PASIÓN HECHIZADA
Por: Mary Jeanne Sánchez
Esta obra está protegida bajo el número de registro 2201300365860. Prohibido hacer copias similares a esta historia y prohibida la divulgación sin autorización de la autora.
1
—París—
Todo parecía irreal, el sueño de Mili y Talía se cumplía después de todo, sus padres las despedían en el aeropuerto de Estambul, tomarían un vuelo directo a Francia, a una nueva vida: la universidad. Dos amigas, como dos hermanas, pisaban suelo francés detrás de sus sueños.
Las cosas marchaban como lo habían planificado, un pequeño apartamento justo para dos personas en el centro de la ciudad, a pocos kilómetros del centro universitario. Desde aquella cocina pequeña de madera se podía ver la cúpula de La Sorbona, una de las casas de estudio más antiguas del mundo en la que ambas había matriculado para el postgrado en Economía Mundial. Un piso perfecto, justo para dos o tres, si ellas así lo querían. Las clases comenzaban un lunes, pero habían llegado una semana antes para conocer mejor el lugar donde cada una llevaría a final su sueño de graduarse. El día que arribaron, aún con las maletas sin deshacer, hicieron un gran paseo por los sitios icónicos de París, sobre todo aquellos que rodeaban su residencia.
«París, París la romántica, la soñadora», era el grito de alegría de Talía que no paraba de hacer fotos en los distintos puntos turísticos, de cuyo recorrido le sería inolvidable subir a la Torre Eiffel, apreciar la ciudad que se abriría para ella como una gran oportunidad sin imaginarse ni preguntarse qué le esperaría en el futuro durante los próximos años.
Risas, emociones, fotos, divertimiento fue la experiencia inicial para ambas. Mili, siempre la más organizada y preocupada por llevar un buen orden, le decía a su amiga:
—Nos queda solo el domingo para organizar la ropa y el apartamento porque el lunes comienza nuestro primer día de clase.
Las llamadas telefónicas de sus padres y amigos no se hicieron esperar, ellas contaban sus emociones y los pormenores de su viaje haciendo énfasis en lo que tanto les gustaba de “la ciudad del amor”. Conectadas al teléfono en una llamada grupal, las cuatro personas —los padres de Talía y los de Mili instalados en una sala de una de la casa de las jóvenes en Estambul, realizaban la comunicación para hablar con sus hijas y conectados al teléfono se reunían los cuatro, padres e hijas compartían la alegría de un nuevo comienzo. Mili resaltaba con un gran entusiasmo los jardines de Luxemburgo, un lugar encantador, como si la arquitectura, escultura clásica y naturaleza se hubieran puesto de acuerdo para construir un lugar inolvidable.
—Lo que más me encantó fue la Fuente Médici con su figura mitológica —contaba Mili—, allí se representa el mito de Acis y G*****a. Me encantó observar el amoroso abrazo de Acis, el niño pastor, hacia G*****a, su amada. Pero lo que más me gustó fue el gigante Polifemo, el Cíclope, hijo de Neptuno, que expiando a escondidas se puso furioso y celoso por los dos amantes, a quien con una enorme piedra mató al joven pastor porque estaba enamorado de G*****a, ya que ella no le correspondía a su amor ya su corazón tenía dueño. La mitología griega relata este amor entre un pastor y una ninfa del Mar Mediterráneo. Según esta leyenda, G*****a salía a la superficie montada en un delfín y se enamora de aquel humilde pastor. Polifemo, el más famoso de los cíclopes, conocido por su carácter temperamental y fuerza bruta, se enamoró de la ninfa e hizo muchos esfuerzos para que ella le correspondiera a su amor, pero fue inútil… Un día encontró los amantes a la orilla del mar y con una enorme piedra mató al joven. Ella trató de revivirlo pidiendo ayuda a su madre —Gea— y esta lo convirtió en un río cristalino que desemboca en el Mediterráneo.
