Adréis, al percibir aquellos gritos, apresuró sus pasos. Abrió la puerta. En la sala, dos mujeres en disputa, Mili sosteniendo un cuchillo en la mano y amenazando la vida de Talía, arrodillada, dominada por la fuerza de una chica que había extraviado la cordura. La luz externa de los jardines hacíaresplandecer la hoja metálica de aquel cuchillo.—¡Mili! ¡Qué haces! —gritó Adréis.—Ah, estás aquí. Pues muy bien, quiero que conozcas a la mujer con la que te piensas casar. ¡Es una m****a! ¡Ha destruido mi vida desde que tenía 16 años! —¡Mili, por favor, baja el cuchillo!—Cállate, tú no sabes nada, no la conoces.Talía lloraba y ahogaba palabras que intentaban salir de una garganta cautiva. Mili estaba decidida a hacerle daño, a vengar su juventud agraviada. —Vamos Mili —intentaba Adréis—, tú no eres así. Es cierto que no sé qué ha pasado entre ustedes, pero vamos, vuelve en ti, en tu dulzura. No te llenes de odio.Aquellas palabras mitigaron su mente y a su memoria llegaba el gran Olif
Cuando Adréis encendió el vehículo, Mili estaba observándolo por la ventana de su habitación, detrás de las cortinas. «Se va, ahora sí se va, lo he espantado con mi furia», pensó ella. Le había visto su peor rostro, su peor faceta: había querido asesinar a su novia y es probable que lo haya hecho si él o Julio no hubieran intervenido. O tal vez no, tal vez solo quería que Talía sintiera su odio, amedrentarla, ponerla en su lugar. Pero le espantó esa posibilidad, ahora que estaba calmada. «Lo siento, todo terminó tan mal», murmuró Mili mientras Adréis arrancaba el vehículo y se perdía por la calle. Se echó a llorar, todo se había ido al traste. Julio la veía desde el vano de la puerta. Sus miradas chocaron cuando la chica volvió a su vida con resignación.—Ven Mili. —La abrazó—. No llores más, ya hoy has descargado mucha energía contaminada acumulada en tu organismo. —Quería armar de nuevo los pedazos de su alma.—Es mejor que te vayas —dijo Mili separándose ligeramente de él—. Necesit
Sus sospechas no tardaron en ser aclaradas cuando, por la puerta, entraba un Adréis que saludó, pasó frente a ella con un ramo de rosas rojas y, con un beso de buenos días, saludó a la mujer que ya tenía fecha de matrimonio con él. —Amor, perdón por no quedarme anoche contigo,me fui dejándote dormida, tuve asuntos que resolver—aclaró el hombre a Talía. Talía sonrió satisfecha, tomó las rosas y las acomodó en un vaso de cristal al centro de la mesa. «¡Oh, Dios! ¡Talía no estuvo con Adréis anoche!», pensó Mili, mientras retrocedía para entrar de nuevo a su cuarto. «Y si no fue con Adréis, ¿entonces con quién hacía el amor de forma tan apasionada? Estaba atónita, no podía creer lo que pasaba en sus narices, en las narices de ella y en las de su prometido. No cabía en su asombro, Talía traicionaba a un hombre tan deseado por ella, tan guapo, tan carismático. «Nunca le bastará nada ni nadie, qué pena». Se puso su suéter tejido con hilo de lana azul claro recién sacado de la secadora, al
Pero no fue sino a las 11:00 de la noche que Mili abrió los ojos. La despertó una dulce melodía que traspasaba los muros de la pared. ¿Dónde estaba? Se vio recostada en una cama grande, intentó recordar, posiblemente haya escapado a tiempo de una pesadilla en la que una catedral se venía abajo, encima de ella. Fue un sueño horrible. Vio a su alrededor, el recinto le pareció familiar, la cortina de seda beige, cayendo de su barra y trasluciendo una ventana panorámica desde la que se podía apreciar la ciudad. ¿Seguía soñando? Deslizó sus manos y comenzó a tocar el colchón, era suave, esponjoso y cálido. El tacto parecía darle cierta garantía de estar a salvo. Recorrió la cama con sus dedos, los pasó por el espaldar, la cama de madera era elegante y sobria. «¿Dónde estoy?». Todavía era presa del sopor del sueño. —Al fin despiertas —dijo una voz gruesa a sus espaldas—. ¿Té? Mili se volvió. Era Adréis, parado en el vano de la puerta, sostenía una taza de té con aroma a frutas. Entendió
