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La perversión que jamás quiso conocer

Al terminar, Manuel se fue de inmediato al baño mientras  Emily lo seguía con la mirada con una sonrisa encantadora; cuando comenzó a vestirse ella, acarició suavemente el dorso de su mano. —¿Vas a irte así simplemente?

Manuel la miró indiferente y Emily sintió un pinchazo de vergüenza. Tragó incómoda y trató de no romper su tierna imagen. Lo miró como si se sintiera apenada e impotente.

—Sabes que no tengo opción ¿verdad? No tengo a nadie, estoy sola y necesito pagar mis propios estudios y todo. Manuel, sé que soy una mujer que ya no puede considerarse decente pero… —Él se acercó y la miró desde arriba, de una manera fría y distante.

—¿Desde cuándo una prostituta le da explicaciones a sus clientes? —Él terminó de vestirse y arrojó el dinero a la cama. —Lo dijiste muy bien antes, sólo buscaba una cosa. Pagué por ello, ahora me voy. No me interesa tu difícil existencia. —Manuel encendió un cigarrillo y se fue sin mirar atrás.

Emily, rechino los dientes furiosa por la envidia y la humillación. El único hombre que le importaba sinceramente, descubrió su lado oscuro mientras la mojigata hipócrita, recibía la atención, el respeto y el cariño.

 Al principio todo era normal para ella, era admirada, envidiada y cortejada casi todo el tiempo. Su belleza natural le abría casi todas las puertas en el mundo. Salvo por un hombre. 

Manuel.

El día que lo conoció fue cuando su mejor amiga se quedó en la puerta de la universidad, ambas esperaban a que la lluvia pasara, todo iba bien hasta que Miranda se sonrojó al ver a un atractivo hombre llegar con un paraguas.

Casi al instante Emily quedó encantada, la cálida sonrisa que dirigió en su dirección la flechó al instante, cuando ella coquetamente bajó la mirada, se sorprendió cuando la mirada del hombre, caía sobre ella fría y escrutadoramente. —Ella es Emily. Es la amiga de la que te he hablado.

—interrumpió Miranda al notar su grosera actitud.

—Oh, ya entiendo. —Sólo tres palabras, y ni siquiera fueron para ella. —Manuel se acercó a Miranda y la abrazó, pudo ver cómo esa indiferente sonrisa se transformaba en la más cálida y tierna del mundo.

“Ése hombre… debe ser mío”. pensó Emily al imaginarse vívidamente envuelta en ése fuerte, reconfortante y cómodo abrazo. 

*******

Cuando uno de los idiotas del posgrado descubrió, su lugar de trabajo. Su nombre corrió como pólvora por todo el campus. Casi todos, desde el más tonto hasta el más cretino. Llegaban diariamente, sin importar el precio que les pusiera ellos pagaban. Monetariamente hablando, ya no tenía de qué preocuparse.

Cuando alguno de ellos que paseaba con su novia de la mano, la veía. Ellos se avergonzaban y bajaban la mirada. Emily era el gusto culposo de casi todos los hombres. Y,  aunque disfrutaba ver a todas esas tontas en sus burbujas.

Había una que no toleraba por nada del mundo.

Un día, Manuel llegó al bar dónde trabajaba. Cuando la vio, salvo por una ceja levantada, no hubo otra reacción. El hombre era tan brutalmente distante, que era insoportable. Una de las chicas más hermosas se acercó a él y le habló al oído.

Emily sintió como si un rayo la hubiera atravesado. Miró atentamente el intercambio y la manera fría en la que miraba a Ivy, era la misma con la que la miraba a ella.

Ahí en silencio, sintió una combinación de alivio y soledad…

Ambos dejaron el lugar, y Emily se quedó ahí el resto de la noche. con esa sensación agridulce pasó toda la noche con cierto grado de desagrado y decepción. Al final, no había nadie sincero. Simplemente estaban las mujeres que querían a su lado y las que querían usar un rato.

Era tan ridículamente realista, que su actitud soberbia y superior, cambió de la noche a la mañana. Llegó al punto en el que se sintió ridícula ella misma. En el día, ellos cuidaban y procuraban sinceramente a sus novias o amigas con las que querían estar. 

Y en la noche…

Todos iban a beber con ella y las chicas al bar.  Cuando preguntó por Manuel, todas la veían con ridículo.

Al parecer Ivy era la única con la que había estado. Ella era hermosa y muy discreta. Pero lo que le erizó la piel, fue que... Era de una complexión casi idéntica a la de Miranda. Sus gestos y miradas eran casi iguales, al grado de pensar que las estudió meticulosamente.

Un día, Ivy se enfermó repentinamente, pidiendo permiso esa tarde. Manuel, como todos los jueves, llegó puntual. Estuvo en silencio un buen rato, pero al no ver a Ivy frunció el ceño.

Cuándo estaba pensando en irse, una delgada y gentil mano se posó en su hombro.

—Ivy está enferma, ¿No te gustaría que te atendiera en su lugar? —Manuel frunció el ceño y la miró un segundo. Se puso de pie y estaba a punto de irse.

—¡Le diré a Miranda a dónde vas todos los jueves! —Él se detuvo en seco y la miró fijamente  de nuevo. Se acercó y le sonrió, a diferencia de otras veces, en ese momento sintió un escalofrío inquietante.

Ya en el hotel. Fue arrojada a la cama, y sin ninguna preparación, fue penetrada sin piedad. Sus pechos fueron pellizcados  y apretados con fuerza. Su cuello fue sujetado con fuerza para mayor satisfacción y alcance de Manuel.  Y nunca en ningún momento hubo un beso.

Emily, sólo lloró y gimió lo más bajo que pudo, la mirada de Manuel era perversa, y su sonrisa provocaba pánico.

Pero lo peor de todo, fue que, en ningún momento mostró satisfacción, sólo frialdad, perversión y un toque de frustración intensa.

Ese hombre... Era todo, menos normal o cariñoso.

Cuando por fin terminó, se lavó y arrojó dinero sobre la agotada y avergonzada Emily. Incluso cuando había pasado una hora de que se había ido, ella seguía mirando la puerta.

Sus lágrimas cayeron acompañadas de una mirada sin vida y derrotada.

—¿Cómo es que un ser humano puede volverse de esa manera? —se preguntó a sí misma después de mucho tiempo.

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