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Capítulo 37 Se rompe el hechizo
Cómo detener aquel momento en el tiempo y, una vez a solas, continuar satisfaciendo todas esas ganas acumuladas? Mili se separó de Adréis, quien,apresurado, se calzó los pantalones, puso la ropa de Mili en sus manos y la llevó rápidamente al bonito vestier forrado de grandes espejos.

—¿Qué hacemos? —le preguntó ella, aterrada.

—Vístete rápido, amor. Los llevaré a la terraza para distraerlos. Tú aprovechas y sales con cuidado y esperas en las áreas verdes del edificio.

—¿Esperar? ¿Para qué?

—Llamaré un taxi para ti.

Como viera su cara de angustia, añadió:

—Todo saldrá bien, no te preocupes.

Así fue. Adréis se puso su bata de baño azul marino por encima del pantalón y salió a atender a sus padres, iba secándose el cabello húmedo con una toalla gris.

Desde el clóset, Mili escuchó:

—Oh, por Dios santo —era la voz de su madre—, qué desastre, hijo, qué desastre.

Lo abrazó, estaban impresionados por todo lo que ocurría en París, la convulsión de la gente, el incendio en la catedral. Se fuero
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