«Tengo que decirle que lo amo», era el pensamiento de Mili mientras olía sus brazos y su ropa perfumada. Sentía que las paredes, los objetos, las sábanas, la almohada, sus cuadernos, los libros, todo, pero todo, olía a él. Después que este la dejaba acostada, cómoda en su cama y apoyando su cabeza en su almohada, decía en voz baja:
—Es tan lindo, gentil y cariñoso…Lo quiero para mí, aunque su corazón ocupe el lugar de mi amiga.
Algo en ella comenzaba a cambiar. Una codicia mantenía ocupado su pensamiento. Pronunciaba esas palabras con rebeldía, le era imposible encubrir esa extraña expresión de maldad que iba apropiándose interiormente de su rostro.
Un día, después de que Talía saliera a clase, Adréis entró a su habitación, como de costumbre acompañado de la bandeja del desayuno y las píldoras. Ella lo miró con mucho deseo, y él no pudo pasar desapercibida su mirada penetrante, que lo detallaban con ardor. Eso lo entendía perfectamente, no era la única mujer que lo miraba de aquella forma, era usual despertar interés en muchas chicas, pero no se lo esperaba de Mili. Trató de evadir aquella idea, pero sobre todo la mirada de la chica. Si aquello era cierto, él solo podría mirarla con otros ojos de amistad, puesto que solo sentía un cariño amistoso por ser la mejor amiga de su amada Talía. No le quedó más remedio, ante aquella situación incómoda, hacerse el desentendido. Pasó hacia ella el medicamento y dijo de manera más contundente:
—Pronto correrás por los jardines de Luxemburgo, te acomodarás en una de las sillas verdes que rodean la fuente que tanto te gusta, con sus figuras mitológicas, pronto te irás a mirar tus personajes preferidos.
Mili no perdió oportunidad de preguntar:
—¿Te gustaría ser Acis, y que yo fuera Galatea?
Él sonrió, pero no mordió el anzuelo.
—Para nada Mili, le tengo miedo a Polifemo, no vaya ser que me mate.
—¿Quién piensas que pueda ser Polifemo? ¿Talía o yo? —Viró la conversación.
Adréis no respondió, sino que puso la pastilla en sus manos. Ella aprovechó la ocasión para tomarlo del antebrazo.
—¿Puedes ayudarme a bañar?
La situación ya se tornaba incómoda. Era Talía quien se ocupaba de aquella tarea. Ante aquella petición, quedó pensativo, observando la mano de Mili sujetada a su brazo. Ver desnuda a Mili, conociendo su cuerpo, sería bastante peligroso, no quería pasar por una prueba así, Mili era muy atractiva y muchas veces había visto su cuerpo atrayente detrás de su pijama casi trasparente, sin embargo, trataba de ser muy profesional y dejaba a un lado pensar como hombre, era la mejor amiga de la mujer que lo volvía loco y que en las noches encendía la cama en llamas de amor.
—Amo profundamente a Talía. —Fue su respuesta, y se soltó de la mano de Mili.
Lo hacía para cortar las insinuaciones que ella provocaba. Mili se mostró algo ofendida, tomó el agua y tragó su medicina, luego de entregarle el vaso con el agua restante, le comunicó:
—Okey, te entiendo, pero yo no te estoy pidiendo que me hagas el amor. Yo solo quiero que me ayudes a bañarme, lo quiero hacer en las mañanas, no en las tardes, simplemente no quiero sentirme sucia. Anda Adréis, te prometo que no me verás desnuda, yo tendré mi panty y mi sostén puesto.
—Mili, es delicado, no se debe hacer, no lo veo correcto. Además, ¿qué pensaría Talía sobre esto?
Pero ella insistió:
—Nada, mi amiga no pensaría jamás nada malo de mí y de ti tampoco, supongo.
Su insistencia quebró el hermetismo de Adréis y la llevó en brazos al baño. Ella retiró su pijama, quedando en ropa íntima. Al verla, los ojos de Adréis repararon en una silueta perfecta, una cintura fina y un vientre plano. Aunque no se quitó su sostén, se le notaban sus senos duros y firmes, era hermosa con sus cabellos sueltos. Cuando empezó a caer el agua en su cuerpo se vio aún más atractiva, con sus cabellos mojados y su rostro lucía más angelical. Él la observaba como un lobo dispuesto a devorar aquella presa, su deseo de hombre se despertaba, viéndola bañarse. Extraviado en aquella tentación, se le acercó más y colocó en su palma de la mano el champú y ella frotó sus cabellos que comenzó a hacer espuma. Adréis de pie y ella sentada en una pequeña banca que había dispuesto en la ducha, colaboraban juntos en sacar toda la espuma de su cuerpo. Adréis terminó mojándose, sin que le importara demasiado. Por mucho que amara a Talía, su cuerpo respondió ante el peligro de tenerla a poca distancia, un solo paso y ya estaban los dos juntos cuerpo a cuerpo. Esa mujer, casi desnuda bajo la ducha, lo estimuló, sintió mucho deseo por ella. Pero de inmediato el pensamiento de su amada Talía lo hizo retroceder y la dejó de sujetar. Mili cayó en la silla lastimándose la pierna.
