, le colgué.
Me miré en el espejo retrovisor y recordé ver el rostro de Lauren en el reflejo de la puerta de vidrio que daba acceso a su balcón. No sabía por qué no se había movido de allí hasta que la otra sirvienta y yo paramos, pero en mi interior sentí excitación por saber que nos miraba.
¿Qué estaría pensando? ¿Fue vergüenza o se sintió excitada? Tenía curiosidad. Me preguntaba cómo podría verme a la cara este día, porque había notado que le era imposible ocultar el sonrojo de sus mejillas en ciertas ocasiones.
Sin embargo, sacudí la cabeza volviendo a la realidad, porque no debía estar pensando precisamente en eso. Solo debía buscar la forma de encontrar evidencias que le demostraran a mi abuelo que Lauren Mitchell no era más que la hija de una caza fortunas, que también quería obtener algo de él, y que lo había estado robando sin darse cuenta.
Llegué a la mansión nuevamente, incluso con un pequeño regalo para el abuelo, cuando escuché risas en el comedor. Caminé hasta allí y mi boca se secó cuando encontré a la mujer pelirroja de rodillas mientras sus manos se restregaban con fuerza en las piernas de mi abuelo.
Apreté los puños sintiéndome furioso ante la escena.
Mamá tenía razón.
Pero pronto, antes de que pudiera interferir en el momento, noté un paño de cocina en la mano de la mujer, lleno de alguna mancha rosada.
—Quisiera tener la misma valentía de usted de reírme de las cosas malas —dijo poniéndose de pie.
Y entonces noté que en el piso había jugo derramado. Demonios. Sus piernas se habían llenado del líquido. ¿Por qué no estaba usando su uniforme usual? Ese que parecía de una jodida enfermera, y le quedaba ajustado en todas sus curvas.
Ahora llevaba puesto un vestido azul marino de mangas largas, con un escote semi pronunciado en los senos con un cinturón dorado, y unos tacones bajos que no iban para nada con el vestido.
—Ohhh, Kenneth. Supuse bien. Estabas trotando —habló el abuelo notándome.
Asentí de inmediato sintiéndome tenso por un momento. Vi cómo la pelirroja se dejó ayudar por la sirvienta que me follé, la cual no dejaba de verme como si yo fuera una paleta de helado.
—Lo estaba. Veo que vas a salir. ¿Tan temprano? —cuestioné, viendo su atuendo entre formal y casual, azul claro. Ello me perturbó un poco.
Era bastante asqueroso que se hubiesen puesto de acuerdo en ir combinados, pues eso solo lo hace una pareja. Demonios. Podía irme dando cuenta de la verdad con el pasar de las horas.
—Sí, Ken. Iremos al Gulfstream Park. Veremos a unos amigos y luego veremos a las carreras de caballos.
—Ah, entonces traje tu complemento perfecto —le dije sacando una clásica caja de tabacos, por lo que sus ojos se abrieron de par en par con un brillo especial.
Sabía que los amaba. Solía verlo fumar muchos de estos cuando yo llegué aquí.
Pero entonces Lauren, quien ya había terminado de limpiarse, me arrancó la caja de las manos antes de que pudiera dársela a mi abuelo.
—Ni loco. No va a fumar nada de esto —declaró, señalándolo como si fuera un pequeño niño.
¿Estaba loca? Mi abuelo tenía artritis, no cáncer ni una enfermedad pulmonar.
—Es un adulto. Él puede tomar sus propias decisiones. Esto no lo va a matar —refuté, molesto por su confianza.
—Señor Sinclair, si piensa en si quiera mantener esto a su vista entonces no iré a ninguna parte con usted hoy —espetó cruzándose de brazos.
Mi abuelo y yo abrimos la boca al mismo tiempo. Maaldita manipuladora. ¿Quién se creía que era? ¿Por qué le hablaba a mi abuelo así?
—Pero Lauren…
No podía creer que mi abuelo pareciera decepcionado por esa atrevida, así que arranqué la caja de las manos de la pelirroja haciendo que esta me fulminara con la mirada.
—Yo iré contigo a Gulfstream Park, abuelo. Y fumarás uno de esos en el hipódromo. ¿Qué dices?
El abuelo parecía pasmado ante la idea de elegir entre ambos. Su mirada viajaba de Lauren a mí. Esto era insólito.
