—Entrevista en la empresa——Mierda —refunfuñó Mili.Era embarazoso pulsar los pedales del auto con los tacones y el vestido de novia al mismo tiempo, conducir, respetar las luces de los semáforos, frenar, dar paso de los peatones. Veinte minutos más tarde la vocecita decente del GPS anunciaba “Felicidades, usted ha llegado a su destino”.Parqueó su vehículo en el estacionamiento del hotel, realmente era hermoso. Miró el reloj, estaba bastante retrasada. Como pudo bajó del auto, se cambiaría en el tocador de damas, claro que sí. El vigilante, los transeúntes, los botones, los recepcionistas, también vieron pasar delante suyo una novia sin velo, a la velocidad que le permitía el faldón. Llamó al ascensor. Las puertas se abrieron y de él salieron usuarios sin disimular la sorpresa. Ya, adentro, marcó el piso número 10. El ascensor subió y la dejó justo en la amplia sala del penhouse, un bonito lobby cubierto de alfombras caras. Allí estaba una linda joven de cabellos rizados recibiendo a
Los nueve pisos se hicieron eternos. El ascensor se abrió en el lobby del hotel, de donde salió despavorida. Vio la silueta del hombre barbado doblando en dirección al estacionamiento. Mili corrió tras él, ante las miradas atónitas del personal y algunos turistas rezagados en sofás, frente a sus vasos de whisky. Una novia descalza corriendo tras un sujeto inalcanzable. Atravesó el jardín, corrió cerca de la piscina, esquivó los paraguas. El hombre abría las puertas de un BMW y entraba al auto, cuando sintió que alguien tocaba la ventana con desesperación. Vio a una mujer vestida de novia parada frente a él.—Disculpe, se le olvidó esto —dijo Mili, totalmente sin aliento.El hombre bajó la ventanilla eléctrica y reconoció la carpeta.«¿Dónde he visto este rostro?», pensó Mili.—Gracias —Estiró la mano cubierta con un guante negro. Pero Mili no se la entregó de inmediato. Hizo un amague y retrocedió.—Por favor, espere. Mi nombre es Mili Merchor. Estoy aquí por la entrevista de trabajo.
PASIÓN HECHIZADAPor: Mary Jeanne SánchezEsta obra está protegida bajo el número de registro 2201300365860. Prohibido hacer copias similares a esta historia y prohibida la divulgación sin autorización de la autora.1—París—Todo parecía irreal, el sueño de Mili y Talía se cumplía después de todo, sus padres las despedían en el aeropuerto de Estambul, tomarían un vuelo directo a Francia, a una nueva vida: la universidad. Dos amigas, como dos hermanas, pisaban suelo francés detrás de sus sueños.Las cosas marchaban como lo habían planificado, un pequeño apartamento justo para dos personas en el centro de la ciudad, a pocos kilómetros del centro universitario. Desde aquella cocina pequeña de madera se podía ver la cúpula de La Sorbona, una de las casas de estudio más antiguas del mundo en la que ambas había matriculado para el postgrado en Economía Mundial. Un piso perfecto, justo para dos o tres, si ellas así lo querían. Las clases comenzaban un lunes, pero habían llegado una semana an
Adréis, que venía detrás de su novia, presenció el impacto y la forma en que Mili daba girones en el aire y caía en la acera.—¡Mili! —gritó Talía.Todo pasó muy rápido. Tras el golpe, algunas personas detuvieron sus vehículos y en cuestión de segundos había una multitud rodeándola para socorrerla. Adréis marcó de inmediato el número de emergencia. Talía saltó hacia ella, lo primero que se le ocurrió fue tomarle el pulso, y al ver que su corazón todavía latía, dio voces desesperadas: —¡Por favor, Adréis, busca tu auto, no esperemos a la ambul
El día que a Mili la sacaron del hospital, Talía se levantó muy temprano y decoró la habitación de su amiga con globos y chocolates, le compró un oso de peluche blanco que ocupaba el espacio de la almohada. Adréis la ayudó a preparar el almuerzo, acompañado de postre, se supone que al mediodía le daban de alta. Una vez todo arreglado, salieron juntos a buscar a Mili. (Mientras tanto, en Estambul, tanto en casa de la familia de Talía Rewuense como en la de Mili Melchor, los padres pensaban que, en Francia, sus hijas llevaban una vida sin demasiados contratiempos, una vida acorde con los planes de dos jóvenes aplicadas y soñadoras).Un piso limpio y ordenado tomó por sorpresa a Mili cuando entró en su silla de ruedas. La vajilla lavada y en su lugar, la cocina reluciente, la me
«Tengo que decirle que lo amo», era el pensamiento de Mili mientras olía sus brazos y su ropa perfumada. Sentía que las paredes, los objetos, las sábanas, la almohada, sus cuadernos, los libros, todo, pero todo, olía a él. Después que este la dejaba acostada, cómoda en su cama y apoyando su cabeza en su almohada, decía en voz baja:—Es tan lindo, gentil y cariñoso…Lo quiero para mí, aunque su corazón ocupe el lugar de mi amiga.Algo en ella comenzaba a cambiar. Una codicia mantenía ocupado su pensamiento. Pronunciaba esas palabras con rebeldía, le era imposible encubrir esa extraña expresión de maldad que iba apropiándose interiormente de su rostro. Al mediodía, Talía regresó a casa, pronta a preparar el almuerzo para tres. Adréis prefirió acompañarla, cortaba vegetales en silencio, escuchando las novedades del día de su novia. Mili aguardó en su cuarto, debía estudiar los apuntes diarios que su amiga le traía de las clases a las que ella no podía asistir. Pero repetía una y otra vez las lecciones sin prestarle atención, puesto que otra idea más profunda la tenía ocupada: provocar celos en Talía. Si todo salía como comenzaba a planearlo, los celos traerían discordia entre ellos, lo cual le convenía bastante. Y sucedió un rato después. Talía entró a su habitación y la vio fragante, limpia. Se saludaron como de costumbre, con besos en las mejillas.—Pero mírate —le dijo Talía en tono alegre—, si ya puedes bañarte…—No fue así exactamente —se adelantó Mili—. Tu adorado noviCapítulo 5—Los celos de Talía
Talía quedó inmersa en un mar de dudas. Sus pensamientos luchaban entre sí, la idea de que se despertara una pasión entre ellos le era insoportable. Por otro lado, conocía a su amiga, ella no sería capaz de enamorarse de su novio, mucho menos cuando Talía le había dejado claro que Adréis era su verdadero amor, que al fin se frenaría en la búsqueda de su hombre ideal. Decidió entrar al cuarto de Mili para buscar los platos. Su amiga se entretenía con un libro de economía. Se sentó en la orilla de la cama, la miró. «No, Mili no sería capaz de traicionarme», se dijo. —¿Te sientes bien? —le preguntó a Mili. Dudar de su amiga la hacía sentir culpable. —Sí… Gracias. Tras una pausa, Mili soltó un inesperado halago: —Tienes mucha suerte. —¿Por qué lo dices? —preguntó Talía. —Lograste encontrar un hombre admirable. —Supongo que sí —sonrió Talía. —Hasta sabe cocinar, creo —continuó su amiga—. Es bello, atento, trabajador. Te coronaste, amiga, conseguiste el hombre ideal. Pero a Talía