Cómo detener aquel momento en el tiempo y, una vez a solas, continuar satisfaciendo todas esas ganas acumuladas? Mili se separó de Adréis, quien,apresurado, se calzó los pantalones, puso la ropa de Mili en sus manos y la llevó rápidamente al bonito vestier forrado de grandes espejos.—¿Qué hacemos? —le preguntó ella, aterrada.—Vístete rápido, amor. Los llevaré a la terraza para distraerlos. Tú aprovechas y sales con cuidado y esperas en las áreas verdes del edificio.—¿Esperar? ¿Para qué?—Llamaré un taxi para ti.Como viera su cara de angustia, añadió:—Todo saldrá bien, no te preocupes.Así fue. Adréis se puso su bata de baño azul marino por encima del pantalón y salió a atender a sus padres, iba secándose el cabello húmedo con una toalla gris.Desde el clóset, Mili escuchó:—Oh, por Dios santo —era la voz de su madre—, qué desastre, hijo, qué desastre.Lo abrazó, estaban impresionados por todo lo que ocurría en París, la convulsión de la gente, el incendio en la catedral. Se fuero
El amor es libre. Ella no podía obligar a alguien, bajo ningún concepto, a sentir amor. Nadie puede. El amor no se compra. No se manipula. En el amor, no valen oscuras oraciones, bebidas, magos con fórmulas mágicas. «El que te ama verdaderamente, te elige, se queda contigo y todo fluye sin esfuerzo», fueron las conclusiones de Mili mientras daba vueltas en la cama. Eso, sin esfuerzo, sobre todo eso.Tener que retener a un hombre bajo los efectos deun hechizo, no era lo correcto, nunca lo fue, era lo que intentaba enseñarle la vida, pero ella no quiso admitirlo, obcecada como estaba. Lo entendió en pocas horas. Sus acciones contradecían al amor el verdadero del que le había hablado OlifeCuando despertó, a la mañana siguiente, vio tendido en la silla de su recámara un hermoso vestido blanco. Fue una imagen chocante. Era el vestido que Mili había escogido en una tienda de Paris, el día que recorrieron las calles juntas y entraron a una boutique tomadas de la mano, soñando con casarse. U
París, 20 de abril 2019. Matilde puso unos papeles sobre la mesilla de luz. —Aquí tienes tu boleto de viaje, ya todo está arreglado. El vuelo a Estambul dura 3 horas y 25 minutos. —¿Cómo? —Mili comenzó a desperezarse. El cuerpo realmente se sentía descansado. Miró a su alrededor, reconoció el reducido departamento de su amiga. Gérard el gato de Matilde comenzó a ronronear. —Lo arreglé todo, vendrá un taxi por ti para llevarte al aeropuerto. Cuando Mili abrió los ojos, vio a su amiga de pie, frente a ella, ofreciéndole una taza de café humeante. —Gracias. —A propósito, revisa tu teléfono, te han llegado varios mensajes mientras dormías. No podía estar más agradecida con Matilde, en realidad se tomó la molestia de organizar su partida al lugar de donde había salido hace ya varios años. —Mati, gracias por abrirme la puerta de tu casa,me sentía fatal. —Lo sé. —Eres buena conmigo —dijo Mili. Hizo una pausa, luego agregó—: me salvaste de morir en las llamas. ¿Fuiste tú, cierto? N
Estambul, 21 de abril del 2019— Aquel sonido del reloj no la despertó, pero sí el teléfono de su madre anunciando su regreso a casa. Regresaban de Francia, siguiendo los planes de asistir a la graduación de ambas chicas. —¿Cómo es que solo allá vinimos a enterarnos deque te graduaste por Secretaría? La voz de la madre mezclaba decepción, reclamo y curiosidad. Hizo un reclamo comprensible, también preguntas que no tenían respuestas tan simples. Mili se levantó atontada, sus últimas semanas dejaban mucho qué desear. Caminó descalza por el pequeño apartamento tipo estudio que le regaló su padre. —Mamá, luego te explico, hoy en la tarde iré a saludarlos. Estoy atrasada, tengo una entrevista de trabajo. Tenía prevista la cita para las 11:00 am en el hotel Conrad Bosphorus, había sido confirmada ayer en la noche por su asistente. El reloj apenas marcaba las 9:30, la joven enfatizó la promesa de un té de manzana con todo y shisha al terminar su compromiso. En realidad, no quería escuc