—Gracias por el regalo hijo, pero Lauren tiene razón, no puedo fumar, ¿y qué caso tiene tenerlos si no? Devuélvelos o bótalos… —respondió, para enfocarse a seguir comiendo su desayuno.
Y mi barbilla casi cayó al suelo mientras miraba a la jodida pelirroja que tenía dominado por completo a mi pobre abuelo. Y supe que no descansaría hasta sacarla de la mansión y de la vida de la familia Sinclair.
Lauren.La mirada del moreno no se apartaba de mí mientras íbamos en la limusina. El señor Sinclair estaba conversando de forma amena con su chofer de confianza, Dick, mientras su nieto fingía estar concentrado en su teléfono, pero lo sentía, simplemente me estaba mirando.Podía darme cuenta que no me miraba porque tuviera interés en mí, sino porque intentaba hacerme sentir incomoda. Y estaba frustrada por mantener el control. De no ser el nieto de mi jefe lo habría sacado por la ventana. Aunque sacar su enorme cuerpo sería difícil para mí.Me sentí nerviosa cuando se arrimó un poco al medio del largo asiento y se inclinó para hablar.—Abuelo, ¿de qué amigos hablas? ¿Nuestros socios en Miami o tus amigos de la universidad?—Los de la universidad —respondió, y luego mi jefe giró un poco la cabeza para verme desde su asiento—. Por cierto, cariño. ¿A qué no adivinas quién me dijo Sebastian que iría?Sentí mi estómago revolverse.—No hace falta que me lo diga —respondí para rodar los ojos
Lauren.—¿Estás bien, Lauren?Giré mi rostro hacia Christian para darle un asentimiento con una pequeña sonrisa. Antes se había comportado como un idiota, pero me había defendido, aunque no de la mejor manera posible; me sentía culpable porque Kenneth se hubiese sentido expuesto ante todos después de que lo estuvieran ignorando.Ya había pasado dos horas de lo acontecido. Estábamos viendo algunos informes sobre las carreras de caballos pasadas, comíamos algunos bocadillos, y me aseguraba cada media hora de tomar la tensión del señor Sinclair; porque había notado que le afectó la acción de su nieto y la verdad es que su tensión había subido un poco más de lo normal después de lo sucedido.Christian se mantuvo al margen después de preguntarme si estaba bien. Agradecí eso. Me concentré en conversar con Boris y su esposo Carter. Boris me dijo que realmente tenía mucha ropa de algunas pasarelas en su estudio, que jamás volvería a usar en sus modelos, y que estaría encantado de dármelas, ase
Kenneth.Sasha estaba ocupada con mi polla mientras yo me encargaba de darle placer con la lengua a la pelinegra. Su coño bien afeitado ascendía y descendía por toda mi cara como una demente. Con una mano motivaba a la rubia a seguir en los suyo mientras con la otra sostenía la cadera de la pelinegra. No era mi primer trío y estaba seguro que no sería el último.Cassandra, la pelinegra, era una muy buena conocida mía; bi, soltera, dispuesta a ir a donde yo le indicara siempre que tenía a otra dispuesta a la aventura.Mi mente estaba ocupada, invadida de pensamientos insanos en el sexo. Con la excitación por las nubes al tenerlas a ambas para mí. Jodí a cada una hasta el cansancio, dejando en la cama, el suelo y las paredes, un buen recordatorio de mi capacidad. Podía correrme rápido pero, en menos de un minuto estaba realmente listo para otra ronda y las mujeres siempre amaban eso.Tras despedirme de Sasha, asegurándole que tendríamos una cena, recordé que esa misma noche tendría una
Lauren.Mi pecho subía y bajaba al correr por el pasillo. Apenas entré a mi habitación tuve la sensación de oler un perfume familiar, pero estaba tan enfocada en mi misión que lo descarté. Rápido tomé la mascarilla del nebulizador y salí corriendo de allí hasta la habitación del señor Sinclair.Estaba pasando por una crisis muy prolongada. Una crisis en donde su cuerpo se entumecía de una forma en que cada movimiento era doloroso para él. Se ponía tan tenso que, incluso no podía inyectarle ningún calmante. Habíamos intentado ejercicios de relajación mientras le daba un masaje, pero simplemente empeoró.Era la segunda vez en el año que le pasaba algo como eso, aunque antes no tan grave. Yo había sido instruida tanto por su fisioterapeuta como por su cardiólogo, de lo que podría hacer en caso de que algo como eso ocurriera, pero la primera vez tuve que llamarlos, casi llorando, porque no podía manejarlo. Ahora, seguía causándome terror, pero mantenía el control.Entré a su habitación y
