El día que a Mili la sacaron del hospital, Talía se levantó muy temprano y decoró la habitación de su amiga con globos y chocolates, le compró un oso de peluche blanco que ocupaba el espacio de la almohada. Adréis la ayudó a preparar el almuerzo, acompañado de postre, se supone que al mediodía le daban de alta. Una vez todo arreglado, salieron juntos a buscar a Mili. (Mientras tanto, en Estambul, tanto en casa de la familia de Talía Rewuense como en la de Mili Melchor, los padres pensaban que, en Francia, sus hijas llevaban una vida sin demasiados contratiempos, una vida acorde con los planes de dos jóvenes aplicadas y soñadoras).
Un piso limpio y ordenado tomó por sorpresa a Mili cuando entró en su silla de ruedas. La vajilla lavada y en su lugar, la cocina reluciente, la mesa servida con detalle, una habitación llena de mimos. Fascinada, recibió de buena gana todo el afecto que ellos le brindaban. Así transcurrió el tiempo. Talía se había dedicado a cuidarla y también hacía todo lo que Mili cuando estaba sana, como mantener el apartamento limpio, cocinar, lavar la ropa y sobre todo estar pendiente de las terapias de su amiga. Entre Adréis y Talía surgía un amor verdadero, aquella crisis había fortalecido a la pareja de un modo tal, que ya no había cabida para una relación efímera. Cuando entendió que Adréis era el único que había durado con ella por más tiempo, Talía comenzó a tomar en serio en la idea del matrimonio. Se amaban, y él prestaba toda su colaboración para que Mili superara a un ritmo inesperado la fractura de su pierna derecha. En las mañanas, mientras Talía salía a clase, Adréis se quedaba con Mili. A él no le importaba dirigir su empresa desde aquel pequeño apartamento y asistir a la chica que todavía tenía problemas para moverse por sí sola.
—Mili, es hora de desayunar y tomar los medicamentos —le decía, mientras entraba a su cuarto con su pijama de cuadros y una bandeja con pan untado de mermelada, café y un vaso de jugo de frutas.
Ella abría sus ojos y sonreía tímidamente, luego él la ayudaba a montarse en la silla de ruedas y la trasladaba al baño. En cuanto terminaba de hacer sus necesidades, pasaban al aseo; prestamente le ayudaba a cepillarse y lavar su rostro. Mili agradecía su atención, aunque un poco incómoda por haber perdido momentáneamente su libertad. Sin duda, Adréis hacía esfuerzos por ganarse su confianza, y esto lo valoraba mucho. Había sido dura con él la noche en que lo conoció, pensaba. ¿Quién iba a imaginar que había despreciado al que ahora peinaba su cabello liso, negro, con tonalidades marrones?
—No te preocupes, Mili, yo lo sé hacer, lo hacía a mi abuela, a quien cuidé por mucho tiempo, así que estás en muy buenas manos.
Si algo debía reconocer la chica, era que se había equivocado con Adréis. La trataba como todo un caballero y eso precisamente comenzaba a gustarle. Un hombre dulce y con buen sentido del humor la hacía reír a carcajadas, y puede que esa risa también fuera nueva para ella, acostumbrada a vivir en tensión diaria. Por primera vez se sentía mimada, jamás había sido tratada de esa manera por un hombre, él se dedicaba a ella sin mostrarse irritado; todo cuanto hacía por ella, ayudarla a sentarse en la mesa para tomar el desayuno, asistirla en la terapia matutina, en especial su pierna derecha, la música que colocaba, los libros que ponía a su alcance para que pasara las horas, todo lo hacía con el más natural de los esmeros, así cada mañana. Fue el tacto suave de sus manos lo que comenzó a despertar algo en Mili. Las manos de Adréis dirigiendo su pierna, de acuerdo a las instrucciones del fisioterapeuta, sus brazos rodeándolo para ayudarla a ir de un lugar a otro, su cuello robusto de donde se sujetaba, la protección de un hombre que de pronto se había ganado toda su atención. Mientras la cargaba en brazos, ella observaba su atractiva belleza tan de cerca, su perfume la embragaba, penetrando su olfato, atrapando su olor en sus carnes y sus huesos. Ella sentía que todo, pero todo, le olía a él. Aquel hombre tan atractivo despertaba en ella una extraña pasión, jamás sentida hacia nadie, ni siquiera por aquel primer novio del liceo con quien mantuvo una relación por más de tres años. Ella trataba de disimular su amor, pero era inevitable no sentir su cuerpo y mirar su atractivo pecho medio desnudo, despejado por su pijama abierta a la mitad, sus piernas musculosas cuando se colocaba sus pantalones cortos deportivos y sus ojos azules, sus labios carnosos que le susurraban al oído frases estimulantes mientras la cargaba en sus brazos. Sin dejar de ver su tamaño alto y elegante.
