Aquella mesa quedó muda ante las palabras hirientes de Talía para su amiga. Aunque no la hubieraacusado directamente, todos entendieron lo que había querido decir: Mili había merecido el castigo, por seductora de hombres. La chica, humillada, bajó la cabeza, se apretó los labios. Sus mejillas lucieron afectadas por el color de la vergüenza, un rosado intenso. Talía había dejado varios mensajes terribles con aquellas palabras. No solo la había acusado de enferma seductora, sino también había dado muestras de una extraña crueldad. —¿Violada? —Adréis rompió el hielo—. ¿Qué dices, Talía? Eso es algo muy personal, no debe ser tema de conversación en un almuerzo cualquiera.Mili se levantó de la mesa llena de vergüenza.—Disculpen.Tomó su bolso y salió apresurada por el corredor, en el mismo momento en que Julio hacía su entrada. Tropezaron. La nariz de Mili chocó con el pecho perfumado de Julio. El bolso cayó encima de un macetero.—¿Mili? ¿A dónde vas con tanta prisa? La joven solo tom
—Nerviosa— El semáforo en luz roja detuvo el auto en una intersección pintoresca, haciendo esquina con variedad de cafés y boutiques. Minutos atrás se había dado entre ellos una escena tensa. Talía caminando apresuradamente y Adréis detrás, tratando de sacarle información y conocer el fondo de su repentina actitud. Cuando por fin logró alcanzarla, la tomaba del brazo y la hacía entrar en razón. Talía no parecía saber a dónde iba. O por lo menos no quería que él lo supiera. —Necesito ir al apartamento —fue lo único que logró decir. Adréis se ofreció a llevarla, aunque “ofrecerse” es una forma de decir que no le permitiría continuar la ruta sin él. El hombre no dio oportunidad a negociar aquella decisión y Talía subió al auto. En el auto, no cruzaron palabra, Adréis lucía angustiado e intolerante ante el hermetismo de ella, sin embargo, había decidido que, por encima de su mutismo, la acompañaría. La única instrucción que alcanzó a escuchar de sus labios minutos atrás fue «el apar
Adréis, al percibir aquellos gritos, apresuró sus pasos. Abrió la puerta. En la sala, dos mujeres en disputa, Mili sosteniendo un cuchillo en la mano y amenazando la vida de Talía, arrodillada, dominada por la fuerza de una chica que había extraviado la cordura. La luz externa de los jardines hacíaresplandecer la hoja metálica de aquel cuchillo.—¡Mili! ¡Qué haces! —gritó Adréis.—Ah, estás aquí. Pues muy bien, quiero que conozcas a la mujer con la que te piensas casar. ¡Es una m****a! ¡Ha destruido mi vida desde que tenía 16 años! —¡Mili, por favor, baja el cuchillo!—Cállate, tú no sabes nada, no la conoces.Talía lloraba y ahogaba palabras que intentaban salir de una garganta cautiva. Mili estaba decidida a hacerle daño, a vengar su juventud agraviada. —Vamos Mili —intentaba Adréis—, tú no eres así. Es cierto que no sé qué ha pasado entre ustedes, pero vamos, vuelve en ti, en tu dulzura. No te llenes de odio.Aquellas palabras mitigaron su mente y a su memoria llegaba el gran Olif
Cuando Adréis encendió el vehículo, Mili estaba observándolo por la ventana de su habitación, detrás de las cortinas. «Se va, ahora sí se va, lo he espantado con mi furia», pensó ella. Le había visto su peor rostro, su peor faceta: había querido asesinar a su novia y es probable que lo haya hecho si él o Julio no hubieran intervenido. O tal vez no, tal vez solo quería que Talía sintiera su odio, amedrentarla, ponerla en su lugar. Pero le espantó esa posibilidad, ahora que estaba calmada. «Lo siento, todo terminó tan mal», murmuró Mili mientras Adréis arrancaba el vehículo y se perdía por la calle. Se echó a llorar, todo se había ido al traste. Julio la veía desde el vano de la puerta. Sus miradas chocaron cuando la chica volvió a su vida con resignación.—Ven Mili. —La abrazó—. No llores más, ya hoy has descargado mucha energía contaminada acumulada en tu organismo. —Quería armar de nuevo los pedazos de su alma.—Es mejor que te vayas —dijo Mili separándose ligeramente de él—. Necesit
