Acorralado por las dos mujeres, solo se le ocurrió decir, mirando su reloj de pulsera:—Basta, no tengo tiempo para niñadas.Lo dijo lo dejó claro, caminando ante ellas con cara de fastidio hacia la puerta de la calle. Talía desistió del interrogatorio, en el fondo convencida de que a Mili la estaba carcomiendo la envidia. Cada vez quedaba más claro que su amiga no era. O al menos, que buscaba discordia. Talía contaba con razones para perdonarla, el pasado las ataba en un hilo imperceptible. Siguió a Adréis al coche, pero antes de dar media vuelta, le propinó una mirada desaprobadora a la chica, de pie a cabeza, como haciéndole ver su carácter intrigante.Mili quedó parada frente a un grifo abierto, el apartamento vacío, su honor destrozado.Dio pasos sin una dirección clara. Cerró el grifo, miró el techo de la cocina con un sentimiento de culpa.«No debí hacer eso», se dijo, separado las palabras en sílabas. No había remedio, lo hecho, hecho estaba. Las chicas continuarían en conflict
Mili retrocedió. El viejo seguía apuntándola con su dedo y su uña larga. Bajó las escaleras con prisa, sin despedirse. Caminó directo al apartamento y cuando revisó su celular, tenía como diez mensajes de Matilde. Prefirió llamarla y contarle lo que había vivido en la torre en compañía del mago del amor. —¡Qué emoción! —exclamó Matilde, que se encontraba en los jardines de la universidad. Le pidió detalles del vuelo sobre la gárgola, ansiosa de escuchar lo que ella misma había experimentado antes. Mili no supo descifrar si lo había soñado o vivido realmente, igual se mostró impactada, tenía sentido que aquellas gárgolas petrificadas en las torres de Notre Dame tuvieran el aspecto de cuidadoras de un mundo mágico. Una vez que el cuento fue perdiendo la fuerza del primer momento, Matilde informó: —Talía está cerca de donde yo estoy, la puedo escuchar. Está contando a todos sus amigos que este sábado su novio le presentará a sus padres y que también tendrá de él la propuesta de matrim
Mili se aproximó como pudo se interpuso en el camino de Adréis, poniendo la mano sobre su pecho. —No es para tanto, mejor nos sentamos a comer. Matilde puede esperar. —Es una sabia decisión —acuñó Talía, revisando el I*******m desde su teléfono.Adréis, al sentir la mano de Mili en su pecho, le dedicó una mirada veloz y palpitante. Apretó aquella mano blanca con delicadeza, como descargando las ganas en aquel simple gesto de separación. No podía evitar estremecerse ante el contacto de la chica. Los dos sentían algo muy especial, cuando se tocaban, cuando sus pieles hacían contacto, como si estuvieran a merced de suaves corrientes eléctricas. Pero fue instantáneo, Talía estaba ahí, entre ellos. Cada quien volvió a su silla. «¿En qué momento se cambió la ropa? —se preguntó Mili sorbiendo un poco de vino—». Se veía tan guapo con aquel conjunto deportivo. Por otra parte, Adréis pensaba en ella. Le daba miradas furtivas a sus senos expuestos, porque un botón de su camisa se había desabro
En la cocina, con la mirada fija en la máquina, la joven esperaba con ansiedad que el agua terminara de hervir y terminara de caer en las tazas el chorro humeante del café. Le pareció que demoraba más de lo debido, solo por molestar, como si ese objeto fuera capaz de olfatear su angustia y quisiera hacerla sufrir. Cuando el chorrito apareció, sacó de su sujetador la botellita. Se disponía a vaciar su contenido en la taza cuando percibió que alguien abría la puerta del dormitorio. Era Adréis, al teléfono, hablando en voz alta. Así como salió, entró la botella al mismo sitio, en medio de sus senos. «Maldición», dijo Mili.—¿Pasó algo, Mili? —preguntó Adréis, quien la había escuchado cuando cortaba la comunicación.—Nada —salió al paso—, solo me quemé los dedos, estaba muy caliente.—¿Necesitas ayuda?—No, no.—Te veo algo liada.—Estoy bien.Mili abrió el grifo y metió sus “dedos disimulando quemados” bajo el chorro de agua.—Creo que hace tiempo dejé aquí una pomada para quemaduras. Ta
