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5. ¿Tienes hambre?

Josefina no sabía cómo comportarse, ni siquiera que decir, no era común que ella frecuentara a chicos de su edad, ni siquiera tenía amigas. No porque no lo deseara, sino por los rumores que corrían sobre su madre. Así que si alguien deseaba entablar una conversación o conocer un poco de Josefina, la hacía feliz de cierta manera, más que feliz, le hacía sentir que encajaba en algún lugar y que no era una chica rara.

—Bueno, en todo caso soy yo la que debería disculparse. Era yo la que no tenía por qué estar en la laguna a esa hora, usted solo paseaba por sus tierras.

Josefina volteo a verlo dejando un poco de lado su timidez a medida que los minutos iban pasando, observando con detenimiento las facciones del nieto de don Felipe, era cierto que él y su hermano eran diferentes a todos los demás chicos, bueno no solo de los chicos, a todos los habitantes del pueblo. Aun así no encontraba parecido con ella, al menos no se parecía en nada al joven, no entendía por qué había tantos rumores sobre su madre y el abuelo de ese chico.

Además, debía reconocer que nadie en el pueblo era tan guapo como Ricardo, el nieto de don Felipe de eso estaba segura, al menos ella no había conocido a ningún chico que pudiera igualarse a él.

Josefina sonrió ampliamente cuando el joven le preguntó a qué curso iba.

—Estoy en el sexto semestre de la prepa — alzó sus hombros — aunque soy la mejor de mi clase, mis profesores dicen que es una lástima que no desee continuar mis estudios. Pero bueno, no puedo dejar a mamá sola. ¿Y usted? —Ella se sonrojó por su propia pregunta al darse cuenta de que no tenía el derecho de interrogar al joven — si no desea responder, no lo haga, a veces me meto en cosas que no me incumben sin darme cuenta.

— Yo justo acabo de terminar a la universidad.— le respondió a la joven con una sonrisa de oreja a oreja, para nada se sentía incómodo hablando con ella, o respondiéndole ninguna pregunta por él, como si le preguntaba por toda su vida hasta ese momento.

Por otra parte, la respuesta de la joven hizo que Ricardo respirara tranquilo, al menos confirmaba que, como mínimo, su deseo no era ilegal y que solo se llevaban cuatro años, no era tanta diferencia.

—Estoy seguro de que a la señora Magdalena le encantaría que fueras a la universidad, tal vez mi abuelo pueda ayudar, no creo que se niegue, yo hablaré con él. — Aseguró Ricardo buscando aparcamiento nada más llegar a la ciudad, había pensado en varias cosas que hacer con ella, pero lo primero de todo era desayunar, tenía muchísima hambre aquella mañana después de haber abandonado la ceba con su familia la noche anterior sin apenas comer nada.

— Sí, mi mamá más que nadie estaría feliz. Pero no, su abuelo nos ha ayudado bastante — mencionó la chica, sintiéndose avergonzada de que él se enterara de las cosas que se decían en el pueblo sobre su abuelo y su madre. — Si debo ir a la universidad, deberé de hacerlo sola, por mérito propio y tal vez ayudada con alguna beca — soltó un suspiro largo al darse cuenta de que ya se encontraban lejos de lo que ella conocía, lejos del pueblo, ahora estaba segura de que se encontraba en la ciudad.

— ¿Tienes hambre? Deberíamos desayunar— preguntó Ricardo intentando cambiar de tema al notarla algo incómoda con la propuesta, aparcando justo al lado de una cafetería. Aun así, el aroma de café no podía opacar al aroma del salitre en el ambiente, era palpable al encontrarse cerca del océano.

— Sí, estaría bien desayunar — respondió de inmediato pese a que ella ya había desayunado, pero no le iba a decir eso al joven. Sobre todo porque por su culpa él no lo había hecho.

El ver la cafetería frente a ella, la hizo sentir alegre por haberse puesto su mejor ropa.

Rodrigo se bajó y rodeó la camioneta para abrirle la puerta y así ayudarla a bajar, tendiéndole la mano.

Justo cuando sus manos conectaron con los de la joven, algo extraño pasó, algo que hizo que no pudieran apartar la mirada por un par de segundos, el uno del otro.

El joven ni siquiera hacía el intento por soltarla o separarse de ella a partir de ese instante, por lo que entrelazó sus dedos con los de la chica y así caminar ambos tomados de sus manos.

— En la ciudad hay que ir así o podrían robarte.—Explicó Ricardo inclinándose hacia ella, más tarde se dio cuenta de que había sido una mala idea cuando el aroma de la joven inundó todos sus sentidos haciendo que se acercara un poco más a ella, hasta rozarle el cuello con la nariz.

