París, día domingo. Talía despertó muy temprano, abrió sus ojos y no tenía idea de lo que había sido de ella las últimas horas. Se llevó las manos a la cabeza, afectada por un dolor rítmico que se expandía y contraía con intensidad. Miró a su alrededor, no recordaba en qué momento había llegado a la cama ni cómo se había cambiado la ropa. ¿Adréis?, llamó con voz ronca. Nadie respondió. Tampoco escuchó ruidos en la cocina con esperanza de que fuera él. ¿Qué había pasado? Dio un salto y salió de su cama. Abrió la ventana y aún en su desmemoria, le pareció que era un bonito día. ¿Sábado? ¿Domingo? «Ah, cierto, ayer estuvimos en la inauguración de su oficina. Pero, ¿qué pasó?». Se quitó el pijama, entró a la ducha y puso sobre aquel dolor de cabeza el chorro de agua fría. Siguió su monólogo interior en la recámara, mientras secaba su cabello. Se puso traje deportivo y, mientras ataba los cordones de sus tenis, no paraba de parlotear: «Odio esta sensación de “qué hice anoche”. No entiendo
Mili, al ver su pijama en manos de Talía, y bajo la presión de aquellas preguntas, no encontró mejor recurso que escandalizarse. Hace unas horas, aquel pijama estaba deslizándose en manos de su amor, ambos muertos de deseo por desaparecer un pedacito de tela que los separaba; ahora Talía lo tomaba, acusándola indirectamente. Entonces la chica dio varios pasos hacia ella y trató de quitarle aquella prenda. Pero Talía retrocedió.—¿Qué pasa? ¿Por qué no me cuentas de tu noche? —acusó de una manera sarcástica—. Veo que ya superaste tu trauma. ¡Al fin lograste salir de tu íncubo! ¡Ya olvidasteis aquello! —gritaba Talía en el medio de la cocina. Luego, en tres zancadas, alcanzó la cocina, abrió la gaveta de los tenedores y sacó de allí la tijera de cortar alimentos. Se paró frente a ella.—¿Sabes qué, Mili? —dijo con el tono aún alterado—. Mira lo que hago con tu pijama.Y la volvió picadillo. Pasaba la tijera por cada fibra de tela, que caían trozos a sus pies.—Me irrita cuando te haces
«Mamá, estoy muy feliz, Adréis definió sus sentimientos y me eligió. Hoy tengo una cita en su apartamento a las tres de la tarde. ¡Abandonó a Talía!No hay más que decir, se enamoró de mí, hoy le daré inicio a una nueva etapa en mi vida con el hombre que elegí. ¡Me siento muy feliz, mamá, como nunca lo había estado!».Otro mensaje enviado, leído y sin respuesta, a una mensajería de W******p en Estambul. Como ese, muchos. Mili seguía compartiendo sus sentimientos a distancia con su madre, aunque no obtuviera ningún mínimo intercambio. Eso no la iba a detener. Después de enviar aquel mensaje cargado de emoción, se levantó de la cama y recorrió el apartamento, Talía ya se había marchado. Conociéndola, estaría paseando su confusión, desconcertada, por toda la galería de algún centro comercial del barrio latino, probablemente en The little prince. No solo era la primera vez que un hombre la abandonaba, sino que, además, se arrancaba de raíz sin explicaciones. ¿Por qué? Ya no era ella quien t
Tomó una bocanada de aire, se despegó de aquella pared y cobró impulso para atravesar el pasillo. Ante la puerta, con la mano todavía sujetando la manilla, escuchó quejidos de placer. Se detuvo.Aguzó el oído, pero el piano de Richard Clayderman lo hacía difícil. ¿De qué se trataba todo esto? Por segundos estuvo indecisa, franquear la puerta, regresar, despertar de un mal sueño. Empujó levemente la puerta, dejando una rendija sutil por donde espiar. En efecto, los quejidos provenían de aquella habitación, de aquella cama. Una cama muy grande, ribeteada en bordes dorados, igual a la descrita por Talía. Ahí, sobre las sábanas blancas, estaban dos cuerpos rendidos de placer. Era Adréis, el sexy Adréis, encima de una mujer que no logró identificar de inmediato, porque la espalda ancha de su amado lo impedía. Su corazón pasó de latir a la velocidad del deseo, a la velocidad de la ira. Como pudo, miró al piso, en el suelo un pijama rojo, igual alque ella había usado la noche anterior y que T