Después de relatar aquella historia, Talía, que conocía bien a su amiga, bromeó:
—Mili, y desde cuándo tú tan macabra.
Tanto fue su manera de decirlo que los padres de las jóvenes también rieron a carcajadas. Luego tomó la palabra Talía en cuanto sus fascinaciones citadinas. Dijo parecerle buena elección vivir en el Barrio Latino, porque, aunque situado en París, terminaba siendo un lugar familiar en cultura y lenguaje, en el que hacen vida estudiantes y profesores. Se refirió especialmente a las tranquilas aguas del Sena, que inspiraban en ella el romance. En cuanto a La Sorbona:
—Es muy grande —recalcaba Talía, que era más comunicativa y muy despierta; podía hacer un sin número de amigos en un segundo, sin embargo, Mili solo se dejaba arrastrar por ella para ser envuelta en un gran círculo de amigos, pero manteniendo siempre su carácter reservado y respetuoso.
En los estudios, las dos eran excelentes, muy destacadas. Entre ellas nunca hubo discusión a lo largo de su vida, se conocían desde pequeñas, habían estudiado en el mismo colegio, además de ser vecinas: la casa de una estaba enfrente de la otra. Hacían paseo juntas, fiestas de cumpleaños y por coincidencias de vida, habían nacido un 6: una el 6 de julio y otra 6 de agosto del mismo año, 2001. Veinte años cumplidos. Pero la convivencia traería nuevos retos para ambas. Y para la amistad.
Pasados ocho meses, aquella amistad comenzó a sufrir ciertas fracturas. A la alegría de un nuevo comienzo se sumaron los desacuerdos, el revés de personalidades e inquietudes diferentes. Mili ya no soportaba el desorden y la falta de ocupación de Talía en el espacio compartido, era perezosa, poco o nada ayudaba en el aseo, ni siquiera cumplía sus turnos en la cocina, de modo que fue dejando en Mili toda la responsabilidad, incluyendo la preparación del desayuno, almuerzo y la cena. Además de cocinar, Mili debía limpiar los pisos y lavar la ropa. Respiraba profundo para soportar esa carga y con paciencia se dejaba andar soportado a su amiga. Para desahogarse usaba el W******p. Dejaba mensajes desesperados a su madre por teléfono, le contaba cómo era la situación de ambas en ocho meses. En aquellos mensajes escribía: “No puedo más, mamá, no soporto a Talía, es una desordenada, deja un desorden por todo el lado, tira los zapatos en la sala, una se tropieza con ellos, además se quita la ropa y la deja en los muebles en lugar de usar su armario o su cuarto. A la hora de la merienda deja todo regado en la cocina; cuchillo, platos y vasos, es incapaz de meterlo en la máquina de pulir, ya estoy fastidiada de ella.”
Más o menos este era el estilo de mensajes o notas de voz que enviaba a su madre. Lo hacía como un grito de desesperación ante aquel caos ajeno. La madre, buena consejera y que siempre escuchaba a su hija, le respondía de igual manera: “Debes de tener paciencia, Mili, es el arte que practican los sabios”. Esas eran las palabras de su madre.
Por mucho que discreparan, entre Mili y Talía había un gran parecido, al menos físico. Quienes las conocían, a la primera impresión, las vinculaban como hermanas. «Hermanas separadas al nacer», decían en forma de juego. Aunque el cabello de Mili es oscuro y el de Talía amarillo, ambas ojos de un azul intenso, una tez blanca salpicada de pecas en la nariz, mejillas coloreadas como tomates y un estilo de vestir bastante moderno. Puede que tuvieran algunas características similares, pero la personalidad de cada una hacía la diferencia. Talía, cuando despertaba, saludaba de lo más simpático:
—Buenos días mi amiguita. ¿Me has preparado el café?
