Mili volteóy frente a ellas estaba un hombre vestido de dorado, llevaba un sombrero punta agudo negro, sus barbas blancas caían al pecho y su estatura era de un metro y treinta, susuñaseran largas y también usaba botas puntiagudas como las de Matilde y en sus manos sujetaba un bastón igual dorado. Sus ojos estaban cerrados. —¡Qué personaje es este! —exclamó Mili que no dejaba de mirarlo de pie a cabeza. —Es Olife—replicó Matilde, que de inmediatose le acercóy le dijo: —Olife, que emoción es una gran alegría, verte de nuevo. —¿Qué te trajo por acá mi querida Matilde?—,es de dos años que no vienés a visitarme. Aquel hombre misterioso también era curioso de saber el motivo d
Tomó el frasco Mili tomó el frasco, lo metió en su bolso. Luego se dispusieron a bajar las escaleras, miraron para despedirse de Olife, pero este ya no estaba había desaparecido, se miraron las caras y exclamaron al unísono — ¡Que rápido desapareció! Al ver que ya no estaba salieron apresurada, bajando más relajado. Mili no dejaba de hablar con Matilde, lo fantástico que había sido conocer al personaje Olife. —Me parece sacado de un libro de mitología increíble que exista un personaje así —, además tengo de él la fórmula para conquistar a mi amado —decía muy contenta. Llegaron al último escalón y caminaron a la parte delantera de la catedral, le pidió a Matilde de sentarse en uno de los pisos del frente.El sol ese día en París estaba cálido y espléndido, a pesar de que culminaba el mes de obtubre y estaba por entrar noviembre. Mili, con aquel cúmulo de cosas que había vivido en la torre, tomó su teléfono y le escribió a su madre nuevamente el W******p se abría p
Mili llegó media hora. El transporte demoró haciendo varios recorridos. Cuando llegó, y abrió la puerta del apartamento, Adréis y Talía estaban terminando de almorzar. La sala del comedor se visualizaba cuando se entraba, solo había que mirar hacia la parte izquierda. Mili quedó petrificada observando la pareja con sus copas de vino a mitad. «El vino comprado en el supermercado»se decía. Talía al ver su amiga parada observando le aclaró: —Mili te llamé varias veces para ver si venías almorzar. Esta no le hizo caso a lo que le decía por qué se dio cuenta de que Adréis no le había comunicado que una hora ante él había estado con ella. Así que ella tampoco lo comunico y solamente le respondió: —Estaba con Matilde ayudándola a resolver varios asuntos. “Mintió” Se lo comunicaba con un tono de voz áspero mientras observaba Adréis con mucha rabia «No le contó a su novia, se supone que existe mucha comunicación entre ellos» pensó. ¿Pero qué lo detuvo? ¿Por cuál motivo no le c
—¡Dios Adréis encontró el elixir milagroso! Exaltó muy preocupada No sabía que hacer, tenía que encontrar su frasco, se asomó a la habitación de Talía, estaba en silencio, dedujo que aquella pasión los había dejado exhausto. Espero que Adréis saliera del apartamento ella lo esperaba cerca de su auto en el estacionamiento, ya que no sabía si llamarlo o enviarle un mensaje porque Talía los podía ver. Pasaron varias horas y este no aparecía como de costumbre; sin embargo, se propuso a esperarlo sin importar la hora que tardaría. Estuvo allí un largo rato mientras controlaba su reloj caminando de un lado a otro. Al ver que no salía a la hora de siempre se regresó al apartamento, «buscaré la manera de preguntarle sin qué Talía se dé cuenta» pensó. Pero cuando llegó ellos dos se disponían a salir. Talía estaba muy elegante con vestido muy pegado a su cuerpo, color verde claro, sus cabellos lo llevaba suelto, sus tacones la hacían ver más esbelta y él con un traje de camisa beis y chaq