Esta es una obra original de MJ protegida con todos los derechos de autor.Esta obra está protegida bajo el número de registro 2201300365860. Prohibido hacer copias similares a esta historia y prohibida la divulgación sin autorización de la autora.Comienza a leer desde aquí —¿Ahora? —preguntó Matilde.—Sí, ahora —reafirmó Mili.Matilde convenció a la chica —lucía su derrota a flor de piel— de que no era conveniente ir a esa hora a las torres de Notre Dame. La noche había caído sobre París. Lo mejor era usar la cabeza fría, con serenidad e inteligencia. Rato después tomaron un taxi. Mili bajó frente a su edificio. —Prometo que el sábado por la tarde iremos a ver a Olife —dijo Matilde, también arguyendo que tenían cerca los exámenes finales del año—. Si quieres ganar esta batalla, te va a hacer falta paciencia e inteligencia.Fueron las palabras que lanzó Matilde a su amiga mientras cerraba la puerta del taxi y el mismo continuaba en dirección a su casa. En el apartamento, la chica
—No fui yo sola. —Estaba entre la espada y la pared, pero vislumbró una salida, justo en el instante en que la fuerza de Talía amenazaba con romperle los huesos. —¿Qué quieres decir? —Estuve con Matilde —expuso Mili. Pareció surtir efecto, porque Talía abría los ojos con sorpresa y, de alguna manera, la presencia inesperada de un tercero la distrajo. —¿Matilde? —Sí. Ella me contó que te había visto en el centro comercial, muy abatida. Me llamó al teléfono, nos encontramos y decidimos seguirte. No queríamos que hicieras una tontería. Fue entonces que llegamos al apartamento de Adréis, la puerta estaba abierta cuando entramos, ustedes estaban haciendo el amor. Fue por eso que vi el pijama rojo. A Matilde le pareció muy imprudente estar allí que ustedes nos vieran,me pidió salir rápido del lugar sin querer tropezamos con la mesa todo cayó al suelo. Luego salimos a toda prisa. Talía vio lógico el argumento de su amiga, pero ya era tarde. Se vio a sí misma tomando mechones de su cabe
Acorralado por las dos mujeres, solo se le ocurrió decir, mirando su reloj de pulsera:—Basta, no tengo tiempo para niñadas.Lo dijo lo dejó claro, caminando ante ellas con cara de fastidio hacia la puerta de la calle. Talía desistió del interrogatorio, en el fondo convencida de que a Mili la estaba carcomiendo la envidia. Cada vez quedaba más claro que su amiga no era. O al menos, que buscaba discordia. Talía contaba con razones para perdonarla, el pasado las ataba en un hilo imperceptible. Siguió a Adréis al coche, pero antes de dar media vuelta, le propinó una mirada desaprobadora a la chica, de pie a cabeza, como haciéndole ver su carácter intrigante.Mili quedó parada frente a un grifo abierto, el apartamento vacío, su honor destrozado.Dio pasos sin una dirección clara. Cerró el grifo, miró el techo de la cocina con un sentimiento de culpa.«No debí hacer eso», se dijo, separado las palabras en sílabas. No había remedio, lo hecho, hecho estaba. Las chicas continuarían en conflict
Mili retrocedió. El viejo seguía apuntándola con su dedo y su uña larga. Bajó las escaleras con prisa, sin despedirse. Caminó directo al apartamento y cuando revisó su celular, tenía como diez mensajes de Matilde. Prefirió llamarla y contarle lo que había vivido en la torre en compañía del mago del amor. —¡Qué emoción! —exclamó Matilde, que se encontraba en los jardines de la universidad. Le pidió detalles del vuelo sobre la gárgola, ansiosa de escuchar lo que ella misma había experimentado antes. Mili no supo descifrar si lo había soñado o vivido realmente, igual se mostró impactada, tenía sentido que aquellas gárgolas petrificadas en las torres de Notre Dame tuvieran el aspecto de cuidadoras de un mundo mágico. Una vez que el cuento fue perdiendo la fuerza del primer momento, Matilde informó: —Talía está cerca de donde yo estoy, la puedo escuchar. Está contando a todos sus amigos que este sábado su novio le presentará a sus padres y que también tendrá de él la propuesta de matrim