Adréis, que venía detrás de su novia, presenció el impacto y la forma en que Mili daba girones en el aire y caía en la acera.
—¡Mili! —gritó Talía.
Todo pasó muy rápido. Tras el golpe, algunas personas detuvieron sus vehículos y en cuestión de segundos había una multitud rodeándola para socorrerla. Adréis marcó de inmediato el número de emergencia. Talía saltó hacia ella, lo primero que se le ocurrió fue tomarle el pulso, y al ver que su corazón todavía latía, dio voces desesperadas:
—¡Por favor, Adréis, busca tu auto, no esperemos a la ambulancia, llevémosla nosotros al hospital!
—No es recomendable, Talía —respondió él guardando la calma—, no sabemos dónde fue su golpe, podemos empeorar su estado, es mejor que esperemos al equipo paramédico.
La ambulancia llegó a los pocos minutos. Dos sujetos apartaron a los mirones y con cuidado la montaron en la camilla donde Mili iba inconsciente. Luego tomaron la dirección al hospital más cercano.
—Fue mi culpa, si Mili muere todo es mi culpa —le decía mientras Adréis conducía su vehículo siguiendo la ambulancia.
—No te preocupes, mi amor, ella fue la que tomó esa decisión —le decía.
Cuando llegaron al hospital, ya Mili había sido ingresada por los médicos de guardia. Corrieron por los pasillos, buscando la oficina de información. Fue a través de una enfermera trasnochada y la recepcionista que supieron que su amiga estaba siendo intervenida en la sala de operaciones porque tenía la pierna derecha fracturada.
—Dios mío, no puede ser…
Adréis la sujetó y trató de calmarla, hasta que finalmente logró sentarla y entretenerla con una taza de té caliente. La operación duró cuatro horas. Esperaron impacientes en una sala pequeña donde una mujer taciturna barría, cada tres minutos, un piso reluciente. Sobre las piernas de Talía, el breve equipaje que Mili llevaba cuando salió molesta del apartamento. Notó que estaban sus cuadernos de notas y se sintió culpable. Revisó en su interior, en un bolsillo halló el cepillo de dientes, el pasaporte y el teléfono celular de Mili. ¿Cómo podría explicarle esto a los padres de su amiga? No lo pensó dos veces, introdujo la clave que ambas compartían y desbloqueó el celular. Encontró que un chat estaba abierto. Fue entonces que descubrió la conversación entre Mili y su madre. «No soporto su desorden», «es incapaz de lavar el plato donde come», «abusa de mi tiempo», quejas como estas llenaban largos diálogos en el W******p. Talía leyó la conversación una y otra vez, después quedó en un profundo silencio.
Le mostró aquellos mensajes a Adréis y le hizo saber que todo lo que Mili había escrito era muy cierto.
—No puedo continuar así —le dijo a su novio—, Mili está sufriendo por mi culpa, no me di cuenta de mi mal comportamiento y ahora mi amiga está en un quirófano de Francia. No sé qué tan gran grave puede ser.
Talía iba de un lado a otro sin contener su llanto, no sabía si informarles a sus padres, pero Adréis le aconsejó que no angustiara a sus familiares hasta tener el resultado de la operación. Las horas pasaban sin tener noticia de la salud y de la intervención de Mili. Adréis observaba su reloj, mientras que Talía observaba desde aquella ventana grande el centro de París.Todos sus recuerdos fluían como aguas de mar en su mente, la felicidad de alcanzar un sueño, los paseos por la ciudad, la promesa de cuidarse mutuamente, la
Île de la Cité en el corazón parisiense. Se dejaba trasportar en el valle de sus recuerdos cuando una enfermera se asomó por la puerta batiente.—¿Los familiares de Mili Melchor?
Talía acudió de inmediato y la abordó directamente:
—¿Cómo está? Soy su amiga, su único familiar cercano. Sus padres viven en Estambul.
—Perfecto, señorita. Le informo que la chica sufrió una severa fractura de fémur, pero está fuera de peligro. Ahora debe guardar un largo reposo.
A Talía le alegró su alma aquella noticia.
—¡Gracias al cielo! —dijo abrazando a su novio.