La joven fue tomada por sorpresa, no esperaba su cercanía, ni siquiera imaginaba lo que le provocaría tenerlo así, tan cerca de ella. Su respiración se aceleró casi al mismo ritmo en el que su corazón palpitaba, tan fuerte y rápido que sintió que se saldría de su pecho.

— Gracias...— dijo ella tras escuchar su explicación, una que realmente no había escuchado jamás, ni en las noticias, pero no podía pensar bien, no con él tan cerca.

— ¿Cuál es tu postre favorito? Creo que justo eso me apetece desayunar.—Aseguró pegándose un poco más a ella, justo en el instante en que una moto pasó a toda velocidad por su lado, él la atrajo pegándola contra la pared, y cubriéndola con su cuerpo, protegiéndola, o más bien haciéndole creer que la protegía.— Ves... los de esa moto querían robarte… — Murmuró Ricardo, muy cerca de la boca de Josefina, haciendo un gran esfuerzo para no besarla, porque estaba realmente tentado a hacerlo.

Estar cerca de la joven era convertirse en un imán que le obligaba a permanecer pegado a la joven, mientras se decía a sí mismo «solo un poco más, no pasa nada si me pegó un poco más a ella» y así poder sentir sus pechos presionados contra su cuerpo

«¿Joder, como se sentiría tocarlos y saborearlos?»

Mientras Josefina juraba sentir como el aire se le iba y que el calor aumentaba un par de grados, a causa de la cercanía del aliento de ese chico, casi acariciándole la boca.

— Tal vez sea mejor ...— guardó silencio Ricardo, aclarándose la garganta, pensando para sí mismo antes de separarse de ella, «¿Sería así también en situaciones mucho más íntimas y con menos ropa?» a pesar de que no era lo que deseaba alejarse del todo, ya que el joven deseaba permanecer pegado a aquel cuerpo el cual acababa de comprobar que encajaba muy bien con el suyo.

—Tal vez debamos comprar el desayuno e ir a comerlo a la playa, allí no hay tantos ladrones de chicas bonitas como en las calles. — se obligó a volver a hablar Ricardo y proseguir con la conversación que había dejado pausada.

— Sí, creo que es lo mejor— Respondió la joven, sintiendo el aliento de Ricardo contra su boca, tan cerca que tuvo el deseo de sentir esos labios sobre los suyos, más no ocurrió, Ricardo se alejó de ella, solo para darse cuenta de que le hacía falta el aire, y que el calor había aumentado un par de grados más, para luego negar — pero... yo no he traído ropa para la playa y no puedo mojar, está que llevo.

Si hubiera sido una de las chicas que conoció en la universidad, ya hubiera estado desde hace mucho antes comiéndose a besos tras una de las estanterías de la biblioteca, pero allí la cosa era diferente, iba lenta, además lo que menos quería Ricardo era volver a asustarla.

— Ya pensé en eso... Hay muchas tiendas cerca de la playa, compraremos un traje de baño y ropa para que la tuya no se manche de arena y no te descubra la señora Magdalena aún no me has dicho cuál es tu postre favorito.

— Me gustan las cosas dulces, pero el postre que más me gusta es el pay de queso, mi madre hace un buen pay de queso.

Caminaron tomados de las manos, escuchándose el uno al otro mientras llegaban a un puesto de pasteles, todo parecía simplemente ir como debía, todo parecía perfecto y no podían más que querer endulzar, ese momento pidieron varios trozos de Pay de queso y unos cuantos más de otros pasteles, porque a la chica parecía írsele los ojos con todo lo que allí había y a él solo le apetecía seguir viendo esa expresión vivaz y aniñada en su mirada, le compraría la pastelería entera si se lo pidiera.

Ricardo estaba seguro de que aquella era la mujer más hermosa que había visto o vería en toda su vida, convencido que por muchos años que pasaran sería imposible para él, encontrar una belleza tan deslumbrante y a la vez tan sencilla.

Josefina por su parte, estaba segura de que nadie jamás podría tener una sonrisa tan hermosa como la que tenía Ricardo, con sus dientes blancos, perfectamente alineados, pero no solo era su sonrisa, también esa forma de mirarla que tenía y que la hacía sentirse la persona más afortunada del planeta solo por el simple hecho de estarla observando.

Ambos estaban seguro de que la persona frente a ellos, era alguien especial, no siquiera se habían conocido de antes o peor aún, no tenían ningún tipo de relación, sin embargo, ambos jóvenes podrían asegurar que algo había de especial en cada uno de ellos, algo que los hacía no querer dejar de observarse.

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