Lauren.
—¿Estás bien, Lauren?
Giré mi rostro hacia Christian para darle un asentimiento con una pequeña sonrisa. Antes se había comportado como un idiota, pero me había defendido, aunque no de la mejor manera posible; me sentía culpable porque Kenneth se hubiese sentido expuesto ante todos después de que lo estuvieran ignorando.
Ya había pasado dos horas de lo acontecido. Estábamos viendo algunos informes sobre las carreras de caballos pasadas, comíamos algunos bocadillos, y me aseguraba cada media hora de tomar la tensión del señor Sinclair; porque había notado que le afectó la acción de su nieto y la verdad es que su tensión había subido un poco más de lo normal después de lo sucedido.
Christian se mantuvo al margen después de preguntarme si estaba bien. Agradecí eso. Me concentré en conversar con Boris y su esposo Carter. Boris me dijo que realmente tenía mucha ropa de algunas pasarelas en su estudio, que jamás volvería a usar en sus modelos, y que estaría encantado de dármelas, asegurando que yo me vería genial en todo. Yo solo le agradecí. No era una mujer con la mejor autoestima del mundo, era delgada, me costaba mucho tomar algunos kilos de más, aunque agradecía a mi origen latino por tener curvas a pesar de todo.
—¡Es hora de divertirnos! —exclamó Boris.
Todos comenzaron a salir de la sala VIP para dirigirse al hipódromo como tal, hacia otra zona VIP en las tribunas. Entonces tomé mis cosas para salir detrás del señor Sinclair, pero este me detuvo.
—Creo que ha sido suficiente por hoy, cariño. Llama a Dick para que venga. Quiero regresar a casa…—señaló—. Despídete de mis amigos, diles que los veré pronto.
Me preocupé al ver su estado decaído. Entonces entendí que estaba actuando estar bien frente a sus amigos, pero realmente se sentía mal. No dudé en tomar el teléfono para llamar al chofer. Esperemos que llegara para que lo acompañara hasta las afueras para así yo ir a las tribunas.
Mientras caminaba por todo el lugar, me di cuenta que estaba perdida. Tomé dos caminos diferentes, y luego, cuando finalmente creí que estaba en la tribuna correcta, solo entré en una en donde estaban muchos hombres adinerados fumando cigarro y bebiendo alcohol, haciendo sus apuestas.
—Disculpen —murmuré para bajar la cabeza y regresar, pero la voz de un hombre me detuvo.
—No, dulzura… Mírame. ¿Cuál es tu nombre?
Desistí de ignorarlo cuando un hombre de traje se paró en la puerta. Era un guardaespaldas. Así que respiré profundo, apretando la cartera en mi brazo.
—Le diré el mío si me dice el suyo —respondí dándome la vuelta.
Cruzándome de brazos, vi directamente a los cinco hombres presentes. Todos tenían las miradas en mí, con risas divertidas. No iba a mostrarles nerviosismo ni debilidad.
—Qué dulzura… Mi nombre no debería decírtelo, deberías saberlo.
Alcé una ceja. No tenía ni idea de quién era. Solo un tipo rubio con rostro arrogante, de más de treinta años.
—Lo siento señor, no soy del tipo de mujer que conoce a todos los hombres de la ciudad —espeté para darme la vuelta.
Escuché risas, caminé, pero el guardaespaldas dio un paso adelante, impidiéndome salir. En ese momento sentí el verdadero terror.
—No tienes que irte tan pronto, nena —dijo el rubio, más cerca.
Él estaba detrás de mí. Hablando cerca de mi oído. Yo estaba acorralada entre ambos hombres, así que cerré los ojos un momento para tomar valentía, y apretando la cartera en mi brazo sabía lo que tenía que hacer, golpearlo. La cartera pesaba kilos gracias a todo lo que llevaba para mi jefe, un buen golpe con ella lo dejaría sin aire o inconsciente.
Estaba dispuesta a dárselo, pero de repente, apareció por la puerta un moreno conocido.
—Oh, aquí estás —masculló caminando hasta la escena.
Mi corazón comenzó a latir mucho más rápido. Ni siquiera estaba así ante el peligro, pero sí por el idiota que me había humillado.
Kenneth miró a ambos hombres sin parpadear, intentando averiguar qué estaba pasando. Aproveché el momento para caminar hasta él. Su rostro era frío, me sentí incomoda cuando su mirada se fijó en el rubio, estallaba furia.
—¡Kenneth Sinclair! —exclamó el rubio, sorprendido—. Tanto tiempo sin verte. Dime, ¿ella es una de tus peerras?
—Vámonos, Lauren —masculló el moreno, pero yo lo miré, sorprendida.