Sus sospechas no tardaron en ser aclaradas cuando, por la puerta, entraba un Adréis que saludó, pasó frente a ella con un ramo de rosas rojas y, con un beso de buenos días, saludó a la mujer que ya tenía fecha de matrimonio con él. —Amor, perdón por no quedarme anoche contigo,me fui dejándote dormida, tuve asuntos que resolver—aclaró el hombre a Talía. Talía sonrió satisfecha, tomó las rosas y las acomodó en un vaso de cristal al centro de la mesa. «¡Oh, Dios! ¡Talía no estuvo con Adréis anoche!», pensó Mili, mientras retrocedía para entrar de nuevo a su cuarto. «Y si no fue con Adréis, ¿entonces con quién hacía el amor de forma tan apasionada? Estaba atónita, no podía creer lo que pasaba en sus narices, en las narices de ella y en las de su prometido. No cabía en su asombro, Talía traicionaba a un hombre tan deseado por ella, tan guapo, tan carismático. «Nunca le bastará nada ni nadie, qué pena». Se puso su suéter tejido con hilo de lana azul claro recién sacado de la secadora, al
Pero no fue sino a las 11:00 de la noche que Mili abrió los ojos. La despertó una dulce melodía que traspasaba los muros de la pared. ¿Dónde estaba? Se vio recostada en una cama grande, intentó recordar, posiblemente haya escapado a tiempo de una pesadilla en la que una catedral se venía abajo, encima de ella. Fue un sueño horrible. Vio a su alrededor, el recinto le pareció familiar, la cortina de seda beige, cayendo de su barra y trasluciendo una ventana panorámica desde la que se podía apreciar la ciudad. ¿Seguía soñando? Deslizó sus manos y comenzó a tocar el colchón, era suave, esponjoso y cálido. El tacto parecía darle cierta garantía de estar a salvo. Recorrió la cama con sus dedos, los pasó por el espaldar, la cama de madera era elegante y sobria. «¿Dónde estoy?». Todavía era presa del sopor del sueño. —Al fin despiertas —dijo una voz gruesa a sus espaldas—. ¿Té? Mili se volvió. Era Adréis, parado en el vano de la puerta, sostenía una taza de té con aroma a frutas. Entendió
Cómo detener aquel momento en el tiempo y, una vez a solas, continuar satisfaciendo todas esas ganas acumuladas? Mili se separó de Adréis, quien,apresurado, se calzó los pantalones, puso la ropa de Mili en sus manos y la llevó rápidamente al bonito vestier forrado de grandes espejos.—¿Qué hacemos? —le preguntó ella, aterrada.—Vístete rápido, amor. Los llevaré a la terraza para distraerlos. Tú aprovechas y sales con cuidado y esperas en las áreas verdes del edificio.—¿Esperar? ¿Para qué?—Llamaré un taxi para ti.Como viera su cara de angustia, añadió:—Todo saldrá bien, no te preocupes.Así fue. Adréis se puso su bata de baño azul marino por encima del pantalón y salió a atender a sus padres, iba secándose el cabello húmedo con una toalla gris.Desde el clóset, Mili escuchó:—Oh, por Dios santo —era la voz de su madre—, qué desastre, hijo, qué desastre.Lo abrazó, estaban impresionados por todo lo que ocurría en París, la convulsión de la gente, el incendio en la catedral. Se fuero
El amor es libre. Ella no podía obligar a alguien, bajo ningún concepto, a sentir amor. Nadie puede. El amor no se compra. No se manipula. En el amor, no valen oscuras oraciones, bebidas, magos con fórmulas mágicas. «El que te ama verdaderamente, te elige, se queda contigo y todo fluye sin esfuerzo», fueron las conclusiones de Mili mientras daba vueltas en la cama. Eso, sin esfuerzo, sobre todo eso.Tener que retener a un hombre bajo los efectos deun hechizo, no era lo correcto, nunca lo fue, era lo que intentaba enseñarle la vida, pero ella no quiso admitirlo, obcecada como estaba. Lo entendió en pocas horas. Sus acciones contradecían al amor el verdadero del que le había hablado OlifeCuando despertó, a la mañana siguiente, vio tendido en la silla de su recámara un hermoso vestido blanco. Fue una imagen chocante. Era el vestido que Mili había escogido en una tienda de Paris, el día que recorrieron las calles juntas y entraron a una boutique tomadas de la mano, soñando con casarse. U