Para ese momento, Mili ya tenía rato levantada, convencida de que la puntualidad es una virtud que a Talía le hacía falta. Mientras terminaba de ordenar el piso y sus cuadernos, observaba con desconcierto la tranquilidad de su amiga para todo. Mili trataba de disimular que era infeliz mientras preparaba el desayuno, ya que esta esperaba que fuera su amiga del corazón quien lo hiciera.
—Sin embargo, Talía —le replicaba tratando de llevar la situación—, te preparé tus huevos con jamón tal como los hace tu madre.
Esto decía mientras ponía el plato en la mesa. Luego, sin que su amiga lo notara, hacía gesto sacando la lengua y otras mofas que recaían en la espalda de su amiga.
—Ok —respondía Mili, pero recoge tus platos y lávalos, así no dejamos nada en desorden para cuando regresemos de clase.
Pero Talía ya tenía en su boca un manual para responder:
—Oh, no, ya no tengo tiempo. Cuando regrese de clase los recojo y los lavo, te lo prometo.
Eran solo promesas, Mili sabía que no lo haría, así que terminaba por lavar ella los trastos y recoger la cocina. Mili estaba estresada con estudios, libros, trabajos e investigaciones y para colmo llevaba las riendas de aquel apartamento en función de la armonía de ambas.
Así transcurrieron los meses.Talía solía rodearse de amigos, ir de fiesta en fiestas todos los fines de semana, siempre había una reunión en aquel pequeño apartamento, mientras Mili se dedicaba más a sus estudios soportando la manera descarriada de su amiga.
Talía seguía su vida, amigas, fiestas y amores cambiando de uno a otro hasta que llegó Adréis Richard, dueño de una fábrica de paneles fotovoltaicos. Se trataba de un ingeniero muy guapo tres años mayor que ella. Alto, delgado, de penetrantes ojos azules, muy educado, cautivó el corazón de la joven más alegre y divertida de la universidad. El día que se lo presentó a Mili casi se forma otra pequeña discusión, la primera vez que lo llevaba al departamento.
—Hola Mili, te presento mi novio Adréis —le contó muy entusiasmada.
—¿Tu novio? ¿Y que pasó con Albert? No hace ni un mes me dijisteis lo mismo —le replicó.
Esto lo dijo mirando al hombre de pie a cabeza, mientras él le propinaba una sonrisa empática y le estiraba la mano para presentarse, pero Mili despreció el gesto, dio la vuelta y entró a su recámara entonando en modo de burla: «Novio, novio otro de su colección».
Talía, un poco cortada, se las arregló para distraer a Adréis y le invitó a sentarse en uno de los sofás.
—¿Café al coñac? —le ofreció.
—Me parece bien —respondió Adréis.
En una cocina impecable, limpiada por otras manos, Talía mezcló café con una onza y media de licor.
—No te preocupes, Mili es muy particular, solo piensa en sus estudios y de amor no conoce nada, así que ignórala —le informaba; trataba de disolver el hielo que Mili había dejado en aquella sala.
La conversación entre ellos fue tan larga que les tomó hasta la medianoche. A la habitación de Mili llegaban las risas, el choque de tazas con café-licor, la música, los besos y palabras de amor. Transfigurada por la rabia, salió alterada dejando tras sí un portazo.
—Basta —dijo Mili apagando la música.
—¿Cuál es tu problema? —le preguntó Talía, indignada.
—¿Mi problema? No me dejas dormir, estás afectando mi tiempo. ¡Tengo clase muy temprano!
—Relájate —sugirió—, aprende a disfrutar el momento.
—¡Vine a París a estudiar! —le devolvió el grito.
La pelea que se dio entre ellas fue intensa e incómoda para un Adréis que agachaba la cabeza mirando el trago que sostenía su mano. Se les fueron minutos en decirse cosas hirientes y verdaderas, hasta que Mili la dio por terminada dándole la espalda. Entró a su habitación, metió ropa en su mochila y salió del apartamento ahogada en cólera.