—¿Qué haces, estúpido? Casi caigo en el suelo —reclamó.
Lo observó ofendida, y viendo que aquel hombre no se había decidido con ella, cerró el agua y le pidió de mala manera que le alcanzara la toalla y la ayudara salir del baño. Adréis notó su mal humor, pero prefería eso que traicionar a su amada con su mejor amiga.
En eso observó el reloj y se dio cuenta de la hora. Ya su novia estaba a punto de llegar.
Al mediodía, Talía regresó a casa, pronta a preparar el almuerzo para tres. Adréis prefirió acompañarla, cortaba vegetales en silencio, escuchando las novedades del día de su novia. Mili aguardó en su cuarto, debía estudiar los apuntes diarios que su amiga le traía de las clases a las que ella no podía asistir. Pero repetía una y otra vez las lecciones sin prestarle atención, puesto que otra idea más profunda la tenía ocupada: provocar celos en Talía. Si todo salía como comenzaba a planearlo, los celos traerían discordia entre ellos, lo cual le convenía bastante. Y sucedió un rato después. Talía entró a su habitación y la vio fragante, limpia. Se saludaron como de costumbre, con besos en las mejillas.—Pero mírate —le dijo Talía en tono alegre—, si ya puedes bañarte…—No fue así exactamente —se adelantó Mili—. Tu adorado novi
Talía quedó inmersa en un mar de dudas. Sus pensamientos luchaban entre sí, la idea de que se despertara una pasión entre ellos le era insoportable. Por otro lado, conocía a su amiga, ella no sería capaz de enamorarse de su novio, mucho menos cuando Talía le había dejado claro que Adréis era su verdadero amor, que al fin se frenaría en la búsqueda de su hombre ideal. Decidió entrar al cuarto de Mili para buscar los platos. Su amiga se entretenía con un libro de economía. Se sentó en la orilla de la cama, la miró. «No, Mili no sería capaz de traicionarme», se dijo. —¿Te sientes bien? —le preguntó a Mili. Dudar de su amiga la hacía sentir culpable. —Sí… Gracias. Tras una pausa, Mili soltó un inesperado halago: —Tienes mucha suerte. —¿Por qué lo dices? —preguntó Talía. —Lograste encontrar un hombre admirable. —Supongo que sí —sonrió Talía. —Hasta sabe cocinar, creo —continuó su amiga—. Es bello, atento, trabajador. Te coronaste, amiga, conseguiste el hombre ideal. Pero a Talía
Al día siguiente, Talía salió como siempre a la universidad. Para eso caminaba tan solo tres cuadras, que se le volvían eternas, puesto que dejaba a su amiga con su amado y esto comenzaba a llenarla de inseguridades. Le aterraba de solo pensar que su amiga pudiera conquistar el corazón de su amado. Aun así, entraba a sus actividades cotidianas que le desviaban de aquel pensamiento. Mientras tanto, Mili quedaba a solas con el hombre de quien se había enamorado, sin importar que fuera el novio de su amiga. Esa mañana Adréis llevó, como siempre, el desayuno. Cuando entró, Mili tenía problemas para cerrar su brassier. Ante él, dos pechos firmes y perfectos. —¿Puedes cerrar el broche, por favor? Frente a él, la más rica tentación que debilitaría a cualquier hombre fiel. Estaba en problemas, la situación comenzaba a cercarlo. Se le vino a la mente cualquier cantidad de opciones, todas sexuales. En cuestión de segundos, lo que estaba prohibido para él, lo hizo en su imaginación. Mili colab
Mili había mejorado por completo, ya no quedaba en casa y podía asistir a la universidad por sus propios medios, así que juntas caminaban hacia las instalaciones de La Sorbona, Adréis se despedía de ellas y salía a su trabajo. Aunque Talía había escuchado a su amiga decir lo feliz que estaba por su relación, igual se apretaba a Adréis en un largo abrazo en forma de despedida, y él, arisco, terminaba besando a su novia prometiendo verse con ella en hora del almuerzo. Mili, por su parte, al ver a su amiga besar al hombre que ella deseaba, trataba de disimular lo mal que le caían aquellas escenas, tenía que buscar la forma de separarlo, pero tampoco quería hacerlo sin que su amiga se diera cuenta. Un día, estando en clase, encontró un pretexto para salir de clase temprano, a pesar de que tendrían un interrogatorio muy importante de economía. Para Talía era muy difícil salir de esa clase, pero para Mili no, ya que el profesor le concedía salir debido a su accidente. —Por favor, Talía, ll