¿Me estaba pidiendo que me fuera mientras ese idiota me llamaba peerra?
Y yo tan estúpida por sentirme mal por él antes.
No pude quedarme de brazos cruzados. Fui tan rápida que nadie lo vio venir. Me acerqué al rubio y con mi rodilla pateé sus pelotas. Se escucharon jadeos y también risas.
Ni siquiera me hizo falta decir algo, después de darle una mirada retante al grandulón de su guardaespaldas, solo caminé fuera de ahí. Sabía que Kenneth me seguía. Su olor me tenía tan mareada. Él era tan idiota.
No estaba pidiendo que me defendiera, después de todo, él me odiaba, pero aun así me sentía tan molesta.
Olvidé el recado de despedirme de los amigos del señor Sinclair. Caminé rumbo a la salida, con tantas ganas de girarme hacia el moreno y golpearlo.
Cuando visualicé la limusina, abrí la puerta, y a pesar de todo, la dejé abierta, sabiendo que vendría con nosotros; sin embargo, lo que pasó fue que Kenneth cerró la puerta del lado fuera, dando por entendido que no subiría.
Y yo solo me quedé mirándolo fijamente unos segundos a través de la ventana, con un nudo en la garganta. Luego la limusina arrancó, y las palabras del señor Sinclair, removieron mi corazón.
—No quiero verte cerca de mi nieto, Lauren. De todos los hombres que conozco, él es el menos indicado para cuidar a una mujer.
Asentí, pero con lágrimas en los ojos.
…
Narra Kenneth.
Estaba sentado en una de las mesas del bar hablando con una hermosa mujer rubia que recién conocía, cuando vi a mi abuelo salir de la sala VIP junto al chofer y Lauren. Me despedí rápido de la mujer, para ir tras ellos. No podía darme el lujo de estar molesto con mi abuelo. Sin embargo, cuando vi a la pelirroja tomar otro camino diferente al de mi abuelo, mi corazón se detuvo.
Tenía que ir con mi abuelo, era él quien me interesaba, pero mis pies tomaron vida propia para seguir a la pelirroja. Si estaba aprovechándose de mi abuelo, quería demostrarle que ella además de ser una caza fortunas, le era infiel.
Había notado cada una de las miradas de Christian en ella. Eran de lujuria, como si recordara momentos pasados con ella. Y luego, con la forma en que la defendió y me expuso, no me quedaron dudas de que tenían algo.
La mujer parecía estar perdida, pero entró a una tribuna VIP conocida por ser la tribuna de los ricos más patéticos de la ciudad. Podía asegurar que allí estaba el idiota de Anthony Fisher, hijo del alcalde de Miami.
Al estar un poco alejado de la puerta de la tribuna VIP, mi corazón comenzó a acelerarse. Qué mujerzuela. ¿Qué demonios se encontraba haciendo en esa tribuna? ¿Era amante de otro hombre además de Christian? ¡Pero quién lo diría! Tenía una cara que jamás revelaría su maldad.
De repente me encontraba demasiado ansioso como para no ir a ver qué sucedía. Por un momento pensé en la idea de que estuviera en peligro, y eso fue lo que me hizo dar el paso hacia dentro.
Al ver que estaba siendo acorralada, un extraño malestar me cubrió. Solté lo primero que se me ocurrió, para sacarla de la situación. Podía ver en la mirada de Anthony que, si llegaba un minuto tarde, la iba a encontrar en el suelo siendo atacada por él.
¿Pero por qué estaba pensando en eso? Tal vez eran amantes y estaban teniendo una discusión.
Mi estómago se revolvió cuando la llamó “peerra”. Allí supe que no se conocían, me sentí tan idiota. Quise partirle la cara al rubio pero no podía mostrarle a esa mujer que me importaba. No podía defenderla de nada después de saber que estaba aprovechándose de mi abuelo.
Demonios, pero como quería partirle la cara a Anthony.
Ella se supo defender sola, dejándome sorprendido. Luego la seguí hasta la salida, con una extraña sensación en el pecho. Quería decirle algo, pero no sabía qué. Para cuando vi la limusina partir, respiré cómodamente.
¿Por qué la temperatura de mi cuerpo había cambiado? Me sentía tan molesto.
Apreté los puños devolviéndome hacia el hipódromo, con solo una cosa en mente: descargar lo que estaba sintiendo, sin importar que saliera en las noticas de la farándula y decepcionara un poco más a la familia.
Sin embargo, la mujer rubia que había conocido, Sasha, apareció con una enorme sonrisa, proponiéndome salir de allí.
—¿Qué dices, Ken?
—Kenneth —corregí irritado—. Mi nombre es Kenneth. Y…
Quería hablar, pero me detuve al ver cómo Anthony salía de la tribuna, también vi cómo Christian se acercaba a él. Ambos intercambiaron palabras y un apretón de manos.
