Diecinueve.3

Hay un sofá descuidado pegado a una pared, el hombre que no ha perdido oportunidad alguna para hacerme sentir como una idiota, me guía suavemente hacia allá. Gentilmente, me ayuda a recostarme, me aferro lo más posible a él, posiblemente le estoy haciendo daño en el brazo, pero no se queja ni se aparta.

―Necesitas agua, espera.

―No, no me dejes ―mi lengua se siente pastosa―. No te vayas.

Me lanza una mirada que no sé interpretar, pero hace caso omiso a mi súplica y afablemente se deshace de mi agarre.

―No me tardo.

Lo veo alejarse hasta perderse en la oscuridad, maldito sea este foco, hace que todo esté en penumbras, se ve tétrico. Voy a cerrar los ojos un segundo, solo para humedecerlos y que se me quite el ardor, solo un segundo...un segundo.

Me despierto sobresaltada, abro los ojos y me hallo rodeada por la oscuridad. Estoy tapada con una colcha que tiene un aroma agradable, tenue, apenas perceptible. Parpadeo varias veces para que mis ojos se acostumbren a las sombras. Ya no estoy
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