Diecisiete.2

Pavel niega mientras muerde el interior de su mejilla. Dalia nos mira, intercaladamente, a través de sus lentes enormes. Por más que intento buscar una excusa para tumbar la teoría, no la encuentro. Y es que los suicidas dejan cartas, notas, esa carta puede ser la respuesta a todo.

―Necesitamos conseguirla.

Asentimos en acuerdo, nos quedamos en silencio. De alguna forma, he llegado a tensarme demasiado, mis hombros pesan, duelen, necesito dormir, recostarme, no sé, algo.

―¿Conocer a quién? ―cuestiona Dalia―. ¿Quién lo convenció de matar?

Es lo que me temía, esa maldita pregunta. Pavel y Sebastián contestan al unísono.

―Los Diener.

No voy a negar, que pueden tener razón. En momentos como este, no descarto nada y ellos han sido los principales sospechosos, desde el inicio. Los únicos sospechosos.

―No podemos acusar sin evidencia.

―No me digas que te enamoraste de Ventura ―explota Sebastián―. Desde el principio te dije...dijimos que podían ser ellos.

―No me enamoré ―siseo, se va a ganar
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