Treinta y dos

Después de que Pavel confesara lo mucho que sufrió a manos de sus padres, ya no puedo ver a los señores de la misma forma. Son amables y sonrientes, pero es imposible verlos como personas decentes. Ser homosexual ya no debería ser objeto de burla, discriminación y menos aún de odio, pero la realidad me pega de golpe; el que no me rodeé de gente homofóbica no significa que no la haya.

Pavel no nos dijo el nombre de su novio, aunque a juzgar por la cantidad de alumnos en el campus, seguramente no lo conozco. Lo único que sé de el susodicho es que el día de la fiesta llevaba una gorra.

―Yo sabía lo de Pavel ―Sebastián dice una vez que estamos en su automóvil―. En la carta...él tenía una carta que apareció en mi libro ―dice titubeante―. La leí porque pensé que era algo importante y sí era importante, pero no para mí.

―¿La carta que aparece en su foto?

Sebastián asiente ante la pregunta de Dalia. Siento que ha pasado una vida desde que el acosador guardó en nuestros teléfonos una fotografí
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