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3. Espera… no te vayas.

Stanford, ni siquiera había considerado esa posibilidad, él no quería estudiar empresariales, solo aprender del campo todo lo que su abuelo tenía que enseñarle. Por eso cuando la carta de admisión a aquella prestigiosa universidad Norteamericana llegó, fue el más sorprendido de todos.¿Cuando iban a dejar de querer dirigirle la vida como si sólo fuera un muñeco sin autonomía ni pensamiento propio?

Pero como siempre se había comportado como el hijo perfecto que era, por supuesto no tan perfecto como Miguel, su hermano mayor, pero lo suficientemente perfecto como para mantenerse a su sombra sin llamar la atención.

Por eso aceptó cursar los cuatro años de carrera en Stanford y vivir lejos de su ciudad natal. Que decía su ciudad, su país, pero no todo había sido malo, aprendió a ver las cosas de otro modo debía reconocerlo, aprendió a dejar de ser la sombra de su hermano y sobre todo aprendió a tomar sus propias decisiones, a tener los amigos que él quisiera tener sin que nadie le dijera si eran o no convenientes, o pensar en si sus familias eran buenas o malas, simplemente importaba doble caían o no bien .

El Ricardo que regresó cuatro años después, no era el mismo que se había ido, por eso veía exagerada la cena de bienvenida que habían hecho en su honor o eso le dijo su madre, una comida por el regreso de su hijo menor a casa, el que jamás discutía nada y decía que si a todo lo que imponían, al que opacaron en su propia comida de bienvenida de la que Miguel no le dejó ser homenajeado por más de media hora cuando anunció el embarazo de su recién estrenada esposa, guapísima y riquísima, por supuesto, porque Miguel jamás la hubiera contemplado como posible pareja si no hubiera cumplido esos dos requisitos, daba igual si su amabilidad e inteligencia no la acompañaban, porque así era,n aunque estaba seguro que a Miguel eso le convenía, así podía manejarla a su antojo.

Apenas hacía un par de meses que se habían casado y ya traía a un futuro hijo de Miguel en las entrañas. No era que le importara, sería el primero en no querer ningún homenaje, simplemente no entendía las ansias de su hermano por opacarlo siempre, ni que le hiciera falta, ni que él siquiera pudiera pensar en eclipsarlo. A veces se preguntaba si su padre sería como Miguel, todos decían a menudo que era su viva imagen, pero él era demasiado pequeño cuando falleció como para recordarlo, sin así jamás le había faltado una figura paterna, ahí estaba su abuelo y quizá esa era la razón de que él quisiera aprender todo y pasar tiempo con él, verlo cada día más mayor y querer aprovechar su compañía hasta el último instante.

Tras cenar, esa misma atención que le fue arrebatada, hizo que pudiera marcharse de allí sin apenas ser notado, solo su abuelo se dió cuenta de que abandonaba el salón pero no dijo nada, lo dejó hacer mientras seguía celebrando por la buena noticia, sería bisabuelo en unos meses.

Decir que Ricardo no extrañaba perderse entre los campos de Agave era mentir, era cierto que lo pasó bien en los Estados Unidos, pero sin duda, no quería volver a hacer ese máster que Miguel le insistía en hacer, un año más lejos de allí. ¿Para qué? Si él solo quería dedicarse a los cultivos.

Perdido en sus pensamientos se adentró entre los campos, recordando aquel lago en el que se había bañado desnudo más de una vez, era como su lugar especial, nunca nadie iba allí, aunque quedará en los límites entre su propiedad con algunas pequeñas de los habitantes de la aldea donde ellos tenían sus propios cultivos, algunas de esas tierras habían sido incluso cedidas por su padre, cosa que Miguel siempre criticaba. ¿Pero qué más daban unas pequeñas parcelas comparadas con todo lo que ellos tenían?

Se empezó a quitar la ropa mucho antes incluso de llegar allí, hasta que quedó estático, camuflado entre unos arbustos, viendo a una hermosa chica que se bañaba en aquellas aguas que hasta entonces no había compartido jamás con nadie.

Su ropa interior estaba mojada y, aunque tapaba mucho más de lo que le gustaría, no dejaba espacio a la imaginación al transparentar tanto por el agua.