Además ese par de idiotas eran amigos.
Pero si Lauren era amante de Christian, ¿cómo es que Anthony no conocía a Lauren? Sabía que los hombres de esta ciudad tenían la mala fama de vociferar las mujeres de “su territorio”, algo con lo que yo no estaba de acuerdo. Yo podía ser un desgraciado, pero jamás las expondría como ellos.
¿Entonces Lauren no era amante de Christian?
Sacudí la cabeza para mí mismo cuando me di cuenta que estaba pensando demasiado en ella. ¿Por qué? No podía permitirme eso. Así que miré a la rubia, con pensamientos sucios en mi mente.
—Linda, ¿alguna vez has hecho un trío? —le cuestioné, dejándola asombrada.
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Kenneth.Sasha estaba ocupada con mi polla mientras yo me encargaba de darle placer con la lengua a la pelinegra. Su coño bien afeitado ascendía y descendía por toda mi cara como una demente. Con una mano motivaba a la rubia a seguir en los suyo mientras con la otra sostenía la cadera de la pelinegra. No era mi primer trío y estaba seguro que no sería el último.Cassandra, la pelinegra, era una muy buena conocida mía; bi, soltera, dispuesta a ir a donde yo le indicara siempre que tenía a otra dispuesta a la aventura.Mi mente estaba ocupada, invadida de pensamientos insanos en el sexo. Con la excitación por las nubes al tenerlas a ambas para mí. Jodí a cada una hasta el cansancio, dejando en la cama, el suelo y las paredes, un buen recordatorio de mi capacidad. Podía correrme rápido pero, en menos de un minuto estaba realmente listo para otra ronda y las mujeres siempre amaban eso.Tras despedirme de Sasha, asegurándole que tendríamos una cena, recordé que esa misma noche tendría una
Lauren.Mi pecho subía y bajaba al correr por el pasillo. Apenas entré a mi habitación tuve la sensación de oler un perfume familiar, pero estaba tan enfocada en mi misión que lo descarté. Rápido tomé la mascarilla del nebulizador y salí corriendo de allí hasta la habitación del señor Sinclair.Estaba pasando por una crisis muy prolongada. Una crisis en donde su cuerpo se entumecía de una forma en que cada movimiento era doloroso para él. Se ponía tan tenso que, incluso no podía inyectarle ningún calmante. Habíamos intentado ejercicios de relajación mientras le daba un masaje, pero simplemente empeoró.Era la segunda vez en el año que le pasaba algo como eso, aunque antes no tan grave. Yo había sido instruida tanto por su fisioterapeuta como por su cardiólogo, de lo que podría hacer en caso de que algo como eso ocurriera, pero la primera vez tuve que llamarlos, casi llorando, porque no podía manejarlo. Ahora, seguía causándome terror, pero mantenía el control.Entré a su habitación y
Kenneth.—Hola, ¿abuelo? —dije abriéndome paso a su habitación.—Hola, Kenneth —saludó secamente.Tragué hondo al ver su estado cansado. Me sentía tan furioso con la jodida Lauren. Había pasado una de las peores noches de mi vida, pensando en cosas que no debía pensar. Dejaba a mi abuelo tan cansado, ¿acaso estaba loca? ¡Podía matarlo!La cocinera llegó y me ofrecí a dar su comida. Él no refutó.—Abuelo, anoche hablé con Kasey, te manda saludos.—Kasey es una joven muy excepcional —expresó, sonriendo, viendo a la nada, así que asentí. Pero luego me sentí nervioso cuando me vio—. Dime, Kenneth. ¿Exactamente qué haces aquí? Tu padre sabe que Lauren cuida muy bien de mí… ¿Acaso has sido enviado por tu madre?Evité su mirada. Joder. No se me daba bien mentir con el viejo, nunca.—Ambos están preocupados, además… Estoy castigado —mentí, sabiendo que podría creerme.Mi abuelo sacudió un poco la cabeza mostrando desacuerdo.—Eso imaginé… —suspiró—. Solo espero que Kasey no la esté pasando ta
Kenneth.Pensé que tenía todo bajo control. Lauren se había ido al medio día. Escuché de la boca de Anika que iría hacia Tennessee, memoricé eso. El abuelo no quiso hablar demasiado, pasó toda la tarde en cama, pero me había dado una lista detallada de todas las cosas que debía hacer. Pude ver que la letra no era suya y me preguntaba por qué Lauren no me la había entregado ella misma.Junto a esa lista de horarios, había un pequeño libro, en donde la pelirroja tenía absolutamente todo detallado. Desde los latidos normales de su corazón, hasta los latidos en los días de terapia, o los días después de regresar de la calle. Sus síntomas musculares, su tensión, la comida que le hacía bien o no.Estaba en el balcón de la habitación del abuelo, alrededor de las siete de la noche, leyendo por segunda vez el librito, maravillado por su atención al detalle, cuando el abuelo me llamó.—Kenneth. ¿Podrías ayudarme con algo?Asentí mientras me acercaba a él. Dejé el libro y la lista en la mesita d