Mili estaba en serios problemas: se estaba enamorando del novio de su mejor amiga.
«Tengo que decirle que lo amo», era el pensamiento de Mili mientras olía sus brazos y su ropa perfumada. Sentía que las paredes, los objetos, las sábanas, la almohada, sus cuadernos, los libros, todo, pero todo, olía a él. Después que este la dejaba acostada, cómoda en su cama y apoyando su cabeza en su almohada, decía en voz baja:—Es tan lindo, gentil y cariñoso…Lo quiero para mí, aunque su corazón ocupe el lugar de mi amiga.Algo en ella comenzaba a cambiar. Una codicia mantenía ocupado su pensamiento. Pronunciaba esas palabras con rebeldía, le era imposible encubrir esa extraña expresión de maldad que iba apropiándose interiormente de su rostro. Al mediodía, Talía regresó a casa, pronta a preparar el almuerzo para tres. Adréis prefirió acompañarla, cortaba vegetales en silencio, escuchando las novedades del día de su novia. Mili aguardó en su cuarto, debía estudiar los apuntes diarios que su amiga le traía de las clases a las que ella no podía asistir. Pero repetía una y otra vez las lecciones sin prestarle atención, puesto que otra idea más profunda la tenía ocupada: provocar celos en Talía. Si todo salía como comenzaba a planearlo, los celos traerían discordia entre ellos, lo cual le convenía bastante. Y sucedió un rato después. Talía entró a su habitación y la vio fragante, limpia. Se saludaron como de costumbre, con besos en las mejillas.—Pero mírate —le dijo Talía en tono alegre—, si ya puedes bañarte…—No fue así exactamente —se adelantó Mili—. Tu adorado noviCapítulo 5—Los celos de Talía
Talía quedó inmersa en un mar de dudas. Sus pensamientos luchaban entre sí, la idea de que se despertara una pasión entre ellos le era insoportable. Por otro lado, conocía a su amiga, ella no sería capaz de enamorarse de su novio, mucho menos cuando Talía le había dejado claro que Adréis era su verdadero amor, que al fin se frenaría en la búsqueda de su hombre ideal. Decidió entrar al cuarto de Mili para buscar los platos. Su amiga se entretenía con un libro de economía. Se sentó en la orilla de la cama, la miró. «No, Mili no sería capaz de traicionarme», se dijo. —¿Te sientes bien? —le preguntó a Mili. Dudar de su amiga la hacía sentir culpable. —Sí… Gracias. Tras una pausa, Mili soltó un inesperado halago: —Tienes mucha suerte. —¿Por qué lo dices? —preguntó Talía. —Lograste encontrar un hombre admirable. —Supongo que sí —sonrió Talía. —Hasta sabe cocinar, creo —continuó su amiga—. Es bello, atento, trabajador. Te coronaste, amiga, conseguiste el hombre ideal. Pero a Talía
Al día siguiente, Talía salió como siempre a la universidad. Para eso caminaba tan solo tres cuadras, que se le volvían eternas, puesto que dejaba a su amiga con su amado y esto comenzaba a llenarla de inseguridades. Le aterraba de solo pensar que su amiga pudiera conquistar el corazón de su amado. Aun así, entraba a sus actividades cotidianas que le desviaban de aquel pensamiento. Mientras tanto, Mili quedaba a solas con el hombre de quien se había enamorado, sin importar que fuera el novio de su amiga. Esa mañana Adréis llevó, como siempre, el desayuno. Cuando entró, Mili tenía problemas para cerrar su brassier. Ante él, dos pechos firmes y perfectos. —¿Puedes cerrar el broche, por favor? Frente a él, la más rica tentación que debilitaría a cualquier hombre fiel. Estaba en problemas, la situación comenzaba a cercarlo. Se le vino a la mente cualquier cantidad de opciones, todas sexuales. En cuestión de segundos, lo que estaba prohibido para él, lo hizo en su imaginación. Mili colab