La habitación 32 acogió a una Mili enyesada, adolorida, pero viva. Detrás de un ramo de tulipanes, entraron por la puerta Talía y Adréis. Mili se alegró de verlos; la verdad, en esos casi tres mil kilómetros que la alejaban de Turquía, Talía era lo más cercano a Estambul que había en esos momentos. Su amiga dejó el ramo de flores en un jarrón para dejar sus manos libres y tomar las de Mili.
—Perdóname… —dijo con un hilo de voz—. No he sido la amiga más solidaria este año. Pero te prometo que te cuidaré. Saldrás de esto, yo estaré a tu lado.
—Por favor, no le digas nada a mis padres.
—No sé si sea buena idea.
—Por favor, no quiero angustiarlos —insistió la chica. Su semblante no era bueno, se quejaba de dolor, su rostro acusaba una operación delicada—. Promete que esto quedará entre nosotras, al menos hasta que yo me recupere.
El día que a Mili la sacaron del hospital, Talía se levantó muy temprano y decoró la habitación de su amiga con globos y chocolates, le compró un oso de peluche blanco que ocupaba el espacio de la almohada. Adréis la ayudó a preparar el almuerzo, acompañado de postre, se supone que al mediodía le daban de alta. Una vez todo arreglado, salieron juntos a buscar a Mili. (Mientras tanto, en Estambul, tanto en casa de la familia de Talía Rewuense como en la de Mili Melchor, los padres pensaban que, en Francia, sus hijas llevaban una vida sin demasiados contratiempos, una vida acorde con los planes de dos jóvenes aplicadas y soñadoras).Un piso limpio y ordenado tomó por sorpresa a Mili cuando entró en su silla de ruedas. La vajilla lavada y en su lugar, la cocina reluciente, la me
«Tengo que decirle que lo amo», era el pensamiento de Mili mientras olía sus brazos y su ropa perfumada. Sentía que las paredes, los objetos, las sábanas, la almohada, sus cuadernos, los libros, todo, pero todo, olía a él. Después que este la dejaba acostada, cómoda en su cama y apoyando su cabeza en su almohada, decía en voz baja:—Es tan lindo, gentil y cariñoso…Lo quiero para mí, aunque su corazón ocupe el lugar de mi amiga.Algo en ella comenzaba a cambiar. Una codicia mantenía ocupado su pensamiento. Pronunciaba esas palabras con rebeldía, le era imposible encubrir esa extraña expresión de maldad que iba apropiándose interiormente de su rostro. Al mediodía, Talía regresó a casa, pronta a preparar el almuerzo para tres. Adréis prefirió acompañarla, cortaba vegetales en silencio, escuchando las novedades del día de su novia. Mili aguardó en su cuarto, debía estudiar los apuntes diarios que su amiga le traía de las clases a las que ella no podía asistir. Pero repetía una y otra vez las lecciones sin prestarle atención, puesto que otra idea más profunda la tenía ocupada: provocar celos en Talía. Si todo salía como comenzaba a planearlo, los celos traerían discordia entre ellos, lo cual le convenía bastante. Y sucedió un rato después. Talía entró a su habitación y la vio fragante, limpia. Se saludaron como de costumbre, con besos en las mejillas.—Pero mírate —le dijo Talía en tono alegre—, si ya puedes bañarte…—No fue así exactamente —se adelantó Mili—. Tu adorado noviCapítulo 5—Los celos de Talía
Talía quedó inmersa en un mar de dudas. Sus pensamientos luchaban entre sí, la idea de que se despertara una pasión entre ellos le era insoportable. Por otro lado, conocía a su amiga, ella no sería capaz de enamorarse de su novio, mucho menos cuando Talía le había dejado claro que Adréis era su verdadero amor, que al fin se frenaría en la búsqueda de su hombre ideal. Decidió entrar al cuarto de Mili para buscar los platos. Su amiga se entretenía con un libro de economía. Se sentó en la orilla de la cama, la miró. «No, Mili no sería capaz de traicionarme», se dijo. —¿Te sientes bien? —le preguntó a Mili. Dudar de su amiga la hacía sentir culpable. —Sí… Gracias. Tras una pausa, Mili soltó un inesperado halago: —Tienes mucha suerte. —¿Por qué lo dices? —preguntó Talía. —Lograste encontrar un hombre admirable. —Supongo que sí —sonrió Talía. —Hasta sabe cocinar, creo —continuó su amiga—. Es bello, atento, trabajador. Te coronaste, amiga, conseguiste el hombre ideal. Pero a Talía