Su corazón latía de emoción. «Lo logré, ahora todo su amor será mío», pensaba mientras tomaba otro sorbo de vino y, con un cuchillo grande, afilado, apoyado en una tabla de madera,daba lugar al corte en juliana, tal como Jean Julien —el cocinero francés—, a un gran y reluciente pimentón rojo. Con movimientos rápidos y precisos dejó picado el pimentón en tiras, cada una de igual tamaño, sin sacrificar ni un milímetro la piel de sus dedos. Sentía alegría en su corazón de que finalmente el hombre había tomado la fórmula del amor. «Lo tendré solo para mí», se repetía una y otra vez, mientras tajaba verduras e imaginaba sus besos, sus cuerpos felices, haciendo el amor bajo las sábanas blancas de seda que en otro tiempo habían cobijado a Talía. El gozo se apoderó de ella porque sentía la emoción de tener Adréis en sus brazos. «Ha sido perfecto, en un día perfecto», sonreía Mili. Era bastante simbólico conquistar su corazón el día de aquel compromiso. —Mili es muy atractiva… —dijo una v
Ambos giraron en dirección a la voz que venía del pasillo.—¿Madre?Una mujer elegante y perfumada atravesó la cocina, dejó par de botellas de vino sobre la mesa y luego fue besar las mejillas de su hijo.—Lamento interrumpir un momento tan apasionado con tu novia, he debido llamar —Tomó a Mili de los hombros y la miró de arriba abajo—. Así que eres Talía. Mi hijo tiene buen gusto. Soy Margaret De Richard, la madre de este hermoso galán. Ahora todo estaba peor. ¿Acababa de llamarla Talía? Le dirigió una mirada desaprobatoria a Adréis, quien no daba muestras de salir del estupor. —Es un placer, señora. —Sonrió—. Adréis tiene sus mismos ojos… Margaret se despojó de su gabán y lo pasó a su hijo para que lo llevara a la pechera. Como Adréis no reaccionaba, fue Mili quien terminó colgándolo. «Esto está muy mal, muy mal. Ahora ella piensa que soy Talía». En la cocina, Margaret reinaba con un vestido negro de rayas blancas, mangas abombadas y un moño que resaltaba su elegancia. Parecía
—Me siento anulada—Talía percibió el tono de la señora Margaret un poco acusatorio, no estaba segura de cuáles eran sus intenciones, igual dio un paso al frente para aclarar la situación. Apoyó su brazo derecho en el hombro de su amiga y dijo:—Así crecimos, lo que es mío es también suyo.Margaret los observó a los tres. A cada uno, desde su punto de vista, parecía unirlos cierta complicidad. «Un triángulo amoroso… Los jóvenes de hoy, qué modernos», pensó la mujer.—Entiendo —dijo ella—. Entonces los tres están de acuerdo con esta situación sentimental. —Margaret estaba muy convencida de que las amigas se compartían con total gusto a su adorado hijo.—¡Que dice señora! ¿De qué situación sentimental habla? —cortó Talía, extrañada.Esta vez intervino Adréis. —Basta, madre, deja de atormentarlas. —Le lanzó una mirada penetrante a su madre, hizo señales con sus ojos, como si fueran luces intermitentes, igual que ella cuando Adréis era niño y le explicaba con una sola mirada que “se esta
Aquella mesa quedó muda ante las palabras hirientes de Talía para su amiga. Aunque no la hubieraacusado directamente, todos entendieron lo que había querido decir: Mili había merecido el castigo, por seductora de hombres. La chica, humillada, bajó la cabeza, se apretó los labios. Sus mejillas lucieron afectadas por el color de la vergüenza, un rosado intenso. Talía había dejado varios mensajes terribles con aquellas palabras. No solo la había acusado de enferma seductora, sino también había dado muestras de una extraña crueldad. —¿Violada? —Adréis rompió el hielo—. ¿Qué dices, Talía? Eso es algo muy personal, no debe ser tema de conversación en un almuerzo cualquiera.Mili se levantó de la mesa llena de vergüenza.—Disculpen.Tomó su bolso y salió apresurada por el corredor, en el mismo momento en que Julio hacía su entrada. Tropezaron. La nariz de Mili chocó con el pecho perfumado de Julio. El bolso cayó encima de un macetero.—¿Mili? ¿A dónde vas con tanta prisa? La joven solo tom