Días después de aquella deserción, Mili solía quedarse a solas en el apartamento toda la mañana. Un día regresaron juntos, Talía y su novio, habían hecho mercado. Mili los atravesó con una mirada dura, como con ganas de matarlos. Talía, que había percibido su mal humor, se hizo la desentendida, la saludó con alegría y sacó de la bolsa del mercado una caja de chocolates. —Lo compramos para ti, pero Adréis escogió ese sabor. Tiene relleno de avellana, yo lo quería sin relleno, pero él prefirió ese para ti. Ella, al escuchar que fue idea de Adréis comprar el chocolate de su preferencia, se le acercó y le dio un beso muy cerca a los labios. Él se apartó de inmediato antes de que Talía se diera cuenta, y se acercó a ella de la manera más rápida posible. La besó e hizo bromas con ella, luego entraron a la cocina, donde comenzaron juntos a preparar el almuerzo. Mili mordisqueó su pedazo de chocolate tratando de endulzar su alma, ya que días antes no había logrado que el hombre que la descon
Al día siguiente, después de aquella confesión que Mili le había hecho a Matilde, se levantó para ir a la universidad, pero su cabeza estaba llena de pensamientos, además de no estar bien con su estómago; las copas de vinos no le habían caído nada bien. Se levantó muy temprano, ya Talía estaba en la cocina preparando el desayuno para tres, como de costumbre. Pero esta vez decidió no desayunar con ellos, así que dejó el desayuno puesto en la mesa, tiró la puerta y salió del apartamento dejando a los dos amantes que se abrazaban y comían muy placenteros. Es que esa mañana, mientras tomaba su bolso de cuero y guardaba adentro sus libros, escuchaba las palabras de amor que Adréis le decía a su amada Talía. Aquellas palabras quedaban en su mente con el más ferviente deseo que fueran para ella. Cuando estaba en los jardines de la residencia, le escribió a su madre al teléfono. Se estaba convirtiendo en algo habitual cuando ya no podía cargar sola ese sentimiento, necesitaba descargar aquell
En busca de la ayuda Mili se levantó y le pidió a Matilde de no esperar y que fueran lo más rápido posible, su curiosidad era muy fuerte. Lo hicieron caminando trece kilómetros y mientras caminaban el ruido de los tacones de las botas puntiagudas de Matilde notaban su andar apresurado por la prisa de Mili de buscar a la persona que le ayudaría. Cuando llegaron Mili quedó paralizada ante aquella “Señora de piedra” como muchos la llaman la catedral de Notre Dame su estilo gótico resaltaba la mirada de Mili. —¡Qué deslumbrante! —exclamó. Pero de inmediato dejo de maravillarse cuando Matilde interrumpió aquel encanto pidiéndole de caminar hacia la parte lateral de la izquierda. Lo hizo dejándose dirigir por quien en ese momento era su guía. —¿Vienes mucho aquí? —preguntó Mili mientras caminaban a la parte indicada por Matilde. —Trabajé uno año como guía,hasta sus misterios los conozco. —¡Misterios! —exclamó Mili. —¡Esto no es importante! —exclamó Matilde afanada por lle
Mili volteóy frente a ellas estaba un hombre vestido de dorado, llevaba un sombrero punta agudo negro, sus barbas blancas caían al pecho y su estatura era de un metro y treinta, susuñaseran largas y también usaba botas puntiagudas como las de Matilde y en sus manos sujetaba un bastón igual dorado. Sus ojos estaban cerrados. —¡Qué personaje es este! —exclamó Mili que no dejaba de mirarlo de pie a cabeza. —Es Olife—replicó Matilde, que de inmediatose le acercóy le dijo: —Olife, que emoción es una gran alegría, verte de nuevo. —¿Qué te trajo por acá mi querida Matilde?—,es de dos años que no vienés a visitarme. Aquel hombre misterioso también era curioso de saber el motivo d