Al día siguiente, Talía salió como siempre a la universidad. Para eso caminaba tan solo tres cuadras, que se le volvían eternas, puesto que dejaba a su amiga con su amado y esto comenzaba a llenarla de inseguridades. Le aterraba de solo pensar que su amiga pudiera conquistar el corazón de su amado. Aun así, entraba a sus actividades cotidianas que le desviaban de aquel pensamiento. Mientras tanto, Mili quedaba a solas con el hombre de quien se había enamorado, sin importar que fuera el novio de su amiga. Esa mañana Adréis llevó, como siempre, el desayuno. Cuando entró, Mili tenía problemas para cerrar su brassier. Ante él, dos pechos firmes y perfectos. —¿Puedes cerrar el broche, por favor? Frente a él, la más rica tentación que debilitaría a cualquier hombre fiel. Estaba en problemas, la situación comenzaba a cercarlo. Se le vino a la mente cualquier cantidad de opciones, todas sexuales. En cuestión de segundos, lo que estaba prohibido para él, lo hizo en su imaginación. Mili colab
Mili había mejorado por completo, ya no quedaba en casa y podía asistir a la universidad por sus propios medios, así que juntas caminaban hacia las instalaciones de La Sorbona, Adréis se despedía de ellas y salía a su trabajo. Aunque Talía había escuchado a su amiga decir lo feliz que estaba por su relación, igual se apretaba a Adréis en un largo abrazo en forma de despedida, y él, arisco, terminaba besando a su novia prometiendo verse con ella en hora del almuerzo. Mili, por su parte, al ver a su amiga besar al hombre que ella deseaba, trataba de disimular lo mal que le caían aquellas escenas, tenía que buscar la forma de separarlo, pero tampoco quería hacerlo sin que su amiga se diera cuenta. Un día, estando en clase, encontró un pretexto para salir de clase temprano, a pesar de que tendrían un interrogatorio muy importante de economía. Para Talía era muy difícil salir de esa clase, pero para Mili no, ya que el profesor le concedía salir debido a su accidente. —Por favor, Talía, ll
Días después de aquella deserción, Mili solía quedarse a solas en el apartamento toda la mañana. Un día regresaron juntos, Talía y su novio, habían hecho mercado. Mili los atravesó con una mirada dura, como con ganas de matarlos. Talía, que había percibido su mal humor, se hizo la desentendida, la saludó con alegría y sacó de la bolsa del mercado una caja de chocolates. —Lo compramos para ti, pero Adréis escogió ese sabor. Tiene relleno de avellana, yo lo quería sin relleno, pero él prefirió ese para ti. Ella, al escuchar que fue idea de Adréis comprar el chocolate de su preferencia, se le acercó y le dio un beso muy cerca a los labios. Él se apartó de inmediato antes de que Talía se diera cuenta, y se acercó a ella de la manera más rápida posible. La besó e hizo bromas con ella, luego entraron a la cocina, donde comenzaron juntos a preparar el almuerzo. Mili mordisqueó su pedazo de chocolate tratando de endulzar su alma, ya que días antes no había logrado que el hombre que la descon
Al día siguiente, después de aquella confesión que Mili le había hecho a Matilde, se levantó para ir a la universidad, pero su cabeza estaba llena de pensamientos, además de no estar bien con su estómago; las copas de vinos no le habían caído nada bien. Se levantó muy temprano, ya Talía estaba en la cocina preparando el desayuno para tres, como de costumbre. Pero esta vez decidió no desayunar con ellos, así que dejó el desayuno puesto en la mesa, tiró la puerta y salió del apartamento dejando a los dos amantes que se abrazaban y comían muy placenteros. Es que esa mañana, mientras tomaba su bolso de cuero y guardaba adentro sus libros, escuchaba las palabras de amor que Adréis le decía a su amada Talía. Aquellas palabras quedaban en su mente con el más ferviente deseo que fueran para ella. Cuando estaba en los jardines de la residencia, le escribió a su madre al teléfono. Se estaba convirtiendo en algo habitual cuando ya no podía cargar sola ese sentimiento, necesitaba descargar aquell