Debía ser una ninfa, porque sin duda jamás había visto una mujer así, nunca en su vida creyó que tanta belleza pudiera contenerse en un solo cuerpo.

Tan ensimismado quedó que sin ni siquiera pensarlo, por inercia, salió de su escondite ante la necesidad de verla más de cerca, asustando a la bella y hermosa ninfa que acababa de descubrir.

— No espera, no te marches.

Pidió dándose cuenta de que estaba a medio vestir y se puso la camiseta que se había quitado rápidamente para intentar que se quedara.

— Espera… no te vayas.

Pero ya era tarde, la ninfa había recogido su ropa de la orilla y huido perdida entre la maleza, dejándolo loco y ensimismado, si hubiera podido reaccionar habría corrido tras ella; sin embargo, estaba tan cautivado con su belleza que era como si lo hubiera embrujado ¿Sería parte de su poder?

De pequeño había escuchado historias sobre mujeres hermosas que vivían en los bosques y hechizaban a los hombres, algunas donde ellos desaparecían y jamás los volvían a ver, otras en las que enloquecían porque les habían robado el alma, siempre creyó que eran solo cuentos para asustar a los maridos infieles o a los adolescentes incautos, pero si era una de esas mujeres porque no había tratado de seducirlo tal y como contaban las historias.

Por fin reaccionó¿Qué ninfa necesitaba quitarse la ropa para bañarse, y sobre todo porque dejaría parte de su vestimenta en la orilla?

Sabía que tal vez ya no podría alcanzarla, no obstante salió corriendo por el mismo lugar por el que la chica había desaparecido, con suerte la encontraría¿Quién podría conocer esas tierras mejor que él? «Una ninfa» le dijo la voz de su conciencia.

Ricardo negó, no es una ninfa, respondió a esa voz que intentaba disuadirlo sin lograrlo de seguir corriendo tras esa hermosa chica. Parecía que los dioses del Agave estaban de su lado porque solo a unos metros estaba ella vistiéndose, claro en algún momento debía pararse a ponerse la ropa, ninguna mujer con un poco de sentido común correría medio desnuda por allí.

— Espera, pidió, no quiero hacerte daño.

La joven se agachó y tomó una gran piedra del suelo, con una mano y un palo con la otra para mostrárselos, su madre le había contado muchas veces que debía cuidarse de los hombres, que a veces tomaban lo que querían sin que una no pudiera evitarlo, a veces incluso la reprendía por las horas que pasaba sola desaparecida.

— Ten cuidado Josefina, cuídate de los hombres — le decía y ella jamás creyó que algo malo pudiera sucederle porque era una buena chica y esas cosas nunca les pasaban a las buenas chicas.

Levantó la mano con la que sostenía la piedra amenazadora, algo que a Ricardo no dejó de sorprenderle, pero a la vez lo interesaba más en ella, tenía carácter, no solo huía, llegado el momento mostraba su fortaleza, aunque solo intentara disfrazar su miedo.

— Si te acercas más voy a lanzártela a la cabeza, te aseguro que tengo muy buena puntería, puedo matarte si quiero de una pedrada.

— Solo quiero saber tu nombre.

La chica bajó un poco su mano, tal vez porque estaba pensando, tal vez porque ya no lo veía una amenaza, pero después de unos segundos volvió a subirla, tan amenazadora como antes, salvaje, desafiante.

— ¿Si te lo digo dejarás de seguirme, me das tu palabra?

— Lo haré, te doy mi palabra.

— Soy Josefina. — y tras decir aquello ni siquiera esperó respuesta y salió corriendo desapareciendo rápidamente de su alcance.

Él se obligó a mantener su palabra y quedarse allí, al menos tenía un nombre, algo para empezar a buscarla, un nombre que se convirtió en su obsesión y no lo dejaría dormir aquella noche.

Había conocido muchas chicas en la universidad, incluso estado con ellas de forma muy íntima, hasta creyó haberse enamorado un par de veces, pero resultaron ser cosas fugaces que se le pasaron en un par de meses; sin embargo, jamás había sentido la fascinación que sintió al verla a ella, jamás se había prometido a sí mismo como lo hizo esa noche que la volvería a ver, porque eso haría, buscarla y volver a verla.

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