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2. La gente habla por hablar.

La vida no era justa, menos para quien tenía la desgracia de no saber cuál era su procedencia.

— Ahí viene la zorra y su hija — la mano de su madre la detuvo justo cuando ella iba a lanzarle una piedra al grupo de niños que las estaba importunando.

— No, no hagas eso, son niños y no saben lo que dicen.

— Pero madre ellos…

— Ellos solo repiten lo que han escuchado en sus casas, si se debe castigar a alguien por el comportamiento de esos niños es a su padre.

Josefina se mordió los labios, incapaz de llevarle la contraria a su madre, vivían en una pequeña casa modesta que era propiedad de Don Federico, dueño de una de las mayores plantaciones de agave de Tamaulipas, en México, solo eran ellas dos, nadie más.

Pese a que Josefina siempre deseaba saber alguna cosa sobre su padre, jamás le preguntaba a su madre y, la única vez que lo hizo, le dijo que había cosas que era mejor que ella no conociera. Pero tenía 18 años y, pese a ser como la mayoría de la gente del pueblo, pobre y sin demasiado para vivir, no era igual a ellos, al menos no físicamente, ella tenía los ojos azules y una piel demasiado blanca y suave para ser autóctona de ese lugar, tampoco se parecía a su madre en eso, de no ser por qué siempre andaba con el rostro cubierto de polvo sería muy fácil confundirla con un integrante de la casa grande.

Esa simple y complicada diferencia era la que la hacía buscar constantemente la manera de saber quién era su padre, y no solo eso, también le molestaba lo que los demás decían de su madre y cómo las señalaban e inventaban cosas, que estaba más que segura, no tenían nada de cierto.

— No hagas caso por favor, la gente habla por hablar, lo único que debes tener claro es que yo nada tengo que ver con don Federico.— aseguraba siempre Magdalena, su madre y ella la creía, no había visto jamás a su madre y al patrón en una actitud inadecuada o demasiado cercana — Él ha sido muy bueno con nosotros, porque es una persona buena y nos tiene lástima, por eso nos dio esta pequeña casa y trabajo en la hacienda. No olvides ser siempre agradecida y ahora deja de prestarle atención a palabras necias de esos niños y vámonos a la hacienda, hoy llega familia de don Federico y tenemos que atenderlos lo mejor que se pueda.

La joven no tuvo más remedio que soltar la piedra, ayudar a su madre con las bolsas y así poder llegar más rápido a la hacienda. Además, tenía curiosidad, sería cierto que ella se parecía a alguno de los miembros de la familia Rodríguez.

— Josefina deja de estar viendo hacia la sala y ayúdame. — soltó un suspiro y se alejó de esa puerta, la impaciencia le podía, comprobar si aquello que decían era cierto, pero también había una parte de ella que incapaz de evitar preguntarse ¿Qué haría? Si lo que decían las lenguas afiladas del pueblo era verdad.

Movió la cabeza, golpeando sus mejillas, debía dejar de soñar, de pensar en imposibles. No importaba si aquello era cierto. Ella no podría dejar a su madre, ni siquiera tendría el valor para reclamarle nada. Magdalena era una gran madre, mejor que muchas en el pueblo, trabajaba desde el alba hasta el atardecer para que el alimento jamás faltará en la mesa y que ella tuviera una buena educación, no había nada que reprocharle, salvó no decirle quien era su padre.

Magdalena no la dejó salir de la cocina, la mantuvo ocupada todo el almuerzo sirviendo los platos preparados.

— No, todavía no es hora de que te hagas cargo de servir la comida a los patrones, solo un año más Josefina, solo un año más y podrás hacerlo, aún eres demasiado joven.

Cuando ella pudo salir de la cocina y ayudar a quitar los platos del almuerzo en el gran comedor, Magdalena se había asegurado de que ya no hubiera nadie en la mesa.

— Ándale muchacha — se quejó su madre al verla tomar su tiempo recogiendo. — Debes dejar limpios los trastes antes de irte y hacer los deberes de la escuela, antes de acostarte.

Ella ya no respondió, simplemente, recogió todo saliendo de la casa grande una hora después tras ayudar a su madre.

— Deberes… deberes, siempre tengo que hacerlos — eran las seis de la tarde cuando terminó, justo a tiempo para escaparse e ir a nadar. Salió de su casa por la puerta de atrás, la dirección que tomaron sus pasos, era un camino que ella podía hacer con los ojos cerrados. Pero no lo haría, no podría perderse del paisaje a su alrededor, de ver cómo el gavilán buscaba la manera de tomar entre sus garras alguno de los pajarillos que regresaba en ese momento con el pico lleno de insectos para sus crías, o el sol colándose entre las copas de los árboles, que al moverse creaba interesantes figuras en el camino de tierra por el cual se desplazaba, o disfrutar de llevar su mano hacia arriba viendo esas mismas figuras mezclarse con su piel. Si, definitivamente, ella adoraba esos momentos a solas, siendo una con la naturaleza, sobre todo al escuchar el sonido del agua corriendo libre a través del afluente del lago.

— Por fin! — mencionó quitándose la blusa, dejando solo la camisa de franela que llevaba siempre debajo. Tras la camisa, lo siguiente que desapareció, fue su falda larga e igual que con la camisa, debajo de esta había un blúmer hecho de franela, ropa con la que se metería al lago.

No le importaba que nadie jamás se acercará hasta esa parte, todos preferían salir en las trocas del rancho y dirigirse al río o la playa, para ella era lo mejor, era como tener algo que solo ella conocía, algo que le pertenecía, su lugar seguro.

Se agarró de una de las cuerdas, que ella misma había hecho colgar de uno de los árboles más viejos y fuertes que había en las orillas, columpiándose hasta tomar la suficiente velocidad, dejándose caer a mitad del lago, haciendo una gran bomba que mojó ambas orillas y que provocó que muchos de los animales que estaban cerca salieran huyendo.

Pero esta vez, no solo alejó a los animalillos más pequeños, también atrajo la curiosidad de alguien más que como ella buscaba alejarse del agobiante bullicio de la casa grande.

A unos metros de ella, unos ojos vivarachos y curiosos observaban todo a su alrededor, atraído por el ruido de una risa y que sumaba al ruido del agua agitada, llegando al pequeño lago situado en el interior de la propiedad de su abuelo.

No creía que alguien fuera tan osado como para meterse a la propiedad de su abuelo, así que debía de ser alguien del rancho. Justo cuando el joven curioso empezaba tratar de adivinar quién de los trabajadores de su abuelo era el que estaba nadando, la vio. Saliendo del lago confundiendola con una ninfa, porque eso debía de ser, no había otra explicación, la tez de la ninfa era blanca, y su cabello tan oscuro como la media noche, solo hacía que contrastara con el azul de su mirada, estaba tan perdido observando a la ninfa que no se dio cuenta de que resbaló haciendo ruido al caer.

— ¡Diablos! — maldijo Josefina saliendo rápidamente del lago, tomando su ropa, buscando en los alrededores; sin embargo, el sol, ya empezaba a guardarse, no era conveniente estar ahí hasta tarde, no solo se preocuparía su madre, también había peligro de que algo le pasará y quedar ahí toda la noche sin ayuda.

Debía vestirse rápidamente, sus ropas mojadas se amoldaban a su cuerpo, el cual ya no era el de una niña, sino el de una mujer.

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