Dieciocho

La revelación de Raquel es la gota que derrama el vaso.

Una vez que dejo de reír histéricamente, logro llegar hasta un sitio de taxis. El día que desperté en el baño de sangre no reaccioné como debí, traté de mantener la calma y la presencia de los demás sobrevivientes me ayudó a no entrar en pánico. Pero con cada suceso desde entonces, todo se vuelve más difícil, más ilógico, más incomprensible. Y todo el miedo, la ansiedad, la preocupación y el agobio lo he enterrado lo más hondo posible, pero ya no puedo más.

Llego a la universidad, entro a mi habitación y me acuesto en la cama. Respirar me cuesta trabajo, una opresión en mi pecho me impide mover, simplemente me dejo llevar por la oleada de sentimientos. Por fuera apenas parece que estoy viva, pero por dentro estoy llorando, gritando, golpeando, suplicando. Es increíble que un simple dato como que tu amiga muerta es dealer, logre derrumbarme tanto. Porque en mi cabeza da vueltas una y otra vez los escasos días en que conviví con el
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