—¡Es de un año que ya no te soporto! ¡Eres una ingrata! ¡Te aprovechas de mí! —dijo antes de marcharse.
Tiró la puerta con fuerza y salió. Talía no quería que las cosas acabaran de esa manera, así que salió detrás de ella.
—¡Mili, regresa!
Su amiga ni se volvió a verla. Corrió por la avenida sin percatarse de que el semáforo peatonal estaba en rojo y un vehículo, a toda velocidad, le impactaba su cuerpo.
Adréis, que venía detrás de su novia, presenció el impacto y la forma en que Mili daba girones en el aire y caía en la acera.—¡Mili! —gritó Talía.Todo pasó muy rápido. Tras el golpe, algunas personas detuvieron sus vehículos y en cuestión de segundos había una multitud rodeándola para socorrerla. Adréis marcó de inmediato el número de emergencia. Talía saltó hacia ella, lo primero que se le ocurrió fue tomarle el pulso, y al ver que su corazón todavía latía, dio voces desesperadas: —¡Por favor, Adréis, busca tu auto, no esperemos a la ambul
El día que a Mili la sacaron del hospital, Talía se levantó muy temprano y decoró la habitación de su amiga con globos y chocolates, le compró un oso de peluche blanco que ocupaba el espacio de la almohada. Adréis la ayudó a preparar el almuerzo, acompañado de postre, se supone que al mediodía le daban de alta. Una vez todo arreglado, salieron juntos a buscar a Mili. (Mientras tanto, en Estambul, tanto en casa de la familia de Talía Rewuense como en la de Mili Melchor, los padres pensaban que, en Francia, sus hijas llevaban una vida sin demasiados contratiempos, una vida acorde con los planes de dos jóvenes aplicadas y soñadoras).Un piso limpio y ordenado tomó por sorpresa a Mili cuando entró en su silla de ruedas. La vajilla lavada y en su lugar, la cocina reluciente, la me
«Tengo que decirle que lo amo», era el pensamiento de Mili mientras olía sus brazos y su ropa perfumada. Sentía que las paredes, los objetos, las sábanas, la almohada, sus cuadernos, los libros, todo, pero todo, olía a él. Después que este la dejaba acostada, cómoda en su cama y apoyando su cabeza en su almohada, decía en voz baja:—Es tan lindo, gentil y cariñoso…Lo quiero para mí, aunque su corazón ocupe el lugar de mi amiga.Algo en ella comenzaba a cambiar. Una codicia mantenía ocupado su pensamiento. Pronunciaba esas palabras con rebeldía, le era imposible encubrir esa extraña expresión de maldad que iba apropiándose interiormente de su rostro. Al mediodía, Talía regresó a casa, pronta a preparar el almuerzo para tres. Adréis prefirió acompañarla, cortaba vegetales en silencio, escuchando las novedades del día de su novia. Mili aguardó en su cuarto, debía estudiar los apuntes diarios que su amiga le traía de las clases a las que ella no podía asistir. Pero repetía una y otra vez las lecciones sin prestarle atención, puesto que otra idea más profunda la tenía ocupada: provocar celos en Talía. Si todo salía como comenzaba a planearlo, los celos traerían discordia entre ellos, lo cual le convenía bastante. Y sucedió un rato después. Talía entró a su habitación y la vio fragante, limpia. Se saludaron como de costumbre, con besos en las mejillas.—Pero mírate —le dijo Talía en tono alegre—, si ya puedes bañarte…—No fue así exactamente —se adelantó Mili—. Tu adorado noviCapítulo 5—Los celos de Talía