Mili había mejorado por completo, ya no quedaba en casa y podía asistir a la universidad por sus propios medios, así que juntas caminaban hacia las instalaciones de La Sorbona, Adréis se despedía de ellas y salía a su trabajo. Aunque Talía había escuchado a su amiga decir lo feliz que estaba por su relación, igual se apretaba a Adréis en un largo abrazo en forma de despedida, y él, arisco, terminaba besando a su novia prometiendo verse con ella en hora del almuerzo. Mili, por su parte, al ver a su amiga besar al hombre que ella deseaba, trataba de disimular lo mal que le caían aquellas escenas, tenía que buscar la forma de separarlo, pero tampoco quería hacerlo sin que su amiga se diera cuenta. Un día, estando en clase, encontró un pretexto para salir de clase temprano, a pesar de que tendrían un interrogatorio muy importante de economía. Para Talía era muy difícil salir de esa clase, pero para Mili no, ya que el profesor le concedía salir debido a su accidente. —Por favor, Talía, ll
Días después de aquella deserción, Mili solía quedarse a solas en el apartamento toda la mañana. Un día regresaron juntos, Talía y su novio, habían hecho mercado. Mili los atravesó con una mirada dura, como con ganas de matarlos. Talía, que había percibido su mal humor, se hizo la desentendida, la saludó con alegría y sacó de la bolsa del mercado una caja de chocolates. —Lo compramos para ti, pero Adréis escogió ese sabor. Tiene relleno de avellana, yo lo quería sin relleno, pero él prefirió ese para ti. Ella, al escuchar que fue idea de Adréis comprar el chocolate de su preferencia, se le acercó y le dio un beso muy cerca a los labios. Él se apartó de inmediato antes de que Talía se diera cuenta, y se acercó a ella de la manera más rápida posible. La besó e hizo bromas con ella, luego entraron a la cocina, donde comenzaron juntos a preparar el almuerzo. Mili mordisqueó su pedazo de chocolate tratando de endulzar su alma, ya que días antes no había logrado que el hombre que la descon
Al día siguiente, después de aquella confesión que Mili le había hecho a Matilde, se levantó para ir a la universidad, pero su cabeza estaba llena de pensamientos, además de no estar bien con su estómago; las copas de vinos no le habían caído nada bien. Se levantó muy temprano, ya Talía estaba en la cocina preparando el desayuno para tres, como de costumbre. Pero esta vez decidió no desayunar con ellos, así que dejó el desayuno puesto en la mesa, tiró la puerta y salió del apartamento dejando a los dos amantes que se abrazaban y comían muy placenteros. Es que esa mañana, mientras tomaba su bolso de cuero y guardaba adentro sus libros, escuchaba las palabras de amor que Adréis le decía a su amada Talía. Aquellas palabras quedaban en su mente con el más ferviente deseo que fueran para ella. Cuando estaba en los jardines de la residencia, le escribió a su madre al teléfono. Se estaba convirtiendo en algo habitual cuando ya no podía cargar sola ese sentimiento, necesitaba descargar aquell
En busca de la ayuda Mili se levantó y le pidió a Matilde de no esperar y que fueran lo más rápido posible, su curiosidad era muy fuerte. Lo hicieron caminando trece kilómetros y mientras caminaban el ruido de los tacones de las botas puntiagudas de Matilde notaban su andar apresurado por la prisa de Mili de buscar a la persona que le ayudaría. Cuando llegaron Mili quedó paralizada ante aquella “Señora de piedra” como muchos la llaman la catedral de Notre Dame su estilo gótico resaltaba la mirada de Mili. —¡Qué deslumbrante! —exclamó. Pero de inmediato dejo de maravillarse cuando Matilde interrumpió aquel encanto pidiéndole de caminar hacia la parte lateral de la izquierda. Lo hizo dejándose dirigir por quien en ese momento era su guía. —¿Vienes mucho aquí? —preguntó Mili mientras caminaban a la parte indicada por Matilde. —Trabajé uno año como guía,hasta sus misterios los conozco. —¡Misterios! —exclamó Mili. —¡Esto no es importante! —exclamó Matilde afanada por lle