Mili no tenía explicación para la revuelta que encontró en su recámara y, en medio del desorden, comenzó a vestirse tropezando entre libros. Abrió su armario, eligió un blazer color blanco; haría buen contraste con sus zapatos negros de tacón, cuyo impacto recaía tanto en los remaches, como en la pulsera ajustable al tobillo que le daban un toque sexi. Una cartera pequeña, con cadena, acompañó su personalidad elegante y definida. Se vio al espejo, el brillo de su cabello daba más dulzura a su rostro, al que retocó con un maquillaje suave. Ya lista, salió al garaje donde la esperaba la pareja y, mientras caminaba hacia ellos, notó que Adréis la escrutaba. Mili fingió no haberse dado cuenta de la mirada del hombre, pero aprovechó de capturar su mirada caminando con sensualidad hasta el vehículo. Talía no tardó en maravillarse: —Mili, te luce el color blanco, te ves muy bella y elegante —comunicó mientras la chica montaba al vehículo. Adréis se guardó sus comentarios y encendió su ve
Adréis estacionó su auto como pudo y saco a Talía en brazos. Mili llevaba bolso y zapatos en mano,adelantándose para abrir la puerta del apartamento, en planta baja. Al llegar, despejó el cuarto de su amiga, sacó las sábanas, el cobertor blanco, para que Adréis la acomodara. Ella le quitó el vestido —fácil de despojar por sus botones delanteros—, mientras él buscaba el pijama. Entre ambos pusieron el pijama a Talía, era fatigoso, pero valía la pena rozar las manos de Adréis, sentir su tacto, la tibieza de sus manos, lo cual terminaba en estremeciendo a Mili, quería ser tocada por él, pero resistía, reprimía ese deseo mordiéndose los labios de una manera tan sexual que distraían al joven Adréis. Ese gesto de Mili le gustaba, debía hacer grandes esfuerzos para abalanzarse hacia ella, para no hacérselo saber, y, al mismo tiempo, para recostar sutilmente a Talía y no lastimarla o sacarla de aquel sueño tan profundo. «Tal vez no quiero que despierte», pensó Adréis. Esa idea lo aturdió un r
Fue lo que se preguntó Adréis, al ver que Mili había cortado aquel momento tan especial para los dos, dejándolo tirado, ardiendo de seo por ella . Se sentó lleno de confusión, observando el pijama sexi de Mili a su lado. La recogió y la apretó con sus manos como un desahogo. (No entendía aquello que había ocurrido, lo que estaba a punto de pasar, que los consumía, no pasó). Confundido, buscó su camisa tirada en la alfombra y se vistió a medio abrochar, caminó a la cocina donde vació todo el vino restante de la botella en una copa. Más demoró en servir el vino que en beberse el trago. «¿Se está burlando de mí?», pensó. Se paró en el centro de la sala, donde una pequeña luz que entraba por los jardines reflejaban su sombra cuando pasaba sus dedos por sus cabellos despeinados una y otra vez. Adréis Richard no comprendía cómo una mujer ardiente podía pasar a hielo espantado. «¿Se desilusionó? ¿Se arrepintió? ¿No quiere hacerle daño a su amiga? ¿Se dio cuenta de que no me amaba?», er
París, día domingo. Talía despertó muy temprano, abrió sus ojos y no tenía idea de lo que había sido de ella las últimas horas. Se llevó las manos a la cabeza, afectada por un dolor rítmico que se expandía y contraía con intensidad. Miró a su alrededor, no recordaba en qué momento había llegado a la cama ni cómo se había cambiado la ropa. ¿Adréis?, llamó con voz ronca. Nadie respondió. Tampoco escuchó ruidos en la cocina con esperanza de que fuera él. ¿Qué había pasado? Dio un salto y salió de su cama. Abrió la ventana y aún en su desmemoria, le pareció que era un bonito día. ¿Sábado? ¿Domingo? «Ah, cierto, ayer estuvimos en la inauguración de su oficina. Pero, ¿qué pasó?». Se quitó el pijama, entró a la ducha y puso sobre aquel dolor de cabeza el chorro de agua fría. Siguió su monólogo interior en la recámara, mientras secaba su cabello. Se puso traje deportivo y, mientras ataba los cordones de sus tenis, no paraba de parlotear: «Odio esta sensación de “qué hice anoche”. No entiendo