Lauren.Tras saludar a la enfermera que se había hecho amiga de mi madre, fui en su búsqueda. Mi hermosa madre estaba sentada en medio de la sala de arte y diseño, elaborando lo que podía ver era un hermoso gorro tejido. Enseguida el sentimiento me invadió.La última vez que fui le había pedido que me hiciera uno, aunque color morado. El que ella hacía era café, su color favorito, y el que de hecho siempre decía que era el color que mejor me quedaba por mi tono de piel, más el hecho de ser pelirroja como ella.Me senté a su lado, tomando la precaución necesaria. Cada que la veía quería abrazarla, pedirle que me consintiera como cuando era adolescente o niña; sin embargo, había aprendido a no dejarme llevar por ese impulso, puesto que en varias ocasiones ella entraba en crisis ya que no me reconocía de inmediato.—Hola, Laura… —saludé con cautela, mirándola con amor.Mi madre dirigió su mirada a mí. Sus pupilas se dilataron y una sonrisa alumbró su rostro.—Yo te conozco —aseguró, sonr
Lauren.Christian Smith era bueno resolviendo problemas. No me querían dejar entrar al restaurante porque no tenía traje acorde a la etiqueta del lugar. Él sonrió amablemente y regresamos a la limusina, luego de eso me llevó a una tienda. Todo me parecía tan innecesario, pero no pude negarme a nada después de que incluso llamara a su abuelo, y a Boris, mencionándole lo ocurrido en el restaurante, por lo que ellos amenazaron con quejarse con el gerente.Así que me encontraba entrando al restaurante media hora después, con un vestido de seda color crema tan divino que me hacía sentir como una princesa, pero también me daba miedo de estropearlo. No había quejas con mis tacones bajitos, le insistí a Christian de dejarlos y él aceptó. El maquillaje, bueno, me había tardado un poco en el baño de la tienda intentando hacer un maquillaje decente, pero funcionaba.Las miradas se posaron en nosotros y me sentí fuera de lugar. Demonios. No quería que nadie me reconociera y le fuera con el chisme
Kenneth.No estaba vestido para ir a trotar, pero tuve que correr, dejarme liberar, tomando el viejo atajo que no me llevaba al centro del vecindario, sino que al bosque. Y corrí, corrí tanto que mis pies ardieron. Solo me detuve cuando encontré mi lugar favorito en el bosque, con árboles al lado de otros, dejando que el cálido sol de la tarde se filtrara. Me senté en una piedra cerca de un árbol, escuchando el sonido de los pájaros, jadeando como un demente.Mi corazón siguió latiendo igual de desbocado incluso minutos después de haber corrido. Y era por su culpa.Lauren Mitchell me estaba convirtiendo en algo que no me gustaba.Yo era impulsivo, algo controlador y ansioso, pero esto de “sobre pensar” e imaginar estupideces era nuevo, había llegado con su presencia.Me hice cargo del abuelo desde que ella se fue, sabiendo con su amenaza que eran amantes. Mi mente maquinaba las mil y un formas de dejarle claro que no quería verla cerca de mi abuelo, pero al final de esas alucinaciones,
Lauren.Desperté alrededor de las once de la noche, con mucha hambre. Primero cuestioné a Patrice sobre mi madre, ella me dijo que se había calmado unas horas después de mi partida. Luego me di una ducha, y sabiendo que a esa hora nadie estaría vagando por la mansión, bajé a comer o tomar algo.Llegué a la cocina, descalza, sin ánimo de volver a subir las escaleras. Sentía como si un camión me hubiera pasado por encima. Estaba agotada, mis ojos aún ardían.Tomé algo de pan con leche, y subí al ascensor hasta el piso de mi jefe. Quería asegurarme que estuviera bien. Me sentí egoísta al apartarlo de mí estos días, pues ni siquiera había hecho una llamada para decirle que estaba bien.Me sorprendí cuando lo encontré despierto. Sus ojos se abrieron en sorpresa al verme y luego sonrió.—Niña… —murmuró—. Estaba preocupado por ti. No bajaste a cenar, ¿te sientes bien?Con un nudo en la garganta, me adentré. La habitación estaba impregnada del perfume de Kenneth, era obvio si estuvo cuidando