Talía quedó inmersa en un mar de dudas. Sus pensamientos luchaban entre sí, la idea de que se despertara una pasión entre ellos le era insoportable. Por otro lado, conocía a su amiga, ella no sería capaz de enamorarse de su novio, mucho menos cuando Talía le había dejado claro que Adréis era su verdadero amor, que al fin se frenaría en la búsqueda de su hombre ideal. Decidió entrar al cuarto de Mili para buscar los platos. Su amiga se entretenía con un libro de economía. Se sentó en la orilla de la cama, la miró. «No, Mili no sería capaz de traicionarme», se dijo. —¿Te sientes bien? —le preguntó a Mili. Dudar de su amiga la hacía sentir culpable. —Sí… Gracias. Tras una pausa, Mili soltó un inesperado halago: —Tienes mucha suerte. —¿Por qué lo dices? —preguntó Talía. —Lograste encontrar un hombre admirable. —Supongo que sí —sonrió Talía. —Hasta sabe cocinar, creo —continuó su amiga—. Es bello, atento, trabajador. Te coronaste, amiga, conseguiste el hombre ideal. Pero a Talía
Al día siguiente, Talía salió como siempre a la universidad. Para eso caminaba tan solo tres cuadras, que se le volvían eternas, puesto que dejaba a su amiga con su amado y esto comenzaba a llenarla de inseguridades. Le aterraba de solo pensar que su amiga pudiera conquistar el corazón de su amado. Aun así, entraba a sus actividades cotidianas que le desviaban de aquel pensamiento. Mientras tanto, Mili quedaba a solas con el hombre de quien se había enamorado, sin importar que fuera el novio de su amiga. Esa mañana Adréis llevó, como siempre, el desayuno. Cuando entró, Mili tenía problemas para cerrar su brassier. Ante él, dos pechos firmes y perfectos. —¿Puedes cerrar el broche, por favor? Frente a él, la más rica tentación que debilitaría a cualquier hombre fiel. Estaba en problemas, la situación comenzaba a cercarlo. Se le vino a la mente cualquier cantidad de opciones, todas sexuales. En cuestión de segundos, lo que estaba prohibido para él, lo hizo en su imaginación. Mili colab
Mili había mejorado por completo, ya no quedaba en casa y podía asistir a la universidad por sus propios medios, así que juntas caminaban hacia las instalaciones de La Sorbona, Adréis se despedía de ellas y salía a su trabajo. Aunque Talía había escuchado a su amiga decir lo feliz que estaba por su relación, igual se apretaba a Adréis en un largo abrazo en forma de despedida, y él, arisco, terminaba besando a su novia prometiendo verse con ella en hora del almuerzo. Mili, por su parte, al ver a su amiga besar al hombre que ella deseaba, trataba de disimular lo mal que le caían aquellas escenas, tenía que buscar la forma de separarlo, pero tampoco quería hacerlo sin que su amiga se diera cuenta. Un día, estando en clase, encontró un pretexto para salir de clase temprano, a pesar de que tendrían un interrogatorio muy importante de economía. Para Talía era muy difícil salir de esa clase, pero para Mili no, ya que el profesor le concedía salir debido a su accidente. —Por favor, Talía, ll
Días después de aquella deserción, Mili solía quedarse a solas en el apartamento toda la mañana. Un día regresaron juntos, Talía y su novio, habían hecho mercado. Mili los atravesó con una mirada dura, como con ganas de matarlos. Talía, que había percibido su mal humor, se hizo la desentendida, la saludó con alegría y sacó de la bolsa del mercado una caja de chocolates. —Lo compramos para ti, pero Adréis escogió ese sabor. Tiene relleno de avellana, yo lo quería sin relleno, pero él prefirió ese para ti. Ella, al escuchar que fue idea de Adréis comprar el chocolate de su preferencia, se le acercó y le dio un beso muy cerca a los labios. Él se apartó de inmediato antes de que Talía se diera cuenta, y se acercó a ella de la manera más rápida posible. La besó e hizo bromas con ella, luego entraron a la cocina, donde comenzaron juntos a preparar el almuerzo. Mili mordisqueó su pedazo de chocolate tratando de endulzar su alma, ya que días antes no había logrado que el hombre que la descon