Kenneth.—Hola, ¿abuelo? —dije abriéndome paso a su habitación.—Hola, Kenneth —saludó secamente.Tragué hondo al ver su estado cansado. Me sentía tan furioso con la jodida Lauren. Había pasado una de las peores noches de mi vida, pensando en cosas que no debía pensar. Dejaba a mi abuelo tan cansado, ¿acaso estaba loca? ¡Podía matarlo!La cocinera llegó y me ofrecí a dar su comida. Él no refutó.—Abuelo, anoche hablé con Kasey, te manda saludos.—Kasey es una joven muy excepcional —expresó, sonriendo, viendo a la nada, así que asentí. Pero luego me sentí nervioso cuando me vio—. Dime, Kenneth. ¿Exactamente qué haces aquí? Tu padre sabe que Lauren cuida muy bien de mí… ¿Acaso has sido enviado por tu madre?Evité su mirada. Joder. No se me daba bien mentir con el viejo, nunca.—Ambos están preocupados, además… Estoy castigado —mentí, sabiendo que podría creerme.Mi abuelo sacudió un poco la cabeza mostrando desacuerdo.—Eso imaginé… —suspiró—. Solo espero que Kasey no la esté pasando ta
Kenneth.Pensé que tenía todo bajo control. Lauren se había ido al medio día. Escuché de la boca de Anika que iría hacia Tennessee, memoricé eso. El abuelo no quiso hablar demasiado, pasó toda la tarde en cama, pero me había dado una lista detallada de todas las cosas que debía hacer. Pude ver que la letra no era suya y me preguntaba por qué Lauren no me la había entregado ella misma.Junto a esa lista de horarios, había un pequeño libro, en donde la pelirroja tenía absolutamente todo detallado. Desde los latidos normales de su corazón, hasta los latidos en los días de terapia, o los días después de regresar de la calle. Sus síntomas musculares, su tensión, la comida que le hacía bien o no.Estaba en el balcón de la habitación del abuelo, alrededor de las siete de la noche, leyendo por segunda vez el librito, maravillado por su atención al detalle, cuando el abuelo me llamó.—Kenneth. ¿Podrías ayudarme con algo?Asentí mientras me acercaba a él. Dejé el libro y la lista en la mesita d
Lauren.Tras saludar a la enfermera que se había hecho amiga de mi madre, fui en su búsqueda. Mi hermosa madre estaba sentada en medio de la sala de arte y diseño, elaborando lo que podía ver era un hermoso gorro tejido. Enseguida el sentimiento me invadió.La última vez que fui le había pedido que me hiciera uno, aunque color morado. El que ella hacía era café, su color favorito, y el que de hecho siempre decía que era el color que mejor me quedaba por mi tono de piel, más el hecho de ser pelirroja como ella.Me senté a su lado, tomando la precaución necesaria. Cada que la veía quería abrazarla, pedirle que me consintiera como cuando era adolescente o niña; sin embargo, había aprendido a no dejarme llevar por ese impulso, puesto que en varias ocasiones ella entraba en crisis ya que no me reconocía de inmediato.—Hola, Laura… —saludé con cautela, mirándola con amor.Mi madre dirigió su mirada a mí. Sus pupilas se dilataron y una sonrisa alumbró su rostro.—Yo te conozco —aseguró, sonr
Lauren.Christian Smith era bueno resolviendo problemas. No me querían dejar entrar al restaurante porque no tenía traje acorde a la etiqueta del lugar. Él sonrió amablemente y regresamos a la limusina, luego de eso me llevó a una tienda. Todo me parecía tan innecesario, pero no pude negarme a nada después de que incluso llamara a su abuelo, y a Boris, mencionándole lo ocurrido en el restaurante, por lo que ellos amenazaron con quejarse con el gerente.Así que me encontraba entrando al restaurante media hora después, con un vestido de seda color crema tan divino que me hacía sentir como una princesa, pero también me daba miedo de estropearlo. No había quejas con mis tacones bajitos, le insistí a Christian de dejarlos y él aceptó. El maquillaje, bueno, me había tardado un poco en el baño de la tienda intentando hacer un maquillaje decente, pero funcionaba.Las miradas se posaron en nosotros y me sentí fuera de lugar. Demonios. No quería que nadie me reconociera y le fuera con el chisme